Jaume Curbet es Director del Master en Políticas
Públicas de Seguridad de la
UOC,
de cuya Area de Gestión de la Ciudad es integrante. Es Profesor asociado (Estudios
de Criminología, Facultad de Derecho) de la Universitat
de Girona y ha sido Director del Observatorio del Riesgo de
Cataluña y de la revista Seguridad Sostenible. Recientemente
se ha publicado en Barcelona su libro El
rey desnudo, donde analiza los fenómenos contemporáneos
de inseguridad ciudadana y las respuestas que esta recibe
desde el Estado y la Policía. Como advierte Curbet,
“Nunca antes se había
producido una conjunción tan inquietante entre unos
niveles elevados y sostenidos de delincuencia y la cronificación
social de un miedo difuso al delito. Resulta llamativo,
sin embargo, el contraste entre el abundante
ruido (pocos temas reciben tanta atención) y la escasa
reflexión que suscita el fenómeno contemporáneo de la
inseguridad ciudadana. Basta con etiquetar un problema público
como “de seguridad” para que un examen pausado y ecuánime
quede descartado; entonces ya sólo parece factible una acción
rápida y enérgica que, por impulsiva
y desorientada, se verá frecuentemente reducida a una
simple gesticulación incapaz de solucionar el problema y que,
en el peor de los casos, incluso podrá llegar a agravarlo”.
En su análisis, la referencia al celebre cuento del rey y
sus “mágicas” ropas refiere a la colisión entre dos hechos
que caracterizan las décadas recientes: “la
normalización de elevadas tasas de delito y las limitaciones
reconocidas de la justicia penal estatal”.
Para
ampliar estas cuestiones, café
de las ciudades realizó por vía digital
esta entrevista a Curbet, cuyo contenido reproducimos:

cdlc:
¿Podría definir sintéticamente que es lo que
se entiende por “seguridad ciudadana” y sus implicancias respecto
al uso y conformación del espacio público?
JC:
La demanda de protección ante el riesgo
de ser víctima de una agresión delictiva, ya sea contra la
propia persona o bien contra los bienes particulares, se ha
incorporado en un lugar destacado en las agendas públicas
tanto como en las políticas, no sólo en las sociedades más
desarrolladas sino en todo el mundo. Hasta cierto punto, comprensiblemente,
la emergencia de esta reivindicación ciudadana de mayor seguridad
se explica por la explosión, en los últimos treinta años, de la conocida
como “pequeña delincuencia”, es decir los hurtos y los robos,
así como las agresiones personales. Sin embargo, este
hecho constatable no puede explicar
por sí sólo el fenómeno de la inseguridad ciudadana, puesto
que a él se le ha unido un aumento aún mayor de la percepción
de inseguridad. Hasta el punto que la demanda de seguridad
ciudadana se configura en base a la percepción de inseguridad
existente en la opinión pública más que a partir de la realidad
delictiva.
cdlc:
¿Considera que en general los estados contemporáneos
están más preocupados en reafirmar su rol como garantes del
orden público que en garantizar la seguridad ciudadana?
JC:Los
gobiernos, en términos generales, reaccionan esporádicamente
a los brotes de miedo a la delincuencia, en lugar de responder
razonada y razonablemente a la evolución de la delincuencia.
La paradoja está servida: por una parte, se promueven reformas
institucionales y políticas públicas destinadas a superar
los límites evidenciados de la justicia penal y a corresponsabilizar
a la comunidad en el control preventivo del delito (estrategia
comunitaria) y, por la otra, los funcionarios electos -ante
las dificultades para adaptar las políticas públicas a la
incómoda realidad-, frecuentemente reaccionan politizadamente,
ya sea para negar la evidencia y reafirmar el mito estatal
del control exclusivo del delito o bien para reincidir en
las vetustas recetas de “ley y orden”, de resultados electorales tentadores pero de efectos sociales funestos
(populismo punitivo).

Operativo
policial en una plaza del barrio del Raval,
en Barcelona.
cdlc:
¿A que se refiere con la expresión “inseguridad
ontológica”, ocasionada en los efectos negativos de la globalización?
JC:
Las incertidumbres
y las inseguridades globales propias de nuestra era son descomunales (el cambio climático, por
ejemplo) pero difusas
(parece que, de momento, afecta a “otros” o bien todavía no
se manifiesta en sus efectos extremos) y en muchos casos percibidas
localmente como remotas en el tiempo y/o en el espacio. Bien
al contrario, el ladrón o el agresor son figuras perfectamente
identificables, individualizables,
perseguibles, que pueden ser juzgadas y castigadas. Correspondientemente,
un robo o una agresión es un hecho concreto, tangible, visualizable,
registrable, que permite ser contabilizado y tratado estadísticamente.
Qué diferencia, pues, con esta multiplicidad de riesgos difusos,
de los que no podemos tener más que indicios y que, a pesar
de todo o precisamente por ello, se encuentran en el origen
no siempre conciente de la incertidumbre y la inseguridad
contemporáneas. El miedo a la delincuencia parece, pues, inventado
para facilitar la imprescindible
cristalización en un objeto concreto, cercano y visible
de este conjunto de incertidumbres e inseguridades que amenazan
tan gravemente la cohesión social.
cdlc:
¿Por otro lado, estaríamos más inseguros, entre
otras cosas, porque con el avance tecnológico tenemos más
cosas que nos pueden robar?
JC:
En efecto, en la sociedad del riesgo, el notable incremento
de la actividad delictiva, particularmente en sus formas depredativas (hurtos y robos), ha venido acompañando el desarrollo del consumo masivo
de bienes semidurables de alto
valor económico y simbólico (carros, celulares, accesorios
personales, etc.).
cdlc:
¿Hasta que punto la doctrina de la Tolerancia Cero puede
considerarse una evolución de la Teoría de las Ventanas Rotas (con sus connotaciones
de civismo) y hasta que punto la contradice?
JC:
En gran medida, la retórica de la “tolerancia cero” supone
una instrumentalización de la “teoría de las ventanas rotas”;
la cual, en parte debido a ello, ha sido mal comprendida.
La
“teoría de las ventanas rotas” establece que cuando se dejan
acumular en un barrio los signos de desorden social (alcoholismo,
bandas, acoso y violencia en la calle, tráfico de droga) y
los de desorden físico (vandalismo, abandono de los edificios,
acumulación de basuras y escombros), se socavan los mecanismos de control informal, el sentimiento de inseguridad
y la delincuencia aumentan, el mercado de la vivienda se desestabiliza
y todas las familias que tienen los medios para ello tratan
de irse a vivir en otro lugar para escapar
a la estigmatización de una zona que se hunde en una espiral
de desorden.
Ciertamente,
la particularidad que presenta el sentimiento de inseguridad
consiste en que se fundamenta, especialmente, en la proliferación
de pequeños desórdenes, actos de incivismo
y, aún más, en la incapacidad para evitarlos. Se trata de
una sensación de malestar difuso, aunque basado en una realidad:
las incivilidades son
la primera forma visible, y a su vez anónima, de la delincuencia
urbana. A este malestar difuso se le añade la impotencia,
generada por la sensación que estos desórdenes constituyen
un problema sin solución evidente. Sin embargo, una lectura
atenta de la “teoría de las ventanas rotas” permite advertir
que este diagnóstico acerca del aumento de la inseguridad
ciudadana no reduce las causas, en absoluto, a la expansión
de un vandalismo incomprensible que no recibe el castigo adecuado.
Bien al contrario, enfatiza la importancia de la negligencia
en la gestión urbana. Entonces, la responsabilidad inicial
del problema parece recaer en la negligencia, cuando no en
la simple inexistencia, de las políticas públicas requeridas
para garantizar el orden social tanto como el orden físico
en determinados territorios urbanos. Este es el sentido inicial
de la “teoría de las ventanas rotas”, que en
la perspectiva de la “tolerancia cero” pasa a ser reducida
interesadamente a una simple cuestión de “mano dura” policial
indiscriminada contra una amalgama -unas veces irrisoria y
otras inquietante- de diversos comportamientos urbanos conflictivos.
Resulta, pues, imprescindible retomar la intuición inicial
-contenida en la “teoría de las ventanas rotas”- y considerar conjuntamente tanto la extensión del vandalismo como la negligencia
en la gestión urbana. De manera que la mala gestión de
la seguridad urbana, en definitiva, constituye un elemento
clave para comprender debidamente el proceso de producción
de la inseguridad ciudadana.

Lo
viejo y lo nuevo: gárgola medieval y cámara de seguridad en
el casco antiguo de Barcelona.
cdlc:
Menciona en su libro una policía más preocupada
por la resolución de casos espectaculares que por la prevención
de la depreciación en el espacio urbano. ¿Podría desarrollar
este punto?
JC:
Actualmente, la policía se ve confrontada a
la necesidad de hacer frente a la extraordinaria movilidad
de personas (el control de los flujos migratorios y, en especial,
del Tráfico de Seres Humanos), bienes (el creciente tránsito
-legal e ilegal- de mercancías a través de unas fronteras
cada vez más abiertas) y dinero (no sólo el dinero sucio vinculado
al crimen económico y organizado, sino también el procedente
del fraude fiscal o la delincuencia económica), lo cual requiere
una organización centralizada, dotada de un
alto nivel tecnológico y con una importante cooperación en
redes transnacionales. Y, simultáneamente, la inseguridad
ciudadana demanda intensamente respuestas
locales, destinadas a reducir tanto el riesgo real como
el riesgo percibido de victimización, en las que la organización policial necesita
vincularse cooperativamente con la comunidad. Indudablemente,
el primer ámbito resulta claramente más atractivo no sólo
para la propia policía sino también para las autoridades y
los medios de comunicación. La lucha contra una criminalidad
de altos vuelos, en una dimensión crecientemente transnacional,
parece encajar mejor con el anhelo moderno de profesionalización
policial y, a su vez, con una determinada imagen del trabajo
policial -asociado al peligro constante en el enfrentamiento
con criminales poderosos (crimen organizado)- incesantemente
alimentada por los medios de comunicación. Por consiguiente,
la vinculación de la imagen policial a la lucha contra la
gran criminalidad permite sostener, mediante la indudable
visibilidad mediática de las actuaciones reactivas esporádicas
pero espectaculares, la reivindicación constante de mayores dotaciones presupuestarias, de más
poderes de actuación, de mejores condiciones laborales
y de mayores medios tecnológicos. Nada que ver con una concepción
eminentemente proactiva del trabajo
policial basado en la lucha cotidiana contra la pequeña delincuencia,
mediante la vigilancia
disuasiva del espacio público, en contacto constante con la
población con el propósito de atender sus demandas específicas
de seguridad.
cdlc:
Pareciera haber unos discursos muy estructurados
de la derecha y la izquierda respecto a la seguridad (relacionados
respectivamente a los polos prevención-represión que menciona
en su libro). ¿Cuáles son los límites de estas visiones? ¿Ayudan
o son parte del problema? Y en general: ¿a que se debe la
incapacidad de las izquierdas para estructurar un discurso
sostenible y convincente sobre la inseguridad?
JC:
La
cuestión, a mi entender, no puede reducirse al ámbito meramente
político y, por consiguiente, desborda ampliamente el viejo
esquema derecha-izquierda. Resulta fácil advertir una inquietante
coincidencia entre opinión pública, medios de comunicación
y autoridades gubernamentales en el escaso aprecio manifestado
por el análisis de las causas (económicas, sociales, culturales)
que nos informarían sobre el origen de las diversas manifestaciones
delictivas y, por consiguiente, también en la escasa atención
a la necesidad de disponer de indicadores mucho más fiables
que los actuales (predominantemente de origen policial). Lo
cual nos precipita, ineludiblemente, a persistir en políticas
públicas de seguridad ciudadana basadas más en las variaciones,
con frecuencia incomprensibles, de la opinión pública, en
lugar de en un conocimiento fiable y actualizado de la evolución
de la delincuencia. A pesar de conocer sobradamente las limitaciones,
e incluso los costes y las contraindicaciones, de esta conducta
errática, persistimos en esperar a reaccionar en lugar de
anticiparnos preventivamente mediante conductas prudentes
que nos permitan reducir los riesgos de victimización delictiva.

Industria
de la inseguridad y publicidad discriminatoria en la
Argentina:
un “delicuente” asociado al estereotipo
del “cabecita negra”
embiste sin éxito contra una puerta marca “Pentágono”.
cdlc:
Por un lado, lo que usted denomina “burbujas
de seguridad” en el espacio urbano o en sus periferias; por
otro lado, una próspera industria de la inseguridad. ¿No es
previsible que esta concentración de intereses económicos
acentúe los problemas de inseguridad?
JC:
Eso es exactamente lo que ocurre. La búsqueda individual de seguridad
en el mercado de consumo masivo y compulsivo no pretende tanto
satisfacer una necesidad real -obtener un nivel razonable
de protección- como alimentar un deseo -ahuyentar el miedo.
Esta prioridad acordada al consumo
de sensación de seguridad en detrimento de una seguridad efectiva
y, por ello, a la persecución
de una solución individual a un problema colectivo permite
explicar la expansión prodigiosa, en los ámbitos económico
y político, del comercio de la seguridad y de la política
del miedo respectivamente. Paradójicamente, el éxito indiscutible
de ambas formas de explotar el temor ajeno constituye la expresión
más clara del fracaso de esta estrategia de seguridad: es
decir, cuanto mayor es la percepción de inseguridad más medidas
de seguridad se adoptan que, a su vez, aumentan la inseguridad
y así sucesivamente. Esta supuesta estrategia
de seguridad constituye, por tanto, una auténtica contradicción
en los términos; dado que, cuanto
más esfuerzo por lograr una seguridad individual de uso exclusivo,
mayor tensión, mayor conflicto y confrontación con los demás
que compiten, en un espacio común, por lograr la misma quimera
y, por consiguiente, mayor inseguridad para todos: es decir,
un hormiguero enloquecido. De manera que la persistencia insensata en este despropósito
termina convirtiéndola en parte del problema en lugar de la
solución.
Entrevista: MC
El rey desnudo - La gobernabilidad de la seguridad ciudadana, Jaume Curbet, Editorial
UOC, Barcelona, 2009, 174 pags. de 12 x 17,5 cm. ISBN: 978-84-9788-841-7
Sobre seguridad ciudadana, ver también en café
de las ciudades:
Número 26 | Política de las ciudades
La
inseguridad ciudadana en la comunidad andina | Políticas
contra la violencia en América Latina. | Fernando
Carrión
Número 79 | Política de las ciudades (I)
El
Muro de La Horqueta
| Inseguridad urbana y políticas socio-territoriales
en la Argentina
| Por Carmelo Ricot y Lucila
Martínez A.