
1
- “Para que no se nos vayan los chicos”
Hasta
mediados del siglo XX, aproximadamente, las oportunidades
educativas de nivel medio en la extensa y despoblada Patagonia
eran muy escasas; por ello los pocos establecimientos educativos
existentes siempre quedaban
a grandes distancias de la mayoría de sus pueblos y
parajes.
La
única oferta educativa con salida laboral inmediata la proveían
las contadas escuelas normales para maestros (de nivel medio
por entonces), habitualmente pobladas de mujeres. Los bachilleratos,
también escasos, no tenían continuidad con estudios superiores
en la región, salvo muy acotadamente desde 1943 en Comodoro
Rivadavia, provincia de Chubut, un lugar demasiado lejos
de todas partes dentro mismo de la Patagonia.
Las
escuelas comerciales
nocturnas aparecieron poco antes de 1960, siendo muy
demandadas por quienes
no habían cursado estudios de nivel medio tras su egreso
del nivel primario, es decir, principalmente por adultos
de todas las edades. En ese caso la salida laboral estaba
en las actividades empresariales, comerciales, bancarias,
etc., habida cuenta de una gran desigualdad entre las diversas
zonas patagónicas, a tenor de sus respectivos recursos económicos
y de las políticas públicas por entonces existentes.
A
mediados de la década del ´60 se crearon en las respectivas
provincias las escuelas de policía -de nivel terciario-
para cursar la carrera correspondiente en grado de oficiales.
En esos años la Patagonia experimentó un crecimiento demográfico lento pero sostenido,
aunque desigual según las zonas por las razones más arriba
mencionadas y por la llegada de trabajadores y técnicos
de afuera de la región, pero cuya permanencia solía ser
estacional y transitoria.
En
consecuencia, aumentaba la demanda de nuevos establecimientos
educativos en la región, destinados a la formación de bachilleres,
peritos mercantiles y maestros. Pero la creación efectiva
de los mismos por los gobiernos nacionales y provinciales
seguía siendo insuficiente; entretanto, los colegios de internado
de la organización salesiana en la Patagonia trabajaban
al máximo.
Con
todo, la necesidad de respuestas concretas estaba plenamente
instalada en todas partes. Gobiernos provinciales, territoriales
y municipales, además de instituciones y dirigentes empresariales,
por un lado, y el resto de los pobladores, por el otro,
manifestaban su preocupación ante el problema y sostenían
que “hay que hacer
algo para que no se nos vayan los chicos”. Por cierto,
Patagonia estaba tan despoblada que todos eran imprescindibles,
de modo que se comprende la preocupación -complementaria
de la educativa- de retener a la juventud en la región.
Entretanto
la vida económica, social, cultural y política se desarrollaba
cada vez más en ciertos lugares y un tanto menos en otros.
A contrapelo, buena parte de los jóvenes egresados de la
enseñanza media emigraban a Buenos Aires, La Plata o Córdoba,
principales centros universitarios de entonces, así como
también a Bahía Blanca, Santa Fe, Rosario, Tucumán, Mendoza,
etc., en función de sus intereses vocacionales universitarios.
Por cierto, en todas esas ciudades confluían estudiantes
del resto de Argentina y del exterior.

Mientras
tanto, las autoridades patagónicas comenzaron a dar respuestas
compensatorias al problema de fondo, que era la carencia
de universidades locales, así como de oportunidades educativas
de nivel terciario no universitario. Así, gobiernos
provinciales y algunos municipales otorgaron becas mensuales
en dinero a aquellos estudiantes que se trasladaban
a las universidades antes mencionadas.
Año
tras año crecía el número de éstos, así como también el
de los graduados de derecho, medicina, ingeniería, arquitectura,
contaduría y otras profesiones que retornaban tras su titulación.
No obstante, aquella diáspora inicialmente provisoria tenía
siempre el riesgo potencial de que algunos jóvenes no regresaran
debido a la atracción que ejercía la gran diferencia de
calidad de vida entre la región y las grandes ciudades universitarias
extra patagónicas.
En
los años ´60 apareció la Universidad Nacional de la Patagonia, muy importante en la zona de
influencia de Comodoro Rivadavia, pero inaccesible para
los estudiantes de Santa Cruz, del Territorio Nacional de
Tierra del Fuego, de Río Negro y de Neuquén; éstas dos últimas
comunicadas más fácilmente por ferrocarril con las ciudades
universitarias antes mencionadas.
Contemporáneamente,
los planteos del
desarrollismo aportaban nuevos estímulos al fomento cultural,
educativo y turístico ligado al crecimiento económico,
como lo reflejaba la flamante propuesta de regionalización
de las provincias de Río Negro y Neuquén bajo el nombre
de “Región del Comahue”, concebida como un futuro “polo
de desarrollo”.
Esa
perspectiva del gobierno provincial llevó a la fundación
en 1964 de la Universidad de Neuquén, transformada en 1972
en Universidad Nacional del Comahue, la cual
representó un inmediato gran adelanto para ambas provincias
norpatagónicas que proveían el grueso de su alumnado (seguidas
por la zona sur de la provincia de Mendoza) cuando ellos
no podían trasladarse, o no querían alejarse, o no podían
elegir las carreras
más buscadas por entonces, las famosas carreras liberales
que los obligaran a marchar fuera de la región.
Desde
1965 el gobierno provincial rionegrino creó residencias universitarias de varones
en Buenos Aires, La Plata y Bahía Blanca -cerradas en la
década siguiente- que representaron una gran ayuda social
para estudiantes de bajos recursos económicos.
Entre
tanto, las principales municipalidades continuaron ofreciendo
becas en dinero. Para su adjudicación se priorizaba la elección
de carreras vinculadas al desarrollo económico regional,
pero había flexibilidad para salvar esa exigencia cuando
el historial de calificaciones de los aspirantes demostraba
su capacidad y contracción al estudio. Y este criterio funcionaba como una cláusula que jamás se violaba ni relajaba.
El
fuerte crecimiento estudiantil en todo el país durante esa
década y la siguiente motivó la creación de nuevas residencias
universitarias por provincias (algunas ya existían desde
la década de 1940) en las principales ciudades universitarias
de todo el país, por parte de gobiernos provinciales y municipales
extra patagónicos. Este fenómeno fue muy notorio en la ciudad
de La Plata, donde también se instalaron muchas residencias
en casas compradas o alquiladas por municipalidades bonaerenses
y administradas por los centros universitarios respectivos.
Asimismo,
en todas las universidades se creaban en esos años ´60 comedores
universitarios con precios muy bajos para el servicio
de almuerzo y cena de lunes a sábados.
Hasta
principios de los ´70, la gravitación de variables como
el prestigio académico de una universidad, de una facultad
o de una profesión condicionaba fuertemente las elecciones
estudiantiles en Argentina.
Se
agregaban consideraciones económicas, como en el caso de
miles de estudiantes sudamericanos y centroamericanos que
no podían solventar sus estudios en las universidades de
sus países, por lo cual se trasladaban a México, España
o la Argentina aprovechando el cambio favorable para ellos
de sus monedas de origen, tal como lo venían practicando
crecientemente desde la década de 1940. A comienzos de la
década de 1970 existía una colonia de aproximadamente 10.000
estudiantes peruanos en las universidades de La Plata y
Córdoba, las mismas en las que se habían formado en el pasado
famosos hombres públicos latinoamericanos. Simultáneamente
miles de estudiantes
de toda América latina estudiaban en ésas y otras universidades
argentinas.
Ciertamente,
hasta entrada la década del ‘70 las universidades públicas
argentinas tuvieron mucho prestigio. Los halagos prometidos
a la titulación eran valores apetecidos por estudiantes
y familiares, tanto que existía de hecho un ranking
de universidades basado en el prestigio y las ventajas
y beneficios de las respectivas carreras universitarias,
el cual gozaba de apreciable consenso.
Durante
la dictadura militar llamada “Revolución Argentina” (1966-1973)
se aplicó el Plan Taquini de Reestructuración de la Educación
Universitaria, vertebrado por el Plan Nacional de Desarrollo
y Seguridad 1971-1975 (Ley 19.039 de 1971), por el cual
se crearon rápidamente numerosas universidades, la mayoría en capitales
provinciales. Pero las expectativas de descongestión estudiantil de las grandes ciudades y de desarrollo
industrial no se lograron, ya que la conflictividad política
general se agravó en las viejas universidades y se instaló
en las nuevas hasta que llegó la paz de los cementerios (1976-1983).
Luego,
en la década de los ´80 y especialmente en la de los ´90
se crearon nuevas universidades, especialmente
en el conurbano bonaerense; impulso que continuó hasta
la primera década del siglo XXI, en particular con la creación
en 2008 de la Universidad Nacional de Río Negro. Simultáneamente y desde la década
de 1990 aparecieron ofertas
de nivel terciario y universitarias, tanto públicas como
privadas, en todo el país, incluso en Patagonia.
Desde
el retorno a la vida democrática se expandieron y profundizaron todos los sistemas de ayuda económica en
las universidades patagónicas: becas de dinero, de transporte,
residencias universitarias, comedores estudiantiles, becas
de libros y fotocopias, etc.
Finalmente,
ya desde el nuevo milenio se puede contar con la posibilidad
de estudiar en la región casi todas las carreras universitarias
de alta demanda.

Desde
la década de los ´90 y por el juego de muchas variables,
especialmente políticas, la
mayoría de las universidades agudizaron la crisis que las
atravesaba desde décadas anteriores, resintiéndose en
general la calidad de la enseñanza, en tanto aparecían en
competencia algunas ofertas académicas muy endebles y de
muy baja calidad.
A
la aguda problemática del sector estudiantil se agrega una abismal desvinculación entre las universidades
como instancia superior de conocimiento, de investigación
científica y de aplicación tecnológica, por un lado, con
las necesidades del desarrollo de la sociedad en su conjunto
y de las diversas fracciones sociales y económicas, así
como también con las demandas regionales específicas; necesidades
que hoy se hallan reducidas en muchos casos a declaraciones
meramente testimoniales de la agenda gubernamental en lugar
de ser fines y políticas de Estado seriamente buscadas.
En
consecuencia, prestigio -y niveles altos de calidad académica-
junto con ofertas de carreras vinculadas con la producción
regional y zonal serán siempre factores esenciales para
el atractivo y la eficacia de cualquier universidad.
Por
todo lo dicho, vale desear que cualquier universidad nueva,
además de las ya existentes, no sólo en Patagonia sino en
la Argentina, teniendo en cuenta el derecho humano a la
educación, implemente ofertas de carreras atractivas, necesarias
y sustentables, de altos standares de calidad y simultáneamente
apoye los talentos y los esfuerzos de sus estudiantes creando
diversos y eficaces medios de ayuda social en su área de
influencia.
Ciertamente,
Patagonia ha sido la región más olvidada y desincentivada
de todo el país hasta hace muy pocos años, con lo cual se
comprenderá cómo la escasez de rutas y caminos y la ausencia
del ferrocarril en la mayor parte de su superficie, justo
cuando más eran necesarias permiten comprender cómo las
grandes distancias, las condiciones inclementes del clima,
la falta de fuentes de trabajo, y la carencia de oportunidades
educativas importantes agravaron las razones de su todavía
escasa densidad demográfica. Por ello, población
y desarrollo educacional en Patagonia fueron durante mucho
tiempo dos variantes estrechamente relacionadas y mutuamente
dependientes.
En
general, las oportunidades educativas permitían retener
población, evitando que migrara en busca de lo que la región
no le proporcionaba. A la vez constituían alicientes y beneficios
para quienes por razones de trabajo debían o deseaban migrar
a ella desde lugares con superiores niveles de desarrollo.
Retentiva
y atracción, pues, fueron de la mano durante mucho tiempo,
es decir, se legitimaban con toda naturalidad en función
de los beneficios que mutuamente producían. Tanto que fue
muy conocido el hecho de que en establecimientos de enseñanza
terciaria y universitaria con pocos alumnos, y por consiguiente
con riesgos de discontinuidad, se recurriera frecuentemente
a crear una supuesta demanda haciendo inscribir figuradamente
en calidad de alumnos, para cada nuevo ciclo lectivo, a
todo el mundo, como colaboración con la comunidad local,
para que “la carrera no se levante”…
Hasta
aquí, pues, estas consideraciones que esclarecen el significado
y sentido que por entonces se reconocía a la expresión “para que no se nos vayan los chicos”.
2
- Los cambios de sentido
Pues
bien, en el contexto descripto cobran sentido las preocupaciones y las acciones realizadas en otros tiempos
para retener a la juventud en los centros poblados patagónicos.
Por extensión, este entendimiento sería probablemente similar
en cualquier otra región que hubiéramos tomado para el análisis
y que estuviera caracterizada por aquellas condiciones de
lejanía, carencia de infraestructura vial y de servicios
estudiantiles, grandes distancias y por consiguiente mayores
gastos de transporte, carencia de oportunidades educativas
de nivel superior por su poca población, etc.
Con
todo, dicho cuadro
pertenece al pasado. Hoy la situación es otra en Patagonia:
el número de universidades ha aumentado notablemente; universidades
extra patagónicas se han relocalizado en la región manteniendo
sus sedes centrales; otras han descentralizado sus unidades
académicas; varias han implementado servicios de educación
a distancia; nuevas universidades se prometen en la región
para los próximos años y la oferta educativa total es muy
amplia.
Si
se agrega el desarrollo de mejores condiciones de vida y
una creciente inversión pública y privada en educación y
en ayuda social a estudiantes se plantea un panorama mucho
más alentador para la juventud que desea realizar estudios
superiores. Por otra parte, la sociedad se ha democratizado mucho más que como estaba en las décadas
del ´50, del ´60 y del ´70 (ello no significa desconocer
los problemas sociales de Argentina, tanto estructurales
como coyunturales).
Hoy
existe una mayor conciencia de los derechos humanos tanto
como del derecho y el deber de la participación política.
También los avances tecnológicos han convertido las distancias
en anécdotas (aunque desgraciadamente esta afirmación no
es aplicable al interior de
Patagonia, sino en relación con su exterior) y la
cultura audiovisual ha democratizado la sensación de igualdad
y de pertenencia a la
nación, haciendo sentir sobre todo a los jóvenes de los
estamentos sociales bajos que el
mundo ya no es tan ancho y ajeno como antes, que está
al alcance de los sueños y que vale la pena intentar conocerlo
yendo hacia él.
Ciertamente,
en Patagonia y en otras regiones del país las ofertas recreativas,
educativas y culturales no han beneficiado parejamente a
las poblaciones sino preferentemente a las de mayor número
de habitantes. Razones de escala y de costo-beneficio determinan
necesariamente que las localizaciones no puedan prescindir
de considerar la
viabilidad económica de cualquier pretensión o requerimiento
en tal sentido.
Y
es ahí, en esos pequeños lugares que carecen de ofertas
educativas suficientes, donde todavía se puede escuchar
a algunas personas diciendo con preocupación que hay que
hacer algo para revertir esa situación y “para que no se nos vayan los chicos”. La
misma expresión que hemos comentado anteriormente, que se
escuchaba ya medio siglo atrás -se sabe, incluso, que es
mucho más vieja- referida a la escala regional patagónica,
a las provinciales, zonales y locales. Y que, como ya dimos
cuenta, tenía mucha razón de ser.
Pero
hoy ya no la tiene, ni siquiera en las zonas apartadas y
pequeñas que mencioné hace un momento. Y por las mismas
razones que invoqué para decir que el mundo actual es muy
diferente. Muchísimo menos razón tiene en las grandes áreas
pobladas, ya sea en Patagonia como en cualquier otra región
o zona del país.
Hoy
el espacio virtual somete al espacio geográfico y establece
condiciones impensadas otrora. Por ejemplo, hoy es posible
comunicarse al instante por Internet con una, diez o cien
universidades nacionales o extranjeras y decidir llevar
a cabo estudios de postgrado o doctorales en los principales
centros académicos del mundo. Además, la atención hacia
los interesados ha cambiado diametralmente: en los ´60 y
´70 las universidades expulsaban estudiantes por diversas
razones que no viene al caso analizar; en cambio hoy compiten entre ellas por atraerlos,
esmerándose también por ayudarlos económicamente durante
sus estudios.
Por
todo lo anterior debería tenerse en cuenta que aquella expresión habitualmente
nacida del amor intergeneracional y familiar, además de
ser objetable actualmente
tiene connotaciones que bien pueden ser consideradas como injustas y discriminadoras. Claro que en boca de personas adultas
de lugares generalmente pequeños y que no han tenido fortuna
a la hora del reparto de ofertas educativas de nivel superior,
esa expresión resulta comprensible además de dolorosa.
Piénsese
en las poblaciones rurales de Patagonia o de cualquier otro
lugar de Argentina, donde suele ponerse en riesgo la continuidad
del oficio familiar o paterno, o de las actividades tradicionales
de los mayores por la influencia y la atracción que ejerce
sobre los jóvenes la cultura audiovisual, especialmente
por la televisión y la telefonía inalámbrica, las que no
sólo reducen las distancias en estos tiempos de Globalización,
sino que además le quitan gravedad y majestad a lo
otro, a lo de más allá, y a aquello que antes se miraba
con respeto o con resentimiento desde los sectores sociales
mayoritarios cuando se tenía el convencimiento de que eso
pertenecía a otro mundo, un mundo lejano e inaccesible.
Pues
bien, aquella expresión en boca de los protagonistas básicos
de la vida social, en la inhóspita Patagonia de antaño,
poseía sin duda una clara cuota de paternalismo, pero éste
no ofendía ni humillaba pues en general era fruto del amor
de los mayores a sus descendientes y no un disfraz de la
explotación social en cualquiera de sus formas.
Hoy,
en cambio, esa misma
expresión puede dejar de ser simplemente una expresión paternalista
para convertirse en un mecanismo de encubrimiento de esa
explotación social, y no sólo en Patagonia sino en cualquier
provincia o región de características agropecuarias. Por
ejemplo, cuando algunos
patrones actuales necesitan contar con mano de obra barata
en sus campos, siendo que cada vez más se hace más difícil
retenerla en ciertas zonas por la rusticidad de la vida
cotidiana; por las malas condiciones de sanidad y ambientales;
por la escasez de las remuneraciones; por la falta de servicios
educativos y de salud en las cercanías; por la ausencia
de formas organizadas de protección laboral para los peones
así como de ayuda social; y hasta por el tono rutinario
y monocorde de la vida cotidiana.
En
esos casos, hoy las soluciones para unos no son soluciones
para los otros. Los patrones hoy piensan en soluciones de
gestión corporativa, y entre ellas suele figurar la de crear
carreras técnicas para capacitar y dar salida laboral inmediata
a los jóvenes requeridos para el trabajo en las actividades
primarias. Aunque
las distancias y la poca población rural no permitan su
implementación desde una racionalidad administrativa
y económica.
Esa
expresiones realmente paternalistas son similares a los
que llevaron a las clases con poder económico, a comienzos
del siglo XX, a impulsar la creación de las escuelas técnicas
para desviar el creciente y para ellas peligroso ascenso
social de los hijos de inmigrantes mediante el recurso de
llegar a la universidad, aunque tan sólo fuera a las carreras
de humanidades. Y en ambos ejemplos el resultado era la
discriminación entre ricos y pobres.
Piénsese
en estas prácticas hoy, en relación con pobladores indígenas
de vida comunitaria en cualquier lugar del país, y se podrá
comprender cómo en boca de patrones la expresión puede resultar
altamente sospechosa.También piénsese en relación con ciudades
patagónicas que, como en el alto Valle del Río Negro, son
relativamente pequeñas en cuanto a número de habitantes,
pero que por su gran cercanía constituyen el embrión de
una gran ciudad lineal en un futuro relativamente cercano.
También
tengamos en cuenta que en ellas, junto a la población netamente
rural existe otra población
urbana de gran movilidad social, constituida por empleados
públicos, docentes, bancarios, empleados de comercio, cuentapropistas,
etc., pertenecientes a los antiguamente considerados estratos
altos de la clase baja y bajos de la clase media.
Estos
pobladores cuentan con ventajas, oportunidades y comodidades
que cada día les resultan más accesibles. Pues bien, por
más que no sean integrantes de las élites económicas cabe
preguntarse por qué razón deberían aprobar hoy un pensamiento
que, aún bajo la apariencia de fomento al poblamiento y
la educación en el lugar donde se vive, entraña una disociación
entre el poder económico y las expectativas ante la vida,
especialmente en lo que hace a cuestiones tan complejas
como la calidad de ésta y la experiencia de perseguir el
bien vivir y eso desconocido o mal conocido que suele llamarse
felicidad.
¿Acaso
por ser técnica o putativamente “pobres” ciertos seres humanos
deben abstenerse de explorar y experimentar el desarraigo voluntario,cuando aquellos
que corresponden al emblemático mundo de los “ricos” pueden
soñar hasta con los viajes espaciales sin que nadie se enoje
por ello?
Si
en aquellas décadas antes mencionadas hasta los hijos de
obreros iban a las mejores universidades, por cierto haciendo
toda clase de sacrificios familiares y esfuerzos personales,
y buscando ayuda por donde fuera, ¡cómo no van a poder marcharse
tras sus sueños los jóvenes pobladores de parajes inhóspitos,
siendo como ya hemos dicho, que hoy existen muchas más oportunidades
y ayudas económicas que antes!
Esa
atracción antes comentada que ejercían ciertas universidades
importantes en estudiantes
de sectores sociales bajos y medios con impedimentos económicos
en general superiores a los actuales, pero que eran paliados
mediante diversas formas de ayuda oficial, demuestra que
no es la cercanía ni sus beneficios económicos un factor inexorable de
retención de la juventud en sus zonas de origen cuando
las ofertas académicas locales no están diversificadas,
no cuentan con prestigio académico, o no existe ayuda económica
variada ni suficiente. Más aún, ni siquiera cuando estas
tres variables se hallan efectivamente atendidas.
Como
vemos, la mera idea de “retener” mediante oportunidades
de estudio y trabajo a un joven de cualquier lugar constituye
un potencialmente eficaz recurso de política demográfica,
pero actualmente un matiz negativo en tanto desestimula
el conocimiento de lo que se halla distante o directamente
lejos.
Me
refiero a la actitud de diálogo, de curiosidad, de deseo
de conocimiento, deseables como valores de un hombre de
la era actual en la que el derecho y la ética han realizado
avances innegables, igual que lo ha hecho el sistema democrático
en consonancia con los avances científicos y tecnológicos,
y todo eso junto ha facilitado en múltiples sentidos las comunicaciones y las interacciones humanas.
Recuerdo
que en tiempos de la América hispana algunos jóvenes de
familias ricas eran enviados a España para continuar estudios
superiores, universitarios o militares por lo general, lo
cual significaba arrostrar innumerables dificultades y peligros,
reales y potenciales, amén de largos años de separación
familiar.
Si
estos ejemplos eran excepcionales entonces, hoy ya no existe
la excepcionalidad. Hoy abundan ejemplos de estudiantes
que han ido largos años a estudiar a países de los cuales
hasta desconocían totalmente el idioma y sin embargo les
ha ido muy bien, como el de algún joven rionegrino que fue
a estudiar la carrera de ingeniería a la Universidad de
San Petersburgo gracias a obtener una beca de estudios del
gobierno ruso. Pues bien, un rasgo de la cultura actual
es -y creo que debe continuar siéndolo- el estimular los contactos y los intercambios
de todo tipo entre todos los pueblos de la tierra.

Además
de las razones precedentes, creo que la idea de retención,
inclusive la de arraigo, tan vinculada con ella y ponderada
desde el punto de vista del derecho a la cultura y a la
identidad, pero especialmente a la estabilidad laboral,
puede resultar discriminatoria al obstaculizar o desviar
indirectamente la posibilidad de la autorrevelación y la
asunción de la dimensión genérica y universal que todos
los humanos poseen y a la que tienen derecho a desarrollar,
y para lo cual constituye una vía adecuada el viajar, conocer y trabajar en otros lugares
siendo jóvenes, para darse un baño de mundo y sociabilidad
con el prójimo distante, y para abandonar el lastre de las
anteojeras cuando ellas impiden mirar, facilitando así la
maduración psicológica y el crecimiento intelectual, social,
moral y cultural.
Dicho
de otro modo, cuando un ser humano no tiene esa posibilidad
puede llegar a clausurar en si mismo aquella dimensión que
no será compensada ni por asomo por los productos envasados
de las industrias culturales multimedia ni las cajas
bobas de ninguna especie. Pero más
triste aún será que ignore la existencia del mundo que potencialmente
lo aguarda más allá.
En
tiempos de sociedades crecientemente abiertas, y en la etapa
en que la humanidad genérica navega por el espacio explorando
otros planetas no puede pedirse que haya hombres reales
y concretos que sean variable de ajuste de políticas económicas,
demográficas, socioculturales ni como era frecuente en tiempos
de nacionalismo militarista, de defensa del espacio nacional
en zonas fronterizas; condiciones todas que promovían su
permanencia en determinados lugares como deber místico,
haciendo prevalecer las políticas estatales en desmedro
de los derechos del individuo. Eso se ha hecho y se hace
en todas las sociedades no democráticas, especialmente en
los sistemas totalitarios. Y eso significa desalentar
la libertad.
No
avalan esas pretensiones ni las consideraciones étnico-culturales,
ni los nacionalismos de variado cuño que exigen someter
a los hombres concretos a imperativos metafísicos, míticos
e irracionales como los del patriotismo o la presunta sacralidad
del suelo natal.
Ese
nacionalismo que condena a ciertos grupos humanos a ser
testimonio viviente pero congelado de una expresión particular
de las culturas son formas discriminatorias que niegan a
unos la posibilidad y el derecho de descubrir y ejercer
su condición de sujeto universal, como efectivamente lo
es el ser humano de cualquier condición, con lo cual produce
una autosegregación defensiva que en realidad no es más
que un racismo al
revés.
En
otros casos, esos planteos esencialistas aparentemente defensores
de las culturas llamadas “originarias” son absolutamente
sospechables cuando son promovidos por sectores dominantes
no pertenecientes a dichos pueblos, incluso y especialmente
por gobiernos que hasta con supuestas adscripciones al multiculturalismo
lo que realmente
procuran es afirmar a los sectores sociales vulnerables
y étnicos en las zonas periféricas de sus países, históricamente
las que poseen las peores condiciones de toda clase, reservando
para ellos, sus amigos y aliados las zonas de mayores recursos
potenciales y las hiperdesarrolladas, donde abundan el lujo
y la riqueza, lo más apartadas posible de su presencia.
Actualmente
el pensamiento democrático en construcción y autorrectificación
constantes, a pesar de los graves y evidentes retrocesos
que conocemos, lleva a admitir que todas las culturas son
de todos, que el planeta mismo es de todos y de nadie en
particular. Este pensamiento fructificará creando un nuevo
tipo de identidad colectiva e individual que no separe ni
distinga de los otros, ni imponga ni humille en nombre de
ninguna irracionalidad.
Por
lo tanto, no sólo para nosotros sino para todo el mundo,
la tensión perenne entre los sueños y el deseo de conocer
y viajar, por un lado, y las posibilidades materiales concretas
de hacerlo, por otro, equivale a ir hacia el mundo desarrollando
también una actitud favorable, y si ella no puede coronarse
habrá que traer el mundo hacia uno, también con una actitud
favorable. No hacerlo significa incubar
resentimientos y actitudes rupturistas con el prójimo.
La Organización de las Naciones Unidas lo ha dicho claramente:
“Puesto que las guerras nacen en la mente de
los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse
los baluartes de la paz”.
CRS
El autor es Profesor de Historia (UNLP) y Máster en Gestión y Políticas
Culturales en el Mercosur (UP), gestor cultural, docente,
escritor y columnista en diarios del país y extranjeros.
Es autor de De la patria y los actos patrios escolares (en colaboración); Los intelectuales. Entre el mito y el mercado;
y Gestión
Cultural Municipal. De la trastienda a la vidriera.
De su autoría, ver también en café
de las ciudades:
Número 74 I Cultura de las ciudades
Proximidad
y gestión sociocultural en las ciudades pequeñas I Y el caso del cementerio de Villa Regina I Carlos Schulmaister