“...Terquedades
será una tribuna de doctrina” (C. Ricot)
Pocos
procesos políticos he visto más desangelados que la elección
del nuevo Decano de la Facultad
de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA
(aún irresuelta al momento de escribir esta nota). Alianzas
insólitas, conciliábulos secretos, punterismo y puteríos…
Una confrontación de aparatos y no de ideas, una elección
entre operadores más que entre proyectos. Quedará en la
comunidad universitaria de la FADU la tarea de reconstituir
una auténtica lucha política, con protagonistas y antagonistas
que representen verdaderas alternativas de excelencia
universitaria y compromiso social.
Una
tarea posible en ese sentido es revisar el ámbito mismo
en que se enseña arquitectura, diseño y urbanismo en la
más importante universidad argentina. Pese a su pretencioso
nombre, la Ciudad Universitaria es uno de los contra-ejemplos
más impactantes que pueda haber en Buenos Aires de lo
que debe ser una ciudad y un ámbito universitario. Postulo
que hasta alcanzar la superación de los horrores urbanísticos
que la caracterizan, deberíamos llamarla con más precisión
la no-Ciudad Universitaria; en lo que sigue intentaré
fundamentar mi posición.

No
teniendo este artículo una pretensión de exactitud histórica,
dejaré para otros la discusión acerca del origen ideológico
de la no-CU. ¿Aplicación tecnocrática
de los preceptos del zoning
y la Carta de Atenas, con la separación estricta de funciones
como paradigma de modernidad urbana, o instrumento de
represión política encubierta a partir del alejamiento
de la juventud y sus profesores del centro de las ciudad,
manteniendo las manifestaciones y rebeldías políticas
propias de ese colectivo bien lejos de los centros de
intercambio y comando de la sociedad? ¿O demostración
transparente de la sutil identidad de ambas posturas,
la “técnica” y la del poder más reaccionario?
Lo
cierto es que las consecuencias de esa decisión deberían
alertar sobre los efectos de las descentralizaciones urbanas
mal entendidas, esas que son meros vaciamientos del centro.
La no-CU es un área de difícil
accesibilidad para quienes no llegan a ella en automóvil;
incluso para aquellos que residen en zonas cercanas; la
desventaja es mayor para los habitantes de las zonas sur
y oeste de la ciudad y su metrópolis. Para colmo, la mayoría
de las líneas de colectivos que llegan al predio tienen
recorridos restringidos y solo una parte de sus unidades
está asignada a la no-CU.

La
no-CU tiene el status legal de un barrio cerrado o un country club. Todavía
hoy es necesaria la renovación periódica de un convenio
por el cual el Gobierno de la Ciudad ejerce en el polígono
las funciones propias de mantenimiento urbano (recolección
de residuos, ordenamiento del tráfico, etc.). Una consecuencia
de este limbo jurisdiccional es que las calles, como en
aquella canción de U2, no tienen nombre: ¿cómo entender
este vacío de sentido en un predio que alberga una facultad,
la de Ciencias Exactas y Naturales, en la qué egresaron
o enseñaron premios Nobel, y otra en las que se formaron
arquitectos y diseñadores de prestigio internacional,
para no hablar de la cantidad de mártires que entre ambas
han dado en la última dictadura?
Aunque
la no-CU es el lugar donde se
forman aquellos que deberán resolver las complejidades
de la movilidad contemporánea, su estructura circulatoria
es un verdadero caos. El pasado 22 de marzo, la organización
Acceso
Ya (dedicada a defender la accesibilidad de
las personas con discapacidad y el derecho que todos tenemos
de acceder al medio físico) organizó en la no-CU la cuarta
edición de RALLYDAD, un rally en silla de ruedas del cual
participaron personas con y sin discapacidad. “La partida del rally se concretó frente al Pabellón III (FADU) y abarcó
unas ocho cuadras en las que el grupo demoró más de 30
minutos en recorrer. En
todo el trayecto no se encontraron rampas, ni siquiera
en las áreas recientemente construidas. Paradójicamente,
en estos edificios no sólo tiene su sede la Facultad de
Arquitectura de la UBA, allí también funcionan las oficinas
del Centro de Investigaciones de Barreras Arquitectónicas,
Urbanas y del Transporte (C.I.B.A.U.T)”, comentan los organizadores.

A
partir de la tarea de Mederico
Faivre en la oficina de Hábitat
Universitario y de algunas iniciativas como la vinculación
del campus con los espacios costeros y el tratamiento
de estos, se ha logrado mejorar la calidad de una parte
de este espacio público. Falta no obstante resolver el
problema de la estructura vial y la parquización
mediterránea, pero especialmente la carencia de una misión
colectiva de dicho espacio. Además de
los déficit de diseño, la no-CU sufre la ausencia
de las funciones urbanas más elementales. Salvo un par
de bares abiertos para recreación de los choferes de colectivos y los usuarios de servicios deportivos,
un sector de ciudad que recibe día a día a decenas de
miles de estudiantes y docentes no tiene
las amenidades más esenciales de la vida urbana.
No hay cafés, no hay kioscos, no hay cantinas, no hay
un cine, no hay una sala de espectáculos, no hay una librería,
no hay un mercadito, una heladería, un locutorio, un centro
cultural, una feria, un baño público (el mal llamado segundo
subsuelo, en realidad planta baja de la Facultad de Arquitectura,
ha incorporado recientemente algunas de esas funciones
de manera informal y precaria; hay una feria de artesanos
y manteros, una humilde parrilla y un cajero automático).
No hay vivienda: ¿no sería este el lugar ideal para que
funcionara una residencia para estudiantes del interior
y/o del exterior? No hay contacto con el mundo exterior,
salvo los días de partido en la cancha de River,
en los que los estacionamientos de la
no-CU suplen los déficit del estadio “mundialista”
(dicho sea de paso, esos días se suele aconsejar informalmente
la no concurrencia a las actividades universitarias: paradojas
de la especialización funcional).
La
comunidad extra-universitaria, aquella de la que siempre
es bueno recordar que sustenta la gratuidad de la enseñanza
universitaria, no tiene en la no-CU
ningún tipo de estímulo ni lugar para concurrir (salvo
que consideremos al Parque de la Memoria
como parte del polígono). ¿No debería ser el espacio público
de la “Ciudad Universitaria un punto de encuentro de los
estudiantes y los docentes con la sociedad a la que se
supone deben servir? ¿No sería interesante que funcionara
como el lugar en que la comunidad universitaria le contara
al pueblo que es lo que se hace puertas para adentro de
las facultades, que funcionara un mínimo centro de interpretación
de la vida académica?
En
cambio, las ideas más recientes sobre el futuro de
la no-CU apuntan a repetir los errores del pasado.
Por ejemplo, la desacertada propuesta de trasladar la
Facultad de Psicología (que actualmente funciona en el
área sur de Buenos Aires) al concebido originalmente como
Pabellón IV. El viejo cuento de desvestir a un santo para
vestir a otro: quitarle al sur prestigio y animación para
seguir poblando de enseñaderos
un polígono desurbanizado.

Al
escribir este texto tuve que buscar en varias oportunidades
un sustantivo que describiera el lugar del que hablo.
Quien relea el texto encontrará referencias a “el área”,
“el sector”, “el predio”, incluso “el polígono” o “el
campus”. En ningún momento surgió la palabra BARRIO, que
sería la más lógica para describir el sitio donde se concentra
gran parte de la vida universitaria de la ciudad. He escuchado
decir a Alfredo Garay que la Ciudad Universitaria debería
ser “el barrio más divertido de Buenos Aires”, un barrio
juvenil, en ebullición, repleto de cultura y de comunicación.
Algo absolutamente distinto al páramo superpoblado de
autos que hoy en día llamamos Ciudad Universitaria.
MLT
Las
fotos que ilustran esta Terquedad fueron reproducidas
del sitio de la Facultad
de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
Ver el álbum
de fotos de Rallydad,
organizado por Acceso Ya.
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