Los
recientes anuncios de un Parque Central en la
Recoleta y un conjunto de túneles viales en
la Avenida 9 de Julio forman parte de sendas licitaciones
de AUSA,
la empresa de autopistas urbanas del Gobierno de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires. Estos proyectos se enmarcan en la Ley 3060, que delega facultades en el Poder Ejecutivo.

Video
del Proyecto de Movilidad Sustentable del Gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires,
publicado en la edición digital de
La
Nación el pasado 12 de julio.
Los
fundamentos frente a los hechos
Los
fundamentos explícitos son la movilidad sustentable y una mejor
disponibilidad de espacios verdes. Tanto la ley como los proyectos
que de ella derivan parten
de una serie de supuestos: que la concesión que vence después
de 5 años fue exitosa, que es indistinto que la empresa devuelva
los peajes en pago de canon que con una serie de obras, que
esas obras van a resolver (y no agravar) problemas de congestión
en la ciudad, que se pueden licitar obras que no han sido expresamente
aprobadas por la Legislatura y que se trata de una forma de apostar
al transporte público.
El
promedio de espacios verdes por habitante en Buenos Aires es
bajo y debe ser mejorado. Sobre todo hacia el oeste y en algunos
barrios, en los que, sin postergaciones, hacen falta nuevos
espacios verdes. Pero la propuesta de un parque central norte
en Recoleta no hace mucho por las zonas más postergadas.
Las explicaciones, por lo menos en una primera lectura, no ayudan
a despejar las reservas. Si el objetivo es agilizar el tránsito,
es difícil que se alcance: se amplían carriles por un lado y
se tiene un cuello de botella a las pocas cuadras. Se vincula
a una política de playas de estacionamiento teóricamente disuasorias,
pero en la práctica, involuntariamente, se induce a venir al centro en auto. El saldo real entre los espacios
verdes que se ganan y los que se pierden por intervenciones
viales por arriba o se transforman en macetero cuando le pasan
por debajo, no garantiza un resultado contundente.
Reflotar
la propuesta de un túnel para automóviles en la 9 de Julio,
pasante de salidas pero no de entradas, está aparentemente destinado
a acortar los tiempos de viaje y, de acuerdo a los fundamentos
que se han dado, reducir las emisiones. Sería un logro que se
pudieran alcanzar realmente esos objetivos por un método que se ensaya cada vez menos en el mundo, pero no sería
una novedad que necesidades prioritarias queden postergadas
por proyectos adoptados sin el consenso propio de las políticas
de Estado, necesario para una obra que compromete a varios gobiernos.

Infografía publicada por el diario Clarín
del pasado 12 de julio
La
evaluación presupuestaria y ambiental
Se
ha señalado la falta de presupuesto para avanzar en una serie
de obras cuya prioridad nadie discute, como la construcción
de escuelas o la ampliación del subterráneo. De hecho, se ha
justificado la venta
de terrenos públicos en una ubicación estratégica
en la necesidad de encontrar recursos para hacerlo mientras
éstas se consideran en una cuenta aparte. En efecto, aquí no
están en el presupuesto de la Ciudad, el lugar donde las
prioridades públicas deben ser contrastadas de acuerdo a
un principio de unidad. La contratación con un fondo fiduciario
significa deuda para la Ciudad a largo plazo, por
una vía paralela.
Es
cierto, no se puede comparar esta obra con antecedentes internacionales
que llevan a costos hasta tres veces mayores que los previstos
(el big dig de Boston
por ejemplo). Es cierto, estos dispositivos se hacen por fuera
de la ley de obra pública tradicional. Es cierto, el subte cuesta
hasta 80 millones de dólares el kilómetro (con el material rodante
incluido y como límite). Pero también es cierto que en la
Argentina las obras suelen costar bastante
más de lo estimado y también tardar más. Hoy corre un plazo
de 90 días antes de que se hagan las ofertas y se ponga en marcha
el proceso de adjudicación. Después, solo
podremos reconsiderar el proyecto a través de costosas renegociaciones.
Son
obras de relevante impacto ambiental. Los mecanismos de evaluación
merecen un capítulo aparte, pero lo que debería evaluarse es el impacto acumulado
del conjunto de intervenciones que figuran en el programa.
A mi juicio, sin discutir la nobleza del objetivo, es complicado
el mecanismo de promover el transporte público a través de un
proyecto costoso que va en primer lugar al auto privado para
que libere el espacio en la superficie. Sería
más directo darle la prioridad en las obras, en la gestión y
en algunas iniciativas, como las de priorizar la circulación
en las avenidas, ampliadas a otras medidas con mayor coherencia.

Infografía publicada por el diario Clarín
del pasado 12 de julio
Antecedentes
nacionales e internacionales
Obras
similares de esa misma empresa fueron dejadas de lado por iniciativa
del intendente Julio César Saguier,
durante la presidencia de Alfonsín,
tras una costosa renegociación al inicio de
la democracia. La deuda
fue pagada por la
Ciudad durante varios años, con los recursos
de la coparticipación.
Hace
casi 50 años hubo un debate en la ciudad de Nueva York
entre Robert Moses,
que presidía la autoridad que recaudaba los peajes de puentes
y autopistas y tenía proyectos para hacer una serie de obras
nuevas (entre ellas sobre barrios como el Greenwich
Village) y un movimiento ciudadano encabezado, entre otros,
por Jane Jacobs. Ella marcó con claridad
los riesgos de manejar los recursos por empresas
sin las consideraciones que merece una actuación pública,
por mejor inspirados que estén los objetivos de quienes la conduzcan. Es así que
hoy las obras están dirigidas a ampliar el subterráneo y contar
con carriles preferenciales para el transporte público. Más
recientemente hubo un intento de establecer un peaje urbano
que fue rechazado por el parlamento estatal en Albany,
a pesar de que se iba a destinar al transporte público. Pero
de todos modos hay una reducción de las playas de estacionamiento
en el centro. Se pagan derechos de impacto por las obras privadas.
Y, en un contexto de crisis presupuestaria, se está avanzando
un proyecto de ley para poner límites a lo que denominan la
administración “fantasma” a través de sociedades públicas. Hay
otros antecedentes a analizar, como los peajes urbanos que se
citaron como fundamento antes del actual cuadro tarifario, tales como Londres y Singapur. En ambos casos se
destinan al transporte público.

Perspectiva
del Proyecto de Parque Central en la Avenida Libertador,
según la memoria descriptiva de AUSA
Rectificarse
a tiempo
En
otras oportunidades se han reconsiderado medidas (con buenos reflejos)
a la luz de una mayor información y debate público, como el
avance de la autopista sobre el Parque Chacabuco y la creación de un registro de adicciones
por parte de los empleadores. En esta instancia hay materia
de sobra para hacerlo.
AB
El
autor es arquitecto, especializado en políticas urbanas, con
estudios de posgrado en Francia. Es Director ejecutivo del Consejo de
Planeamiento Estratégico de Buenos Aires y Director de proyectos
para América Latina del Instituto
para la Ciudad en Movimiento.
Sobre
AUSA y sobre la venta de predios del GCBA en Catalinas Norte,
ver también la Terquedad de las políticas urbanas,
en el número 80 de café
de las ciudades.
Sobre
la bajada de la
Autopista 25 de Mayo en Parque Chacabuco,
ver la Terquedad de los modelos,
en el número 68 de café
de las ciudades.