Revolución
informacional, nueva geografía y límites de la estatidad
en la gestión del territorio.
Reconquistar
el mundo para una ciudadanía inclusiva.
Por
Fabio J. Quetglas
N. de la R.: El texto de la nota corresponde a la ponencia presentada
por el autor en el XI Congreso CLAD, Guatemala, Noviembre de 2006,
dentro del Area Temática Desarrollo Local y Gestión
del Territorio.
Esta ponencia hace un recorrido histórico, que relaciona
modos de producción con diseños estatales, y se
pregunta acerca de que diseño estatal dará respuesta
a los requerimientos de los actuales cambios económicos.
Se trata de
un racconto y una pregunta reflexiva, que pretenden evitar
el lugar común de las frases grandilocuentes sobre el "cambio
paradigmático" e internarse en las nuevas relaciones
de poder y su correlato estructural.
Emergen, es
indudable, al impulso de las innovaciones tecnológicas: una
nueva geografía, nuevos modos de gerenciamiento, modificaciones
en la distribución del poder y por ende "nuevos territorios"
cuya constitución es aún volátil para una descripción
acabada. Pero puede ser que aún estemos a tiempo de una pregunta
razonable: ¿cómo será ser ciudadano en territorios
mutantes ó en geografías de flujo? Analizaremos
los conceptos de red, nueva división de poderes, y visibilidad
territorial; como categorías de uso (y tal vez abuso) en
esta transición teórica.
Y por último,
en tercer lugar la exposición pretende indagar sobre un renovado
lugar para la ideología en tiempos de su denostación.

La denominada
"gestión del territorio" aparece como un
conjunto de capacidades basadas en conocimientos de orígenes
pluri-disciplinares, orientadas a intervenir sobre el espacio a
los fines de su definición y administración. Convergen
en su constitución elementos de la geografía, la administración
pública, la teoría política, la economía,
la gestión cultural, la dotación tecnológica,
etc. Sin dudas, el dominio ascendente del hombre sobre los espacios,
la valoración cultural que se hace de los mismos y también
las restricciones crecientes que muestra una biosfera (que es a
la vez hábitat, paisaje y recurso) "estresada"
por usos no siempre sostenibles, ha hecho de la gestión territorial
una materia expansiva sobre la que hay un destacado interés
académico y político y cada día mayor reflexión.
Corresponde
relacionar con ese creciente interés algunos pensamientos
que no por obvios deben soslayarse: el primero de ellos es la existencia
de correlaciones entre la organización política
y las dinámicas territoriales. Esta claro que la organización
política no ha sido siempre idéntica, y su evolución
se ha debido en parte al modo en que la misma política incidió
o pretendió incidir sobre el territorio. La organización
política es desde todo punto de vista un producto histórico
y en tanto tal han convergido en la constitución del "Estado
tal cual hoy -y en este lugar- lo conocemos" una serie de factores
que, justamente le otorgaron un basamento que ahora se haya en transformación.
Y es un basamento donde lo "territorial" no estuvo
en absoluto ajeno (este modelo de Estado que conocemos es, además
de muchas otras cosas, "un modelo de conformación territorial").
Sólo nuestra tendencia a naturalizar lo existente o dominante
nos aleja de la necesaria criticidad del científico insatisfecho,
que hace de la revisión de lo dado una parte de su tarea.
Y los Estados nacionales "tal cual hoy los conocemos",
un artificio de origen europeo que nos resulta cómodo para
reflexionar, apenas tienen -en los más prolongados de los
casos- 3 ó 4 siglos de una hegemonía que tardaron
en imponer, y para la cual contaron con la invalorable ayuda de
transformaciones tecnológicas y necesidades económicas
de búsqueda de escala e integración trans-territorial.
Por lo demás, y para desde algún lugar "universalizar"
un fenómeno perfectamente acotado, digamos que los Estados
nacionales no sólo son un producto histórico sino
una categoría de análisis de uso frecuente en la teoría
política, que ha intentado con sorprendente éxito
transformar en único un "modo estatal de ver el mundo"
y también un "modo de homogeneidad territorial del ver
el mundo".
El modelo de
conformación territorial que es el Estado Nacional (con todas
las diferencias que hay entre cada uno de los mismos), esta basada
en la idea racionalista (aunque luego adquirió caracteres
románticos) de un territorio: un gobierno: un pueblo.
El ideal del Estado Nacional es ciertamente homogenizante, aunque
no siempre (sí muchas veces) se haya caído en soluciones
autoritarias para la conquista de tal ideal.
Debemos remontarnos
aunque sea someramente a la génesis de los Estados nacionales
por tres razones: a) Se trata del modelo político de gestión
territorial existente, b) En su conformación se conjugaron
los cambios más significativos hasta la actualidad en materia
de significación territorial a escala planetaria, c) Su constitución
fundó el modo de ver el mundo a través de nuevas categorías
conceptuales.
Antes de la
existencia de los Estados nacionales, Europa era un continente fragmentado
por miles de pequeños gobiernos locales (feudos) unidos
por casi nada; las tareas de alta significación estatal (en
aquel tiempo, sobre todo la defensa de las ciudades y el control
físico de la accesibilidad) estaban en manos del gobierno
local. El gobierno local era "el gobierno real", poco
ó nada quedaba fuera de su alcance. En el espacio local se
resolvía la vida; en ese espacio se daba un orden social
de baja movilidad, la mayoría de las cosas eran previsibles,
eran escasas las articulaciones estatales; como dato interesante,
señalemos que en muchos de esos lugares existía (por
denominarlo de alguna manera) una proto-burguesía:
un conjunto por lo general pequeño de artesanos propietarios
de sus herramientas (generalmente de uso manual) poseedores de un
"saber hacer" con el cual satisfacían las necesidades
de bienes y servicios en ese acotadísimo espacio local. Un
pequeño mundo aislado, culturalmente monótono, previsible,
inmóvil, un territorio acotado y una organización
política muy simple, por lo general reducida al poder despótico
del señor que mantenía una lejana relación
con Casas Reales débiles y distantes y en algunos pocos casos
con limitaciones a su poder señorial (como excepción
y, en la práctica, de bajo cumplimiento). Un Estado con casi
nula organización funcional, con una fiscalidad simple,
con fines vinculados a la supervivencia, con la defensa como rol
central.
Quizás
abusando de la simplificación, podemos decir que los grandes
descubrimientos geográficos de los siglos XV, XVI y XVII
y las transformaciones tecnológicas de los siglos XVII, XVIII
y XIX, que abrieron la puerta al industrialismo, fueron una buena
combinación de situaciones para generar primero y consolidar
luego un modelo de "agregación político-económico-cultural-territorial"
que hemos denominado Estado-Nacional. Con claridad, el valor simbólico
de un mundo emergente y el valor concreto de los saltos de disponibilidad
de recursos originados en las dos situaciones, ya sea por apropiación
de recursos existentes (colonialismo) ó por el incremento
de producción y productividad determinado por el uso de las
(en ese momento) "nuevas tecnologías", forzaban
una "ruptura de fronteras feudales ó comarcales".
Así,
el Estado aparece como una agregación "racional"
que se edificó (las burguesías edificaron) sobre territorios
redefinidos y sobre identidades diversas; se trató de una
nueva configuración del mundo a escala planetaria (aunque
todo el planeta no estuviera involucrado directamente). Tres siglos
aproximadamente tardo el proceso pero, sin duda, fue exitoso; en
algún momento naturalizamos unas fronteras, unas banderas,
unos flujos de bienes agrarios e industriales, ciertas (ridículas)
uniformidades culturales e incluso naturalizamos estereotipos.
Las más de 600 lenguas que se hablaban en la actual Francia
fueron una (y oficial) y en todo Europa el proceso fue casi idéntico;
más tarde o más temprano los Estados Nacionales fueron
definiendo sus espacios, sus identidades, sus singularidades.
La proto-burguesía,
dotada de nuevas herramientas, de nuevos recursos, fue necesitando
espacios (mercados) y en tal sentido se fue concibiendo la idea
de "ruptura comarcal"; se necesitaron fronteras
más firmes (y ejércitos que las defiendan y
eventualmente expandan, aduanas para impedir el acceso de
productos que pueden realizarse fronteras adentro y una burocracia
que sostenga reglas de funcionamiento económico y social
más allá de la voluntad arbitraria de los monarcas;
lógicamente también un sistema fiscal más
estable y complejo que sostenga a ese Ejército y a la burocracia
estatal); así la proto burguesía devino en burguesía
nacional y contribuyó a crear una nueva organización
política en reemplazo de aquel feudo comarcal: el Estado-Nacional
de nuevos roles, vinculados a la expansión económica,
a la conquista y defensa de mercados, al aseguramiento jurídico
de la riqueza de nuevo cuño (patentes, marcas, derechos,
etc.), al reconocimiento de derechos de comercio, etc.
Simplificando
in extremis: descubrimientos geográficos, nuevas tecnologías,
nuevos territorios, nueva organización política. Quizás
falta añadir que, sin duda, emergió un nuevo actor
socio-político que construyó ese mundo: la burguesía
nacional, artífice central del Estado Nacional, un territorio
que satisface su necesidad de escala económica, de organización
política y de hegemonía cultural. Las tres esferas
igualmente importantes: un Estado Nacional será un mercado,
pero también una organización y una fuente de nueva
pertenencia.
Por supuesto
que tal construcción histórica se apoyó en
cuestiones pre-existentes, pero es en sí una formación
novedosa y diferenciada. Nunca antes la búsqueda de construcción
de identidad fue tan evidente; nunca antes las relaciones entre
la estructura económica y su correlato organizacional-estatal
fue tan notable.
En este nuevo
modelo de organización estatal, obviamente, el gobierno local
ya no sería "todo" el gobierno, y las tareas de
"alta criticidad" (sobre todo las regulaciones económicas
y las relaciones internacionales) pasarían a manos de burocracias
centrales (las burguesías querían asegurarse la
calidad y el control), quedando poco a poco en los espacios
locales las tareas de proximidad asistencial, tareas que serán
consideradas menores. Se trata de un giro "copernicano"
en materia de lo que hoy se denomina "gestión del territorio",
se inicia y luego se profundiza el camino de la "simplificación
del gobierno local". El "gobierno local" que se presenta
como primer escalón de la formación estatal no es
más que un mito en los Estados Nacionales clásicos,
que lo ha vaciado a favor de burocracias centrales, de objetivos
"nacionales", en el marco de procesos de concentración
demográficos sin parangón anterior.
A tal punto
la evidencia nos pone de manifiesto esa correlación entre
organización política y cambios tecnológicos,
que la forma de "organizar" las competencias estatales
en sus diversos escalones territoriales (con independencia inclusive
de las formas federales o no federales de gobierno), nos muestran
una cierta "división del trabajo" de matriz industrial;
como reflejando el verdadero cambio de época, trascendiendo
cuestiones anecdóticas y coyunturales. "El mundo emergente"
se organizaba bajo la lógica industrial y nada escapaba
a esos criterios. Los Estados también se constituían
como una "línea de montaje decisional"; cada nivel
jurisdiccional del Estado tomaba ciertas competencias, trasladando
la complejidad hacia la cima de la pirámide. Así como
el modelo feudal reflejaba cierto modo artesanal de organización
pública, el nuevo Estado Nacional emergente era industrial
en su misma constitución organizativa; aún en aquellos
lugares que sólo copiaban a los modelos de época.
Hasta hace muy poco tiempo atrás, la cuestión "local"
era una cuestión menor en la agenda de los Estados Nacionales,
es justamente la aparición de temas vinculados a la "gestión
del territorio", en el sentido más clásico del
término, lo que devuelve protagonismo a los "temas locales":
el impacto local de grandes infraestructuras, las cuestiones ambientales,
la fiscalidad en espacios conurbados de alta movilidad, la expansión
de las ciudades y las des-economías de escala, etc.
Y una pregunta
surge obvia: 1) si la revolución industrial contribuyó
a producir semejante cambio en la organización política
y en la gestión del territorio, ¿qué tipo de cambio
producirá la actual revolución informacional, comparable
a aquella en profundidad? ¿Podemos creer que el actual Estado
-funcional a un contexto en extinción- podrá sobrevivir
a estos cambios? ¿Qué cambios anticipatorios pueden pensarse?

Por lo demás,
aquella revolución industrial (al igual que la actual informacional)
multiplicó de manera enorme los recursos económicos,
genero posibilidades, aumentó las desigualdades, y transformó
regiones pobres en ricas y ricas en pobres, movió a la gente
del campo a la ciudad y terminó con cuestiones que se creían
inamovibles y abrió lugar a cuestiones impensadas; desde
su aparición se modificó la esencia de la conflictividad
social y la concepción de ciudadanía se modificó
y amplió. Con un costo humano aún no suficientemente
medido, casi dos siglos después de la aparición de
los talleres manchesterianos, el "welfare state",
además de lo obvio (un modelo de ampliación de beneficios
sociales), no fue otra cosa que un esquema de gobernabilidad
política y reasignación de esa nueva riqueza.
Gracias a la construcción social del welfare state,
los Estados Nacionales industriales no sólo superaron una
crisis económica enorme, sino que dieron basamento a un proceso
de legitimación política: desde su construcción
podemos agregar un apéndice adicional a nuestra saga funcional:
Nuevos descubrimientos geográficos, nuevos territorios, nuevas
tecnologías, nuevos actores sociales, Estado-nacional, y
además nueva ciudadanía. Y corresponde entonces una
segunda pregunta: 2) Si desde la aparición del industrialismo,
con su potente re-asignación de roles sociales y territoriales,
con su carga de novedosa conflictividad social, los modelos de gobernabilidad
sobre un fenómeno tan complejo tardaron 150 años en
aparecer, ¿es posible construir el welfare de la "economía
informacional"?, ¿cuánto tiempo nos llevará?
o lo que es más pertinente: ¿re-construiremos nuestro concepto
de ciudadanía, a tenor de las transformaciones en curso?
Lo cierto es
que con la economía informacional no sólo aparecen
nuevas actividades, nuevos actores sociales, nuevas formas de riqueza,
nuevos modos de multiplicar la misma, nuevas valoraciones; también
aparecen y se constituyen "nuevos territorios" o territorialidades
emergentes, que a la vez que reflejan la existencia de nuevos flujos
y centralidades, se exhiben como espacios de conflicto y de posibilidades.
Se trata de un proceso aluvional, sobre el que pretendemos reflexionar
(vale el lugar común) en "tiempo real"; se trata
de lugares en construcción por medio de definiciones infraestructurales,
de movimientos sociales, de apropiaciones simbólicas. Lugares
constituidos muchas veces desde lo político, otras desde
lo económico y también desde lo cultural, que rompen
la lógica de la contigüidad y que "estresan"
las formaciones políticas pre-existentes. Poco a poco cada
vez son más los ejemplos que desde distintas óptica
nos muestran que está cambiando el mundo y cada lugar dentro
de él: micro-regiones informales, enclaves turísticos,
zonas monetarias no-convergentes con alianzas políticas,
ciudades trans-estatales en marcha (Malmoe-Copenhague), la ciudad
global consolidándose, re-valorización de las ciudades
nodo (Atlanta, por ejemplo), revalorización de la visibilidad
como fuente de competitividad, organizaciones supranacionales, territorios
de reserva universal, etc.

Si el territorio
siempre fue un sistema (aún las minúsculas aldeas
medievales lo eran); ahora las redes lo re-sistematizan aún
más con nuevas inclusiones y fragmentaciones, con nuevas
dependencias, con nuevos modos de armar y desarmar vínculos,
con la información como lazo invisible. Como nunca, descubriremos
que heredamos la topografía pero construimos el territorio.
El territorio no es un atavismo ni una fatalidad y podemos hacerlo
inclusivo y sustentable, o no (desde luego que en tal caso estamos
hablando de una lucha política por la apropiación
y la gestión del territorio en un sentido racional del término).
Estamos en un proceso de re-sistematización territorial,
cada vez más se verificará la fuerza de esta nueva
infraestructura interactiva que es Internet y su impacto en la movilidad,
y cada vez más veremos como se transforma nuestra cultura
sedentaria en esta especie de nuevo nomadismo entre lugares distintos
de trabajos, de contacto, de relación. Se trata de que se
ha acelerado de manera increíble un proceso de cambio
paradigmático en la movilidad humana que llevaba siglos
de crecimiento; pero ahora una sumatoria de factores hacen incontenible
el crecimiento de este flujo (que sólo una espiral bélica
que transforme en extremadamente riesgoso la movilidad ó
un salto exuberante del costo de los combustibles podrá detener)
que construye relaciones y define territorios. Se mueven (electrónicamente)
las inversiones, (aceleradamente) los migrantes, los turistas, (cada
vez más) los residentes; y cada vez más, porque cada
vez conocen más (información) y sus movimientos no
son totalmente "a la deriva", porque cada vez hay un "status"
creciente de derechos que protegen su movilidad, porque cada vez
más conocen la lengua de destino, porque cada vez más
pueden comunicarse más, etc., etc. Se va construyendo una
cultura que, en base a la información, ha quitado al movimiento
entre lugares del lugar tabú de las decisiones "in
extremis" y lo esta colocando en el lugar de las decisiones
ordinarias (informarse, prepararse, ir, volver, probar, cambiar,
mantener el movimiento como parte de un nuevo modo de pertenencia,
etc.). ¡Que difícil aparece la gestión del territorio
en tiempos de alta movilidad! La idea misma de lo "local"
se modifica y entra en crisis. Con todo, es una idea que se mantiene
como fuente identitaria, como referencia; tales relaciones "primarias"
tienen sin duda un impacto político y no desaparecen (la
sexualidad, la lengua, el lugar de origen), hasta se manifiestan
más estables que otras relaciones de identidad política
aparentemente más "racionales", como las pertenencias
ideológicas.
Y claramente
son territorios nuevos (aunque siempre hayan existido), porque
su rol es nuevo, porque su significación es nueva, porque
su organización política se esta transformando. Son
territorios que se definen como parte de una red (esa es una lectura
que puede hacerse del texto de Saskia
Sassen
"La Ciudad Global") y como tal prescinden de la contigüidad
y de la identidad común.
En América
Latina, los gobiernos locales que conocemos no pueden (no poseen
herramientas, ni estructura discursiva, ni organización,
etc., y sin todo eso cualquier legitimidad es poca) hacer frente
al fenómeno de las emergencias territoriales y la multiplicación
de los flujos, de difícil gobernabilidad, geometría
variable, relaciones nodales, etc. con todas sus manifestaciones:
ciudades dormitorios, fronteras calientes, metropolitanización,
conurbaciones, deslocalizaciones, etc. No pueden en América
Latina, y con mayor dificultad intentan cosas interesantes en contextos
más favorables, pero igualmente muy difíciles, en
Europa y en Estados Unidos y Canadá.
Se trata de
una impotencia preocupante; todos los niveles de gobierno
deben tomar en sus manos este problema de creciente fragmentación
territorial. En Argentina, por poner el caso que mejor conocemos,
la sumatoria de una organización económica centralista
con las exiguas disponibilidades fiscales de los gobiernos locales
(el 7 % del gasto público consolidado lo ejecutan las tesorerías
de la suma de los más de 2.200 gobiernos locales, exceptuando
la Ciudad de Buenos Aires) hace impotentes a los gobiernos locales;
que además ahora llevan en su mochila la carga de una agenda
pública cada vez más pesada. Con un poco más
de financiamiento, la situación es similar en Méjico
y Brasil. Y además vuelven a aparecer "tensiones territoriales"
que muestran la debilidad del Estado nacional para arbitrar mecanismos
de cohesión territorial (los casos más notables
son Santa Cruz de la Sierra en Bolivia y Guayaquil en Ecuador).
Si nos atrevemos
a conjugar ambas reflexiones, no podemos más que comprobar
el colapso inevitable entre las nuevas tendencias territoriales
crecientes y las posibilidades limitadas de intervención
de gobiernos locales, testigos absortos de procesos de re-localización,
urbanización anárquica y creciente, complejidad de
servicios a brindar, coexistencia espacial de actividades antagónicas
o insustentables, etc. Problemas cada vez más grandes para
gobiernos cuyo "lugar" en la división territorial
del trabajo fue la gestión simplificada de la proximidad
asistencial (higiene urbana, servicios básicos, etc.).
A primera vista,
el diagnóstico parece claro y la receta evidente: fortalecer
los gobiernos locales; lo que en cualquier caso llevará mucho
tiempo, pues no se trata en exclusiva de una cuestión
de recursos; en América Latina no corresponde hablar sólo
de gobiernos locales pobres -que lo son-, sino de gobiernos locales
"limitados", en sus competencias, en sus prácticas,
en su calidad organizativa. Tan es así que tales limitaciones
han ido instalando la idea perversa de que todo lo bueno o lo
malo puede venir de afuera, sin capacidad alguna de construir
poder, soluciones o respuestas locales.
Pero, acaso
no podemos pensar que lo que se está modificando es la matriz
misma del modelo de estatidad. Acaso la visión piramidal
del Estado- Nación no podrá dar lugar a la aparición
(parangonando aquel cambio, tironeado desde el industrialismo) del
estado-red (el politólogo catalán Joan Subirats
habla de gobierno multinivel); y de nuevos modos de gestión
territorial y de distribuciones competenciales y formas de apropiación
de la agenda pública. En tal caso, más que "fortalecer
los gobiernos locales", el desafío es repensar la
estatidad, a la luz de los datos evidentes de una realidad cambiante:
mayor movilidad, mayor información, posibilidades de gestión
asociada en plataformas virtuales, incremento de las posibilidades
de intervención mediadas tecnológicamente y paralelamente
incremento de las posibilidades de control, etc. No es estrictamente
lo mismo que los gobiernos locales dispongan de más recursos
o más competencias (como si eso mágicamente pudiera
suceder sin que nadie lo resista) que pensar en el diseño
articulado de políticas públicas de modo convergente,
haciendo de los espacios políticos locales organizaciones
de mayor funcionalidad y también –porque no decirlo- de mayor
responsabilidad.
No se trata
de una cuestión de ingenua mirada minimalista a favor de
la proximidad, sino de incrementar los niveles de gobernabilidad.
No será posible gobernar los nuevos fenómenos bajo
el viejo paradigma. ¿Es acaso la única opción de los
gobiernos locales (y las sociedades civiles locales) mantener una
parroquiana actitud refractaria frente a cualquier propuesta de
impacto territorial que viene "desde afuera"? Sobre todo,
en tiempos de grandes modificaciones sobre las ideas de "adentro"
y "afuera" (ya hay suficientemente escrito sobre el principio
"no en el fondo de mi casa").

Quizás
una de las únicas alternativas viables para incrementar los
procesos de cohesión territorial (entendiendo por eso las
intervenciones públicas que permiten generar condiciones
de re-equilibrio para evitar asimetrías territoriales con
impacto decisivo en la calidad del ejercicio de la ciudadanía)
sea incrementar la incidencia de esos actores locales sobre las
decisiones; lo que es mucho más que "fortalecer
los gobiernos locales", es cambiar el modo de decidir y pensar
los territorios y sus correlaciones.
Es creciente
el modo de gestión basado en la convergencia funcional
de distintos niveles del Estado (muy común en la Europa
comunitaria; donde es normal que existan programas financiados por
Europa, que se gestionan a nivel de gobiernos locales en procura
de unos estándares pactados y establecidos a nivel de gobierno
estatal), imposibles sin la asistencia de las tecnologías
de información y comunicación. Sencillamente se trata
de que todos los niveles de gobierno inciden sobre todos los
temas de la agenda pública desde distintas funciones
(financiante, diseñador, controlante, etc.). Obviamente,
esta "mecánica" desplaza a la gestión
basada en las divisiones de funciones (al modo taylorista);
donde cada nivel de gobierno "se especializaba" en un
tramo de la agenda pública, conforme a eventuales ventajas
de proximidad (especialización que redujo a los gobiernos
locales a meros limpiadores). La evidencia de un agotamiento (el
viejo modelo) y una emergencia (el nuevo) parecen claros; pero ¿acaso
podrá el Estado Nacional sostener su rol de re-equilibrador
territorial? (o acaso no donde nunca lo cumplió adecuadamente).
La cohesión
territorial será la tarea de mayor criticidad de los Estados
nacionales que pretendan sobrevivir; superada (largamente) la etapa
que los justificaba como mercado de protección de las burguesías
y cada vez menos significativo como fuente de identidad cultural;
el Estado Nacional puede (y debe) sostener su rol de garante
del ejercicio de una ciudadanía relativamente similar
a pesar de las diversidades locales.
A contrario
de las tendencias dominantes, que nos muestran un crecimiento exuberante
de modos de vida indiferenciados y una ciudadanía fragmentada;
sería deseable hacer posible la existencia de modos de
vida diferenciados, que reflejen la riquísima pluralidad
cultural que 10.000 años de vida civilizada nos han legado
y la posibilidad del ejercicio de una ciudadanía más
homogénea. Y ese rol incumplido es suficiente para sostener
al Estado con una tarea justificante.
El sentido último
de intentar modos de organización de la producción,
de organización política, de rescate de valores identitarios
que puedan denominarse "políticas de desarrollo local",
tiene que ver con posibilitar el ejercicio de la ciudadanía
de los más diversos modos.
Los procesos
que hemos denominado de "convergencia funcional" no son
una exclusividad europea (aunque allí es más usual)
y crecen en todos los Estados. Se trata de fenómenos por
demás interesantes, donde los niveles de gobierno cobran
y pierden protagonismo a la luz de nuevos modos de concebir y diseñar
las políticas públicas. La convergencia funcional
opera como un modo de incrementar la eficiencia de gestión,
de incidir sobre las políticas locales sin desplazar el rol
de los gobiernos locales y hasta permite mejorar la comparabilidad
de las acciones públicas. Además, el estado-red, para
funcionar, necesita tratar los espacios locales de modo diferenciado,
porque no existe "el gobierno local" sino una infinita
pluralidad de tradiciones, posibilidades y dificultades que constituyen
los gobiernos locales en su laberinto.
Con todo, existe
un problema funcional: ¿quién esta jugando el rol que jugaron
las burguesías nacionales en la formación de los Estados
Nacionales? ¿Quiénes definen hoy los nuevos territorios?
¿Quiénes estresan las formaciones políticas produciendo
rupturas y agregaciones? Sin agente no habrá modificaciones,
son los agentes los que conforman y se conforman en un sistema.
El agente
emergente es el "management global" que vive
y trabaja conectado todo el día a Internet, que en cualquier
lugar y en cualquier momento (aunque tenga distinta lengua materna)
lee los mismos textos en inglés; cuya referencia en cualquier
ciudad significativa son el aeropuerto y sus frecuencias (conectividad),
el barrio financiero (trabajo), sus lugares de ocio relativamente
similares (con los clichés urbanos, como los pubs irlandeses
de cualquier ciudad que se precie de global), sus modos de consumo
similares, hábitos que se imitan.
El mamagement
global está construyendo una red de información,
de pertenencia y de decisión, con lugares, referencias y
cultura nuevas; quizás en poco tiempo con espacios de arbitraje
y proto-gobierno.
Quizás,
a diferencia de lo que ocurrió con la creación de
los Estados Nacionales (que fueron resistidos por decenas de pueblos
que tenían su lengua, su identidad, su autogobierno; mejores
o peores, pero propios); una Sociedad Civil también de
escala global pueda cuestionar o contribuir a repensar el orden
territorial emergente. Y lo que es más complejo en un mundo
tan "enredado", esa Sociedad Civil y ese Management
global, más allá de roles funcionales, no son
universos mutuamente excluyentes.
La plataforma
cultural sobre la que se mueven las decisiones es contradictoria
y compleja; hay sin dudarlo una disputa ideológica en el
mejor sentido del término, ya no expresada de modo tan elemental
como entre dueños de medios de producción y explotados;
sino entre los que conciben un mundo de ciudadanos constructores
de gobiernos, activos, tolerantes, y quiénes desean un
mundo controlado en exclusivo por el lucro.
Y aquí
el desafío: en tal contexto, también surgirá
una nueva ciudadanía, conflictos vinculados con las nuevas
asignaturas (sin tener aún resueltas las viejas de la ciudadanía
social); una ciudadanía que pondrá en cuestión
temas como las cuestiones de flujo y movilidad, relaciones con Administraciones
"convergentes", inclusión digital, plurilingüismo,
identidad.
Entendemos (nos
adelantamos, por mera especulación) que la cuestión
en juego ya poco tendrá que ver con la autonomía local
y mucho más con pertenecer a redes de decisión;
la ciudadanía se vinculará mucho con la movilidad
(o su imposibilidad) y los espacios de gestión pública
serán crecientemente concertados caso por caso…; quizás
los mapas del futuro reflejen mucho más los flujos que los
stocks, y nuestras ideas sobre cerca y lejos cambien.
La transformación
es una oportunidad y un riesgo; no se trata de mirar modelos, nos
queda la tarea de no repetirnos a nosotros mismos y reconquistar
el mundo para una ciudadanía inclusiva, de ejercicio
pleno (y diverso) en todo lugar.

FJQ
El
autor es Abogado (UBA, 1989), posgraduado en Estudios sobre la Sociedad
Civil (Universidad San Andrés/Di Tella 1997), Máster
en Gestión de Ciudades (Universidad de Barcelona 2003). Fue
Premio Quinto Centenario a los mejores investigadores jóvenes
de América Latina (1992). Actualmente co-dirige el CEDET
(Centro de Estudios del Desarrollo y el Territorio de la Universidad
de San Martín, Buenos Aires) y es Director de Investigaciones
del Centro Tecnológico de Desarrollo Regional "Los Reyunos",
de la Universidad Tecnológica Nacional. Ejerce la cátedra
universitaria y actúa como consultor independiente.
Sobre
la gestión
de los espacios sub-nacionales,
ver también la nota de Artemio Abba en este número
de café
de las ciudades.
Sobre
la ciudadanía contemporánea, ver la Visita
guiada a la Ciudad Global,
entrevista digital a Saskia Sassen, el comentario a La
Ciudad Conquistada,
de Jordi Borja y la nota La
Revolución Urbana,
trascripción de una conferencia del mismo Borja, en los números
10, 15 y 32, respectivamente, de café
de las ciudades.
Sobre
la organización del territorio europeo previa al surgimiento
de los Estados Nacionales, ver el comentario al libro La
Ciudad Medieval,
de Thierry Dutour, en el número 34 de café
de las ciudades.
Bibliografía
Local y Global;
J. Borja. M.Castells; Ed. Taurus; Barcelona 1996.-
La
Ciudad Conquistada;
J. Borja; Ed. Alianza Ensayo; Madrid 2003.-
El Territorio
como Sistema; R. Folch (compilador); Ed. Diputació de Barcelona;
Barcelona Noviembre 2003.-
Leadership and
Innovation in Subnacional Government; Tim Campbell y Harald Fuhr
(comp); World Bank Institute; Washington 2004.-
Política
y Poder en los procesos de Desarrollo; A. Isla y P. Colmegna (comp);
FLACSO; Buenos Aires 2005.-
Federalismo
y Descentralización en grandes ciudades: Buenos Aires en
perspectiva comparada; M. Escobar, G. Badía, S. Frederic;
Ed. Prometeo; Buenos Aires 2004.-
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