N.
de la
R.: El texto de esta nota
reproduce parte del contenido de la ponencia presentada
por la autora en el reciente Seminario
“Ciudad y programas del hábitat”,
de la UNGS. Debido a su extensión se
publica en dos ediciones consecutivas de café
de las ciudades.
“La
explicación a los problemas de la vivienda en Argentina,
no se encontrará en el sector de la vivienda mismo, sino
en la naturaleza del sistema social, las relaciones sociales
y la acción del Estado”. (Yujnovsky, O.1984)

Conventillo
de la calle Piedras 1268, en Caras y Caretas de 1902
Desde la formación del Estado Argentino hasta principios
del siglo XX, los diferentes gobiernos nacionales, provinciales
y municipales tuvieron poca
intervención en la producción de viviendas para sectores
de bajos recursos, dado que respondían a una concepción
liberal que delegaba en el mercado la resolución del problema.
La obra pública estaba constituida por edificios de infraestructura
o equipamiento: puertos, usinas, oficinas, teatros, escuelas,
hospitales, pero no viviendas. Los textos de historia de
la arquitectura argentina (ORTIZ y otros, 1968; GUTIÉRREZ-
ORTIZ, 1972; SUMMA, 1978) abundan sobre palacios,
palacetes y las llamadas “casas de renta”, destinadas
al alquiler para sectores de la clase media (el Código Civil
prohibía de manera explícita la subdivisión de la propiedad,
por consiguiente, las viviendas de las “casas colectivas”
sólo podían alquilarse y eran construidas, entonces, para
tal fin; recién en 1948 se sancionó la
Ley de Propiedad Horizontal, impulsada
entre otros factores por la caída de los niveles de habitabilidad
de los nuevos edificios y por la paulatina pérdida de rentabilidad
de las propiedades alquiladas); mientras que poco hay sobre
vivienda social (no obstante, vale recordar que el primer
graduado en Arquitectura, Raymundo Batlle, presentó una
tesis publicada en 1877 sobre “Habitaciones para obreros”,
consignada en CANDIOTTI, 1920, 568-576, y asimismo también
son destacables los trabajos de SELVA, 1901 y SELVA, 1904;
ver también BATLLE, 1983). Este momento histórico concuerda
con el de la arquitectura académica y con el eclecticismo
historicista, y a la vez, con el período de mayor crecimiento demográfico
del país, causado por un importante flujo de inmigrantes
(entre 1880 y 1910 entraron al país unos 4.000.000 de inmigrantes,
en su mayoría españoles e italianos, radicándose en Buenos
Aires un 60 % de éstos; en 1914 el 30, 3 % de la población
de Buenos Aires era extranjera, SURIANO, 1983, 7). Ballent (2005, 41) coincide señalando que “la acción directa del Estado se había limitado
a la provisión de infraestructura, ya que la acción oficial
en vivienda no fue determinante en la construcción de la
ciudad, y que el parque habitacional se construyó sobre
la base de la suma de esfuerzos individuales, posibilitado por los procesos de ascenso
social y de constitución de las capas medias y populares
urbanas”.
Una
única iniciativa (LIERNUR, 1993, 188, señala que en 1871,
después de la epidemia de fiebre amarilla, dos ingenieros,
Casimir Chanoine y Alfredo Ebelo, presentaron a la municipalidad sendos proyectos de
“villas para obreros”, que por falta de presupuesto y voluntad
política no se concretaron) que es posible destacar por
parte del Estado es el proyecto solicitado en 1882 por el
intendente Torcuato de Alvear
al Director de la
Oficina de Ingenieros Municipales, Juan
Antonio Buschiazzo, para la construcción
de una “Casa para obreros”, que pudiera servir como “modelo para casas de inquilinato”, proyecto
que fue materializado parcialmente en la actual Avenida. Las
Heras, en aquel entonces fuera
del ámbito céntrico (la zona correspondía a los “antiguos
mataderos del norte”; VIÑUALES, 1984, 171-172; BECAR VARELA,
1926, 426; SHMIDT, 1995; RADOVANOVIC-RUSSO, 1985; YUJNOVSKY
1974 b, 343; más
que una propuesta de renovación tipológica
de la habitación obrera, los distintos proyectos de Buschiazzo
proponían una mejora de la calidad constructiva y de
los servicios sanitarios de los ya clásicos conventillos
y una reducción de las áreas comunes,
de acuerdo con lo aconsejado por Guillermo Rawson;
SÁNCHEZ, 2006, 116)
Los
sectores de bajos recursos entonces quedaban limitados a
su propia iniciativa, residiendo en inquilinatos o conventillos
(SCHTEINGART y otros, 1974; según el padrón municipal de
1919 funcionaban en la
Capital Federal 2.470
conventillos en los que residían 148.393 personas, el
8 % de la población de ese distrito; para YUJNOVSKY, 1974,
b, todavía en 1936 se registran 9.074 casas de inquilinato
en una población de 242.255 habitantes, ocupando como promedio
2,58 personas por cuarto), o en el peor de los casos alojados
en cama caliente (FERNÁNDEZ, 1981): cuatro a seis horas
de cama a un peso, en maromas (sogas colgadas de los techos
de galpones para dormir de pie), o en los caños albergados
en el puerto (para algunos, FERNÁNDEZ, 1981, 13, el apelativo
“atorrante” utilizado para denotar a los desocupados, provenía
de una supuesta marca A. Torrant
que tendrían los caños del puerto de Buenos Aires aún en
construcción, utilizados como albergue; aunque pareciera
ser más probable que la palabra provenga de “atorrar”
deformación del verbo napolitano “torare”,
empleado para definir la holgazanería o el estado de letargo
de los pescadores que esperan con parsimonia su presa).
A medida que el progreso económico-familiar lo permitía,
se autoconstruían
una serie de habitaciones alineadas con patio lateral,
la llamada casa “chorizo”, en un lote pagado en cuotas mensuales
y ubicado en la entonces periferia de la ciudad, merced
al boleto ferroviario subsidiado (TORRES, 2006; YUJNOVSKY,
1974; LIERNUR, 1984; LIERNUR, 1986; LIERNUR, 1999; decía
en 1931 Américo Ghioldi: “Es necesario
recorrer los barrios apartados de la ciudad en días domingo
y ver a hombres, mujeres y niños trabajando afanosamente
en la construcción de una pobre habitación, una cocina y
un w.c....”, GHIOLDI, Américo,
1931, “Tres problemas municipales”, en GUTIERREZ-GUTMAN,
1988, 47; si los recursos se los permitían recurrirían a
pequeñas empresas constructoras que financiaban la operación, como
la “Buenos Aires Building Society”, el “Banco del
Bien Raíz”, “El Hogar Argentino” y “La Constructora Nacional”,
entre otras; ver folletos en GUTIÉRREZ, GUTMAN, 1988, 16-18).
A
comienzos del siglo XX se abre una brecha en la inacción
oficial y el Estado
comienza a ocuparse del problema de la vivienda obrera con
un enfoque netamente “higienista”, que respondía al
positivismo dominante en las esferas de poder. Tanto en
su versión clásica (sustentada en las teorías miasmáticas)
como en la posterior a Pasteur
(apoyada en la tesis microbiana del contagio a través un
germen patógeno), el higienismo se define como una práctica racional y científica
que impone un intervención sobre la sociedad. De este modo,
la salud es entendida
como el producto de las condiciones del medio social y físico
en el que desarrollan la vida las personas.
Por
esta razón, será un primer objetivo de la higiene pública
involucrarse en los principales factores que afectan a la
salud social: la provisión de agua potable, la eliminación
de los residuos cloacales, la
recolección de la basura, la construcción de pavimentos,
así como la ubicación de cementerios, mataderos y hospitales
(ARMUS, 1995, 97-110). Paulatinamente, el higienismo
pasará al ámbito privado, tomando como una de sus mayores
preocupaciones al Conventillo, foco elegido
para simbolizar todos los males que encerraba la sociedad.
Decía
entonces Eduardo Wilde: “Así los barrios
centrales, aristocráticos, ricos, lujosos y cuidados de
las ciudades, no serán salubres, si en los alrededores no
se observa una prudente higiene y si el capital no interviene
para formar allí jardines, vía pública limpia, habitaciones
aseadas, aunque pequeñas y baratas. Por egoísmo, las gentes acomodadas de las poblaciones,
deben cuidar del modo de vivir de los pobres, porque
la salubridad de una ciudad es un resultado de muchos factores
y no un producto de la acción individual o colectiva aplicada
a una sola sección, a una calle, a un barrio” (WILDE
Eduardo, 1885, Curso de Higiene Pública, Imprenta y Librería
de Mayo, Buenos Aires, Pág. 266-269, citado por RECALDE,
1988, 140-141).
Y
agregaba Guillermo Rawson refiriéndose específicamente a los conventillos: “De aquellas fétidas pocilgas, cuyo aire jamás
se renueva y en cuyo ambiente se cultivan los gérmenes de
las más terribles enfermedades, salen esas emanaciones,
se incorporan a la atmósfera circunvecina y son conducidos
por ella tal vez hasta los lujosos palacios de los ricos.
(…) No basta acudir con la limosna para socorrer individualmente
la miseria; no basta construir hospitales y asilos para
pobres y mendigos; no basta acudir con los millones para
subvenir a estos infortunios accidentales en aquella clase
deprimida de la
sociedad. Es necesario ir más allá; es preciso buscar al pobre en su alojamiento y mejorar las condiciones
higiénicas de su hogar, levantando así su vigor físico
y moral, sin deprimir su carácter y el de su familia humillándose
con la limosna”. (“Guillermo Rawson:
Escritos y discursos”, en RECALDE, 1988, 143 –144; ver asimismo
la cita en PAEZ, 1970, 15),
Acepta
los mismos hechos Friederich Engels, quien afirmaba
en 1872: “El cólera,
el tifus, la fiebre tifoidea, la viruela y otras enfermedades
devastadoras esparcen sus gérmenes en el aire pestilente
y en las aguas contaminadas de estos barrios obreros. (…)
Estas epidemias se extienden entonces a los otros barrios
más aireados y más sanos en que habitan los señores capitalistas.
La clase capitalista dominante no puede permitirse impunemente
el placer de favorecer las enfermedades epidémicas en el
seno de la clase obrera, pues sufriría ella misma las consecuencias,
ya que el ángel exterminador es tan implacable con
los capitalistas como con los obreros” (ENGELS,
1974, 344).
Tanto
Rawson como Wilde,
médicos higienistas, habían padecido la experiencia traumática
de la epidemia de fiebre amarilla que asoló Buenos Aires
en 1871 (la ciudad de Buenos Aires también había sufrido
brotes de fiebre amarilla en 1858 y de cólera en 1867/1868)
y apoyaban las tesis de que el agua y el aire transportaban
miasmas o gases nocivos, defendiendo la actuación sobre
la vivienda popular, donde, según ellos, se originaban los
males físicos -y morales- que afectaban la sociedad.
El
poder público juzgaba entonces legítimo intervenir sobre
el ámbito privado (piezas de conventillos, casillas precarias)
cuando el bien común
así lo dictara, como lo habían hecho ya en 1871. Nos
recuerda al respecto Diego Howlin (2004): “Cuando
comenzaban las requisas, los echaban a los empujones a la
calle, casi siempre sin dejarles recoger sus pertenencias.
Es natural que se resistieran, que gritaran, que intentaran
salvar lo poco que tenían. Pero todo cuanto había en la
casa estaba condenado a ser quemado”.
A
partir del caso emblemático de la epidemia de fiebre amarilla
y bajo la influencia de las teorías miasmáticas fueron apareciendo
distintas ordenanzas que permitieron la “Inspección, vigilancia
e higiene de los hoteles o casas habitadas por más de una
familia” (definición oficial de los conventillos; PAIVA,
1996, 23-31; PAIVA,1999), sancionándose también distintos
Reglamentos Generales de Construcción que contemplaban no
sólo la prohibición
de emplear ciertos materiales para levantar paredes,
como barro (adobe) o madera, las características de los
pisos, la ubicación de cocinas, piletones y letrinas, una altura mínima de 4 metros (que permitiría
la circulación de aire necesaria para alejar los indeseables
miasmas), así como la cantidad
de inquilinos por habitación (ver motivos de desalojo
o faltas para la habilitación de inquilinatos en PAGANI,
2007). En este sentido, sólo entre 1891 y 1892 la intendencia
municipal había desalojado 890 casas de inquilinato por
malas condiciones y unas 336 piezas por hacinamiento (YUJNOVSKY,
1974 b, 336).
Se
juzgaba entonces que el conventillo, por sus condiciones
físicas (falta de aire y sol, ausencia de agua potable y
cloacas, construcción precaria), era
en sí mismo un peligro para el resto de la sociedad,
consideración que paulatinamente se fue extendiendo a sus
habitantes (algo semejante había ocurrido durante la epidemia
de fiebre amarilla cuando se le echa la culpa de la misma
a los inmigrantes italianos, en realidad, principales víctimas
de la enfermedad, ya que murieron 3.397 argentinos y 6.201
italianos; se conjetura que la epidemia ingresó a Buenos
Aires proveniente del Paraguay, existiendo negligencia de
las autoridades portuarias y del cónsul argentino en ese
país que no alertó oportunamente)
Señala
asimismo Domingo Selva (1901, 103, citado por CIRVINI, 2004):
“El pobre obrero comienza
a reflexionar sobre su suerte. (…) Su ánimo se agriará,
tomará el trabajo como una carga, la familia le será un
gravamen... irá siendo terreno propicio para que germine
la simiente de las agitaciones sociales, buscando un ideal
aún no bien comprendido. Y nuestro hombre,
que con poco podía haber continuado siendo un elemento conservador
por excelencia de la sociedad, entrará en la militancia
obrera... hará huelga, provocará disturbios... será
en breve un verdadero elemento de trastorno social....confiará
a la violencia, el crimen, a los medios extremos, al caos,
la solución de los grandes problemas...”.
Por
ello es que este enfoque “higienista”, aunque heredero de
los descubrimientos de Pasteur, excedía plenamente lo sanitario y se orientaba
hacia lo social, considerando entonces que las condiciones
deplorables de vida del conventillo no sólo permitían el
contagio de enfermedades como la tuberculosis o el cólera,
sino que además impulsaban a quien residiera allí hacia
el desorden, el caos o la conducta inmoral.
De
modo que el problema de la habitación obrera, como se definía
en aquel momento, no podía quedar limitado a mejorar las
condiciones sanitarias de dichas edificaciones sino que
debían erradicarse “la promiscuidad y la vagancia, la ebriedad y la disolución familiar que acechan tras estos `vestíbulos de la muerte`
que son los conventillos” (CIRVINI, 2004, 202).

Propuesta
de casas chorizo bajo la operatoria de "La Constructora
Nacional", extraído de GUTIÉRREZ, Ramón
y GUTMAN, Margarita, compiladores (1988)
Cabe
aclarar algunos conceptos: el conventillo (o casa de inquilinato;
en Brasil se lo llamó cortiço, en Cuba ciudadela o cuartería;
en Perú solar y en México Casa de vecindad) era un tipo
peculiar de vivienda urbana de Uruguay, Chile (Hidalgo Dattwyler,
2000) y Argentina, donde cada
cuarto era alquilado por una familia o por un grupo de hombres
solos, generalmente inmigrantes. Los servicios (letrinas,
duchas, piletones de lavar), cuando
los había (según SURIANO, 1983, 11, “en 1904, el 22 % de los conventillos
no poseían baños de ninguna clase”) eran de uso
comunitario para todos los inquilinos (ordenanzas municipales
prohibían expresamente lavar ropa en conventillos, no obstante
esto se hacía, tal como consta en los dichos de Santiago
de Estrada, quien describe al del patio de un inquilinato
“cruzado por sogas en todas las direcciones”, PAEZ, 1970,
20; en 1905, el diputado socialista Alfredo Palacios presentó
un proyecto de ley que establecía la prohibición de poner
medidores de agua en los conventillos como deseaban algunos
propietarios y caseros; cabe aclarar que la ropa que se
lavaba podía ser de la propia familia o para terceros, pago
mediante). Generalmente no había cocinas, por lo
que se debía preparar los alimentos en braseros que se encendían
en el patio o en la misma habitación, cuando el tiempo no
era propicio.
Muchas
veces el conventillo aparecía por la refuncionalización
de antiguas casonas coloniales en los barrios de la zona
sur de Buenos Aires: San Telmo, Concepción, Balvanera,
Monserrat, San Nicolás y Catedral
al Sud, que habían sido abandonados
por los sectores más pudientes de la sociedad después de
la epidemia de fiebre amarilla, aunque también estaban presentes
en las parroquias de San Miguel, La
Piedad y el Socorro (ver PAGANI, 2007).
La alta rentabilidad
de este tipo de alojamiento hizo que se construyeran edificios
especialmente orientados para ese uso, muchos de ellos de
gran precariedad (aparece en el periódico anarquista La
Protesta humana del 18 de febrero de 1900
la siguiente descripción: “El
trabajador que vive con sus hijos y su esposa en una triste
y miserable choza, sin aire, sin sol; con el techo agujereado
para que pase el agua durante la lluvia; sin patio porque éste siempre lo usa el patrón
para hacer otro tugurio más para alquilar; sin baño,
sin lo necesario para la limpieza, para la higiene privada”;
ver asimismo el recorrido “virtual” que realiza LIERNUR
1993, 181-182, por la Buenos Aires en la época
de transición entre la
“Gran Aldea” y la del centenario: “En la próxima cuadra, continuando hacia el Norte, se encontraba sobre
Independencia una barraca con 20 habitaciones. Muchas casas
entre Belgrano y Moreno tenían agregados precarios y acumulaban
más de cuarenta habitaciones. (… ) Ahí nomás, en Santiago
de Estero y Salta, podía verse un conventillo ´de chapa´ con 32 habitaciones,
propiedad de los Lanús”).
La intención de los sectores populares de habitar en el
centro se debía fundamentalmente a la mayor oferta habitacional
y a la necesidad
de vivir cerca de los lugares de trabajo. La mayoría
de los conventillos contaban además con reglamentaciones
internas que configuraban un “eficaz sistema represivo”,
utilizado a conveniencia, puesto que “a
través de sus cláusulas, los propietarios y caseros establecían
las pautas de conducta que los inquilinos debían observar”
(SURIANO, 1983).
En
términos generales, los inquilinatos estaban conformados
por habitaciones ubicadas alrededor de uno o varios patios
centrales, o en cuartos alineados a lo largo de pasillos
y galerías. Alojamientos similares surgen en otras ciudades
de América Latina e incluso Europa.
De
igual modo Friederich Engels
afirmaba en 1845: “El par de cientos de casas, que pertenecen al viejo Manchester, hace ya
tiempo que fueron abandonadas por sus primeros habitantes,
sólo la época industrial ha metido en ellas a los
enjambres de trabajadores a los que ahora alojan; sólo
la época industrial ha edificado en todos los rincones entre
estas casas viejas para albergar a las masas que ha atraído
desde los distritos agrícolas y desde Irlanda” (ENGELS,
1978).
Por
otra parte, Korn y De la
Torre (1985, 250) señalan que “La
proporción de conventillos en la edificación total de la
ciudad pasó de ser el 8,4 % de los edificios en 1887
a constituir sólo el 2 % en 1919.
La cantidad de habitantes por cuarto de conventillo tiene
un pico de 3 habitantes promedio en 1904 (señala SURIANO,
1983, que algunas veces dos matrimonios jóvenes compartían
la habitación por razones económicas) y
luego, inmediatamente después de la recesión de la Gran Guerra, en 1919,
es de 3,3 habitantes por cuarto. La población que se aloja
en estos sitios es la más pobre de la ciudad y pasa de ser
el 25 % de la población a menos del 10 % en 1919...”
(ver también SURIANO, 1983, 9).
Lecuona
(1993) sostiene que existía en los conventillos una proporción
importante de familias que habitaban más de una pieza y
que las condiciones de higiene no eran del todo inadecuadas
para la época. Por otra parte,
como atestiguan Armus y Hardoy
(1990), fueron varios
los modos de habitar de los sectores populares en el
período considerado, aunque la crítica ha centrado su atención
en la figura del conventillo (ARMUS – HARDOY, 1990, 155-193,
mencionan además del conventillo, la casa chorizo o “casa familiar expandible”,
la dependencia de servicio de la residencia de elite, la
casilla precaria en el lote propio, el rancho en el terreno
baldío, el “cuarto del fondo” de una vivienda unifamiliar,
y las fondas y pensiones, entre otras estrategias habitacionales
-sobre la invisibilidad de las pensiones en los textos de
historia de la arquitectura, ver: ABOY, Rosa, 2008-; afirma
SURIANO, 1983, 8, que “existió
una franja de población –quizás tan importante como la que
vivía en conventillo- difícil de captar a través de los
datos censales, que moraba en iguales o peores condiciones
en fondas, bodegones, hoteles, casas de pensión y departamentos
o casas pequeñas e incómodas”; asimismo, en el Boletín
del Departamento Nacional del Trabajo se consigna en los
suburbios la existencia de casitas con 3 o más piezas “en
condiciones higiénicas y de vida deplorables”, SURIANO,
1983, 54; con respecto a las “dependencias de servicio”
de las grandes mansiones hay una línea de investigación
no iniciada si consideramos los datos del Censo de 1895
consignados por KORN-DE LA
TORRE, 1985, 255-256, donde se registran
residencias hasta con once sirvientes; dichas habitaciones
se encontraban en las planta bajas y subsuelos (cocheros,
por ejemplo) o “disimuladas” en las azoteas amansardadas)
Korn
y
De la Torre
(1985) afirman: “Por el hecho de tratarse, en una buena
parte, del alquiler de cuartos de antiguas casas, estos
lugares contaban con la solidez de su construcción. Su existencia
como casas de alquiler de cuartos estuvo, por otra parte,
siempre sujeta a legislación sobre las condiciones básicas
de limpieza y sanidad. Desde 1871 se exigía que hubiesen
inodoros en las letrinas, un departamento destinado a cocina
y, a partir de 1887, la obligación de instalar agua corriente
y un cubaje de 15
m3 por personas, que permitía tres
personas en un cuarto de 4 x 3 x 3” (según
el Reglamento de Construcciones de casas de vecindad y conventillos
de 1908).
Asimismo,
otros tipos de alojamiento no sufren la condena que pesa sobre los conventillos,
como ocurre por ejemplo con los ranchos del “Barrio de la Ranas”, ubicado en los terrenos
de la quema de Parque Patricios (donde sus habitantes utilizaban
para hacer las paredes latas usadas de 20 litros de querosén rellenas de barro; ver referencia
elíptica a este barrio en Medhurst-Thomas,
1924, 138: “esa horrible
colección de cajas cuadradas, en fila, en el mejor de los
casos hechas de mampostería y en el peor, de latas de toda
clase, desde sardinas hasta las de kerosene”), las viviendas de uno o dos cuartos autoconstruidas y los conventillos (más pequeños, pero también
de peor calidad constructiva) de los suburbios.
Con
respecto a las casillas precarias, señala Liernur
(1984, 116) que este tipo de construcción “junto
con los ranchos, carpas y otros modos elementales del habitar
constituyen un área problemática hasta ahora soslayada por
nuestros estudios. Sin embargo, con un mínimo costo, no
anclaje al terreno y posibilidades de agregación, constituyeron
la mejor respuesta que los sectores populares podían hallar
ante condiciones de gran inestabilidad que debieron afrontar”.

Harry
Grant Olds. Conventillo (detalle), c. 1900-1905, gelatina
de plata, 20 x 25 cm, colección privada
Entonces
¿cuál es el motivo de la “mala prensa” de los conventillos,
que en el peor momento sólo alcanza al 25 % de la población
de Buenos Aires?
1- Se pretende con estas
argumentaciones determinar una segregación espacial,
cuestionando la forma de habitación más visible de los sectores
populares, presente incluso en
los barrios de élite: el conventillo.
Otros modos de habitar, como ranchos y casillas precarias,
se ubicaban en terrenos baldíos e incluso inundables,
como los próximos al arroyo Maldonado, Dock Sud
o el bajo Belgrano. Las casas chorizos autoconstruidas
también permanecen fueran de la vista de los sectores más
favorecidos, pues los lotes que se ofrecían a la venta en
cuotas se encuentran en la entonces periferia.
Señalan
Korn-De la
Torre (1985) que “si
la intención de tal segregación existió, no se logró llevarla
a la práctica en cuanto a los propietarios de inmuebles
de las zonas más caras de la ciudad. Para decirlo de un modo porteño, da toda
la impresión de que
una serie de recién llegados se ´colaron´
por todas partes, incluidos los barrios de San Nicolás
y el Socorro”. A estos “infiltrados” había que desterrarlos, pero recurriendo a un discurso
“bien intencionado” como el higienista.

2- Los argumentos utilizados
para cuestionar a los inquilinatos encierran un trasfondo
económico: el valor creciente de la tierra urbana en determinadas
áreas centrales (favorecido por los
Códigos de Edificación, que permitían construir en altura;
ver alegato del Diputado Enrique Dickman
en el debate de la Ley de Casas Baratas, 3 de septiembre
de 1915, Cámara de Diputados de la Nación, 191) va a forzar la expulsión de los
obreros de este tipo de localización, mediante el aumento
desmedido del alquiler de las habitaciones
o empleando la estrategia de exigir la demolición de los
insalubres conventillos, los que quedarán cercados en los
barrios de San Telmo, Barracas y la Boca (según KORN - DE LA TORRE, 1985, “en 1904, año en
que la población que vive en conventillos constituye alrededor
del 14 % de la población total, en la mitad de estas casas
el alquiler por cuarto era de alrededor de 13 pesos mensuales.
Esta suma constituía alrededor del 22 % del salario mensual
mínimo de un albañil, igual aproximadamente a 58,75 pesos
y del 15 % del de un carpintero o el de un herrero”. Como
dato comparativo, la cuota mensual para la compra financiada
de una “casa chorizo” de tres habitaciones en Floresta en
el año 1906 era de 103,50 pesos; según GUTIÉRREZ- GUTMAN,
1988, 16, “el aumento de los salarios entre 1904 y 1911
no mantuvo la proporción del costo de los alquileres. A
un jornal $4, salario promedio para un obrero especializado
en 1904, correspondía $5,50 en 1911, es decir que el aumento
producido significaba proporcionalmente un 37,5%. El alquiler
de una habitación costaba, término medio, $15 a $20, en
1904; en 1911 había aumentado, término medio, un 100%”;
recordemos que en 1907, estalló por este motivo, una “huelga
de inquilinos”; según YUJNOVSKY, 1974,
b, 358, Cuadro 7: en 1912 el porcentaje del
salario de un obrero industrial insumido en alquiler de
un cuarto de conventillo era del 30, 1 %)
El suelo vacante será empleado para la construcción
de “casas de renta” de varios pisos
(YUJNOVSKY 1974 b, consigna el aumento progresivo de la
altura de la edificación de Buenos Aires, que se correspondería
con esta densificación de las áreas centrales) que alquiladas
“a
los grandes negocios, almacenes, tiendas, escritorios o
convertidos en modernas casas de vecindad reditúan mayor
renta”, pues están dirigidos a sectores sociales más acomodados.
(ACOSTA, 1934 a, 42: “Cada año se construyen nuevas casas
en el lugar de los viejos conventillos, pero el resultado
es más bien negativo para el proletariado, porque las
nuevas viviendas se destinan a la clase media y están fuera
del alcance económico de las familias obreras. Estas
no tienen otro remedio que hacinarse en horrible promiscuidad
dentro de los viejos inquilinatos que persisten todavía,
o improvisar viviendas carentes de toda característica humana
-ej. Barrio de las ranas en Buenos
Aires-. La nueva edificación de tipo corriente no resuelve
la crisis y se resume en el desplazamiento paulatino del
proletariado hacia los límites de la urbe”;
SURIANO, 1983, 51).
Describe
el mismo fenómeno Engels (1974, 326): “La
extensión de las grandes ciudades modernas da a los terrenos,
sobre todo en los barrios del centro, un valor artificial,
a veces desmesuradamente elevado; los edificios ya construidos
sobre estos terrenos, lejos de aumentar su valor, por el
contrario lo disminuyen, porque ya no corresponden a las
nuevas condiciones, y son derribados para reemplazarlos
por nuevos edificios (…). El resultado es que los
obreros van siendo desplazados del centro a la periferia;
que las viviendas obreras y, en general, las viviendas pequeñas,
son cada vez más escasas y más caras, llegando en muchos
casos a ser imposible hallar una casa de ese tipo, pues
en tales condiciones, la industria de la construcción encuentra
en la edificación de casas de alquiler elevado un campo
de especulación infinitamente más favorable, y solamente
por excepción construye casas para obreros”.
La
consecuencia de este fenómeno va ser la “despoblación
o emigración del centro a la periferia, o sea hacia los
barrios suburbanos” tal como registra Cibils
en 1911 (CIBILS, F. R., “La descentralización urbana en
la ciudad de Buenos Aires”, en Boletín del Departamento
Nacional del Trabajo Nº 16, 31 de marzo de 1911; citado
por SURIANO, 1883, 51). En Buenos Aires, paulatinamente,
los conventillos, en concomitancia con el aumento del valor
de la tierra, van desapareciendo de las parroquias de San
Nicolás, San Miguel, La Piedad y El Socorro, cumpliendo el objetivo de segregación
espacial.
3- La impugnación a
los inquilinatos tiene una intención moralizadora, tal como vimos en las
expresiones de higienistas y reformistas. Existe en estos
años para los sectores más opulentos de la sociedad argentina
un
claro vínculo entre inmigración, pobreza y conventillo, conectados a su vez
con la degeneración racial, la inmoralidad y, acaso, el
crimen.
Decía
Eduardo Wilde (1895, 29-30): “Un
cuarto de conventillo, como se llaman esas casas ómnibus,
que alberga desde el pordiosero al pequeño industrial, tiene
una puerta al patio y una ventana, cuando más; es una pieza
cuadrada de cuatro metros por costado, y sirve para todo
lo siguiente: es la alcoba del marido, de la mujer y de
la cría, como dicen ellos en su lenguaje expresivo; la cría
son cinco o seis chicos debidamente sucios; es comedor,
cocina, despensa, patio para que jueguen los niños, sitio
donde se depositan los excrementos, a lo menos temporalmente,
depósito de basura, almacén de ropa sucia y limpia si la
hay, morada del perro y del gato, depósito de agua, almacén
de comestibles, sitio donde arde a la noche un candil, una
vela o una lámpara; en fin, cada cuarto de éstos es un pandemónium
donde respiran contra las prescripciones higiénicas, contra
las leyes del sentido común y el buen gusto y hasta contra
las exigencias del organismo mismo, cuatro, cinco o más
personas”.
Para
Wilde, pareciera
que la “suciedad” y el “mal gusto” eran una opción y no
una consecuencia de la miseria, por eso se debía “moralizar”
a los desposeídos (cuando Eduardo Wilde
sostenía este discurso, en muchos conventillos el agua era
un bien más que escaso, provista por aguateros que la traían
en carros; recordemos que en 1875 sólo el 13% de la población
de Buenos Aires tenía agua potable, aunque en años posteriores
esto empezaría a corregirse, YUNOVSKY, 1974 b, 358).
No
difiere en esencia el pensamiento del diputado Juan Cafferata:
“El conventillo es una lacra. Allí habita la promiscuidad, germina la rebeldía,
florece la tuberculosis, se
disgrega la familia, se corrompe la niñez y naufraga la
edad madura. Los conventillos son atroces. Las suciedades
en contacto. El pudor y la independencia, imposibles. Las
pasiones acechando pared de por medio en lucha y contacto
cotidianos (...). Este es el conventillo, foco de todas
ruindades” (MINISTERIO DE RELACIONES EXTERIORES Y CULTO,
1934, Primera Conferencia Nacional de Asistencia Social,
Tomo I o III, Editorial Kraft,
Buenos Aires).
En
un mensaje al Congreso Nacional de 1920, el presidente Hipólito
Yrigoyen (recordemos que su primera
presidencia da un cierto impulso a las obras de la CNCB: en 1919, Conjunto “Valentín
Alsina”, en 1921, Barrio “Juan
Cafferata” y en 1922, Casa “Bernardino Rivadavia”) declara
con respecto al excesivo valor que tiene el alquiler de
una pieza de conventillo para los sectores populares a los
que se “les imponen, en muchos casos, como única solución, vivir en habitaciones
antihigiénicas e insalubres, hacinados, con graves perjuicios
para la salud, cuando no son otros mayores de orden moral,
que nacen en la promiscuidad del inquilinato” (DEL MAZO,
1984, 102).
Esta
conectividad ente pobreza, inmigración y conducta inmoral
será tan obvia que en las diversas acciones, tanto privadas
como estatales, para proveer vivienda a los sectores populares,
se sancionarán normativas
para supervisar el comportamiento de sus habitantes:
La “Sociedad Protectora
del Obrero”, responsable de Barrio Butteler,
tendrá poder de inspección para controlar el “correcto”
uso de las viviendas mediante un riguroso reglamento que
prohibiría la realización de las fiestas, la presencia de
personas extrañas a la familia, el subalquiler,
etc.
Por
otra parte, desde el Estado Nacional se propone modificar
la Ley
9677 de Casas Baratas para “agregar al Art. 8 la facultad de la Comisión para efectuar el desalojo de aquellas familias
cuya inconducta sea causa de escándalo
o mal ejemplo” (COMISIÓN NACIONAL CASAS BARATAS, Contribución
al Primer Congreso Panamericano de la
Vivienda Popular, 1939, 235).

4- Por otra parte, desde un enfoque político, los
patios de los conventillos configuraban el espacio ideal
para verdaderas asambleas de anarquistas y socialistas,
tal como se había visto en la huelga de alquileres de 1907
(LECUONA, 1993, 121). Guillermo Rawson
pretendía mediante reglamentaciones tratar de “evitar
el contacto social entre los inquilinos. El intercambio
social era regulado pero sólo dentro del marco de tareas
colectivas estrictamente programadas” (SÁNCHEZ, 2007,
109). De ahí que
sectores más conservadores propicien la vivienda individual
(a pesar de su mayor costo) que la
colectiva. Se preguntaba por ejemplo Enrique
Prack en 1919: “Las autoridades policiales pueden quizás perseguir
y disolver las asambleas de los enemigos del orden social,
pero ¿quién evitará las reuniones de los habitantes de un
conventillo?” (citado por BALLENT, 1990).
Es
interesante notar que el significativo carácter social del patio
del conventillo se debía, a su vez, a esta misma mirada
moralizadora que se tenía sobre sus habitantes. Es éste
el lugar (y no la propia habitación) donde una mujer (soltera
o casada) puede recibir a sus amistades o parientes de sexo
masculino (y a la inversa) Esta necesaria exhibición pública
de la vida social que ocurre en el patio de las casas de
inquilinato, se trasladaría luego al patio de las casas
chorizo, aún cuando éstas dispongan de una habitación (sala)
destinada a tal fin.
Por
otra parte, la galería será también el lugar de trabajo
del sastre y del zapatero, de la modista y la sombrerera,
pero será específicamente en el patio donde trabajarán las
mujeres que lavan ropa para afuera.

Huelga
de inquilinos de 1907. Desalojos compulsivos
5- Los argumentos contra los inquilinatos proponen, de alguna
manera, incentivar
la radicación de los inmigrantes en el país, puesto
que los que venían como trabajadores golondrina o con proyectos
de un regreso próximo a la madre patria, (luego de “hacerse
la
América”) consideraban lógico habitar transitoriamente
en conventillos o habitaciones precarias. La estrategia
que se va a utilizar es fomentar el ideal de la “casa propia”
(un enigmático C.S.S. afirma en
1933, 111: “Las campañas fomentando la adquisición de la
casa propia han inspirado a comprarla a muchos que nunca
debieron hacerlo y no lo hubieran hecho si hubieran comprendido
lo que emprendían”), definitiva, que entonces sólo podía
materializarse en la periferia (este ideal perdura hasta
nuestros días: cuando sectores populares reclaman vivienda,
no piden sólo mejores condiciones de alojamiento, claman
además la propiedad de la misma; esto no ocurre, por ejemplo,
en países como Alemania).
Liernur (1984, 108-109) sostiene que no sin
dificultad se instaló en los sectores populares el deseo
de la propiedad privada de la vivienda (objetada desde el
anarquismo: el periódico anarquista La protesta del 4 de
octubre de 1907, Pág. 1, durante la “huelga de inquilinos”
exclama: “¡Casas para obreros!, nos gritan ahora. ¡Cómo
si los obreros necesitaran tutores que les hicieran casas como a las bestias
les hacen galpones o cabañas! Pillos o desvergonzados,
hablan de esto con un desparpajo que haría reír si no diera
asco. Casas para obreros ¿eh? ¿Y no sería más oportuno que
los obreros pidieran o construyeran celdas para ladrones?”,
citado por SURIANO, 1983, 71, y el socialismo: “y la utopía
burguesa y pequeño burguesa de proporcionar a cada obrero
una casita en propiedad y encadenarle así a su capitalista
de una manera semifeudal, adquiere
ahora un aspecto completamente distinto. La realización
de esta utopía resulta ser la transformación de todos los
pequeños propietarios rurales de casas en obreros industriales
a domicilio, la desaparición del antiguo aislamiento y,
por lo tanto, de la nulidad política de los pequeños campesinos,
arrastrados por la vorágine social; resulta ser la extensión
de la revolución industrial al campo, y por ella, la transformación
de la clase más estable, más conservadora de la población
en un vivero revolucionario; y como culminación de todo
esto, la expropiación de los campesinos dedicados a la industria
a domicilio por la máquina, lo que les empuja forzosamente
a la insurrección”, ENGELS, 1974, 323) citando las afirmaciones
del Banco “El Hogar Argentino” quien informaba que “no hace
todavía muchos años los bancos giraban al exterior sumas
fabulosas compuestas de los pequeños y casi insignificantes
ahorros de los inmigrantes”, sin embargo en los días del
Centenario este hecho ha desaparecido, lo cual puede ser
atribuido a la “facilidad de adquisición de la tierra, a la incalculable
fuerza atractiva de la propiedad”.
AC
(continúa en el próximo número de café
de las ciudades,
con el análisis de la transición del conventillo a las Casas
Baratas, la casa chorizo y el cottage,
y la bibliografía)
La
autora es Arquitecta, Profesora Superior Universitaria,
Magíster en Gestión de Proyectos Educativos, Doctoranda,
FADU UBA; Directora de las Investigaciones: “Evaluación
Crítica de una Intervención Urbana: Barrio Ejército de los
Andes 'Fuerte Apache'” y “Barrios Cerrados, nuevas modalidades
de la exclusión”, UM. Miembro de equipos de investigación
de proyectos FONCYT y UBACyT
Esta
ponencia es parte de un trabajo más amplio que pretende
revisar la configuración y difusión de un tipo peculiar
de vivienda, individual, compacta, de dos plantas con jardín
al frente y fondo libre, propiciado desde la Comisión Nacional de Casas Baratas (CNCB) y dirigido
-originariamente- a los sectores populares, cuestionando
otras alternativas de habitación como los inquilinatos,
y casas chorizos, y confrontando con las propuestas de otros
organismos públicos y privados como la Municipalidad de Buenos
Aires, la Cooperativa El Hogar
Obrero, la Compañía de Construcciones Modernas y la Unión Popular
Católica. Sus objetivos son revisar la
crítica a los conventillos y a las casas de patio lateral
conocidas como “chorizo” y su propuesta alternativa, el
“cottage”. Enmarcamos nuestro trabajo dentro del paradigma cualitativo
o interpretativo. Partimos primeramente, mediante un análisis
documental, de la definición contextual desde donde surgieron
estas propuestas tipológicas, para luego abordar la situación de los actuales
habitantes de estos prototipos, enfocando nuestro estudio
en el Barrio Rawson de la
CNCB. (AC)
Sobre
la cuestión de la vivienda social en la
Argentina, ver también la Terquedad de la emergencia en este número de café
de las ciudades.