“...Terquedades
será una tribuna de doctrina” (C. Ricot)
Varios
países latinoamericanos celebran este año el bicentenario
de sus respectivas independencias nacionales. La coincidencia
de dos cifras divisibles por 10 (la del año 2010, que
además resulta tan especial por la relación de múltiplo
exacto entre los números que lo componen, y la de los
200 años) le otorgan un cierto carácter cabalístico a
la conmemoración, que de acuerdo a las conveniencias o
a las predisposiciones en cada caso podrán entenderse
en un sentido fasto o nefasto. En lo personal no me excita
demasiado la numerología, pero me parece bien usar la
ocasión para pensar sobre nuestros países y, sobre todo,
para empezar a hacer algo de lo mucho que nos falta por
mejorar.
En
el caso argentino, lo que se festeja este año es en realidad
la primera parte de un bicentenario más amplio. El 25
de mayo de 1810 se constituyó en Buenos Aires la Primera Junta de Gobierno
Patrio, vale decir, el primer gobierno estrictamente local,
bien que con la excusa de la acefalía de la corona española
por la invasión napoleónica. Recién el 9 de julio de 1816,
en medio de la guerra continental, las Provincias Unidas
del Sur declararon su Independencia de España “y de toda
otra dominación extranjera”. Esta vez, en Tucumán, en
el eje histórico del noroeste argentino sobre la ruta
al Alto Perú y a Lima.
Los
sucesos de Tucumán no solo completan lo que arrancó en
Buenos Aires: hay una trama completa de heroísmos y traiciones
en este proceso, y por supuesto en su continuidad. Hasta
medio siglo más tarde no quedó clara la voluntad de Buenos
Aires de componer una nación con el resto de las provincias
argentinas y recién en 1880 quedó definido (a partir de
una sorda guerra civil con vencedores y vencidos) el rol
de la ciudad como Capital de la
República.

Este
rol de Buenos Aires en la Argentina ha motivado numerosas
reflexiones, pero como suele ocurrir con toda reflexión
territorial en nuestro país, sin resultados iluminadores.
Pensemos que alguien tan lúcido como Sarmiento pudo decir
con absoluta impunidad una tontería (una “zoncera”, según
Jauretche) como aquella de que
“el mal que afecta a la
Argentina es su extensión”. En La
cabeza de Goliat, Martínez Estrada encarna el sentido
común más trivial de los argentinos al sostener que “hicimos
una gran ciudad porque no nos animamos a hacer una gran
nación”.
La
coartada porteñofóbica (se me
disculpará el neologismo de dudosa eufonía) se cae a pedazos
a poco de examinar con algún rigor los porqués de la hegemonía
de Buenos Aires. Descartemos rápidamente la cuestión portuaria:
Rosario y Bahía Blanca son mejores puertos que el capitalino
y han nucleado redes ferroviarias
tan concentradoras como la de Buenos Aires. Valoricemos
también adecuadamente los supuestos males de la acentuada
primacía urbana de la Capital y de la concentración
poblacional: Francia, Australia y Canadá han accedido
a niveles de desarrollo para nada despreciables con “problemas”
similares a los argentinos.
Otra
frase rescatada por Jauretche (quien, por cierto, no estuvo él mismo exento de
“zonceras”) arroja un poco de luz sobre el asunto: la
de aquel presidente de la Sociedad Rural que proclamaba
un ratio de
un habitante por cada cuatro vacas como población necesaria
para la Argentina: para 40 millones
de bovinos, a ese muchacho le alcanzaban 10 millones de
personas…
No
es Buenos Aires la que frena el desarrollo del interior
ni la que le “roba” población. Es la matriz rentista de
la dirigencia nacional la que no necesita (e incluso teme)
cualquier tipo de desarrollo que implique población y
conflicto. Las localidades y regiones más prósperas de
la
Argentina tienen en su mayoría tasas
de crecimiento demográfico vegetativo; la riqueza argentina
requiere de poca gente para gestionarla. Buenos Aires
no le “chupa” población al interior por voluntad propia:
la mayor parte del territorio argentino expulsa población
que en un alto porcentaje, y en gran parte sin ninguna
bienvenida, absorbe Buenos Aires en su extensión metropolitana.
Este
Bicentenario “corto” de 2010 será ocasión de festejos
y de algunas inauguraciones, cuando no de algún lamento
por lo mezquino de la fiesta. Pensemos más bien en el
Bicentenario “largo” que culmina en 2016 como un tiempo
para repensar nuestro territorio, para protegerlo y potenciarlo
y, por supuesto, para convencernos de que nadie nos sobra.
MLT
Sobre el Bicentenario en Argentina y en Latinoamérica,
ver también en café
de las ciudades:
Número 76 | Historia y Política de las ciudades
¿Qué
hacer con el Bicentenario?
| Oportunidades de una celebración: “la memoria colectiva es políticamente
poderosa” | Marcelo Corti
Y sobre tonterías
y zonceras…:
Número 15 | Política
Las
10 boludeces más repetidas sobre
los piqueteros y otros personajes, situaciones y escenarios
de la crisis argentina | Con un prólogo sobre la derecha, otro sobre
Jauretche, y un epílogo sobre la consigna más idiota de la
historia. | Carmelo Ricot
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