N.
de la
R.: Esta nota fue publicada originalmente
en la revista de pensamiento y crítica cultural Isleño Nº
14-15, Madrid (dedicado monográficamente al tema “No-ciudad”).
Fue enviada por el autor como aporte a la discusión urbana
y complemento de su
respuesta a Mario L. Tercco por la nota Terquedad de Norberto Chaves,
publicada en el número 73 de
café
de las ciudades, que a su vez hace referencia al articulo
de Chaves Prioridad
peatón: una promesa con trampa, publicado por
La Nación el pasado 13
de octubre.

La
asignación de sentido al hecho urbano es fruto
de la práctica no concertada y contradictoria de la
totalidad de los actores urbanos en su papel de agentes
simbolizantes espontáneos. Y, en este papel, obran tanto
los habitantes, en el sentido de “residentes”, como todo
“observador” externo. La imagen externa de la ciudad es
un factor dinámico que incide directamente sobre su propia
identidad: en el significado “Venecia” el imaginario externo
tiene un papel tan importante como la autopresentación
de los venecianos y, desde más de cinco siglos, viene incidiendo
directamente sobre dicha autorepresentación.
Esta
democracia en la práctica simbolizadora, deja de ser tal en las intervenciones físicas
de escala urbana. Los
proyectos urbanos reconocen un repertorio muy limitado de
actores, generalmente concertados y en proceso de concentración.
Y dicha centralización progresiva de la intervención urbana
tiene sus orígenes en un proceso de cambios que ha alterado
el propio concepto de ciudad al alterar su modo de vinculación
con el sistema económico.
El
hecho urbano ya no es sólo el espacio en el cual concurren
los distintos actores sociales para materializar su vida
de relación y constituir una comunidad. Ya no es el mero
contenedor y símbolo del intercambio, sino bien
intercambiable él mismo, y esto altera estructuralmente
el concepto de hábitat: la “plaza”, ámbito del mercado,
ha devenido ella misma, mercancía.
Y
ha devenido mercancía no sólo como infraestructura física
sino como puro nudo de flujos. Cuando un mendigo vende su
puesto a otro mendigo no está enajenando “suelo urbano”
sino un punto de contacto con el flujo, una posición privilegiada
dentro de la trama circulatoria. Y ese privilegio no sería
tal si no fuera por la primacía de lo ocasional en el hecho
económico: todo punto
de alto flujo es potencialmente un “convenience
store”: un punto de compra por oportunidad, o sea, por
impulso reflejo ante estímulos.

Esta
mercantilización de lo intangible completa el proceso
de saturación comercial de la sociedad: el dinero deviene
signo común de todo lo real, incluido lo urbano, y el capital,
principio hegemónico. En tanto lo urbano en todas sus dimensiones
es mercancía, el agente urbano esencial es el capital. Todos
los demás actores son, directa o indirectamente, arrendadores
o intermediarios. Esta hegemonía tiene incidencia directa
y visible sobre la vida y la evolución urbana: el
capital modela la ciudad siguiendo las curvas de los índices
de interés.
Y
ese movimiento es el que condiciona los propios contenidos
del cambio urbano y, por tanto, programa las intervenciones
intencionales. Por una suerte de mecanismo homeostático,
el capital se desplaza hacia las zonas cuya evolución espontánea
ha creado las condiciones para un crecimiento del beneficio,
e interviene sobre ellas acelerando el crecimiento de esos
índices; altera así el campo, motivando nuevos cambios espontáneos
que alentarán nuevos desplazamientos financieros.
Las
inversiones en infraestructuras urbanas (circulatorias,
higiénicas, comunicativas, energéticas, etc.) en zonas degradadas
pero de alto interés simbólico y paisajístico (centros históricos)
levantan el valor del suelo urbano, previamente
adquirido a bajo precio por los inversores. Y las inversiones
en reciclaje arquitectónico incrementan el valor final de
los inmuebles y los dirigen a mercados más altos, lo cual
incide directamente en un recambio sociológico de la zona,
con la consiguiente modificación de las actividades y estilos
de vida y de consumo.
El
interés paisajístico propio del área es potenciado por la
creación de nuevos
focos de interés, por sus usos y valores espectaculares
(museos, centros de esparcimiento, de diseño “vanguardista”).
Y la peatonización de las calles,
argumentada como freno al automóvil y mejora de la calidad
de vida, facilita el flujo de personas en calles de interés
comercial y aproxima el cuerpo del consumidor a los puntos
de oferta al impulso.
Ambas
acciones concertadas, al aumentar el flujo, hacen que se
disparen los precios de los potenciales puntos de venta;
lo cual incide en la inmediata expulsión de los propietarios
originales (pequeños comerciantes proveedores del mercado
barrial) que son reemplazados por nuevos comercios dirigidos al flujo, generalmente
“cadenas”.
El
sentido de la metamorfosis acaecida en la zona es nítido:
se ha sustituido un barrio de residentes, que creara orgánicamente
un hábitat adaptado a su cultura, por una zona de flujo:
transeúntes fugaces motivados por el interés espectacular,
escenográfico del área, y por la oferta
de puro consumo simbólico e impulsivo.

La
amplia mayoría de las intervenciones urbanas actuales pueden
legítimamente considerarse como urbanamente superfluas y, en gran parte, nocivas. Se trata de agresiones
autoritarias del capital sobre el hábitat para instrumentarlo
como oportunidad de negocio. La
necesidad de la intervención no está en lo intervenido sino
en los interventores.
En
tanto el capital inmobiliario no es sino capital financiero canalizado hacia
el mercado inmobiliario, no podemos hablar de “actor social”
en sentido clásico: la
hegemonía no la tiene ya una clase social que, a la
antigua usanza, obraría conforme los dictámenes de su peculiar
ideología que, a su vez, legitimaría unos privilegios sociales
y económicos. Una lectura del fenómeno urbano que lo conciba
sólo como resultado o producto de la confrontación-negociación
de intereses de los distintos “actores sociales” deja fuera
la mitad de la realidad. A la nueva
realidad, la “sociología urbana” clásica le queda chica.
Por
encima de ese “drama urbano” interpretado por sujetos colectivos
e individuales reales, otro plano de relaciones sistémicas,
relativamente autónomo del anterior, condiciona la realidad
urbana de un modo directo y conforme otros principios.
Ese
universo es el de los flujos, concepto clave de la sociedad
de masas, de consumo y del espectáculo; categorías todas
ajenas a lo social en sentido clásico
y ajenas, por tanto, a todo “actor”, en sentido clásico.
Más que “actores” se trata de “factores” o “vectores” abstractos,
condicionadores y reproductores
de un sistema mediante un mecanismo de autorregulación,
respecto del cual los
sujetos sociales concretos no son más que operadores.
El
“factor dominante” -que no clase dominante- es el capital
financiero, operado por analistas de mercado a cargo de
su rentabilización. La única “ideología” realmente operante
detrás de las intervenciones urbanas es la que legitima
la dinámica, automática y ciega, del capital, su lógica
elemental: la auto-reproducción. El
derrotero del cambio urbano ya no lo traza una ideología
urbana sino una técnica económica: el marketing de la pulsión. Capital financiero
y consumo masificado son dos rostros del mismo fenómeno
y operan conforme legalidades compatibles y mutuamente potenciadas.
NC
El
autor es experto en estrategias de identidad y comunicación
corporativa, socio de I+C
Consultores. Colabora regularmente como profesor
invitado en escuelas y universidades de Diseño y Arquitectura
y en escuelas de Dirección de Empresas de España, la Argentina, México y Cuba.
Es autor de La imagen corporativa y El oficio de diseñar,
Gustavo Gili, Barcelona.
Ver
el artículo Prioridad
peatón: una promesa con trampa, de Norberto Chaves,
publicado por La Nación el pasado 13
de octubre.
Ver
la nota Terquedad de Norberto
Chaves,
de Mario L. Tercco, publicada
en el número 73 de café
de las ciudades.