
Fuente:
open.salon.com; Harry Knapp
La
guerra asimétrica
hace visibles tanto los límites del poder como los límites
de la guerra. A la vez que conecta
el combate con el espacio urbano, convierte a la propia
ciudad en una tecnología de guerra que obstruye en múltiples
micro-modos el poder de los ejércitos convencionales.
Sin embargo, el encuentro entre un ejército convencional
y una insurgencia armada -el corazón de una guerra asimétrica-
también transforma a ambos combatientes, sean estos un
soldado de los Estados Unidos regalando dulces a los niños
de Bagdad y teniendo que aprender la técnica de la guerra
urbana, o Hamas, una fuerza armada, convirtiéndose en
el proveedor principal de los servicios sociales y educativos en Gaza.
En segundo lugar, la entrada de un ejército convencional
en ciudades previamente divididas, como en el conflicto
chiita-sunita en Irak, genera otra variante de la guerra
urbanizada; donde ambos lados se presentan como fuerzas
armadas no convencionales.
La
urbanización de la guerra evidencia características sumamente
variables. Quisiera distinguir cuatro tipos diferentes,
aunque no necesariamente excluyentes entre si. Uno de
ellos es el encuentro real entre fuerzas convencionales
y no convencionales en terreno urbano, con las ciudades
de Irak pos-2003 como casos prominentes. Un segundo modo
corresponde a la extensión del espacio bélico más allá del propio “teatro de la guerra”,
como podría ser el caso de los atentados en Londres, Madrid,
Bali y otras ciudades luego del lanzamiento de la guerra
contra Irak. Un tercero es la penetración de los conflictos convencionales
del estado en un acto de guerra asimétrica, como los
recientes atentados en Bombay. Y el cuarto corresponde
a la activación de antiguos conflictos por
la guerra asimétrica, evolucionando hacia conflictos armados
entre dos fuerzas no convencionales, como es el caso de
los ya mencionados conflictos chiita-sunitas en Irak (en
otros textos he examinado cómo la guerra civil genera
hoy en día un tipo muy específico de urbanización de la
guerra: mientras el control sobre el territorio se hace
más agudo y desplazante, los refugiados migran a las ciudades
-que, en muchos casos representan el último
refugio).
La
primera parte de este artículo ofrece una breve descripción
de la inseguridad urbana contemporánea como un resultado
general de la
guerra. Luego, examino las particularidades
de dos casos específicos, Bombay y Gaza. Ambos ilustran
las diversas formas de la guerra asimétrica y los grandes
ensambles de territorio, autoridad y derechos dentro de
los cuales ocurren.

Fuente:
telegraph.co.uk
La
obsesión por la seguridad nacional está en el origen de
la inseguridad urbana.
La
búsqueda de la seguridad nacional genera la inseguridad
urbana. La guerra asimétrica (el combate entre un ejército
convencional y unos insurgentes armados) ha puesto a las
ciudades en el mapa de la
guerra. A lo largo del mundo las ciudades
están convirtiéndose en un teatro clave para la guerra
asimétrica, independientemente del lado de la división
en que se posicionen -como aliados o enemigos.
Desde
1998, la mayoría de los ataques asimétricos ha ocurrido en ciudades. Esto
produce un mapa inquietante. El Informe Anual del Departamento
de Estado de los Estados Unidos acerca del Terrorismo
Global nos permite entender que las ciudades son actualmente
el blanco clave para lo que el Informe define como atentados
terroristas -ataques a cargo de combatientes no convencionales.
Esta tendencia comenzó antes de los atentados a Nueva
York y al Pentágono en septiembre de 2001. El Informe
observa que las ciudades registran un 94% de las victimas
y un 61% de las muertes por ataques terroristas entre
1993 y 2000. En la misma época, el número de incidentes
se duplicó y hubo un incremento especialmente notable
después de 1998. En contraste, el secuestro de aviones
registra un porcentaje mayor de destrucción y muertes en los ´80 que
en los ´90. El
acceso a los blancos urbanos es mucho más simple que
el secuestro de aviones o el ataque a instalaciones militares.
El Informe no incluye las acciones convencionales militares en o sobre las ciudades, a las cuales
también considero parte de la urbanización de la guerra.
El
nuevo mapa de la guerra es extenso y se expande más allá
de las naciones realmente involucradas. Los atentados
en Madrid, Londres, Casablanca, Bali, Bombay, Lahore,
Yakarta, etc., son parte de este mapa expansivo. Cada
uno de estos atentados posee sus propias características
y puede ser explicado en términos de objetivos y conflictos
particulares. Como prácticas materiales, estos incidentes
representan acciones localizadas de grupos armados que
operan en forma independiente. Sin embargo, son claramente
parte de una nueva
especie de guerra que transcurre en múltiples sitios
-un conjunto distribuido y variable de acciones que adquiere
un significado más amplio a partir de un conflicto particular
con proyección global.
La
guerra asimétrica encontró una de sus manifestaciones
más profundas en la guerra de los Estados Unidos contra
Irak. El ataque aéreo militar convencional de los Estados
Unidos tardó solamente 6 semanas en destruir el ejército
de Irak y destituir al gobierno. Pero en ese entonces
la guerra asimétrica ya se había afianzado en los sitios
de conflicto, como Bagdad, Mosul, Basora y otras ciudades
de Irak. Y aun no ha cesado desde ese momento. Las guerras
asimétricas son
parciales, intermitentes y carecen de un final claro.
No existe un armisticio para marcar su fin. Esto es una
indicación de que el centro ya no se sostiene, independientemente
de cuál sea su especie -ya sea un poder imperial o el
estado nacional, incluyendo el caso de los países más
poderosos.
La
urbanización forzada
representa otra característica de las guerras contemporáneas,
la cual es particularmente evidente en las áreas menos
desarrolladas. Los conflictos contemporáneos producen
un gran desplazamiento de poblaciones desde y hacia las
ciudades. En muchos casos, como por ejemplo en los conflictos
africanos o en Kosovo, las personas desplazadas engrosan
las poblaciones urbanas. Al mismo tiempo, en
los conflictos contemporáneos los cuerpos militares enfrentados
evitan el combate o la confrontación militar directa,
como ha descripto Mary Kaldor en su trabajo sobre las
nuevas guerras. La estrategia principal es controlar territorio
a través del exterminio de personas de una diferente identidad
(étnica, religiosa o política). La
táctica central es el terror -atrocidades y masacres
muy evidentes que empujan a la gente a huir.
Estas
formas de desplazamiento -de las cuales la limpieza
étnica es la más virulenta- tienen un
impacto profundo sobre el carácter cosmopolita de las
ciudades. Desde hace mucho tiempo, las ciudades poseen
una capacidad única de unir personas de distintas clases,
etnias y religiones a través del comercio, la política
y las prácticas cívicas. Los conflictos contemporáneos
desestabilizan y debilitan esta diversidad cultural de
las ciudades cuando provocan la urbanización forzada o
el desplazamiento interno. Belfast, Bagdad y Mostar corren
el riesgo de convertirse en conjuntos de ghettos urbanos,
lo cual implica grandes problemas para las infraestructuras
y la economía local. Bagdad ha sufrido un proceso profundo
de este tipo de “limpieza”, componente crítico de la (relativa)
“paz” de los últimos dos años.
En
otros trabajos he indagado (para el caso de las ciudades
más grandes) si el equivalente sistémico de esta clase
de “limpieza” podría ser el crecimiento
de la ghettización de los pobres y ricos -aun en distintos
tipos de ghettos. Eso deja a la clase media, la cual es
raramente el grupo más diverso en las ciudades, la tarea
de brindar urbanidad a estas ciudades. El riesgo es que
puedan suplantar
el cosmopolitismo urbano tradicional con estrechas actitudes
defensivas, en un mundo en donde conviven la inseguridad
económica creciente y la impotencia política. Bajo estas
condiciones, el desplazamiento desde el campo hacia los
pueblos o las ciudades también favorece la inseguridad
sobre la riqueza de la diversidad.
Hoy
en día, la urbanización de la guerra es diferente a las
historias pasadas de ciudades en guerra en los tiempos
modernos. En guerras anteriores, como por ejemplo durante
las dos guerras mundiales, los grandes ejércitos necesitaban
grandes espacios abiertos u océanos para encontrarse y
combatir o para llevar a cabo invasiones. Estos espacios
fueron las líneas del frente de guerra. En la II Guerra Mundial
la ciudad entró al teatro de la guerra, no como un sitio
para luchar sino como una tecnología para instalar el
miedo entre la población: la destrucción completa de las ciudades como
un modo de aterrorizar a una nación entera, con Dresden
e Hiroshima como los casos más icónicos.
Aquí
podemos ver una dimensión crítica que nos muestra los
límites de poder y, quizás, el poder de las normas básicas.
Los países con los ejércitos convencionales más poderosos
no pueden correr hoy en día el riesgo de repetir una situación
como la de Dresden (ataque masivo
con bombas convencionales), o la de Hiroshima, con una bomba atómica -sea en Bagdad,
en Gaza o en el valle de Swat. En cambio, se pueden involucrar
en toda clase de actividades, incluyendo violaciones
a la ley: rendición, tortura, asesinatos de líderes
que no les gustan, misiones excesivas de bombardeo en
áreas civiles, etc., en una historia de brutalidad que
no se puede esconder por más tiempo y que aparece como
una escalada de violencia contra las poblaciones
civiles.
Parecen
existir límites, por varias razones que van desde lo simplemente
utilitario hasta el reconocimiento táctico de las normas
fundacionales: podría ser un atisbo de sabiduría, una
creencia honesta en dichas normas, un intercambio de algún
tipo (como por ejemplo el acceso a armamentos o petróleo)
o la mera existencia de una telaraña de limitaciones –una
mezcla de legalidad,
acuerdos recíprocos y la corte global informal de la opinión
pública. Una y otra vez, la historia nos demuestra
los límites de poder(otra razón por la cual una fuerza militar
se autolimita es táctica: algunos teóricos de guerra argumentan
que la fuerza militar superior debe demostrarle a su enemigo
que no ha utilizado la totalidad de su poder). Parecería
que las decisiones unilaterales por parte de los grandes
poderes no son las únicas limitaciones: en un mundo cada
vez más interdependiente, los países más poderosos se
encuentran restringidos por múltiples interdependencias,
una especie de
telaraña que podría ser una función de supervivencia sistémica
en un mundo donde varios países tienen la capacidad de
destruir al planeta (y desde un ángulo más amplio que
el que aquí considero, cuando los grandes poderes fracasan
en su auto-restricción enfrentamos lo que Mearsheimer
denominó la tragedia de los grandes poderes).
Bajo
estas condiciones la ciudad se convierte en una tecnología
para contener los poderes militares convencionales y en
una tecnología de resistencia para las insurgencias armadas.
Los elementos físicos y humanos de la ciudad se presentan
como un obstáculo para los ejércitos convencionales –un
obstáculo vinculado al espacio urbano en sí. ¿Gaza
no habría sido destruida completamente, y no solo en parte,
si no estuviera poblada densamente, si solamente estuviera
ocupada por fábricas, depósitos y oficinas? (este doble
proceso de urbanización de la guerra y militarización
de la vida urbana desestabiliza el significado de lo urbano:
Marcuse escribe que “la
Guerra contra el terrorismo produce una
degradación continua de la calidad de vida en las ciudades estadounidenses,
con cambios visibles en la forma urbana, la pérdida del
uso de los espacios públicos, limitaciones en la libertad
de movimiento dentro y hacia las ciudades, particularmente
para miembros de grupos con piel más oscura, y la declinación
de la participación popular abierta en el planeamiento
gubernamental y en el proceso de la toma de decisiones”;
en segundo lugar, pone en duda el rol de la ciudad como
proveedor de asistencia social. El imperativo de seguridad
implica un cambio en las prioridades políticas, supone un corte o disminución
importante en los presupuestos dedicados a la asistencia
social, la educación, la salud, el desarrollo de infraestructura
y el planeamiento y la regulación económica. A su vez,
estas dos tendencias cuestionan el concepto central de ciudadanía).
A
continuación examinaré dos casos con una extensa historia
de conflicto, pero que representan trayectorias y combinaciones
de elementos marcadamente diferentes. Uno de los casos
es Bombay, que está involucrada en el antiguo conflicto
entre India y Pakistán y que muestra fluctuaciones importantes
en su rol como sitio para la guerra asimétrica. El otro
caso es Gaza, marcado por un conflicto continuamente activo
y abierto con un estado moderno, Israel; una batalla que
eventualmente alimentó un conflicto con otra fuerza asimétrica:
la Autoridad Palestina.
Los dos casos son extremadamente complejos
y están involucrados en combinaciones
muy diversas de territorio, autoridad y derechos,
cada una con dimensiones multi-escalares. Una pregunta
que surge de estos dos casos es si representan alguna
de las formas futuras de la guerra.

Fuente:
indiabuzzing.com
Particularidades
de Bombay
El
atentado de Bombay es digno de atención y distinto a otros
ejemplos de guerra urbana, porque articula un antiguo conflicto regional
convencional entre estados con los mecanismos de un tipo
de guerra urbana no alineado realmente con ningún interés
convencional del Estado. Los atentados de Bombay lograron
arrastrar un conflicto convencional entre estados hacia
el evento específico y momentáneo del ataque. Las pruebas
disponibles hasta el momento indican que los
cerebros del ataque explotaron la preexistencia de un
antiguo conflicto convencional de baja intensidad para
lograr sus propios (y quizás distintos) intereses
(ver por ejemplo las notas de
Ahmed
Rashid en BBC News, Mohsin
Hamid en The Guardian,
Faisal Devji, Landscapes of the Jihad: Militancy, Morality, and Modernity, Ithaca:
Cornell University Press 2005, Veena Das, Mirrors of Violence: Communities, Riots and Survivors, Delhi: Oxford
University Press 1990). Varios
analistas advirtieron que uno de los propósitos de los
ataques era llevar a India y Pakistán a un enfrentamiento
convencional de frontera y de esta forma distraer los
esfuerzos de Pakistán por contener el terrorismo.
En
su artículo Jihad,
fitna, and Muslims in Mumbai, Veena Das profundiza
este análisis, preguntándose si “la nueva forma de guerra”
que estos ataques representan dependen “menos del daño
real a la vida y la propiedad y más de los efectos que buscan generar”. Estos
efectos podrían incluir “disturbios comunales, creciente
sospecha entre musulmanes e hindúes, debilitación de la
capacidad del gobierno recientemente electo de Pakistán
y, en última instancia, una guerra entre la India y Pakistán”. El conjunto
de estos efectos comprende el modo y las implicancias
de la guerra en las ciudades. Mientras tanto, ¿en dónde
encontrar la respuesta más efectiva a estos efectos? Evitando
el discurso de los “estados fallidos y los estados débiles”,
Das se enfoca en cómo “la acción civil logró frustrar
los efectos que seguramente había buscado la violencia
brutal”. Ella explica cómo los ideales cívicos en sus variadas formas
contribuyeron a evitar el intento de exacerbar el conflicto
entre estados. La popular tendencia a caracterizar
los ataques como una guerra sobre la ciudad de Bombay
alimenta esta concepción.
Asimismo,
inmediatamente después de los ataques, Juan Cole instó
en Informed
Comment al Gobierno de la
India a “considerar la asimetría” en
lugar de cometer un error de escala con una sofisticación que solamente pudiera ser sostenida
por el Estado y, por lo tanto, pudiera justificar una
tensión entre estados o una respuesta militar, como la
respuesta estadounidense a los ataques terroristas del
año 2001. Aun ahora, los llamados a alejarse de la respuesta
militar convencional invocan una distinción entre Pakistán
y el posible rol de algunos elementos aislados apoyados
desde el estado, en lugar de admitir que se podría lograr
esta intensidad de violencia sin la intervención de la
autoridad estatal.
Al
mismo tiempo, deberíamos notar cómo los terroristas se
aprovechan de la aprobación tácita del estado o incluso
de la condición segmentada del estado moderno para establecer
su autoridad. El hecho de que los estados “débiles” puedan
albergar infraestructura terrorista dentro de su territorio,
pero por fuera de su autoridad, ha justificado en el pasado
las campañas llamadas “quirúrgicas” o “estratégicas” para
erradicar los campamentos de instrucción y otras instalaciones.
Sin embargo, Bibhu Prasad Routray sostiene en openIndia
que estos campamentos no podrían “ofrecer instalaciones
de entrenamiento para el tipo de operaciones urbanas que
los terroristas realizaron en Bombay” y que estas instalaciones seguramente se localizan
en grandes ciudades como Karachi, “entremezcladas
con las áreas de población civil”. Ahora que los terroristas
están asentados y entrenan intensamente en áreas urbanas,
están fuera del alcance de la guerra convencional y las
estrategias tales como los ataques aéreos resultan tácticamente
inútiles. De esta manera, la ciudad no es solamente un blanco para los
ataques sino también una limitación al ataque militar
convencional.
Faisal
Devji argumenta en The
Immanent Frame que cualquier motivación política
detrás de los ataques, incluso el intento de instigar
un conflicto que desviaría la atención de la frontera
de Afganistán, “constituye un gesto de jugador más que
una especulación política”. Devji agrega que la violencia
expuesta lleva a la violencia política a un nuevo nivel,
que estos “pistoleros” representan una nueva clase de
actores militares. Estos terroristas parecen más bien
contra-terroristas; son “comandos altamente capacitados que se despliegan
rápidamente para tomar control de un sector entero de
la ciudad mediante el uso de armas pequeñas, explosivos
y el movimiento controlado de grupos civiles”. Si bien
lucharon junto a los talibanes y al-Qaeda, han aprendido más de su enemigo que de sus
camaradas, porque su terrorismo se parece más a “una
operación militar que al estilo militar amateur e individualista
de Al-Qaeda” o “la guerra tribal de los talibanes”.
Devji
percibe en todo esto la absorción de una red de terrorismo
internacional por parte de su protector local, que está
completamente obsesionado con las cuestiones locales;
en otras palabras, “lo global ha desaparecido dentro de
lo local para animarlo desde adentro”. Después de todo,
los objetivos del grupo responsable de los ataques no
son “una ventaja militar o política para Pakistán, ni
un califato islámico global” sino una especie de prioridad
local y facciosa para las comunidades musulmanas contra
su opresión local. Este
tipo de programa, como explica Devji, transciende lo político
aun cuando se haya originado en reclamos políticos.
Arvind
Rajagopal añade, también en The
Immanent Frame, que la geografía urbana de
este ataque, así como los atentados en Bombay de 1993,
marca un punto de partida desde “episodios previos de
una violencia más doméstica”: no solamente porque ambos
ataques se concentraron en las áreas ricas en retribución
de la violencia desarrollada hacia los pobres, sino
porque “la violencia en las áreas sin cobertura mediática
fue seguida por la violencia en las partes de la ciudad
más públicas y con mayor atención de los medios”. En verdad,
mientras que la
respuesta usual es aseverar que ese tipo de violencia
“sin sentido” revela los límites de lo “político”, Rajagopal
explica que el
terrorismo y las nuevas tecnologías de publicidad revelan,
aun a través de actos criminales, la presencia de aquellos
a quienes se les niega legalidad. Si los forajidos
alguna vez diseñaron la base de la ley, hoy en día el
desafío que surge es responder, no solamente al terrorista,
sino también al migrante, el “villero” o favelado, el
campesino desplazado y otras víctimas del desarrollo industrial,
y las minorías étnicas y religiosas.
Rajagopoal
enfatiza “una separación cada vez mayor entre la política
y la publicidad” con la que el terrorismo negocia y que
la ley, que atiende solamente a los “visibles”, impone.
Otros autores también han encontrado útiles los ataques
para enmarcar algunas reflexiones importantes acerca de
las condiciones y contradicciones de la democracia hindú
en un contexto global.
Después
de todo, el impacto dramático real de los ataques de Bombay
fue que golpearon
sitios simbólicos de las elites transnacionales y cosmopolitas,
incluyendo dos hoteles de lujo. La elección de estos blancos
no solamente refleja un reconocimiento de cuáles son los
espacios de la ciudad que atraerán la mayor visibilidad,
atención y compasión internacional, sino que también ha
permitido a los medios locales (como argumenta Gnani Sankaran en Open
Space) presentar estos sitios y la sociología
que simbolizan como la cara de la “India”, su futuro orgulloso.
La mayoría de las personas que fueron asesinadas estaban
en la estación de tren de Chhatrapati Shivaji Terminus;
sin embargo, la mayor parte de la atención de los medios
se enfocó en los sitios donde estaban los extranjeros
y los ricos.
Sankaran
afirma que mientras “el hindú medio sigue sin inmutarse
frente al terror” y está acostumbrado a otras formas de
violencia urbana persistente, esto no se aplica a la elite
de la India. Claramente,
la magnitud de
la matanza no es tan notable cuando se la compara con
los números de afectados por los disturbios sectarios
o aun con ataques anteriores del terrorismo. Hasta las
tácticas son familiares, bien conocidas por cualquier
persona que sepa de Lashkar-e-Taiba, una unidad que realiza
estos ataques suicidas frontales ‘fedayines’ (literalmente,
“desafiantes de la muerte”) contra blancos del gobierno
de la India en Kashmir. Sumantra
Bose define al fedayín como una
forma rudimentaria de guerra de “conmoción y pavor”
y observa que sus perpetradores “han llevado “la guerra”
-como ellos la ven- a la elite hindú y a los adinerados
extranjeros occidentales que viven o están de vacaciones
en la ciudad más popular de la
India”. Eso es justamente lo que la inseguridad
urbana representa en las ciudades globales; marca la conexión
importante que tiene con la seguridad y el interés nacional,
en la forma del comercio global y del valor político de
la ciudad que estos sitios representan.
De
manera similar, Arjun Appadurai enfatiza en The
Immanent Frame otras luchas de poder muy locales
que estos ataques exponen, más en sus implicaciones que
en sus intenciones reales (ver
también Appadurai, Fear
of Small Numbers, Durham: Duke University Press, 2006).
Con respecto a esto, comenta que Bombay
es una de las ciudades más militarizadas y vigiladas en
la India.
Aunque
la ciudad es percibida fundamentalmente como un nexo comercial,
alberga el “Western Command of the Indian Navy, que es
con mucho la base más poderosa para los barcos, marinos
y estrategas navales de la
India,” y “el Centro de Investigaciones
Atómicas de Bhabha´ (Bhabha Atomic Research Center) (…)
una parte clave del aparato nuclear hindú”. Además, una
“proporción vasta” de la propiedad inmobiliaria “es controlada
directamente o indirectamente por la
Armada de India, el ejército de India,
la policía de Bombay y otras agencias militares o de seguridad”.
Pero
más allá de la vergüenza que estos ataques representan
para el ejército de la India, Appadurai describe las geografías de poder e identidad que recibió
el ataque en diferentes términos, reflejando la implicación
de la ciudad en otros circuitos y geografías, como “la
lucha entre el nexo comercial/criminal del Océano Índico
y el nexo terrestre que se extiende desde Bombay hasta
Delhi y Kashmir”, “la lucha por el control sobre Bombay
entre los intereses políticos y comerciales ahora ubicados
en Maharashtra y Gujarat” y la lucha más sutil entre el
nacionalismo hindú plebeyo del Norte y Gran Bombay (que
no le importa demasiado a los opulentos del sur de Bombay)
y “la cara más hábil, más orientada al mercado del Partido
Bharatiya Janata, cuyas elites partidarias saben que el
Sur de Bombay es crucial para la mediación entre el capital
global y la India”. Incluso si los perpetradores
no sabían de estas particularidades, éstas surgen como
consecuencias de guerra en una ciudad que tiene su propia
historia e identidad, además de la implicación en las
narrativas globalizadas sobre el terrorismo que amenaza
derrumbar estas cualidades.

Fuente:
htca.us.es
Las
particularidades de Gaza.
Lo
que ocurrió en Gaza es de un orden distinto. En este caso
existe una asimetría. Sin embargo, irónicamente, podría
ser de un tipo considerablemente más avanzado que los
otros casos habitualmente mencionados. Me gustaría explorar
si lo que estamos presenciando es parte de una dinámica emergente más grande,
que posee manifestaciones y valencias normativas infinitamente
diversas. Eso significa percibir a Gaza no solamente en
su condición presente de abuso por parte de su poderoso
vecino, sino también como un momento, una época determinada
en una trayectoria que avanza hacia el futuro.
La asimetría cada vez más aguda que marca la “interacción”
de Israel-Gaza podría identificar un punto de ruptura
en la geometría del período presente.
El
reciente bombardeo unidireccional a Gaza por parte de
Israel fue muy parecido a los ataques unidireccionales
realizados durante seis semanas en Irak en el marco de
la invasión dirigida por los Estados Unidos en 2003. La
guerra asimétrica que siguió en las ciudades iraquíes
una vez que las fuerzas lideradas por los Estados Unidos
se instalaron, no ocurrió completamente en Gaza. Hamas
disparó misiles (en su mayoría ineficaces) hacia poblaciones
civiles, que causaron terror pero no la cantidad de muertes
civiles ni militares que se produjeron en las ciudades
de Irak. Gaza se convirtió en un sitio extremo para el
desarrollo unilateral y la puesta en acto de los instrumentos
de la guerra en un contexto urbano por parte de las fuerzas
militares convencionales de Israel. Es un sitio donde
las fuerzas de Israel pueden experimentar con los modos
de guerra urbana, dado el hecho concreto de la ocupación
y el control sobre la mayoría de los medios de supervivencia
del pueblo de Gaza. En este proceso se
aterroriza a una población entera.
Sin
embargo, Gaza se ha convertido en un sitio que hace visibles
los límites de poder en una condición de superioridad
militar absoluta. Incluso en una situación militar tan
desequilibrada, la fuerza superior puede llegar a un punto
en donde se necesita virar al obstruccionismo más que
“pulverizar· al enemigo. Existen condiciones particulares
que tienen que darse en conjunto para producir estas restricciones
a la fuerza militar, y estas condiciones pueden ser sumamente
variables. En el caso de Israel, no tuvieron la opción
de actuar como en Dresden o Hiroshima, en parte porque
el lanzamiento de sus bombas más poderosas hubiese sido
autodestructivo. Pero también porque Israel está atrapado
en una telaraña de interdependencias internacionales,
ninguna de las cuales podría aisladamente restringir a
un país -estas interdependencias derivan su poder de capacidades
no-militares.
Gaza
es parte de una asimetría tan extrema que ni siquiera
puede acomodarse a los tipos de guerra asimétrica que
hemos visto en ciudades iraquíes una vez comenzada la
ocupación terrestre. En este sentido, no sólo nos demuestra
los límites del poder, sino también los de la guerra. La vulnerabilidad
de Gaza ante los ataques convencionales y el control militar
hace que Hamas sea, cada vez más, el mayor proveedor de
servicios civiles. Al mismo tiempo, Israel no puede usar
su arma más poderosa y es reducida a una fuerza obstructiva,
al detener los alimentos y materiales de construcción
enviados por agencias de ayuda internacionales. Israel
ha destruido miles de hogares, ha bombardeado escuelas,
hospitales y la infraestructura económica, ha realizado
asesinatos de líderes de Hamas, ha arrasado con una vasta
parte del ambiente construido de Gaza, ha atacado las
fuentes de agua y electricidad y desmembrado el territorio.
Ha hecho todo lo que se puede hacer para destruir y desmoralizar
a un pueblo. Aún
así no ha resultado victorioso, de acuerdo a su propia
definición de victoria. Y podemos intuir que esto no es
el fin de Gaza -Gaza no está desapareciendo.
Desde
hace años, los esfuerzos israelíes por desafiar o limitar
la autoridad de Hamas se han basado en tácticas de guerra
convencional (bombardeos, control de fronteras, apoyo
aéreo), y de esta manera han reafirmado y demostrado a
la autoridad israelí como un poder militar. Los objetivos
incluían desafiar explícitamente la idea de que el dominio
de Hamas podía llevar a algún tipo de estabilidad. Glenn
Greenwald argumenta en Salon
que, por lo tanto, el objetivo político era manifiestamente similar
al del terrorismo, un enfoque al que describe como
construido dentro de la estrategia de guerra urbana del
ejército de Israel. Esto parece surgir del propio despliegue
de la guerra urbana convencional en la ciudad, como si
su situación en un escenario urbano le confiriese cualidades
y propósitos similares a los del terrorismo. El espacio
urbano transforma a la agresiva presencia del ejército
convencional en una presencia terrorífica; esto puede
sostenerse incluso cuando su propósito sea mantener la
paz -una proposición
muy dudosa cuando uno de los lados es un actor completamente
armado…
Haroub
observa en Open
Democracy que el
efecto real del “terror” ha sido reafirmar la fe palestina
en la habilidad cotidiana de Hamas de resistir al militarismo
israelí. Esto está construido sobre la naturaleza
asimétrica de la guerra urbana en escenarios urbanos (sobre
estrategias israelíes de guerra urbana asimétrica, pero
fuera de contextos urbanos explícitos, ver Larsen en American
Conservative). En mi opinión, hay una dimensión
temporal en este tipo de guerra urbana que es esencial
para el lado no convencional, en este caso Hamas. Esto
hace legibles los límites de la superioridad militar y
el hecho de que bajo ciertas condiciones la falta de poder
se puede tornar compleja (mi argumento es que necesitamos
abrir la falta de poder a otra variable: en un extremo,
es algo elemental y puede ser entendida simplemente como
la ausencia de poder; pero por otro lado, la falta de
poder se convierte en una condición compleja y por lo
tanto mucho más ambigua: la superioridad militar de Israel
ha hecho legible la complejidad de la “falta de poder”
de Hamas y Gaza en cuanto a que ha hecho al pueblo de
Gaza aun más dependiente de Hamas, más allá de la guerra,
en el día a día). Sobre esta complejidad recae la
posibilidad de construir lo político, de construir la historia. Pero esto
implica una temporalidad mucho más larga que la de la
superioridad militar.
En
general, estas estrategias han sido interpretadas como
un asunto de protección de la soberanía israelí mediante
la disminución de la soberanía de Hamas/Palestina. En
la opinión de Benhabib, representa a Israel buscando “la
seguridad de Westfalia en un mundo post-Westfalia”. Mientras
tanto, la soberanía de Hamas también juega con estas nociones
en su dominio de Gaza, especialmente en cuanto pertenece
al proyecto de una solución de dos estados. Israel interactúa
con esta posibilidad al supervisar, construir e innovar
sus propias instituciones cívicas y municipales y destruir
las de Gaza. Por otro lado, Benhabib describe un programa
israelí para construir invernaderos en Gaza para incentivar
importaciones agrícolas palestinas, y su destrucción por
muchedumbres palestinas. Hay en todo esto una aparente
fusión de las visiones política y militar que puede ser
una de las dinámicas sistémicas de la guerra urbana.
Juan
Cole describe en Informed
Comment a este tipo de guerra como una micro-guerra, para distinguirla de la
macro-guerra convencional. Esboza las estrategias específicas:
vínculos notables
con el apoyo regional, provisión de servicios cívicos/sociales,
exposición mediática. Israel, por el otro lado, busca
desafiar la habilidad de Hamas de apoyar a la población
de Gaza, “negándoles alimentos, combustible, electricidad
y servicios suficientes para un funcionamiento saludable,
con la esperanza de que la gente se ponga en contra de
Hamas”. Pero para lograrlo debe además manejar cuidadosamente
la atención de
los medios de comunicación, una dimensión crucial de la
guerra en las ciudades modernas. En última instancia,
la batalla es por impresionar al público palestino, por
lo que los atractivos/desafíos cívicos y culturales son
de mucha importancia. Esto es diferente a cómo la soberanía
es constituida para el público internacional. Y también
es diferente al rol de los activistas humanitarios/pacifistas:
la “industria de procesos de paz” enfatiza el cambio mediante
mecanismos de “sociedad civil” (tribunales, sanciones)
que desatienden las preocupaciones relacionadas a lo que
realmente debe cambiar en el territorio para que la soberanía
palestina sea posible (ver Kathleen and Bill Christison en Counterpunch).
En otras palabras, un
estado no puede formarse simplemente por medio de un proceso
de paz. Pero las prácticas materiales de soberanía
cívica y social representadas por Hamas y desafiadas por
Israel bien podrían ser un primer paso. Por el otro lado,
el conflicto simétrico y no convencional entre Hamas y
la Autoridad Palestina
es el tipo de conflicto que puede destruir esa posibilidad.

Fuente:
dreamofarlequin.wordpress.com
Fragmentos
de una nueva realidad
La
intensidad y el espesor de estos conflictos (ya sea la
efímera explosión en Bombay o el conflicto prolongado
en Gaza) hacen difícil obtener una comprensión más abstracta,
más lejana de su propio horror. La urbanización de la
guerra y sus consecuencias son parte de una gran descomposición
de los formatos tradicionales y abarcativos, especialmente
el estado-nación y el sistema interestatal. Las consecuencias
de esta descomposición son parciales pero evidentes en
un gran número de dominios, que van más allá de las preguntas
discutidas en este breve texto. Pero también podría explicar
por qué las ciudades están perdiendo su antigua capacidad
de transformar conflictos potenciales en civismo.
Estamos
viendo la multiplicación de un amplio rango de combinaciones
parciales de fragmentos de territorio, autoridad y derechos,
con frecuencia altamente especializados u oscuros, pero
que alguna vez estuvieron firmemente arraigados en marcos
institucionales nacionales e internacionales. Estas combinaciones
ignoran las distinciones binarias de dentro y fuera, nuestro
y vuestro, nacional versus global. Surgen de (y pueden
habitar) escenarios institucionales y territoriales; también
pueden surgir de mixturas de elementos nacionales y globales
y extenderse por el globo en lo que mayoritariamente son
geografías trans-locales
que conectan múltiples espacios subnacionales.
Las
ciudades son un tipo complejo de este ensamblaje y des-ensamblaje.
Tengo la impresión de que las ciudades que se vuelven
parte de un mapa mayor de guerra urbana contribuyen en
formas particularmente nítidas a esta descomposición de
los formatos organizacionales mayores y más abarcativos.
Opino que Gaza logra esto mediante la desestabilización
del poder militar de Israel y el fortalecimiento del rol
civil de Hamas. Paralelamente, los atentados de Bombay
hacen esto visible a través de su puesta en marco de un
conflicto convencional entre estados, aun cuando hayan
sido activados por intereses particulares subnacionales.
Usar
esta lente para observar algunas situaciones actuales
puede abrir unas perspectivas interesantes. Por ejemplo,
podría decirse que Hezbollah ha desarrollado en el Líbano
una combinación específica de territorio, autoridad y
derechos que no puede ser fácilmente reducida a ninguno
de los contenedores tradicionales -estado nación, región
interna controlada por minorías como la región kurda de
Irak, o una región separatista como el País Vasco en España.
De manera similar, los roles emergentes de las grandes
pandillas en ciudades como San Pablo contribuyen a producir y/o fortalecer aquellos tipos de
fractura territorial que el proyecto de construcción del
estado-nación buscaba eliminar o diluir. Además de
sus actividades criminales locales, en la actualidad estas
pandillas dirigen con frecuencia segmentos de redes globales
de tráfico de drogas y armas y, más importante aún, reemplazan
cada vez más al gobierno en funciones como el control
policial, la provisión de servicios y asistencia social,
trabajo y nuevos elementos de derecho y autoridad en las
áreas que controlan.
Veo
en esta proliferación de ensamblajes parciales una
tendencia hacia la disgregación y, en algunos casos,
hacia una reorganización global de las reglas constitutivas
que alguna vez fueron una parte sólida del proyecto de
nación-estado con fuertes tendencias unitarias. Desde
que estos novedosos ensamblajes son parciales y con frecuencia
altamente especializados, tienden a centrarse en utilidades
y propósitos particulares. El carácter normativo de este
paisaje es, en mi opinión, multivalente -en un rango que
va desde muy buenos usos y propósitos hasta otros bastante
malos, dependiendo de cuál sea la posición normativa que
se asuma. Sus apariciones y proliferaciones ocasionan
varias y significativas consecuencias, aunque se trate
de un desarrollo parcial y no abarcativo. Potencialmente,
son profundamente
desestabilizadores con respecto a lo que todavía son los
arreglos institucionales prevalecientes (las naciones-estado
y el sistema supranacional) para gobernar asuntos de paz
y de guerra, para establecer qué reclamos son legítimos
y cuáles no, para reforzar el estado de derecho. Un asunto
diferente es si estos arreglos establecidos son efectivos
en sus propósitos, y si aseguran la justicia. El punto es
que su descomposición llevaría, en parte, a deshacer las
formas establecidas de manejar complejas cuestiones nacionales
e internacionales.
El
paisaje emergente que describo promueve una multiplicación
de diversos marcos espacio-temporales y diversos (mini)órdenes normativos donde alguna
vez la lógica dominante apuntaba a producir una gran unidad
nacional, espacial, temporal y de marcos normativos. Una
imagen sintetizadora que podemos usar para captar estas
dinámicas es el movimiento desde
una articulación centrípeta de estado-nación a una multiplicación
centrífuga de combinaciones particulares especializadas.
Esta proliferación de órdenes especializados se extiende
incluso desde el interior del aparato estatal. Argumento
entonces que ya no podemos hablar de “el” estado, ni por
lo tanto de “el” estado nacional versus “el” orden global.
Hay una nueva forma de segmentación dentro del aparato
estatal, con una rama gubernamental creciente y cada vez
más privatizada, alineada con actores globales específicos,
que no tolera discursos nacionalistas, y un ahuecamiento
de las legislaturas, cuya efectividad está en riesgo de
verse limitada a cuestiones cada vez más escasas y más
domésticas.
Mi
argumento es que estos desarrollos señalan la emergencia
de nuevos tipos de orden que pueden coexistir con otros
más antiguos, como el estado-nación y el sistema interestatal.
Entre estos nuevos tipos de órdenes está la articulación
cada vez más urbana del territorio para un amplio rango
de procesos, desde la guerra hasta el despliegue del capital
corporativo global y el creciente
uso de espacio urbano para realizar demandas políticas.
SS
Traducción:
Hayley Henderson
Saskia
Sassen
es Profesora Robert S. Lynd
de Sociología y miembro del Comité de Pensamiento Global,
Universidad de Columbia. Sus publicaciones recientes incluyen
Territory, Authority,
Rights: From Medieval to Global Assemblages (Princeton
University Press 2008) y A Sociology of Globalization (Norton 2007).
De
y sobre Saskia Sassen, ver también en café
de las ciudades:
Número 86 I Ambiente y Ciudades:
Ciudades
y Naturaleza I La articulación entre dos ecologías.
Por Saskia Sassen
Número 36 | Política de las ciudades (I)
Ciudadanía,
democracia informal y disputas territoriales |
Saskia Sassen y la presencia de lo local en
lo global. |
Federico Lisica
Número 10 | Tendencias
Saskia
Sassen: una visita guiada a la Ciudad Global |
Dispersión, centralidad, nuevos movimientos
políticos, culturas alternativas, y una pregunta: ¿de
quien es la ciudad? | Saskia
Sassen
Número
10 | Tendencias
La
densidad y sus arquitecturas | ¿La necesitamos? Y en tal caso, ¿la única manera es construir en altura?
| Saskia Sassen
Sobre Bombay y la India, ver en café
de las ciudades
la serie Incredible
India, por Laura Wainer.
Sobre
el conflicto en Gaza, ver también la nota Muros
de la vergüenza en el número 14 de café
de las ciudades.
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