Barcelona y su urbanismo
Exitos pasados, desafíos
presentes, oportunidades futuras.
Por
Jordi Borja

Fòrum
2004; al fondo, el barrio La Mina.
En Barcelona, la ciudad es la calle
En la ciudad
lo primero son las calles y plazas, los espacios colectivos;
luego vendrán los edificios y las vías. El espacio
público define la calidad de la ciudad, porque indica la
calidad de vida de la gente y la cualidad de la ciudadanía
de sus habitantes. El hermoso libro de Allan Jacobs -The streets
of the cities- analiza precisamente las ciudades a partir de
la calidad -estética y cultural, funcional y social, simbólica
y moderna- de sus calles. Entre las cinco primeras se incluyen dos
avenidas de Barcelona, las Ramblas y el Paseo de Gracia. Fantástico
para un barcelonés, que sin embargo no puede olvidar que
en los años sesenta el mal llamado urbanismo desarrollista
estuvo en un tris de hacer desaparecer estos paseos urbanos para
convertirlos en vías rápidas. Por fortuna la ciudadanía
resistió y los nuevos rumbos de los años ochenta
nos devolvieron la cultura de Cerdà, el urbanista de la cuadricula
que declaró: "en la ciudad las calles no son carreteras"
y la priorizacion de los espacios públicos como estrategia
de "hacer ciudad sobre la ciudad".
Barcelona se
ha convertido en algo más que una moda, aunque no sería
exacto considerarla un "modelo" transferible a otras
ciudades. Por suerte cada ciudad es diferente y debe apostar por
su diferencia, siempre que ello no se parezca al conservador sarnoso
de Juan de Mairena, que quería conservar la sarna. Barcelona
es hoy en el mundo una ciudad deseable. Para el bien de esta ciudad
conviene evaluar qué la ha convertido en deseable, los efectos
–perversos incluidos- de este deseo y si el camino emprendido mantendrá
el deseo o no. Y para el bien de otras ciudades es preciso ver si
los mismos conceptos son aplicables y tienen efectos similares en
otros contextos. Y cuáles son los resultados de políticas
de signo contrario. Y los límites o las dificultades para
continuar en Barcelona mismo las políticas urbanas "made
in Barcelona".
A finales de
la década de los ochenta Barcelona recibió el premio
Príncipe de Gales por su política de espacios públicos.
Y a principios de los noventa la Unión Europea premió
su planeamiento estratégico. Se premian dos aspectos
de la política urbana barcelonesa que han sido particularmente
influyentes en otras ciudades. Pero este "urbanismo ciudadano",
que se llamó "Modelo Barcelona" y ha tenido indiscutiblemente
una influencia internacional apreciable, hoy se pone en cuestión.
Veamos primero la génesis del presente urbano para evaluar
sus efectos queridos y no queridos y apreciar las diferencias con
las directrices actuales del urbanismo barcelonés.

Recuperación
de espacios públicos en el barrio de Gracia
La
estrategia de los espacios públicos
Los espacios
y equipamientos públicos fueron la gran estrategia de
los ochenta. Se pusieron en marcha unas 300 operaciones, de muy
diferentes escalas, la mitad de las cuales eran de espacios públicos
abiertos, y la gran mayoría se realizó en muy pocos
años. ¿Por qué es preciso calificar esta política
de estrategia? Porque en todos estos proyectos, en menor o mayor
grado, se encontraban cinco elementos que configuraban una estrategia
global de desarrollo urbano.
Una estrategia
social ante todo. Encender alguna luz en todas las áreas
de la ciudad. Dar una respuesta positiva a la importante demanda
social de los movimientos públicos. Una política que
fue posible mediante la obtención de suelo para espacios
públicos y equipamientos colectivos. La base de ello fue
un planeamiento metropolitano que limitaba las posibilidades de
desarrollos especulativos (el cambio de uso de las áreas
industriales o infraestructurales obsoletas priorizaba su conversión
en equipamiento o espacios públicos) en un periodo, además,
de relativamente débil presión del mercado y de cambio
de la base económica.
Luego, en un
marco de reactivación económica, los grandes proyectos
infraestructurales incorporaron una dimensión redistributiva
y no simplemente funcionalista (véase por ejemplo el
diseño de las Rondas). La concepción del espacio público
tenía como objetivo facilitar un uso social intenso y diverso,
promover actividades e incitar la presencia de nuevos colectivos
humanos, y pretendía garantizar el mantenimiento y la seguridad
ciudadana futura de estos espacios.
Otro elemento
estratégico se apunta en lo anterior: la multifuncionalidad
de los proyectos, la voluntad de resolver con una acción
varios problemas, de responder a una diversidad de demandas, de
prever la posibilidad de nuevos usos futuros, de facilitar la reconversión.
La multifuncionalidad a su vez influye positivamente en la mixtura
social: por ejemplo, la concepción de la Villa Olímpica
como una gran operación de espacio público y equipamientos,
la playa, parques y jardines, puerto deportivo como área
lúdica, de bares y restaurantes, equipamientos deportivos
y culturales, etc., pero también como vivienda (aunque falte,
nos parece, densidad y diversidad de población) y como área
atractiva para empresas de servicios avanzados, de terciario de
cualidad.
Un tercer elemento
estratégico es el impacto sobre el entorno de estas
actuaciones, el efecto metastásico, que se pretende conseguir
tanto con campañas como Barcelona posa-t guapa y pequeñas
operaciones de acupuntura urbana, hasta con grandes proyectos concebidos
como ancla o eslabón para propiciar una dinámica transformadora
del entorno o de toda una área (por ejemplo la citada Villa
Olímpica y frente de mar, o la operación Sagrera-Meridiana
apoyada en la estación de tren de alta velocidad). Este impacto
es tanto urbanístico como económico: la mejora de
los entornos supone inversión, creación de empleo,
mayor atractivo, etc.
Cuarto elemento
estratégico: la calidad del diseño, la monumentalidad,
el afán de dotar a estas operaciones de elementos diferenciales,
con atributos culturales, simbólicos, que le dan potencial
de integración ciudadana y que proporcionan al área
un plus de visibilidad o de reconocimiento social respecto
al conjunto de la ciudad.
La estrategia
urbana de espacios y equipamientos públicos pudo incorporar
elementos de continuidad urbana que tienen su base principal en
la trama cuadriculada del Ensanche prolongada hacia las actuales
áreas de desarrollo hacia el Este (Besós) y por medio
de las grandes avenidas metropolitanas (Diagonal, Meridiana, Gran
Vía). Este elemento de continuidad de los ejes y de los tejidos
es lo que parece más cuestionado actualmente. No sólo
en el nivel metropolitano, lo cual sería más explicable
por el tamaño mayor de la escala y la dificultad de articulación
de morfologías distintas en un ámbito supramunicipal.
La construcción de la ciudad metropolitana plantea desafíos
ante los cuales debemos reconocer que la cultura urbanística
tiene respuestas insuficientes y sujetas a experimentación.
Pero en campos más limitados y conocidos también aparecen
rupturas discutibles o mal integradas en la propia ciudad (Barcelona
2000, ahora Portal del Coneixement al oeste y Diagonal Mar al este).
Por último,
el quinto elemento estratégico es el muy citado efecto de
promoción de la ciudad, de marketing urbano, que ha
tenido el urbanismo barcelonés. Atracción de profesionales
e inversores, publicitado por los medios a nivel internacional,
el diseño urbano y la arquitectura, la animación ciudadana
y la oferta lúdica y cultural han hecho de Barcelona una
ciudad de conferencias, ferias y congresos
y que ha encontrado en el turismo una potente base "industrial"
que no se podía sospechar hace veinte años.

Piscina de Ciutat Meridiana

Recuperación
de espacios públicos en el barrio del Raval.
¿Planeamiento
o estrategia?
A veces, especialmente
en ámbitos internacionales, el éxito del urbanismo
barcelonés se hace depender de la falta de planeamiento (proyectos
sí, planes no). O de haber "inventado" o desarrollado
más que cualquier otra ciudad un nuevo tipo de planeamiento,
el estratégico. Cuando no de la genialidad de algunos líderes
políticos o arquitectos o urbanistas. Algo hay de verdad,
pero no es toda la verdad, en estas conclusiones simplificadoras.
Este algo de verdad puede llevar fácilmente tanto a conclusiones
inexactas respecto a Barcelona como a propuestas poco adecuadas
para otras ciudades.
Es cierto que
tanto en la transición (1976-79) como en la década
democrática que siguió se puso el acento en los proyectos,
en las actuaciones inmediatas y no en la redacción de un
cuadro normativo tipo plan general o regulador. Pero también
es cierto que se daban unas circunstancias que garantizaban una
cierta coherencia de estas actuaciones y que se disponía
de un instrumental urbanístico que permitía una potente
actuación pública (suelo calificado como equipamiento
o espacio público, facultades expropiatorias, etc.). Citemos
como circunstancias favorables:
- La existencia
del Plan General Metropolitano, muy favorable a la conversión
de áreas o edificios obsoletos (infraestructuras, industrias)
en equipamientos colectivos y espacios públicos y la existencia
de un patrimonio de suelo público o de reserva para estos
usos.
- La elaboración
de PERIS (planes especiales de reforma interior) y de programas
de actuaciones inmediatas, así como de estructuras
municipales descentralizadas, que permitieron recoger las
demandas sociales prioritarias e iniciar respuestas adecuadas
a las mismas y que se inició en la transición y
continuó en los primeros años de la democracia.
Luego, en los años ochenta se empezó a estructurar
un marco político-jurídico concertado con las organizaciones
sociales, colectivos profesionales, y a veces agentes económicos,
en todos los barrios en que parecía más necesario
una acción de "hacer ciudad sobre ciudad". La
descentralización del "urbanismo local" y de
los programas sociales y culturales en los distritos (1983-86)
contribuyó a consolidar este "urbanismo ciudadano"
que ha caracterizado a la ciudad de Barcelona.
- El consenso
cívico sobre los grandes proyectos que requería
la ciudad. Un consenso generado en los años setenta y en
el que participaban los liderazgos culturales, sociales y políticos
e incluso los sectores cultos del empresariado, lo cual permitió
un relativamente fácil acuerdo tanto sobre las actuaciones
inmediatas como los grandes proyectos de finales de la década
de los ochenta y que se expresó en el primer Plan Estratégico.
Nos referimos
a actuaciones tan diversas como:
- Las rondas
y una concepción ciudadana de las infraestructuras
- El frente
de mar y la recuperación urbana del Port Vell
- La regeneración
de Ciutat Vella y la mejora y el mantenimiento de la mixtura del
Ensanche
- Las nuevas
centralidades terciarias y de renovación de la actividad
económica (Vall d’Hebrón, Poble Nou más tarde)
con vivienda incluida
- Las nuevas
infraestructuras económicas (Feria, Palacio de Congresos,
Parque tecnológico), turísticas (hoteles especialmente)
y culturales (Museos, Auditorio, Mercat de les Flors, etc.)
- La ampliación
de la red del metro y su articulación con el sistema ferroviario
regional y el tren de alta velocidad y la prioridad al transporte
público en la ciudad central
- La ampliación
del puerto y del aeropuerto y la creación de una zona de
actividades logísticas articulada con el sistema ferroviario
- La sutura
de la relación ciudad y primera corona periférica
mediante la continuidad de los ejes urbanos, la mejora de los elementos
de conectividad y la ubicación de equipamientos de centralidad
y espacios públicos de calidad
- La urbanización
controlada y respetuosa del medio ambiente de los cauces de los
dos rios verdaderos límites naturales de la aglomeración
al norte y al sur
- Los túneles
(de Vallvidrera y el muy discutible de Horta) y la articulación
con la conurbación del otro lado de la Sierra, de fuerte
tradición industrial, pero también con municipios
de fuerte personalidad política y cultural
- La concepción
de una ciudad-región policéntrica de ámbito
metropolitano muy superior al de la aglomeración barcelonesa
(600 km² la aglomeración, con 3 millones de habitantes, similar
a la ciudad de Madrid, mientras que la región metropolitana
integra más de 150 municipios, 4 millones de habitantes en
3.000 km²). Este consenso metropolitano fue roto por el gobierno
de la Generalitat con Jordi Pujol, que disolvió la Corporación,
no se integró en el Plan Estratégico y durante veinte
años ha paralizado de facto la existencia de un planeamiento
regional .
Estos elementos,
como hemos dicho, caracterizaban una cultura urbanística
con una base amplia de aceptación y que contaba con el PGM,
los PERIS y los instrumentos usuales de la gestión urbanística
para ser operativa. Y un contexto político favorable. Podía
faltar el dinero y las competencias para iniciar todos los grandes
proyectos, pero no el planeamiento básico indispensable para
una potente acción pública, aunque limitado al ámbito
municipal. En estas dos décadas pasadas se ha perdido la
oportunidad de pensar la ciudad metropolitana. En la ciudad central
se sabía lo que se debía hacer, cómo
hacerlo y cuáles eran las demandas sociales. En la ciudad
metropolitana hay que conocer mejor las dinámicas y, sobre
todo, inventar las propuestas.
Hay que considerar
también el interesante papel interpretado por parte de
los movimientos críticos de los setenta, tanto de los
sectores profesionales y culturales como de los sociales o vecinales,
aunque también limitados al ámbito de la ciudad central
y de cada barrio. Se habían precisado múltiples demandas
sobre equipamientos, espacios públicos, renovación
urbana de cascos deteriorados, mejoras de accesibilidad y de cualidad
urbana de barrios populares, recuperación como espacios de
ejes viarios que creaban verdaderas murallas de autos, reconversión
de edificios o áreas obsoletas, etc. No era muy necesario
hacer grandes estudios para saber lo que se debía y se podía
hacer. Para empezar: "no es hora de hacer planes, sino plazas"
recuerdo haber propuesto en una reunión con responsables
de urbanismo de diversas ciudades catalanas, en 1979. Una metáfora:
la prioridad es el espacio público. Si uno de los principales
orientadores del urbanismo de la Barcelona de los ochenta, Oriol
Bohigas, pudo decir con razón "nuestro acierto es
que no hemos hecho planes sino proyectos", es porque disponíamos
del marco y del instrumental para hacerlos bien. No hay que
olvidar que en realidad nunca se desvinculó el planeamiento
de los proyectos (el urbanista Joan Busquets fue precisamente
director de planeamiento en la década de los ochenta, junto
a Bohigas). El libro-memoria que se realizó bajo la dirección
de Bohigas se titulaba precisamente Planes y proyectos de Barcelona.
¿Y qué
fue del Plan Estratégico? El Plan Estratégico vino
después, se empezó a pensar en 1988, cuando los grandes
proyectos estratégicos, muchos de los cuales tenían
como horizonte el `92, se estaban ejecutando, diseñando o
discutiendo. En Barcelona las estrategias y las actuaciones precedieron
al Plan Estratégico. Pero no por ello fue superfluo. Planteó
los objetivos económicos, sociales y culturales de
las políticas urbanas en el contexto europeo y en el marco
de la globalización. Y de esta forma contribuyó
a concretar y defender ante las otras administraciones públicas
y los actores privados los grandes proyectos físicos, transformadores
de la ciudad, y a crear un ambiente movilizador, participativo y
optimista entre la ciudadanía. El plan estratégico
aportó elementos positivos novedosos, como son:
- Crear una
estructura permanente de encuentro entre administraciones públicas,
organizaciones económicas, profesionales y sociales y sectores
culturales e intelectuales.
- Legitimar
y dar apoyo ciudadano a los planes y proyectos en curso, sobre
todo para darles continuidad más allá de los mandatos
electorales y del horizonte de los Juegos Olímpicos de
1992 y debatir y proponer nuevos proyectos fuertes para la siguiente
década.
- Propiciar
un debate ciudadano, público y abierto sobre objetivos,
actuaciones y procedimientos en un contexto en el que los intereses
particulares y corporativos perdían legitimidad ante los
objetivos y los valores cívicos que orientaban la política
urbana.
El Plan Estratégico
tuvo el mérito de superar la melancolía ambiental
post `92 y sobre todo de mantener en todo momento un punto de
vista metropolitano que se concretó diez años
después, cuando a inicios del siglo XXI se empezó
a elaborar un Plan Estratégico metropolitano con la participación
de más de 30 municipios de la aglomeración barcelonesa
y unas 300 entidades sociales, económicas y culturales.

La
Rambla de Mar, conexión entre la ciudad y el corazón
del Port Vell
Los
límites del "modelo" barcelonés
En los inicios
de la década de los ochenta se dieron un conjunto de factores
que propiciaron la construcción de un paradigma urbanístico
ciudadano, como fueron:
- La acumulación
"cultural" urbana, crítica y propositiva, que se
dio en la ciudad en las décadas anteriores, los años
sesenta y setenta, la hegemonía de valores cívicos,
los acuerdos básicos sobre los objetivos y actuaciones urbanas
pendientes.
- Las victorias
políticas sucesivas de un bloque de fuerzas que incluían
el centro-izquierda y la izquierda institucional y la posibilidad
de acuerdos con el centro derecha nacionalista catalán sobre
los grandes proyectos.
- La movilización
social de los barrios, que encontró en la descentralización
una salida eficaz merced a la creación de Distritos dotados
de personalidad política y cultural, y de estructuras técnicas
y administrativas, que implementaron respuestas locales a las demandas
sociales y mecanismos participativos.
- El dinamismo
social y cultural generado por la democracia reciente reforzada
por la autonomía catalana que tenía su pivote en la
capital, Barcelona.
- La reactivación
económica de los ochenta y el saneamiento financiero de los
Ayuntamientos a partir de 1983.
A estos factores
se añadieron dos más que fueron decisivos y suficientemente
conocidos: la oportunidad excepcional de la organización
de los Juegos Olímpicos de 1992, que permitió saltar
de los proyectos medianos a los grandes manteniendo su vocación
ciudadana, y el potente liderazgo político de la alcaldía,
que estimuló y unificó un amplio consenso cívico.
Pero todos estos
factores tienen un tiempo de vida limitado y es lógico y
probable que veinte años después se hayan debilitado
y perdido parte de su eficacia o que su propio éxito haya
generado también efectos perversos o no deseados. Y es aún
más obvio que los nuevos retos que enfrentan hoy las ciudades
y, en el caso de Barcelona, la necesidad de dar respuestas coherentes
y poderosas de ámbito metropolitano, requieren innovar en
cuanto a políticas, instrumentos, instituciones y cultura
urbanística.
Los límites
del famoso modelo y la necesidad de renovarlo son perceptibles:
- La dificultad
de avanzar acuerdos sobre grandes proyectos entre las administraciones
públicas (Estado, Generalitat, Ayuntamiento). La falta
de acuerdo puede referirse a la localización y a la urgencia
(como el nuevo Zoo), a la concepción del proyecto (estaciones
y trazado del tren de alta velocidad), a su desarrollo (Delta),
al calendario de realización (Metro, aeropuerto), a la
financiación (equipamientos culturales), etc. Puede entenderse,
pero no justificarse, la dificultad que encontraba el Ayuntamiento
en el Gobierno del Estado, que además de su orientación
derechista priorizaba hasta el absurdo la inversión pública
en Madrid. Es menos explicable el desencuentro permanente entre
la ciudad y el gobierno catalán. Incluso el acuerdo formal
sobre el 2004 solo se ha conseguido sobre la base de la inconcreción
de los proyectos urbanos, y los que se han concretado y puesto
en vías de ejecución (Fòrum 2004, 22@) han
sido asumidos por el gobierno de la ciudad. No fue así
en los ochenta cuando se acordó un catálogo de grandes
proyectos para el 92 entre Estado, Generalitat y Ayuntamiento.
- La falta
de una política ambiciosa de Barcelona respecto a la aglomeración
y respecto a las ciudades de la región metropolitana,
por lo menos hasta inicios de los años 2000. La puesta
en marcha del citado Plan Estratégico Metropolitano en
el 2002 parece iniciar un camino más coherente. Aunque
todavía se manifiestan, tanto en Barcelona como en otros
municipios de la región, reticencias o temores ante el
dinamismo de la capital o de otras ciudades, cuando debería
verse como un hecho positivo. La cultura urbanística acumulada
y consensuada estaba pensada en y por Barcelona ciudad. Ahora
empieza a faltar un proyecto ciudad (ciudad de ciudades) para
la región metropolitana o quizás para toda Cataluña
e incluso ámbitos más amplios. El primer Plan Estratégico
proponía una macroregión europea que englobara Valencia,
Barcelona, Montpellier, Toulouse..., pero no se ha avanzado casi
nada en esta dirección.
Como consecuencia
de lo anterior, los grandes proyectos en curso o en discusión
que se sitúan necesariamente en los bordes de la ciudad o
fuera de su término (aeropuerto y puerto, Besós y
2004) se plantearon desde una visión casi siempre centrípeta,
desde el barcelonacentrismo, lo cual no sólo limita
la ambición de los proyectos, sino su misma viabilidad política.
El horizonte 2004 no tuvo la fuerza ni la coherencia del `92 y el
riesgo de repetir más Sevilla 92 que Barcelona `92 es grande:
un probable éxito efímero, promocional, que no es
despreciable pero que la ciudad no necesita como antes, y una construcción
deslavazada o escasamente reequilibradora
de la ciudad metropolitana.

Urbanización
Diagonal Mar.
¿Del
urbanismo ciudadano al urbanismo de los negocios?
No se puede
entender el urbanismo actual sin considerar los efectos no queridos
o perversos de las políticas públicas de los ochenta
y primeros años noventa. La importante cualificación
de la oferta urbana, tanto en lo que se refiere a espacios públicos
y equipamientos en prácticamente todas las áreas del
término municipal como el salto en cuanto a áreas
de centralidad y grandes infraestructuras, hizo a la ciudad mucho
más atractiva para la residencia de sectores de altos o medios
ingresos y sobre todo para el terciario de calidad. La ciudad no
perdió su atractivo en cuanto a vitalidad urbana, al contrario,
lo aumentó por la ampliación de las calles animadas,
la multiplicación de los lugares de monumentalidad y el enriquecimiento
de la oferta cultural y turística.
A pesar de actuaciones
exitosas como las rondas, la congestión de las áreas
centrales también aumentó, y en un término
municipal casi agotado, los precios del suelo y de la vivienda
se dispararon. El cambio de la base industrial a la nueva economía
se realiza liquidando gran parte de la trama y del patrimonio arquitectónico
heredado de los siglos XIX y XX, mientras que el aumento desproporcionado
del precio de la vivienda tiende a expulsar la población
joven, que no puede así beneficiarse de la nueva calidad
urbana de los barrios de sus padres.
El urbanismo
de promotores y de negocios tiende a suplantar el urbanismo ciudadano
y redistributivo que define el "modelo" barcelonés.
Sin duda alguna, las políticas públicas no han abandonado
en su cultura y en el planteamiento de muchos de sus proyectos los
elementos principales del "modelo", pero en muchos casos
tienden a plegarse a los intereses privados. El importante esfuerzo
inversor de finales de los ochenta y principios de los noventa generó
altos costes de amortización y también de mantenimiento,
lo cual llevó al gobierno municipal a ofrecer después
del `92 al sector privado sus new projects, es decir, áreas
de la ciudad susceptibles de grandes proyectos complejos y lucrativos
para el sector privado, siempre que asegurara algunas cesiones para
uso público, así como el mantenimiento posterior de
los edificios y su entorno. Una propuesta que en algunos casos corre
el riesgo de abrir la puerta a la venta de la ciudad al mejor
postor.
La iniciativa
privada hoy tiene un dinamismo que no tenía en el pasado.
Es un buen signo para la ciudad, pero que comporta un riesgo serio
de desnaturalización del modelo urbanístico barcelonés.
Este modelo, apoyado en una tradición que se remonta a los
planes de Cerdà y Jaussely, a las posteriores propuestas
no realizadas del plan de Le Corbusier o Macià de los treinta,
a la cultura urbanística de los sesenta y setenta, se basa
en: los espacios públicos, la continuidad de los ejes urbanos,
la mixtura social y funcional de todas las áreas de la ciudad,
la diversidad y la accesibilidad de los centros, el equilibrio residencial
y amplio en las distintas zonas, la prioridad al transporte público
y la diferenciación arquitectónica y monumental en
el marco de una trama básica homogénea y vocacionalmente
igualitaria. Pues bien, hay síntomas evidentes de que la
fuerza de la iniciativa privada y la debilidad de un proyecto global
público están rompiendo este modelo. Si la rectificación
del campo del Español pudo considerarse un accidente puntual
entre una fuerte presión privada que podía apoyarse
en la demagogia para obtener apoyos sociales, proyectos más
recientes, de mucha mayor escala, representan un riesgo mucho mayor.
El Proyecto Barcelona 2000, promovido por el poderoso Fútbol
Club Barcelona (un enorme parque temático en un área
equilibrada de la ciudad y próxima al centro), que sería
un proyecto interesante probablemente fuera del territorio municipal,
no era un buen proyecto para la ciudad compacta y central de la
aglomeración. Su aprobación inicial mostró
la debilidad de la visión de ciudad metropolitana adecuada
a nuestra época, y la nueva versión, Portal del Conocimiento,
aunque menos escandalosa que la anterior, es de todas formas poco
metropolitana, a pesar de situarse en el borde de la ciudad. Como
tampoco es coherente el diseño urbano de algunas de las grandes
operaciones en Diagonal Mar, que rompen la trama de la cuadrícula
y la continuidad de los ejes urbanos para volver al urbanismo
de torres aisladas y de espacios colectivos privatizados, que
recuerda más los campus suburbanos que la ciudad densa
en la que está (mal) insertado. Y por lo menos hay que plantearse
algunas dudas sobre otras operaciones rupturistas de los equilibrios
alcanzados, como algunos macroproyectos en el Port Vell o parques
temáticos en Nou Barris. Mientras tanto, la gran operación
reequilibradora en el este, el eje Meridiana/Sagrera, avanza lentamente
y algunos de sus desarrollos futuros, especialmente el eje verde
y la cobertura de las vías parecen inciertos, o demasiado
dependientes de la vocación especulativa del Ministerio de
Fomento. El riesgo es que la ciudad central se convierta mitad en
productos singulares resultantes del urbanismo especulativo
y mitad en parque temático supuestamente adaptado
a la globalización y al reto competitivo, mientras que el
resto de ciudad metropolitana será un nuevo suburbio de
fragmentos (unos "incluidos" y otros "excluidos")
en medio de un espacio lacónico que se impondrá a
la diversidad de centros que la historia nos ha dejado y que pugnan
por ser, al contrario, elementos nodales y significativos de la
ciudad-región.

Edificio
en la plaza de Las Glorias, por Jean Nouvel
El
debate urbanístico: desafío político-cultural
y conflicto social. El modelo en cuestión
El urbanismo
actual, el predominante y más novedoso, no es una simple
continuidad del urbanismo ciudadano de los ochenta y principios
de los noventa, lo cual a priori es una buena cosa, pues
aquél correspondía más a intervenir sobre la
ciudad hecha y deshecha que a dar el salto que corresponde a la
ciudad metropolitana actual. Pero, si bien es cierto que no todo
lo que tiene historia es bueno, tampoco la modernidad es garantía
de calidad.
El punto de
inflexión que se expresó a partir de 1994 con los
new projects tiene su manifestación más visible
en los proyectos del este de la ciudad, verdadero test del nuevo
urbanismo barcelonés. Y lo que se nos muestra nos recuerda
demasiado la ciudad "genérica".
Este nuevo urbanismo
que emerge físicamente a finales de siglo XX no es fácil
de evaluar ahora, por su carácter embrionario, por su voluntad
de apertura a diversas posibilidades de desarrollo y por situarse
en una escala y en una trama de "ciudad por hacer" más
que de hacer ciudad sobre la ciudad. Sin embargo, a partir de los
elementos visibles existentes, especialmente en las áreas
más emblemáticas, Diagonal Mar-Fórum 2004 y
Plaza de las Glorias-nuevo eje cultural, se puede por lo menos plantear
algunas dudas sobre el "nuevo modelo".
Nos encontramos
ante un urbanismo que fragmenta el territorio. Es muy perceptible
en el área Besós: Diagonal Mar (el nuevo barrio, del
antiguo no se habla) es un ghetto para sectores medio-altos; cada
uno de los barrios populares se trata por separado (La Mina -por
ahora se deja de lado su conexión con el resto-, La Catalana,
Barrio Besós); dos áreas no construidas se califican
siguiendo el zoning más tradicional, como viviendas
de promoción privada: Llull-Taulat (se discute la proporción
de viviendas de protección oficial) y como campus universitario,
la zona colindante con la Ronda. Este urbanismo fragmentado es la
cara física de una nueva segregación social, en vez
de buscar la mixtura (como hay que reconocer que por lo menos se
intenta en el 22@ del Pueblo Nuevo y en la propuesta del equipo
Rubert-Parcerisa para la zona de viviendas).
La arquitectura
se impone al urbanismo de la misma forma que el formalismo urbanístico
se impone a los contenidos y los usos sociales. La arquitectura
de "objetos singulares" de los arquitectos del star
system es la cara "artística" de los productos
aislados del urbanismo de los negocios. Son los promotores los
que finalmente decidirán las formas y los contenidos de las
operaciones resultantes. Lo que ya es visible en la zona Besós-Diagonal
Mar-2004 y en Plaça de les Glories no lo es tanto en el Poble
Nou y en La Sagrera-Meridiana. Es una razón importante para
analizar críticamente estas primeras operaciones, realizadas
para el 2004, para que la experiencia permita eventualmente corregir
los tiros en las de desarrollo más lento (22@ y estación
AVE).

Paisaje
industrial en Poble Nou, en proceso de reconversión como
zona 22@bcn.
El
desafío metropolitano
Es el gran desafío
de la Barcelona actual. Las cifras pueden ser espectaculares (ver
los trabajos de Manuel Herce y de Francesc Muñoz). En los
últimos veinte años se urbaniza tanto suelo en la
región metropolitana como en toda la historia anterior, sin
que la población haya aumentado. Es cierto que la tendencia
a la reducción de la familia se ha acelerado (si se mantiene
la tendencia en el 2010, se puede llegar a menos de una persona
por vivienda, es decir, quizás a un cuarto o un tercio de
viviendas vacías). Un tercera parte de las viviendas que
se han construido son unifamiliares, el adosado configura hoy una
parte importante del paisaje metropolitano (en los municipios de
menos de 10.000 habitantes la nueva vivienda unifamiliar representa
entre el 60 y el 70% del total). La primera corona pierde gran parte
de su base industrial, genera poco terciario no comercial y consolida
su carácter residencial de sectores bajos y medios. Se reproduce
en consecuencia el suburbio tradicional, de más calidad urbana,
pero nuevamente dependiente de la ciudad capital, la cual concentra
empleos y, sobre todo, centralidad.
La segunda corona
mantiene un sistema de ciudades "maduras", más
potente, pero también la existencia de mayor suelo disponible
genera una ocupación extensiva del espacio: entre 1980 y
2000 se ha pasado de 52m² a 110m² por hab. La ciudad dispersa
parece ser la otra cara de la ciudad de los objetos singulares.
Esta forma de
desarrollo de la ciudad metropolitana no es un simple juego de la
oferta y demanda de vivienda. Las políticas públicas
han favorecido esta difusión mediante la priorización
de la infraestructura viaria, que es el medio de generar importantes
plusvalías urbanas: la inversión viaria ha sido 10
veces mayor que en metro o tren regional y el número de kilómetros
de viales 20 veces mayor. La comparación con Madrid, que
ha seguido el mismo modelo, sin embargo, es desfavorable para Barcelona,
puesto que en la capital del Estado por lo menos se ha garantizado
una importante oferta de transporte público, el doble que
en Barcelona (en cuanto a kilómetros de metro y tren regional).
En este caso se trata de una política que compete al Estado
y a la Generalitat.
Otra dimensión
de las políticas públicas en las que sí tienen
responsabilidad los gobiernos locales es la permisividad ante
los planes parciales de promoción privada que optan por
la baja densidad (40 viviendas/ha de promedio). La ideología
de la baja densidad como opción más deseable,
común a sectores sociales y políticos muy diversos,
lleva en muchos casos a la insostenibilidad del desarrollo urbano
y a la multiplicación de ghettos.
El desafío
metropolitano es triple. Uno: de ordenación de los
usos de suelo y de los sistemas de movilidad. Dos: de redistribución
más equilibrada de las actividades económicas
y los grupos sociales y de reforzamiento de las centralidades
externas a la capital. Tres: de construcción de una
estructura de gobierno metropolitano sobre la base de la ciudad
central y la primera corona (ámbito que requiere redistribución
del gasto público y activas políticas públicas
sociales y de vivienda). La región metropolitana lógicamente
debería generar un planeamiento estratégico básico
concertado entre las ciudades y la Generalitat.
La
conflictividad social y la crítica cultural como oportunidad
El urbanismo
público de Barcelona no encuentra hoy el mismo consenso
que en el pasado. Los movimientos sociales en los barrios se
han reactivado y la crítica de los sectores profesionales,
incluso los tradicionalmente vinculados a la municipalidad, se ha
hecho más explícita. Es obvio que, tanto en la crítica
social como la cultural o profesional, pueden subyacer muchas ambigüedades,
que los intereses muy localistas, cuando no especulativos o de defensa
de situaciones de privilegio, están a veces muy presentes
en la primera, y que las modas o las reacciones corporatistas o
simplemente el afán de protagonismo se expresan a veces en
la segunda.
Sin embargo,
el renovado protagonismo de la FAVB (Federación de Asociaciones
de Vecinos) y la multiplicación de estructuras, movimientos
sociales y debates críticos son signos del cambio de los
tiempos. Son unos nuevos tiempos de menos consenso urbano, como
lo demuestran iniciativas como el Forum Veïnal Barcelonés
que impulsa la FAVB conjuntamente con un numeroso grupo de entidades
ciudadanas, los contenidos de la revista de la FAVB "El Carrer",
la multiplicación de Plataformas de base territorial (Contra
la Especulación, de la Ribera del Besós, de Ciutat
Vella, etc.) o sectorial (de Vivienda, de la Energía, de
Promoció del transport pùblic, etc.) o los
numerosos conflictos urbanos desde el Barça 2000 hasta La
Llacuna, del Forat de la vergonya o el carrer Carabassa
hasta la oposición al proyecto Barça 2000.
Paralelamente
se ha reavivado el debate intelectual, tanto en el marco de entidades
culturales y profesionales de perfil o proximidad institucional
(Colegios profesionales, CCCB, MACBA, FAD) como en el marco de ONG
y organizaciones de vocación alternativa, vinculadas a movimientos
sociales críticos. Es significativo el apoyo que incluso
acciones o discursos radicales o situaciones marginales encuentran
en medios de comunicación y sectores intelectuales: los okupas
(cine Princesa, Can Masdeu), barrios como La Mina, o la exclusión
de la población inmigrada. Sobre algunos temas, la crítica
urbana ha adquirido una alto nivel de generalidad, como la falta
de viviendas para jóvenes, la pobre oferta en transporte
público metropolitano, el urbanismo que se expresa en
Diagonal Mar, que rompe con la cultura del espacio público
ordenador del proyecto edificatorio, la insuficiencia de los mecanismos
y la escasa voluntad política que es tan frecuente a la hora
de promover la participación ciudadana, o el excesivo
protagonismo de los promotores privados en la configuración
de la ciudad actual.
Este renovado
debate ciudadano, tanto social como cultural, tenderá a convertirse
en debate político y puede ser un factor importante de renovación
de las políticas urbanas y de las instituciones locales.
En un momento histórico en que se requiere innovación,
lo que debiera preocupar a los responsables políticos no
es la conflictividad urbana, la crítica intelectual o la
emergencia de propuestas y movimientos alternativos. Lo grave sería
que no existieran los actores con capacidad de oposición,
denuncia, crítica o propuesta. El debate ciudadano es
una oportunidad de renovación de las prácticas
y de los discursos. Y por ahora es muy insuficiente. En Barcelona
la dinámica que nos puede conducir a ser un parque temático
globalizado es fuerte, aunque las resistencias ciudadanas también
son capaces de renovar el urbanismo ciudadano. Más complicado
se presenta el panorama metropolitano. Sabemos cómo hacer
ciudad en la ciudad existente, sea Barcelona o las áreas
compactas de las otras ciudades metropolitanas. Pero no sabemos
hacer aún ciudad en los espacios difusos y dispersos, fragmentados
y lacónicos, privatizados y monovalentes de la región
metropolitana. En estos espacios la innovación, la experimentación
y la diversidad de soluciones es una ardiente obligación,
como el planeamiento por proyectos y programas, concertado y
participativo.
En resumen,
el discurso urbano de los inicios de la democracia, forjado en los
sesenta y los setenta, da signos de agotamiento. El siglo XXI nos
exige una cultura de invención de futuros urbanos,
y no únicamente de intervención en los presentes producto
de la historia pasada y del mercado dominante hoy. El desafío
es político y quizás, primero, intelectual.
JB

Fòrum
2004, en el litoral del Besós, Barcelona.
El
autor es geógrafo y urbanista, y ha ocupado cargos directivos
en el Ayuntamiento de Barcelona, su ciudad natal. Es director del
diálogo "Ciudad
y ciudadanos del siglo XXI",
que se realizará en Barcelona del 8 al 12 de septiembre.
Ver su nota "La Ciudad Conquistada" en el número
2
de café
de las ciudades, y la nota "Tendencia no es destino",
sobre su libro La Ciudad Conquistada, en el número
15 de
café
de las ciudades.
Sobre
Barcelona, ver notas "La marquetización de las ciudades",
de Mariona Tomàs, y "Delicias del pan con tomate",
de Rolo Chiodini, en los números
6 y
7,
respectivamente, de café
de las ciudades.
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