
Introducción
La idea
de este artículo es analizar los cambios profundos
que se están produciendo en las villas de emergencia
o villas miseria (asentamientos informales del tipo
de las favelas brasileñas o los barrios de
ranchos de Caracas) de la Ciudad de Buenos Aires, lo que
tiene consecuencias directas en las formas de intervención
del Estado en estos barrios. Al mismo tiempo, deseamos debatir
sobre los lugares comunes que circulan en diferentes
medios de comunicación acerca lo que ocurre en las
villas. Estas afirmaciones del sentido común se basan
en la presencia de mitos que son considerados como realidades
concretas y generan, por lo tanto, ciertas confusiones sobre
la dinámica barrial de las villas, que conviene despejar.
Para este,
fin abordaremos los siguientes tópicos: la supuesta
anomia o pérdida de los lazos de solidaridad en estos
asentamientos; la densificación o verticalización
de las villas; el desarrollo de un mercado inmobiliario informal
y el control del territorio por parte del narcotráfico.

a)
La supuesta anomia o pérdida de los lazos de solidaridad
Es habitual
y reiterado hacer referencia a la pérdida de los lazos
de solidaridad entre los vecinos de los asentamientos informales,
que suele ser calificado de "anomia". Este tópico
recurrente debe ser tomado con cuidado. Sostenemos que existe
una complejización de las relaciones barriales
que favorece las relaciones mercantiles del mercado inmobiliario
informal. Esta complejización, creemos, se da por diversos
procesos, entre ellos el crecimiento de la escala de la población
por barrio y la llegada de recursos estatales de programas
asistenciales, junto a la dinámica política
barrial más competitiva.
En primer
lugar, el crecimiento demográfico de estos barrios
es cada vez mayor y hace que cambie la escala de relaciones
sociales, donde se van diferenciando entre los "conocidos"
y los "desconocidos". Sin embargo, hay una sociabilidad
cotidiana relevante, porque la mayoría de los vecinos
realiza sus compras diarias en el barrio, practica su religión
allí, asiste a comedores cercanos, etc.
La primera
marca urbana que emerge en estos barrios es la representación
de un "adentro" y "afuera", que categoriza,
por lo general, la ciudad "formal" y la "informal",
pero el crecimiento poblacional genera que aparezcan también
fronteras internas, por lo general expresadas en las
categorías de un "adelante" que no necesita
ser nombrado como tal y un "fondo" que concentra
en los imaginarios urbanos a los sectores "más
pobres", "más marginales" e inclusive
asignado a los "delincuentes" (muchas veces considerados
como sinónimo de los "recién llegados").
La presencia
de recursos de numerosos programas sociales asistenciales
focalizados, que consideraron a los asentamientos informales
como los lugares de mayor concentración de pobreza,
permitió que en estos barrios buena parte de la población
sobreviviera cotidianamente gracias a éstos. Estos
recursos (que nunca son distribuidos universalmente), creemos,
rompen las relaciones de confianza o de proximidad. Implican
una competencia entre las familias por los recursos y modifican
las tradicionales relaciones de reciprocidad. Resulta una
paradoja que la distribución de alimentos o materiales
para la construcción, como ejemplo, que utiliza como
vía a las organizaciones sociales barriales, provocara
un cambio del rol en éstas. Es decir, se pasa de
la presentación de demandas al Estado o la resolución
autogestiva de problemas en el hábitat a ser asignador
discrecional de recursos y, por lo tanto, constituirse
en las principales redes sociales presentes en los barrios,
transformando así las relaciones de poder existentes
y en muchos casos priorizando la adscripción partidaria
(clientelismo político).
Existe
un mito de origen, que remite a una experiencia de solidaridad
barrial y otro que alude a una crisis de ese estilo de vida.
Hay una dicotomía que funciona permanentemente en el
discurso: el antes y el después, aunque no siempre
es fácilmente rastreable el corte temporal entre ambos
períodos, ya que el cambio fue gradual, de acuerdo
a los pobladores. Entonces se repite desde los habitantes
asentados y desde los agentes externos que apoyan a las organizaciones
(e incluso los agentes gubernamentales) la referencia a la
ruptura de los antiguos lazos. En realidad, merece remarcarse
que, adentrándonos en los relatos de los habitantes
de estos barrios, los conflictos entre vecinos no estaban
ausentes en el pasado. La disolución de estas prácticas
de reciprocidad es atribuida, por lo general, a la partidización
política de las organizaciones barriales o la llegada
de la comercialización de la droga (que deja por fuera
de la socialización barrial a algunos grupos, y a los
jóvenes en particular), que es atribuida a ciertas
nacionalidades de acuerdo a los distintos grupos que uno escuche.
Es decir,
no está claro que "todo pasado fue mejor",
sino que en cambio existe una tendencia a una mayor complejización
y una modificación de las reglas del juego internas
en los barrios. En primer lugar, los propios vecinos siguen
siendo la principal fuente de información respecto
a la situación habitacional del barrio y, en segundo
lugar, es central en la vida cotidiana tener contacto o
ser miembro de las redes que detentan poder, por ser gestoras
de las intervenciones estatales o por ser distribuidora de
recursos públicos (y en algunos casos privados, como
las donaciones de iglesias u ONGs del extranjero, en particular
europeas). Entonces, cuando se habla de "desertificación
organizativa" o la ruptura de las redes de solidaridad,
se debe tener cuidado: persisten los comedores, las guarderías,
los centros de jóvenes, etc., pero estos se profesionalizaron,
dependen cada vez más de recursos estatales, distribuyen
recursos discrecionalmente (aún cuando haya criterios
fijados de focalización). Las redes siguen vivas,
pero se modifica su sentido. Algunos actores colectivos declinan,
otras organizaciones se refuerzan, son más permanentes,
ya con formas institucionalizadas, e incluso formalizadas
(con personería jurídica) y, por lo tanto, son
cada vez menos "espontáneas" (es decir, prácticas
esporádicas y de respuesta inmediata a una situación
puntual). Incluso, en esta línea, la presencia de las
iglesias de diferente credo muestra esta institucionalización
de las relaciones de reciprocidad, pero es necesario ser miembro
de éstas.
Sin embargo,
más allá inclusive de los conflictos entre grupos
de diferentes nacionalidades, que se sospechan entre ellas,
la principal fractura en la sociabilidad barrial está
signada por el mercado inmobiliario informal. Esta
es la división entre dos grupos con intereses antagónicos:
los que se consideran "propietarios" (aún
cuando no tengan el título que lo acredite) y los inquilinos.
En particular, el conflicto es más fuerte entre los
locadores y los locatarios. Estos intereses operan sobre los
procesos de regularización dominial y los programas
de mejoramiento barrial. Se construyó una ideología
barrial en relación a los inquilinos; se considera
que no tienen relaciones de vecindad, que no están
integrados, que están de paso, cuando esto no corresponde
a la realidad, ya que el alquiler es la puerta de entrada
del barrio y prácticamente todos los inquilinos aspiran
(si sus ingresos lo permiten) cambiar a la condición
de "propietarios" (ocupantes de hecho con tenencia
segura). Es decir, existen dos status sociales diferenciados;
unos son "ciudadanos de primera" y otros "de
segunda" en el mundo de la informalidad urbana. Por otra
parte, los locadores tampoco gozan de un status social favorable
cuando alquilan varios cuartos, ya que se considera que obtienen
de esa forma ganancias exageradas, que especulan con la necesidad
de los otros. Por esta razón, esta condición
no es declarada públicamente y estas prácticas
se ocultan para los agentes externos (en particular estatales).
Así, muchas veces se les retiene el documento a los
inquilinos para que no los delaten, o los ocultan en los censos
realizados para el reparto de los programas sociales asistenciales
o a fines de la confección de un padrón electoral.
La sociabilidad
en el espacio barrial de estos asentamientos se constituye,
entonces, a partir del entramado de actores, relaciones, experiencias,
expectativas que configuran la vida cotidiana de los habitantes.
En él se encuentran tanto relaciones de reciprocidad
como de disputa, de identificación como de diferenciación
o estratificación y, más recientemente, de mercado.
Este espacio se encuentra en permanente cambio, que, como
sostuvimos, no tiende de la unidad a la fragmentación,
sino a prácticas diferentes, complejizando las relaciones.

b) la densificación o verticalización
Postulamos
que el mercado inmobiliario informal permite entender el incremento
(geométrico) demográfico de las villas y, en
alguna medida, de los "asentamientos" de todo el
Área Metropolitana de Buenos Aires, ya que provoca
una fuerte densificación de estos barrios, observable
en el crecimiento en altura de las edificaciones. Estos dos
factores relacionados, el mercado inmobiliario informal y
la extensión del espacio construido, alteran fuertemente
las condiciones de factibilidad de los programas de regularización
dominial de estos barrios y abre nuevos interrogantes
al respecto. Por esta razón, consideramos que conocer
las características estructurales y el funcionamiento
del mercado inmobiliario informal puede echar luz a las dificultades
con las que se van a enfrentar los agentes decisores de políticas
en el corto y mediano plazo.
En particular,
las consecuencias directas de este crecimiento en altura implican
problemas directos en los servicios de infraestructura.
En todos los barrios existen problemas con la presión
y la calidad de agua, que en su mayoría es provista
por agua corriente, aunque existen casos en que ésta
es surtida por camiones cisterna (que no siempre cumplen con
la frecuencia estipulada). Las cloacas en algunas zonas colapsan,
en particular cuando fueron construidas por los propios habitantes
sin las previsiones del crecimiento de los barrios. Lo mismo
sucede con el servicio de electricidad, que sufre cortes frecuentes
o situaciones de baja tensión (con la pérdida
económica consecuente para las familias, a partir del
deterioro de los electrodomésticos por esta causa).
Por otra
parte, las construcciones nuevas, donde ya casi no queda espacio
para un patio o una terraza, implican la ausencia de ventilación
o del ingreso de luz solar. Esto hace que existan muchas viviendas,
y en particular cuartos de alquiler, en condiciones que implican
insalubridad, más aún si se suma el crecimiento
de los casos de hacinamiento.
Otras
de las consecuencias es que existe peligro de derrumbe
en muchas de las construcciones, de acuerdo a lo que afirman
los propios vecinos, ya que los pisos que se suman no estaban
previstos y la estructura edilicia suele ser precaria.
Por último,
este crecimiento en altura modifica radicalmente las condiciones
de intervención de los programas de regularización
dominial, ya que en un mismo lote conviven, por lo general,
diversos hogares, ya sea en calidad de "propietarios"
como de inquilinos.

c) el mercado inmobiliario informal
El mercado
inmobiliario informal redefine nuevas reglas de relaciones
sociales en los asentamientos, pero se inscribe sobre las
que ya funcionan en cuanto a las reciprocidades, vecindad
y urbanismo tácito.
Los distintos
submercados informales debe ser comprendidos en el marco de
los dos contextos: por un lado, el funcionamiento del mercado
inmobiliario formal, que habilita y que imposibilita opciones
para los sectores sociales que habitan las villas y por el
otro, dentro de las relaciones sociales que implican prácticas
no mercantilizadas de acceder a suelo urbano. Ambas configuran
un abanico de opciones limitadas para los sectores
de menores recursos. Por ejemplo, no es sencillo obtener una
vivienda en alquiler en el mercado inmobiliario formal, ya
que la entrada está imposibilitada para algunos grupos
de los sectores populares por los requisitos económicos
que involucra (renta mensual, más depósito,
sellado, etc.) y legales (documentos argentinos en el caso
de los extranjeros, recibos de sueldo formal, garantes, etc.),
además de los gastos que implican en cuanto a servicios
públicos, expensas comunes, etc. Ciertas prácticas
de reciprocidad, que fueron las que permitieron el crecimiento
de las urbanizaciones informales, con el tiempo fueron limitándose
por diversos factores, entre ellos la escasez de tierra disponible
y la posibilidad de obtener una renta por medio del alquiler
de cuartos ante la creciente demanda de un lugar en la ciudad,
el deterioro del nivel de ingresos y el crecimiento de la
desocupación
En las
entrevistas que realizamos a los habitantes de las villas
de la Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, fueron profusas
las respuestas en cuanto a la facilidad que otorgaron los
contactos de con-nacionales o co-provincianos para obtener
una vivienda (ya sea en alquiler como por medio de la compra),
en especial en los migrantes, porque el conocimiento de la
ciudad es limitado o nulo. Claramente, el alquiler es la
forma de entrada a los asentamientos, reemplazando en
muchos casos a la forma tradicional de ingreso que era el
allegamiento en la casa de parientes o paisanos. Si este allegamiento
existe, postulamos, implica en la actualidad (en términos
generales) un tiempo corto.
Las encuestas
que realizamos
mostraron que el conocimiento del inmueble objeto de la transacción
fue obtenido por la información que proveyeron los
vecinos, los amigos, los compañeros de trabajo, de
la iglesia, etc. Esto muestra una relación muy estrecha
entre el funcionamiento de las redes sociales y el mercado.
De hecho, fueron muy pocos los que accedieron a un cuarto
en arriendo o a una vivienda para la compra por medio de anuncios
(ya sean estos carteles en la vivienda, en un comercio o en
un periódico, etc.). La presencia de parientes o amigos
en el barrio es central para acceder a los mismos. Encontramos,
por ejemplo, que uno de cada cuatro inquilinos contaba con
un hermano en el mismo asentamiento.
El producto
típico del submercado de alquiler es el cuarto.
En algunos casos, se trata de edificaciones que contienen
una decena de piezas, con sanitarios compartidos. Esta situación
de alquiler es vista por los pobladores como transitoria.
Así, un alto porcentaje de los inquilinos encuestados
nos indican que ahorrarían para comprar una casa. La
mayoría esperaba hacerlo en el mismo barrio que alquilaba.
La "ilegalidad"
o la "extralegalidad" de las transacciones inmobiliarias
no están implicando ilegitimidad, ya que se sustentan
en un orden jurídico local alternativo. Esta
legitimidad se va consolidando con su uso, cada vez más
extendido. El Estado no regula este mercado, pero tampoco
sanciona este tipo de prácticas, sólo las tolera
(por omisión de acciones). En estas operaciones no
actúan agentes económicos típicos del
mercado formal. Por el contrario, lo que caracteriza estas
transacciones es su carácter "cara a cara."
Esta impronta marca las relaciones de mercado. Por lo tanto,
no es un mercado de oferta y demanda con agentes anónimos
y con una racionalidad pura y exclusivamente guiada por la
ganancia. Se desarrollan e institucionalizan (es decir, adquieren
estabilidad) reglas del juego conocidas y reconocidas por
los actores del espacio social, accionado por lógicas
que dependen del posicionamiento de los sujetos en las redes
sociales barriales.
En los
productos que se intercambian en este mercado informal se
incluye la aceptación de la "libertad urbanística"
que dio origen a las viviendas presentes en estos barrios.
Es decir, no se requiere incorporar las normas urbanas constructivas
del orden jurídico oficial. Esta flexibilidad constructiva,
lógicamente no puede ser utilizada por los inquilinos;
por esta razón estos aspiran, por lo general, a constituirse
en "propietarios" en estas urbanizaciones informales
para contar con mayor estabilidad habitacional y para amoldar
la vivienda a sus necesidades.
Coexisten
lógicas diferentes, algunas que llevan este
mercado hacia modalidades muy similares a las del mercado
formal capitalista y otras que lo impregnan de lógicas
vinculadas a las redes de reciprocidad. Ninguna de
las dos es hegemónica aún. Postulamos que las
formas más cercanas a las capitalistas se centran en
el submercado de alquiler y las formas más cercanas
a las redes de reciprocidad se concentran en la compra-venta
de viviendas. Sostenemos que el alquiler se asemeja a la lógica
capitalista, porque el tiempo de permanencia en la vivienda,
si no se paga, es nulo y por lo tanto, lo que prima es el
interés del locador de colocar su capital en el mercado
y obtener por este medio una renta. Otro elemento que confirma
nuestra argumentación es la evidencia de que los precios
de los alquileres subieron cerca del doble de lo que costaban
un año antes (es decir entre 2005 y 2006), acompañando
lo que sucedió en el mercado formal y no teniendo
entonces como base el incremento de los ingresos de los habitantes,
que estuvo lejos de ese porcentaje. Es conveniente aclarar
que un grupo de los locadores alquila un sector de su vivienda
o un cuarto en el mismo inmueble y este constituye un ingreso
relevante para su familia, y por lo tanto queda por fuera
de la lógica capitalista.
En el
mercado de alquiler, que se encuentra en franco crecimiento,
locadores y locatarios suelen pertenecer a redes de connacionales.
Esto no quita la lógica de la ganancia, sino que muestra
la necesidad de relaciones de confianza que deben estar presentes
en las transacciones y evitan o minimizan conflictos por "estilos
de vida".
Mientras
que en las transacciones de compra-venta encontramos muchos
casos de adquisición a plazos (cerca de un tercio),
que implicaron pagos de acuerdo a las capacidades económicas
de los compradores (sin interés, tal como lo haría
una entidad financiera del mercado formal) y con contemplaciones
a circunstancias personales de los compradores, que impidieran
cumplir estrictamente los plazos.

d) El control del territorio y el narcotráfico
En estos
barrios se conforma un cuerpo de normas locales para la convivencia
y los conflictos entre vecinos, prácticas de reciprocidad
y un "urbanismo tácito" (Abramo, 2003) que
establece qué se puede y qué no se puede construir,
fijando pautas que diferencien un espacio público (en
particular los pasillos) y un espacio privado. Por lo general,
construir en altos no genera conflictos, como sí en
cambio avanzar en la superficie de espacios de circulación.
La instalación de comercios o establecimientos productivos
tampoco es sancionado por los propios vecinos, aún
cuando los programas de regularización (algunos de
nuestros casos de estudio iniciaron este proceso) impliquen
la prohibición taxativa del uso del espacio residencial
con fines comerciales o productivos (lo mismo que el alquiler
de la vivienda, ya que debe ser para uso exclusivo de la familia
que ocupó el lote).
Los sujetos
que no cumplen con las prescripciones del orden jurídico
local alternativo en las experiencias económicas inmobiliarias,
son sancionados por medio del rechazo de sus prácticas
y los consiguientes calificativos (como "especuladores"),
ya que este sistema no contempla condenas de otro tipo. No
obstante, se observaron procesos de mediación llevados
a cabo por las organizaciones sociales ante conflictos suscitados
por el uso del espacio urbano o disputas por la posesión
de algunos inmuebles. Inclusive algunas organizaciones sociales
asignan viviendas desocupadas o venden algunas. También
hallamos intervenciones de hecho (no así de derecho)
de las fuerzas policiales en la resolución de algunos
pleitos por inmuebles en los asentamientos.
Otra cuestión
que modifica la dinámica de los procesos sociales barriales
se relaciona con las formas organizativas y los estilos de
representación que surgen y que son requeridos para
los procesos de regularización dominial. Aquí
se evidencia que los tiempos de las políticas públicas
no son los mismos que los de la política barrial y
se produce, entonces, un desgaste de las organizaciones barriales,
que deriva en una falta de legitimación de éstas
y (por lo tanto) también en el quiebre de la confianza
hacia los dirigentes. Es decir, estas redes institucionalizadas
se debilitan como fuente de cohesión, pero se fortalecen,
en algunas coyunturas, como co-gestoras o de simplemente "informadoras"
de las agencias estatales; sin embargo, su debilitamiento
repercute en el carácter de las intervenciones. .
Mientras
tanto algunos medios de comunicación consignan que
los principales dirigentes del narcotráfico realizan
un control social de la vecindad de las villas fijando laudos
sobre conflictos familiares que implican un creciente control
territorial. Creemos que esta situación es fuertemente
exagerada por los periodistas, ya que no pueden diferenciar
entre mitos y realidades. Los vecinos hacen alusión
a importantes personalidades (tales como actores, deportistas
o representante de deportistas) que se acercan a las villas
a comprar droga, pero esto no es más que un mito urbano,
lo mismo que el control territorial estricto de los jefes
de la comercialización de la droga. Sí, en cambio,
existe una territorialidad del delito que incluye robo dentro
de los barrios o la venta de drogas, pero se está lejos
de lo que ocurre en las favelas de Río de Janeiro.
Existe una cotidianidad barrial que no está regulada
por el comercio de la droga y es mayoritaria. No debemos
confundirnos.

Consideraciones finales
Las modalidades
de la informalidad sufren mutaciones que deben ser tenidas
en cuenta para la formulación de políticas,
a riesgo de operar con paradigmas que ya no se ajustan a la
realidad urbana y social de estos barrios. Esto tiene dos
consecuencias negativas respecto a las políticas de
regularización y mejoramiento barrial: por un lado,
se institucionaliza una movilidad residencial por medios de
transacciones inmobiliarias informales que modifican las condiciones
urbanas de tenencia de la tierra; los lotes se hacen más
pequeños y se alejan cada vez más de las normativas
urbanas. Por otra parte, cada vez cobra más relevancia
un tipo de habitar estos barrios más precario, el
alquiler, que implica un cambio en el paradigma de intervención
de las agencias estatales (tomando además en cuenta
las conflictivas relaciones con los que se consideran "propietarios").
En segundo lugar, la densificación implica peores condiciones
habitacionales y sanitarias. En particular, nuevamente el
alquiler se caracteriza por la permanencia de familias, muchas
veces numerosas, en cuartos insalubres sin ventilación,
con alto hacinamiento, con instalaciones sanitarias compartidas,
precarias, poco higiénicas.
Por otra
parte, crecen coyunturalmente los casos de nuevas urbanizaciones
informales (ocupaciones), que canalizan, en parte, la demanda
de parcelas urbanas por parte de los "sin techo".
Esto puede ser considerado, frente a ciertos planteos, como
un elemento positivo ya que alivia la crisis urbana, pero
muestra, al mismo tiempo, las limitaciones de las políticas
de vivienda de interés social, que son cuantitativamente
crecientes en los últimos años. Esto obliga
entonces a un replanteo de la política urbana de forma
integral, ya que la demanda más relevante se coloca
sobre el suelo y no sobre la vivienda, ya que existe una
amplia tradición de autoconstrucción (combinada
con construcción por encargo de acuerdo a las capacidades
de ahorro de las familias).
Con lo
cual sostenemos que se debe revisar el paradigma actual
de las intervenciones públicas en estos barrios.
Sin embargo, no debe perderse de vista la aspiración
de los pobladores de obtener una tenencia segura, que en nuestro
país es sinónimo de la propiedad con título
perfecto. Otros países de la región han experimentado
formas de propiedad alternativas, que deberían ser
exploradas, si contribuyen a la mejora de la situación
de precariedad. Consideramos que la aspiración a ser
propietario tiene que ver con la incertidumbre del mercado
laboral y de las condiciones de vida, en general, de los sectores
más vulnerados en nuestra sociedad. Habitar un espacio,
aunque sea precariamente, da seguridad si permite la permanencia
en el lugar, lo que otorga legitimidad y, en algún
sentido, derechos sobre este espacio urbano.
En este
nuevo paradigma hay que tener en cuenta la valoración
de la "libertad urbanística" que admite introducir
modificaciones en las viviendas a fin de adaptarlas a las
necesidades y a las capacidades económicas en las diferentes
etapas del ciclo de las familias, y se debe considerar que
el espacio residencial en estos barrios es compartido con
el espacio para la producción.
Consideramos
como falsa la dicotomía autoconstrucción (ver
Turner, 1976) frente a procesos de producción estatales.
Puede suceder que ambos satisfagan las necesidades de vivienda
y también que ninguno de los dos lo haga. Depende del
caso que se trate. Por lo cual no creemos que tengamos que
tomar posición por uno o por otro. Sin duda, si el
Estado no puede ofrecer viviendas en condiciones adecuadas
es mejor que acondicione las que las personas se proveyeron
en las circunstancias que pudieron. Es cierto, como plantea
Tuner, que el hábitat urbano que provee el Estado no
contempla habitualmente las preferencias de los habitantes
de las urbanizaciones informales y los usos que hace del espacio
urbano. Creemos que se deben incorporar en el diseño
de las políticas todas las variables que constituyen
el hábitat de la ciudad y no sólo aspectos
estrictamente circunscriptos a las viviendas (metros cuadrados,
por ejemplo) o económicos (capacidad de pago de los
usuarios). Sostenemos que esta brecha entre necesidades-demandas
y oferta estatal se debe a las escasas experiencias de instancias
participativas en los procesos de producción de vivienda
MCC
La
autora es antropóloga, investigadora docente del Insituto
del Conurbano
de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Las encuestas
a las que se refiere el texto fueron realizadas en el marco
de una investigación para desarrollar una tesis de
doctorado en la Universidad de Buenos Aires. Para ampliar
la temática puede consultarse su libro Las villas
de la ciudad. Mercado e informalidad urbana, Universidad
Nacional de General Sarmiento. Los Polvorines (2006), próximamente
en co-edición con Prometeo.
Sobre
villas y asentamientos informales, ver también en café
de las ciudades:
Número
19 I Tendencias – Política
Favelas
en la ciudad: articular, no separar I Los muros
de la vergüenza (II). I Jorge Mario Jáuregui
Número
12 I Entrevista
"Políticas
para construir ciudad, no para hacer casitas" I
Jorge Jáuregui y el programa Favela Barrio, de Río
de Janeiro. I Jorge Jáuregui
Número
16 I Tendencias:
La
extrema periferia I Ricardo de Sárraga
relaciona lo doméstico y lo barrial en un barrio de
Florencio Varela. I Marcelo Corti
Bibliografía
Abramo,
Pedro (2003) "A teoría económica da favela:
quatro notas sobre la localizaçao residencial dos pobres
e o mercado inmobiliario informal". En Abramo, Pedro
(org.) (2003) A cidade da informalidade. O desafio das
ciudades latino-americanas. Sette Letras. Río de
Janeiro.
Cravino,
María Cristina (2004) "El barrio concebido como
comunidad. Reflexiones acerca de algunos supuestos presentes
en la focalización territorial de políticas
asistenciales". En: Cuaderno Urbano Nº 4, UNNE.
Resistencia.
Turner,
John (1977) Vivienda, todo el poder a los usuarios. Hacia
la economía en la construcción del entorno.
Blume Ediciones. Madrid
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