N. de la
R.: El texto de esta nota reproduce la
introducción del libro Arquitectos
que no fueron, compilado por Rodolfo Novillo et al.
(…) los hombres hacen su propia historia, pero no la
hacen a su propio arbitrio, bajo circunstancias elegidas
por ellos mismos, sino bajo circunstancias halladas, dadas.
Karl Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte

Resulta difícil exponer de una manera lineal los propósitos
de este libro.
Por una parte, es una
conmemoración desde el amor, el dolor, la
falta. Testimonios de familiares, amigos, compañeros y docentes rescatan
para la memoria de la sociedad las semblanzas, las historias,
los rasgos de personalidad de estudiantes y egresados
de la Facultad de Arquitectura
y Urbanismo de la Universidad Nacional
de Córdoba, que fueron víctimas del terrorismo de Estado
entre 1975 y 1983.
En
otro sentido, el libro es un documento donde las vidas
privadas, anónimas, son traídas a la luz, rescatadas de la trama de los sucesos que atravesaron la esfera público-política
por aquellos años. Devienen así parte de la historia de
todos, no sólo porque los relatos se inscriben en la experiencia
vivida de varias generaciones de argentinos, sino porque
evocan, en su grado más feroz, el gesto liminar del terrorismo
de Estado: transformar a los ciudadanos en sujetos de
la privación de derecho.
Pero
el libro es también, fundamentalmente, un
homenaje a la generosidad y entrega de esos jóvenes,
a sus esfuerzos por operar un cambio de rumbo, por construir
un futuro más justo para el conjunto de la sociedad. Porque
lo que surge de los testimonios, lo que los identifica
más allá de las diferencias ideológicas o los niveles
de participación, es su opción por prácticas políticas
que, a diferencia del canon al que nos tenía y tiene acostumbrados
gran parte de la clase dirigente, exigían sacrificarse
por el bien común sin esperar a cambio ventajas personales.
Conmemorar,
documentar, rendir homenaje son prácticas sociales que
marchan siempre por una línea de riesgo. Se puede caer
en los estereotipos paradigmáticos, dejando que se nos
escape entre los dedos la individualidad, la carnadura
de cada ser humano o, por el contrario, construir una
biografía personal, humanamente trágica pero divorciada
de la ética ciudadana que la provee de sentido.
A
más de treinta años del último golpe militar, el destino
luctuoso de miles de miembros de la generación que, paradójicamente, disfrutó de más oportunidades que
cualquier otra en la
Argentina (una generación que se
crió en la época del pleno empleo, de la democratización
del acceso a una educación que, en calidad, comparaba
favorablemente con la de países más desarrollados y, lo
que es más, tuvo padres que prodigaron en sus hijos todo
el amor, la atención y las expectativas de los que muchos
de ellos habían carecido en su propia niñez o adolescencia,
durante la -primera- década infame), es todavía un trauma que los argentinos no hemos sabido
o no hemos podido procesar. Prueba de ello es que,
desde entonces, al igual que los atenienses del mito,
no hemos cesado de enviar a nuestros jóvenes para que
los devoren los sucesivos minotauros de la historia nacional:
en el ’82, una aventura bélica criminal y, después, la
máquina “modernizadora” de la globalización neoliberal,
con su secuela de desempleo, marginalidad, envilecimiento
mediático y el sinsentido de una educación puramente formal
y regida por las estadísticas.
Las
historias que aquí se narran, historias de chicas y muchachos
que asumieron de distintas maneras un compromiso con la
sociedad y que, por ello, fueron victimizados
por la violencia
ilegítima de un aparato estatal apropiado por fuerzas
de seguridad, revelan una
inquietante relación con los avatares de la vida política
del país.
El
terrorismo de Estado -y en esto cabría incluir todo
el período que va desde el golpe de Onganía
en 1966 hasta el año 1983, con una breve suspensión
durante la primavera camporista-
no tenía como meta final exterminar a los opositores,
sino que recurrió al exterminio de los sectores más combativos
para aterrorizar al conjunto social. No sorprende entonces que los futuros
truncados de estos jóvenes estudiantes y profesionales
de la arquitectura se redupliquen en la desaparición de
las certezas acerca del futuro que todavía nos acompaña.
Por eso, los testimonios aquí reunidos exigen un desplazamiento.
Deben ser leídos desde un “nosotros” inclusivo, para poder
comenzar a desentrañar el verdadero interrogante: ¿Por
qué nos pasó, nos pasa, esto?
En
ese sentido, el libro constituye también una interpelación.

Asamblea
FAU (31/08/70)
Los
que tenemos más de cincuenta años podremos, aún si con
distinto ánimo, reconocer en las historias aquí contadas
el vértigo irresistible que hace cuatro décadas parecía
empujarnos hacia un futuro promisorio y aparentemente
cercano. Contemplados hoy, aquellos proyectos de transformación
social de los ’60 y los ’70 y las luchas a las que condujeron,
parecen tener la
consistencia de un sueño. Sólo es posible hacerles
justicia, sin embargo, recordando el contexto en que se
produjeron.
Pensar
la Argentina de aquella época
exige desnaturalizar ciertas cuestiones que las historias
de manual y los discursos políticos que acceden a la mediatización
han instalado en el imaginario social, a veces mediante
el mero recurso de no ponerlas en discusión. Éste
es el caso de la noción de democracia, cuya significación
parece derivarse de la oposición democracia/autoritarismo,
como correlato de otro lugar común: una concepción de
la historia política argentina del siglo veinte -a partir,
sobre todo, del golpe de 1930- como un movimiento pendular
entre gobiernos democráticos e intervenciones militares.
Esta interpretación de sentido común está siendo consistentemente
criticada por los estudios históricos. El análisis de
la vida política del país a partir del ’45 pone de manifiesto
regularidades mucho más inquietantes. En primer lugar,
que los límites entre democracia y autoritarismo son mucho
más difusos de lo que los partidarios de la dicotomía
pretenden; en segundo lugar, que lejos de tener un significado
único, la definición de la democracia es un objeto permanente de luchas políticas.
Si
antes de 1955 el peronismo había puesto en duda las reglas
de juego de las democracias parlamentarias en su pretensión de hacer pasar toda la política
por adentro del movimiento, condenando al resto de
las manifestaciones partidarias como “politiquería”, lo
que sigue después, como ha señalado Cavarozzi, fue también una “semidemocracia”,
no solo por la práctica partidaria de golpear las puertas
de los cuarteles para desbancar a los adversarios, sino
también porque la proscripción del peronismo recortó la
participación en la vida política de una gran parte de
la ciudadanía.
Si,
como gusta decir un medio gráfico de Córdoba, hoy vivimos
una democracia “renga”, no cabe duda que aquélla que vino
a interrumpir el golpe de Estado de 1966 era por lo menos
vacilante, si no en sus términos formales, en cuanto a
su legitimidad y representación. De la falta de respuesta
cívica ante la instalación del Onganiato
(un gobierno de facto explícitamente planteado no como
un tránsito hacia la recomposición institucional, sino
como un proyecto de reorganización de la nación que excluye
permanentemente todo mecanismo democrático: partidos,
elecciones, parlamento) puede
inferirse la fragilidad del estatuto ciudadano en la sociedad
argentina de esa época. Sin embargo, la propia brutalidad
del régimen va a contribuir al crecimiento, la condensación
y la organización de una resistencia popular que excede
a los desprestigiados partidos políticos y también a las
burocracias sindicales acuerdistas, incentivando el anhelo de una democracia “real”,
precisamente, en aquellos ámbitos donde el régimen pretendía
recomponer el orden y eliminar de raíz cualquier
oposición al principio de autoridad, cualquier intento
de pensamiento autónomo: los sindicatos combativos y los
claustros universitarios.
A
pesar de las vicisitudes de la política nacional, a comienzos
de los ´60 la Universidad había operado progresos que abrían el
debate académico a nuevas dimensiones. A la creciente
relevancia de lo social (tanto en términos curriculares
como en el replanteo de roles profesionales), se unía
una inscripción en el mundo que sustentaba las innovaciones
en el orden disciplinar, así como un posicionamiento ante
sucesos de orden mundial. No sorprende entonces que en
el ‘66 el embate contra la Universidad fuera feroz.
Los estudiantes fueron castigados con represión, detenciones,
golpizas y, en algunas facultades, con la pérdida del
año lectivo. Miles de docentes fueron expulsados, interrumpiendo
el proceso lógico de formación académica, en una sangría que aún no se ha restañado.
Sin
embargo, algunos sectores universitarios seguirán resistiendo,
generando espacios de producción o debate y, cuando las
protestas ganen las calles, confluyendo allí con otros
sectores sociales.
A
mediados del ‘69, la revuelta se generaliza. Las manifestaciones
se suceden en distintas ciudades, la resistencia gana
en organización y consistencia. Miles de jóvenes se vuelcan
hacia una militancia política que, más allá de sus aciertos
o de sus errores trágicos, es concebida
como absoluta entrega -por oposición a los arreglos y
conveniencias de las prácticas políticas de los partidos
tradicionales- y como la inscripción en un orden mundial
que marcha hacia un futuro más justo para el conjunto
de la humanidad.
Para
algunos de estos jóvenes, el incremento de la resistencia
popular preanuncia el retorno de Perón y la apertura de
una instancia superadora: la conversión de la patria peronista
en una patria socialista. Para otros, es una señal de
la marcha ineluctable de la Historia hacia la sociedad
sin clases. Para todos, la época exige la confluencia
del estudiantado y los trabajadores en un proyecto de
transformación social.
Los
esperaba, nos esperaba, secreta en el porvenir, como dice
Borges, una noche fundamental. El proyecto de país esbozado
por la dictadura del ‘66 iba a retornar por sus fueros.
Desde el gobierno de María Estela Martínez y, sobre todo,
a partir del golpe del 24 de marzo de 1976, una represión
ilegítima y brutal iba a instalar el terrorismo de Estado como forma de control y sometimiento para
posibilitar, entre otras cosas, la reconversión económico-social
del país y su adecuación al flujo irrestricto de capitales
especulativo-financieros, que es un requisito de la globalización
neoliberal.

Sin
duda, cada una de las historias aquí contadas resulta,
en sí misma, trágicamente conmovedora. Consideradas en
su conjunto, sin embargo, el compromiso social, el sacrificio
militante y su victimización por el terrorismo de Estado desbordan los relatos
particulares para configurar un
fragmento épico de la historia, no sólo argentina, sino
latinoamericana. En la marejada atroz de la reformulación
de mundo orquestada para su propio beneficio por el poder
económico transnacional, naufragaron las esperanzas, las
luchas, las vidas mismas de una generación que creyó en
la posibilidad de resistir y vencer a un enemigo enormemente
poderoso.
Su
derrota, es hora de decirlo, es una forma de la derrota
de todos. Un índice del fracaso colectivo en la realización
de una democracia que exprese la igualdad de los seres
humanos, no sólo en el sentido abstracto de la ley, sino
en el sentido concreto del derecho a una existencia digna.
Recuperar el impulso
hacia la consecución de una sociedad más justa es probablemente
el mayor reconocimiento que podamos ofrecer a estos jóvenes
luchadores, a sus vidas generosas, a su capacidad de ser
-y sentir- con los otros.
CdH
Los
integrantes de la
Comisión de Homenaje son: Ana Clarisa
Agüero, Juan Humberto Ciámpoli, Fernando Díaz Terreno, Norma Fatala,
Gabriela Morales y Rodolfo Novillo.
Arquitectos que no fueron - Estudiantes y egresados de
la Facultad
de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional
de Córdoba asesinados y desaparecidos por el terrorismo
de estado, 1975-1983. Investigación y Edición: Comisión de Homenaje. Compilado por Rodolfo
Novillo et al.
Presentación de Luís A. Rébora.
Prólogo de Osvaldo Bayer. Diseño y diagramación: Franco González. Edición DVD:
Gustavo Maders. Córdoba, Argentina,
2008. ISBN: 978-987-24204-0-6
El
libro puede obtenerse en Córdoba en Rubén Libros (Deán
Funes 163,
L. 1) y en la
Asociación Familiares de Detenidos y
Desaparecidos por Razones Políticas. En Buenos Aires,
en las bibliotecas de la FADU-UBA, Biblioteca Nacional,
Biblioteca del Congreso, CEDINCI (Tarcus),
Memoria Abierta, Secretaría de Derechos Humanos de la Cancillería y
el CELS. Su versión digital puede descargarse de la página Web de la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño
de la UNC, sección “Novedades”, desde donde también puede
descargarse el video que acompaña su edición.
Según
sus autores, “El
título de este volumen hace alusión a uno de los componentes
trágicos comunes a todas las historias: el cercenamiento brutal y prematuro
de recorridos vocacionales que, dada la juventud de todos
los implicados, sólo habían comenzado a desplegar sus
potencialidades, aún en el caso de los egresados.
El lapso temporal abordado tiene como hito inicial, impuesto
por la seguidilla de secuestros y asesinatos sufridos
por estudiantes y egresados de la
FAU, el 5 de febrero de 1975, fecha del
Decreto N° 261 firmado por María
Estela Martínez, entonces Presidente de la Nación, y por varios ministros
de su gobierno. Dicho decreto autorizó al Comando General
del Ejército a “aniquilar el accionar de los elementos
subversivos”. Su término viene representado por el 10
de diciembre de 1983, día de la asunción de Raúl Alfonsín,
primer presidente electo después de la dictadura militar
instaurada el 24 de marzo de 1976.
Por último, los nombres de los estudiantes y egresados
aquí evocados surgieron de la investigación realizada
por la Comisión de Homenaje,
que permitió ampliar fundadamente el registro original
de la Facultad de Arquitectura.
Sin embargo, es posible que los nombres consignados no
representen la totalidad de las víctimas pertenecientes
a esta unidad académica, ya que hay elementos para presumir
la existencia de otros desaparecidos en el período abordado,
quienes no fueron incluidos debido a que la información
no pudo refrendarse fehacientemente (no se pudo constatar
su pertenencia a la FAUD-UNC, o bien, su inclusión
en las nóminas de la
CONADEP, el REDEFA y/o la SDH)”.
Mensajes:
desaparecidos.faud.unc@gmail.com
Sobre
la dictadura argentina entre 1976 y 1983 y las características
de la restauración democrática, ver también en café
de las ciudades.
Número 68 | Política de las ciudades
Mi
vida en dictadura
| De la Libertadora al Proceso
| Marcelo Corti
Número 69 | Fútbol y ciudades
La
ciudad del Mundial ‘78 |
La fiesta de la dictadura y sus huellas en Buenos Aires
| Marcelo Corti
Número 74 | Política de las ciudades
Mi vida en democracia |
“Y si algún despistado a la orilla del camino nos pregunta
por qué luchamos…” | Marcelo
Corti
Número 80 | Política de las ciudades (II)
Democracia
y ciudad
| Raúl Fernández Wagner
analiza 25 años de procesos y políticas urbanas en la Argentina | Marcelo Corti
Y
sobre Córdoba, la entrevista a Desirée D´Amico
en este número y, entre otras, estas notas de números
anteriores:
Número
73 | Lugares
Córdoba
siempre estuvo cerca…
| La ciudad de la Reforma Universitaria
y el Cordobazo | Marcelo Corti
Número
73 | Planes y Normativa de las ciudades
Planificación y crecimiento urbano en la ciudad de
Córdoba | Acuerdos, disonancias
y contradicciones | Celina Caporossi
Número
73 | Historia de las ciudades
Ahí...,
abajo, entre los pastos (la Ciudad Docta)
| Córdoba en 1825, “forzada a replegarse sobre
sí misma” | Domingo Faustino Sarmiento