Proyecto
Mitzuoda
Una ficción
metropolitana contemporánea (por entregas).
De
Carmelo Ricot, con Verónicka Ruiz
En entregas anteriores:
1:
SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida
impopular. Siembran con soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde.
Y a pocas cuadras, un artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos
y snobs.
2:
El "Manifesto"
Desde Siena, un extraño documento propone
caminos y utopías para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como
arte...?
3:
Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa
en un bar. Los planes eróticos de una muchacha, y su éxito
en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y Javier.
4:
La de las largas crenchas
Miranda
hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado despierta
la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
Entrega 5: El
Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes
en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.

¡Jean Luc, Jean
Luc, lo hiciste de nuevo! La mesa de debate está en el punto
más delicado de la polémica, los argumentos corren
con precisión y agudeza, las ponencias evidencian el cuidado
de años de estudio y reflexión sobre las delicadas
cuestiones abiertas, el público sigue con asombro las discusiones
y las jerarquiza con preguntas atinadas, certeras. Los estudiantes
toman apuntes rápidos y codificados, sacrificando la prolijidad
al registro fiel de las intervenciones. Algunos han tomado precauciones
y graban la jornada con pequeños aparatos de periodista.
Profanos y neófitos, al margen de detalles académicos
que se les escapan, reciben (gracias a la claridad generosa de los
disertantes) una precisa noción sobre la esencia misma del
tema en debate, y los eruditos que ya lo conocen incorporan nuevas
ópticas que enriquecen su conocimiento. El moderador, a tono
con la excelencia del acto, pasa desapercibido en toda la noche,
aunque reprime con gran habilidad y discreción las clásicas
preguntas - ponencia, propios de aquellos que quedaron disconformes
por no integrar el panel principal.
Solo dos personas
en toda la sala están ajenas a la importancia del debate,
aunque en su mirada y posición expectante, de pie contra
el filo interior de una de las pilastras del auditorio, parecen
tan concentrados como el resto en la adquisición de saberes
expuestos con tanta generosidad. La muchacha, los brazos cruzados
sosteniendo su cartera y su abrigo, ha perdido conciencia del lugar
y el motivo de su presencia, aunque un piloto automático
la hace comportarse como le enseñaron a hacer en casos de
borrachera: quieta, concentrada en una cosa por vez, los ojos fijos
en el panel, siguiendo los movimientos de colores de los disertantes
en sus actitudes transparentes de perplejidad, reprobación,
acuerdo con las palabras de sus respectivos compañeros de
mesa, un brazo que se mueve, una cabeza que afirma, un gesto que
niega.
Jean Luc se
encarga de sostener a la muchacha mientras, desapasionado y objetivo,
disiente en su reflexión con la esencia misma del tema de
la jornada, inactual para su gusto, una materia que en pocos años
será un capítulo prescindible de los manuales de divulgación.
Auténtico intelectual, consiente resignado las necesidades
de la prensa y las mezquindades de los centros académicos.
Compara la materia del debate con aquellos combustibles y tecnologías
superadas en los laboratorios, pero que las empresas mantienen en
el mercado porque no está aun amortizado su proceso productivo.
Como una pantalla de cine dividida en dos partes, por su mente pasan
por un lado las refutaciones desapasionadas a los conceptos expuestos
por los sabios, por otro, toma registro mecánicamente, con
frialdad no menos desapasionada, de las reacciones de su cuerpo
y el de la muchacha (la verga tiesa de Jean Luc se acomoda entre
las nalgas de la muchacha, los pantalones amortiguan y refuerzan
a la vez la sensibilidad de las carnes, Jean Luc registra con su
falo las vibraciones del torso de la joven recostada imperceptiblemente
contra nuestro depredador), la pilastra y los asistentes los ocultan
del resto del público. La muchacha se concentra en ocultar
sus gemidos, Jean Luc percibe su respiración entrecortada
con la mano que acaricia la región inmediatamente por arriba
de la cintura; a veces acerca su cabeza como diciéndole algo
y escucha los ronquidos irregulares, lo excita la correspondencia
entre el ritmo de los sonidos imperceptibles y los movimientos de
contracción y expansión del diafragma. Perverso, esta
vez realmente le habla al oído y refuta con todo rigor un
comentario aprobado por el público en general, su otra mano
se retira cada tanto de los labios delicados de la muchacha y asciende
un mínimo hacia los pelos rizados, más rugosos que
la tela del calzón, contrastados con la tersura de la piel
joven, solo es un instante que reaviva el deseo y sus dedos vuelven
a la entrepierna húmeda, acarician con sabiduría cada
punto de placer, ella pone en un momento su mano sobre la de Jean
Luc, pantalón de por medio (¿rechazo, aprobación?),
Jean Luc la aparta y castiga a la muchacha con un empuje inesperado
que ocasiona un ligero dolor, luego las caricias restituyen la confianza.
La muchacha
acaba en el mismo momento de los aplausos, Jean Luc debe ahora soportar
la totalidad de su peso, el ruido de las palmas ahoga el quejido
suave e incontenible, Jean Luc retira con parsimonia su mano y la
joven recupera en unos segundos la normalidad de su respiración,
Jean Luc suspende la percepción y se concentra en caricias
suaves en la cintura que colaboran en el despertar de su amiga luego
del desmayo. Le ayuda a ponerse el abrigo, ella seca sus ojos y
le da un beso en los labios, breve, cómplice.

La había
conocido en el tren del oeste, a la mañana, aunque ella no
lo había visto. Jean Luc seguía los movimientos de
un carterista, había decidido intervenir en caso de que el
rapaz fuera sobre ella (la navaja presta en el bolsillo adecuado;
la muchacha era precavida, de todos modos, y tenía correctamente
ubicada su cartera y abrigo), ella viajaba por un tema ocasional
de trabajo y venía pensando en dos pretendientes, inhábiles
cada uno por separado de procurarle la seguridad merecida (Jean
Luc nunca se equivocaba en sus diagnósticos, pero a diferencia
de los personajes clásicos de la novela policial, rara vez
era capaz de explicar el decurso de sus silogismos secretos).
Bajó
en Moreno y consultó con el vendedor de lotería la
dirección de la empresa, decidió ir caminando para
dar tiempo a sus pensamientos. La joven del tren estaba en la oficina
de Bernárdez, el gerente de marketing. Jean Luc saludó
imperturbable, en actitud (displicente y amable a la vez) que lo
diferenciaba del status de personal de planta (proveedor externo
de servicios, Jean Luc cuidaba la asignación de roles, parte
importante del delicado sistema de castas que regula la estructura
de poder empresarial). Entregó el CD y se quedó charlando
sin sentarse, aunque dejando sutilmente en claro que quedarse en
pie era para el un asunto de no dedicar demasiado tiempo a un eslabón
menor de la cadena ejecutiva, y no un signo de respeto hacia un
gerente. Bernárdez permaneció también en pie,
inseguro, y le presentó formalmente a la muchacha, traductora
de los folletos corporativos con que la Corporación Argentina
de Fabricantes de Alfombras pretendía promocionarse en el
exterior. Usando una de sus habilidades más cuidadas, Jean
Luc inició entonces una conversación que dejó
instantáneamente fuera del cuadro a Bernárdez (una
duda sobre el correcto significado de un frase de Shakespeare, que
le sirvió a la vez para adular los conocimientos de la joven,
para examinar esos conocimientos, y en especial para demostrar sabiduría
en el tema sin caer en la arrogancia). Ella contestó correctamente
mientras Jean Luc sostenía su mirada, los ojos de ambos se
prometían algo paralelo al tema de su conversación,
que Jean Luc prolongó sin tropiezos cuando Bernardez se retiró
pidiendo permiso para sacar una fotocopia.
Jean Luc invitó
a la joven a conocer a su amigo, el presidente de la empresa, y
discretamente verificó que la muchacha ya había cumplido
su trámite en el lugar, llamó desde su celular a una
agencia de remises en Morón (la más cercana que conocía
con autos dignos), y en otro hábil giro de la conversación
la convenció de que haría más rápido
volviendo al centro con él, lasciate ogni speranza.

Jean Luc, racionalista,
pero muy supersticioso de las casualidades, tuvo al reencontrar
a la joven en la oficina de Bernardez la seguridad de que los hechos
se sucederían de acuerdo a un plan infalible. Ambos manejaban
con maestría ese juego de ocultamientos y revelaciones tan
oportuno en los primeros encuentros, y se acompañaron durante
toda la tarde, el la llevó a una muestra de un pintor amigo
y comieron pizza en un lugar snob, ella redobló la apuesta
y le habló de la charla debate, hicieron algo de tiempo y
al subir las escaleras del auditorio, el la tomo del brazo con una
gentileza algo anticuada que generó un escozor en la muchacha,
consciente por fin de estar impresionada por un hombre que duplicaba
su edad. La sala estaba llena y solo encontraron lugar en un pasillo,
tras una pilastra; mientras seguía llegando gente Miranda
se sacó el abrigo y se paró delante de Jean Luc, aceptando
en silencio las caricias que bajaban por su espalda hasta la cintura,
al comenzar la conferencia se recostó contra él. Jean
Luc supo entonces que todo en la muchacha le pertenecería
menos él mismo, ahora de propiedad de Miranda.
Miranda se acomodó
delante de Jean Luc, a unos metros del panel principal, se sacó
el abrigo y lo sostuvo junto a su cartera, con los brazos cruzados.
Le hizo a su nuevo amigo un comentario casual sobre la conferencia
debate, a punto de empezar, pero con el objetivo real de animarlo
a que la tomara nuevamente del brazo, como unos minutos antes, en
la escalera, la mano segura y frágil a la vez, protectora
y abierta como una ventana sobre un lago en la montaña, la
mano que se apoya sobre su cintura y moldea la superficie alabeada
a través de la camisa. Miranda es tan invulnerable que nos
conmueve cuando se entrega, en otra dimensión que sus vecinos
de auditorio, decir que se entrega es en realidad inexacto, Miranda
ha perdido contacto con el mundo y consigo misma, como en ese instante
en que nos despertamos y todavía no salimos del sueño
ni entramos en la vigilia, son centésimas de segundo de percepción
pura, durante ese instante no hay asociación intelectual
- cognitiva entre las formas que percibe nuestra visión y
los conceptos a las que las asociamos en nuestra vida cotidiana.
Miranda despierta con su cuerpo temblando, sostenida lascivamente
sobre Jean Luc, el grito ahogado por los aplausos, consciente ahora
de cada impulso de energía que recorre su cuerpo.
Miranda y Jean
Luc se van del auditorio rápidamente, ella le sugiere obscenidades
al oído y Jean Luc se ríe con la misma precisión
y justeza que en los comentarios sobre las ponencias del debate.
- Quiero
ser tu puta, quiero entregarte todas las genuflexiones, quiero que
me esperes en la noche con la paga dispuesta y que regatees cada
una de mis caricias, que negocies cada beso que le daré a
tu cuerpo, cada apertura de mi cuerpo que quieras conocer. Me entregaré
a cada viajero que me indiques, para que te pague tu ropa y tus
perfumes, dormiré en las plazas, protegida por tus puños.
Me refugiaré a esperarte sin bañarme, en los lugares
más infames, las gentes se reirán de mi y cuando esté
a solas contigo me abriré espléndida a cada perversión.
Pero Jean Luc
viajaba a Brasil esa misma noche, la vida del profesional independiente
a veces hace incompatibles los distintos proyectos que surgen en
lo personal, en lo afectivo, en lo personal (¡cuantas veces no he
deseado yo mismo llevar la vida rutinaria y previsible de un empleado
municipal!).
Tras un breve
diálogo, llegaron a una solución. La oferta de Miranda
le recordó a nuestro depredador una anécdota de su
escuela secundaria, ni siquiera una anécdota, una referencia
que alguien había hecho a una cierta práctica inusual,
que una compañera de un curso superior habría realizado,
justamente, por ser (según el muchacho que había comentado
el asunto), una puta. No pasó de un comentario realizado
en un grupo muy reducido, pero a Jean Luc le había impresionado,
al punto de dedicar al tema algún argumento de sus pajas
adolescentes, y al punto también de recordarlo de tanto en
tanto, aun habiendo pasado un puñado de décadas desde
aquel diálogo a la salida de la escuela. Miranda, una muchacha
totalmente distinta, cualquiera fuera la mirada que sobre ella se
hiciera, a aquella que en su momento había generado la referencia
de su compañero de estudios (referencia que, con toda seguridad,
los otros participantes del diálogo ya habían olvidado,
y más aún, que difícilmente hubiera sido cierta
en el caso de la muchacha involucrada en aquel momento), le había
traído nuevamente a la memoria la extrañeza sobre
esa práctica, que por lo demás no recordaba siquiera
haber visto en algún material porno.
Jean Luc, contando
el escaso tiempo disponible para llegar al aeropuerto, explicó
a Miranda los antecedentes de la idea que quería poner en
práctica, y le propuso hacerlo rápidamente en un hotel
para parejas vecino al auditorio. Miranda asintió, divertida,
excitada y enamorada.
- Sin forro,
acordaron, y sin quitarse ninguno de ellos una sola prenda más
que los respectivos abrigos, realizaron la faena sexual que, más
que fantasía, definiré como curiosidad de Jean Luc.
Al terminar, Jean Luc sacó de su bolsillo un billete de cien
dólares y se lo entregó a Miranda, que con fingido
desdén lo guardó en su corpiño. Salieron del
hotel 15 o 20 minutos después de haber entrado (el conserje
observó a Miranda con extrañeza, ya que obviamente
no la tenía registrada entre las putas habituales del hotel,
y sobre todo considerando que el tiempo de permanencia de la pareja,
y la diferencia de edad, eran típicas de una relación
comercial - corporal y no de un consenso erótico basado en
sentimientos o deseos compartidos).
Tomaron un taxi
al Aeroparque, donde cenaron rápidamente luego del check
in de Jean
Luc. En los
pocos minutos que les quedaban, Miranda insistió en visitar
uno de los comercios abiertos a esa hora, donde recorrió
los estantes de perfumería para hombres y eligió aquel
que más le gustaba. Sacó los cien dólares de
entre sus tetas y se los dio al vendedor junto con su tarjeta de
crédito, con la que cubrió la diferencia. Jean Luc
roció sus muñecas con el obsequio de Miranda, y le
anotó sus teléfonos y correos en un papel (no quiso
tomar los datos de Miranda, le dijo entre irónico y melancólico,
porque tenía miedo de que lo hubiera olvidado cuando la llamara).
Antes de entrar en la migra, se abrazaron lascivamente y Jean Luc
le dijo "3 días" antes de llenar su boca con un beso húmedo
y preciso. Se fue rápidamente, sin darse vuelta para mirarla
desde los mostradores.

Próxima entrega (6): Strip tease
Ventajas
del amor en formación. Encuentro de dos personas que no pueden
vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara (y ejecuta
con maestría) la recepción a Jean Luc.
Carmelo
Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en
la prestación de servicios administrativos a la producción
del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad,
interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano
con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka
Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació
en México, estudió geografía en Amsterdam y
psicología en Copenhague
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