Medio
siglo de urbanismo habanero (I)
Entrevista al
arquitecto Mario Coyula.
Por
Roberto Segre
Esta
entrevista fue parcialmente publicada en la revista CyTET (Ciudad
y Territorio. Estudios Territoriales) N° 143, Ministerio de la Vivienda
de España, Madrid, invierno, 2005. Debido a su extensión
se publica en dos números consecutivos de café
de las ciudades.

fuente:
www.paseosporlahabana.com
El profesor
venezolano Arturo Almandoz publicó en dos entregas de la
revista CyTET (135/2003 y 139/2004), las entrevistas realizadas
a Roberto Segre y Ramón Gutiérrez. Ambos estudiosos
de la arquitectura y el urbanismo latinoamericanos se refirieron
a sus experiencias teóricas y prácticas a escala continental,
desarrolladas en las últimas décadas. El interés
despertado por estos testimonios, motivaron la entrevista al arquitecto
y urbanista Mario Coyula (La Habana, 1935); sin lugar a dudas, un
protagonista de excepción en las vivencias de las transformaciones
acaecidas en La Habana en la segunda mitad del siglo XX. A pesar
del embargo norteamericano, de las dificultades que confronta en
la actualidad el sistema socialista cubano, de las complejas relaciones
con los países capitalistas (tanto europeos como latinoamericanos),
esta mítica ciudad amada por los españoles, que la
llamaron "la Perla de las Antillas", sigue atrayendo el
interés de profesionales, docentes e investigadores urbanos.
Ello se debe no sólo a ser la mayor ciudad caribeña
casi una metrópolis, sino también a su
fuerte personalidad y su imborrable carácter arquitectónico
y urbanístico, que a pesar de los embates del tiempo y los
sistemas políticos, no lograron mellar la prestancia de su
ancestro histórico que se conserva casi intacto en
esta etapa reciente, casi detenida en el tiempo y el espacio,
desde sus orígenes hasta el siglo XXI.
Nuestro diálogo
nace de cuatro décadas de continua amistad y de identidad
de miras en defensa de sus atributos culturales, urbanísticos
y arquitectónicos, que se concretaron en el trabajo en equipo
para escribir el libro Havana. Two Faces of the Antillean Metropolis,
editado en Estados Unidos por la North Carolina University Press
(2002), en el que también participó el profesor norteamericano
Joseph Scarpaci. Pero lo que considero importante en este testimonio
es la expresión de la compleja y contradictoria realidad
que le tocó vivir a esta ciudad desde el advenimiento del
sistema socialista. Resulta un difícil proceso que Coyula
vivió con intensidad en carne propia, en el tenso y nada
fácil compromiso cotidiano. Proveniente de una tradicional
familia habanera, fue el único miembro que no emigró
a Miami, habiéndose integrado a la lucha clandestina estudiantil
contra la dictadura de Batista. A pesar de su origen "burgués",
no tuvo reparos en asumir plenamente los avatares del gobierno socialista,
lo que le valió la militancia política y la designación
para ocupar cargos "dirigentes" dentro del sistema: desde
Director de la revista Arquitectura/Cuba (a quien acompañé
como jefe de redacción) y de la Escuela de Arquitectura,
hasta Director de Arquitectura de la Ciudad de La Habana.
Pero, como lo
demuestran sus respuestas, nunca fue un técnico sumiso
a las imposiciones (no siempre acertadas) de la estructura política
piramidal dominante, sino que con los escasos grados de libertad
disponible, mantuvo una actitud crítica ante decisiones que
afectarían los destinos futuros de la ciudad. Además,
tuvo el mérito de recorrer todas las escalas del "diseño
ambiental", tanto en la práctica como en la teoría,
lo que le permitió convertirse en uno de los principales
pensadores y escritores sobre la ciudad de La Habana. Reconocimiento
obtenido, no sólo en Cuba, con los premios y condecoraciones
locales, sino también en el exterior: lo demuestra su selección
como profesor invitado para enseñar durante un semestre del
2002 en la Universidad de Harvard, y dirigir un taller de urbanismo
sobre el Malecón habanero.
Tengo la certeza
que esta entrevista aclarará múltiples dudas y permitirá
asumir la densa complejidad de la historia de La Habana en el último
medio siglo, muchas veces analizada desde ópticas parciales,
tendenciosas, reduccionistas y esquemáticas. Considero también
de gran utilidad, para los investigadores dedicados a esta ciudad
y al proceso urbano cubano, la compilación de una bibliografía
de los principales escritos de Coyula
sobre la arquitectura y el urbanismo de la isla caribeña.

RS:
Tu estudiaste arquitectura en la década convulsa de los
años cincuenta. ¿Cómo se enfocaba el tema del urbanismo
en la Facultad de La Habana? ¿Quiénes eran los profesores?
¿Existía algún vínculo entre la teoría
que se impartía y la práctica que se desarrollaba
en la ciudad?
Coyula:
Inicié los estudios de Arquitectura en 1952, poco después
del golpe de estado de Batista, al que los estudiantes de la Universidad
se opusieron desde el primer día. La verdadera vanguardia
política en la Escuela de Arquitectura por cierto,
no afiliada a partidos tradicionales de ningún corte
coincidía en general con la vanguardia arquitectónica
y cultural. Fue una gran diferencia con lo que sucedió
en la Unión Soviética, donde la dirección
política era culturalmente reaccionaria. Quizá esa
haya sido una de las causas del penoso fracaso de aquel experimento,
que duró lo que la vida de un ser humano, apenas una lápida
en el cementerio de la Historia: 1917-1989.
En el plan de
estudios vigente en aquella época seis años
de duración solamente había un semestre dedicado
al Urbanismo, típicamente llamado Arquitectura de Ciudades.
Su enfoque y hasta su nombre llevaban el perfume Beaux Arts, combinando
algunos principios funcionales con la retórica compositiva
que Andrés Duany, León Krier y el Príncipe
Carlos tratarían de reivindicar cuarenta años después.
Impartía la asignatura el viejo profesor Pedro Martínez
Inclán, quien entre 1919 y 1925 había propuesto un
plan director para La Habana, quejándose siempre de que el
urbanista y paisajista francés Jean-Claude Nicolas Forestier
se había apropiado de algunas de sus ideas. Mirando atrás
a los crímenes hechos en nombre del Movimiento Moderno, que
nos llenaron de conjuntos anónimos para horror de los carteros,
echo de menos aquel urbanismo que entonces desdeñamos
por pomposo y anticuado, pero que era definitivamente mucho más
cívico.
No recuerdo
proyectos en los talleres de diseño que enfocaran la escala
urbana más allá de un club de yatismo, pero me viene
a la memoria que en 1955 los estudiantes Jorge del Río, Serafín
Leal, Isaac Sklar, José de la Torre y Mario Lens ganaron
el Primer Premio en el concurso internacional para estudiantes de
Arquitectura en la III Bienal de Arte Moderno de San Pablo. El proyecto
fue un conjunto para las vacaciones de 3 mil obreros con sus familias
en Pasacaballos, Cienfuegos. Nadie pensaba entonces en la contaminación
de esa hermosa bahía. Algunos estudiantes con mayor preocupación
social o más curiosidad por una escala desconocida, como
Eduardo Granados, Osmany Cienfuegos, Reinaldo Estévez, Daniel
Taboada, Hugo DAcosta-Calheiros, Henry Gutiérrez y
Emilio Fernández, hicieron en ese mismo año su Trabajo
de Diploma, dirigido por Alberto Prieto, con un estudio para la
planificación del desarrollo urbano del poblado de pescadores
Surgidero de Batabanó, en la costa sur de la provincia Habana,
perennemente afligido por inundaciones.
La carrera en
aquel entonces estaba completamente orientada hacia el diseño
y construcción de edificios, por no decir casas; pero
un grupo de estudiantes y el profesor Pedro Cañas Abril habían
puesto sobre el tapete el tema de la planificación urbana,
muy asociada a otro debate de moda en aquellos tiempos sobre la
función social del arquitecto. La excelente revista
Espacio, de la Asociación de Estudiantes de Arquitectura,
tuvo un papel muy importante en esa toma de conciencia.
El súbito
despertar a la planificación dio origen a una situación
risueña: los estudiantes de Arquitectura tomaron la delantera
a los de Ingeniería, y en el pequeño pero moderno
local de nuestra Asociación, adyacente al viejo edificio
que compartían arquitectos e ingenieros, colocaron las letras
AEAP: Asociación de Estudiantes de Arquitectura y Planificación.
Reaccionando tardíamente, los estudiantes de Ingeniería
protestaron contra lo que consideraban el monopolio de la Planificación;
y en varias ocasiones arrancaron la "P", que luego era
rescatada con alguna que otra trompada por los de Arquitectura.

RS:
Al elaborarse el Plan Director por el equipo dirigido por Sert
con la participación de profesionales cubanos, ¿tuvo alguna
repercusión en el medio de los arquitectos y en la Facultad?
¿Se discutieron sus propuestas entre alumnos y profesores?
Coyula:
Ese
plan fue encargado por el dictador Fulgencio Batista a través
de la Junta Nacional de Planificación que su gobierno había
creado en 1955 para ordenar el fuerte desarrollo turístico
previsto en La Habana, Varadero, Cojímar y la Isla de Pinos,
muy ligado a la penetración de capital mafioso desde los
Estados Unidos. Meyer Lansky y Santos Trafficante llegaron a invertir
aquí con los hoteles Habana Riviera y Capri, respectivamente,
como parte de una estrategia para convertir a La Habana en Las
Vegas del Caribe. Treinta años antes otro dictador, Gerardo
Machado, había solicitado también otro plan director,
encargado entonces a Forestier, para convertirla en la Niza del
Caribe. En poco tiempo el modelo a seguir había pasado
de Europa a los Estados Unidos.
Por cierto,
el urbanista Mario González cuenta una anécdota poco
conocida: el proyecto para el hotel Riviera había sido inicialmente
encomendado a Philip Johnson. Para presentar su propuesta a Lansky,
Johnson apareció todo vestido de negro, llevando en la mano
una pequeña pero perfecta maqueta en blanco y negro del edificio.
Hizo una corta explicación, enfatizando el cuidado que había
tenido con las proporciones. A Lansky le gustó el proyecto,
pero pidió que le añadiera varios pisos más
para hacerlo más rentable. Johnson se puso de pie y exclamó:
Gentlemen, please, dont be vulgar! Think about proportions!
. Acto seguido recogió su maqueta y abandonó el salón.
En definitiva el proyecto que se construyó lo hizo otro Johnson,
asociado con Polevitzky, conocido arquitecto de Miami. Pienso a
veces en cual hubiera sido la reacción de Philip Johnson
cuarenta años después (quizás no tan altanera).
La JNP estaba
dirigida por un buen arquitecto, Nicolás Arroyo, ministro
de Obras Públicas del gobierno golpista; y en ella trabajaron
profesionales cubanos modernos de prestigio reconocido como Nicolás
Quintana quien ahora, desde Miami (2004) se propone
la ingente tarea de predecir el futuro de una Habana democrática.
También participaban en ella los arquitectos Jorge Mantilla,
Eduardo Montoulieu y (lamentablemente por su prestigio) Mario Romañach.
Este último fue el más creativo y experimental de
la generación de la posguerra, que dio figuras de la talla
de Max Borges, Antonio Quintana y Frank Martínez, entre muchos.
Resulta interesante
comparar los conceptos y soluciones formales adoptados en el Plan
Sert (1955-58) y los de la Plaza Cívica, inaugurada en 1953.
Como era de esperar, Sert estaba completamente afiliado al urbanismo
del Movimiento Moderno y los CIAMs. Su proyecto superponía
las Cinco Vías de Le Corbusier sobre La Habana y creaba centros
direccionales modernos como los que gustaban a su amigo y maestro.
El urbanismo de la Plaza era convencional y de corte fascista,
pero sin el refinamiento característico de cualquier diseño
italiano. Batista aprendía rápido, pero también
lo hicieron algunos arquitectos modernos que olvidaron el compromiso
social del Movimiento cuando surgió en los años
20.

La Plaza Cívica
fue inmediatamente cuestionada en la revista Espacio (1952-1956)
editada por los estudiantes de arquitectura entre los que
participaba el líder estudiantil José Antonio Echeverría
y en el Forum que sobre la Plaza convocó el Colegio de Arquitectos.
Para mayor escarnio, un estudiante descubrió que el monumento
al héroe nacional de Cuba José Martí (rápidamente
apodado por el pueblo como "la raspadura"), era prácticamente
una copia de un reclamo comercial del whisky Schenley en la Feria
de Nueva York de 1939. En la Escuela se repudiaba automáticamente
todo lo que se relacionaba con la tiranía, pero la actividad
principal de la JNP y el Plan Sert coincidieron precisamente con
el cierre de la Universidad, y la prioridad entonces era la lucha
clandestina armada, aunque no pocos prefirieron un refugio cómodo
y seguro.
El Plan Sert
fue muy criticado por la intervención traumática que
proponía sobre la trama colonial; y sobre todo por su famosa
isla artificial frente al Malecón tradicional, llena
de casinos y hoteles. También proponía una franja
de una cuadra de ancho llena de rascacielos que correría
de norte a sur a manera de espinazo por el viejo recinto amurallado.
A su vez creaba parqueos al interior de cada nueva manzana de viviendas
que sustituía las originales. Pero siendo honestos, hay que
reconocer que nosotros estudiantes, no hubiéramos hecho algo
muy diferente en 1959, porque eso era lo que habíamos aprendido.
La Habana se salvó del Plan Sert, pero también de
nosotros.
RS:
¿Cómo se asimilaron las operaciones especulativas que
comenzaban a desarrollarse en La Habana del Este como nueva área
de expansión de la ciudad? ¿Participaron algunos de los arquitectos
locales de prestigio?
Coyula:
En
los dos últimos años de la dictadura batistiana fue
clausurada la Universidad de La Habana, aunque la Universidad Católica
de Santo Tomás de Villanueva, que era privada, se mantuvo
por un tiempo abierta. Los estudiantes de la universidad estatal
se dispersaron, trabajando como dibujantes o proyectistas en oficinas
privadas de arquitectos. La propia revista Espacio, que había
tenido un fuerte protagonismo como portavoz de las preocupaciones
profesionales y políticas de los estudiantes, desapareció
en 1956. En resumen, los alumnos de Arquitectura habían perdido
su voz. Para algunos, esa actividad en oficinas de arquitectos era
paralela a la lucha clandestina que culminaría en el asalto
al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957. Ese día murió
en combate José Antonio Echeverría, estudiante de
cuarto año de Arquitectura y presidente de la Federación
Estudiantil Universitaria, electo en 1954. Ello ratificó
el cierre definitivo de la Universidad de La Habana, que ya había
suspendido sus actividades cuando el desembarco del yate Granma
en diciembre del año anterior.
La promulgación
de la Ley de Fomento de Hipotecas Aseguradas (FHA) en 1954 aceleró
la construcción de una gran cantidad de repartos o
nuevas subdivisiones en toda La Habana, como Fontanar, Altahabana
o Parcelación Zayas. Algunos arquitectos importantes como
Miguel Gastón o Emilio del Junco (quien diseñó
con Mario Romañach el Reparto Santa Catalina, probablemente
el mejor de aquel entonces) proyectaron algunas de estas urbanizaciones;
y en sus oficinas trabajaron arquitectos recién graduados,
como Mario González, quien después del triunfo de
la Revolución tendría un papel destacado en la planificación
de la capital.
Nicolás
Quintana había hecho también en los 50 una pequeña
obra maestra con el conjunto de viviendas junto al Hotel Internacional
de Varadero, organizadas a lo largo de un largo cul-de-sac
y siguiendo su particular estilo arquitectónico playero con
paredes de canto a vista y techos inclinados de madera y tejas.
Ese repertorio lo había empleado antes en las cabañas
del hotel Kawama, también en Varadero. Pero la mayoría
de aquellas decenas de urbanizaciones fueron ejecutadas por compañías
sin más interés que el especulativo. Recuerdo una
de ellas, donde solo trabajé tres días, que dibujaba
las plantas de las viviendas a 1:50 y ponía el mobiliario
a 1:80

Todo lo referente
a La Habana del Este fue uno de los mayores negocios sucios
de Batista. Conociendo (por supuesto) la próxima construcción
del Túnel de la Bahía y la Vía Monumental,
inaugurados a fines de 1958, él y sus socios se habrían
beneficiado con la enorme plusvalía que esas inversiones
producirían en terrenos hasta entonces prácticamente
incomunicados. Hay una película recién filmada aquí
por el director español graduado en Cuba, Mariano Barroso,
que trata sobre eso: Hormigas en la Boca, basada en un thriller
del hermano del director, Miguel Barroso.
El Plan Sert
proponía un desarrollo nuevo al este de La Habana, incluyendo
un centro direccional político-administrativo con un Palacio
Presidencial que sería el mayor del mundo y posiblemente
el mejor resguardado, después del susto que pasó
Batista en 1957. También invitaron otro arquitecto de fama
mundial, Franco Albini quien dejó un testimonio en
la revista Espacio, proyectista de las unidades residenciales
entre el Castillo del Morro y Cojímar. Pero debido al cierre
de la Universidad y a la dispersión (y en ocasiones, persecución)
de los estudiantes, la mayoría vinimos a conocer esas propuestas
después del triunfo de la Revolución.
Apoyándose
en esa costosa infraestructura pagada por el Estado Túnel
de la Bahía, Vía Monumental se hicieron al este
de La Habana las urbanizaciones de Alamar, Vía Túnel,
Colinas de Villarreal y Belvedere, para solo mencionar las más
cercanas al centro de la capital. El triunfo de la Revolución
dejó esos planes inconclusos, y la urbanización de
Alamar sería utilizada a partir de 1971 para recibir un enorme
y amorfo crecimiento en edificios de cinco plantas construidos por
las "Microbrigadas", donde se diluyeron las pocas casitas
que ocuparon la parcelación original.
RS:
Una vez iniciado el Gobierno Revolucionario,
tus experiencias profesionales iniciales fueron arquitectónicas.
¿Todavía no te sentías atraído por la escala
urbana?
Coyula:
Realmente no. Me sentía atraído por volúmenes
y espacios más tangibles, pudiera decir más escultóricos.
Antes del triunfo de la Revolución había trabajado
varios años con un arquitecto amigo, Oscar Fernández
Tauler, que compartía su estudio con el pintor y escultor
Rolando López Dirube. También trabajó allí
mi amigo de la infancia, Emilio Escobar. Oscar no pagaba mucho pero
nos dejaba experimentar. En aquella época estaba muy de moda
el tema de la integración de las artes plásticas
con la arquitectura. La mayor parte de los proyectos que allí
se hacían hablo de antes del triunfo de la Revolución
fueron casas individuales con poco presupuesto, pero siempre hicimos
cosas interesantes, incluyendo las primeras viviendas con cáscaras
de doble curvatura calculadas en Cuba. Recuerdo la casa de Pepe
Fernández en Boca Ciega, y la de Tauler, un tío de
Oscar, en Celimar. Casi siempre llevaron algún mural o esculturas
de Dirube. También colaboramos en el proyecto del edificio
de 17 plantas en Calle 23 entre D y E, Vedado, con alusiones wrightianas
más que directas, que sería terminado en 1959 con
el nombre de Hermanas Giralt. Allí Emilio diseñó
un enorme tímpano de hormigón texturado que bloqueaba
el sol de la tarde.
Después
del triunfo de la Revolución, pero todavía sin graduar,
trabajé mucho en viviendas campesinas agrupadas en pequeños
poblados rurales. En el departamento de Viviendas Campesinas del
INRA estaba como jefe de proyectos Frank Martínez, y participaban
otros buenos arquitectos jóvenes como Serafín Leal
y Sergio González. Todavía no habían irrumpido
los edificios de apartamentos de cinco plantas sembrados
en medio del campo
Empecé a jugar con la escala urbana
(más bien, diseño urbano) cuando proyecté algunos
centros comunales, agrupando varios edificios típicos de
servicios sociales alrededor de plazas, y conectándolos con
galerías que nunca se llegaron a construir.
Mi primer vuelo
solo como recién graduado en 1962 fue una escuelita pre-primaria
con vivienda para el maestro en el reparto Fontanar. Usé
una estructura típica que había diseñado Eduardo
Ecenarro para una nave agropecuaria prefabricada por cierto
muy bien proporcionada tratando de disfrazarla con algunos
muros de sección variable que salían fuera de la edificación
¡ahora pienso en un Pabellón de Barcelona con artrosis!.
Un tiempo después visité la escuelita: el calafateo
que decidí emplear en las juntas de las losas de cubierta
(asfalto con arena) se derretía con el sol y empegotaba las
cabecitas de los niños
Me fui rápidamente para
evitar a las enfurecidas madres.
Me
sentí más realizado cuando asumimos la tercera fase
del proyecto de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos en Las Mercedes.
Ese enorme complejo escolar, previsto inicialmente para agrupar
20 mil niños dispersos en las montañas, quedaba en
las estribaciones de la Sierra Maestra, donde se había hecho
fuerte la guerrilla de Fidel Castro después del desastroso
desembarco del yate Granma en diciembre de 1956. En el equipo, dirigido
por Emilio Escobar, estábamos varios amigos como Luis Lápidus,
Orestes del Castillo, Antonio Saínz, Arsenio Mata, Marina
López y otros. Yo proyecté en 1963 los conjuntos de
viviendas para los maestros, que se repitieron en varias de las
unidades. Se conformaba una pequeña plaza en cada unidad,
definida por dos tipos de viviendas uniplantas de dos dormitorios,
pareadas y en tiras; y una edificación biplanta con apartamentos
de un dormitorio en planta baja combinados con otros de tres dormitorios
en dos niveles.
Esa Casa
Duplex tenía acceso por dos fachadas opuestas, para que
pudiese funcionar como pivote visual del conjunto. Traté
de adecuarme a un clima poco común en Cuba, lejos del mar
y bloqueado por montañas: sin brisas, caliente y polvoriento
por el día, y fresco por las noches. Fue quizá un
pretexto para intentar mi ejercicio à la Le Corbusier:
muros lisos con pocos huecos cuidadosamente compuestos, y por supuesto
blancos; y loggias para dormir fuera cuando el calor fuese
sofocante. El arquitecto Tony Colás proyectó luego
la pequeña plaza del conjunto y diseñó una
farola de hormigón que ha envejecido muy bien. En cambio,
la volumetría de las viviendas está actualmente descompuesta
por cuatro colores diferentes (y no precisamente escogidos por Rietveld),
que por supuesto incluyen los inevitables rosado y verde.
La ilusión
de hacer una ciudad en medio del campo terminó tragada
por el campo. Esa Casa Dúplex apareció en el libro
Diez Años de Arquitectura en Cuba Revolucionaria que
tú escribiste, y recibió mención en 1990 en
el Salón SIARIN "30 Años de Arquitectura Revolucionaria".
A partir de esta experiencia tomé conciencia de que había
otras cuestiones que forman o deforman cualquier proyecto. Poco
a poco fui entrando en otro mundo más coral y menos vedettista.
En 1968, el
proyecto del pueblo de Vallegrande me hizo trabajar a la escala
completa de un asentamiento de 120 viviendas con su infraestructura
técnica y servicios sociales, diseñado y construido
en 44 días. Nunca entendí bien por el qué de
ese cabalístico 44, probablemente un comentario de alguien
importante, tomada inmediatamente como un compromiso. Tuve que usar
unos proyectos típicos de casitas aisladas unifamiliares
de una planta, con paredes prefabricadas ligeras con el sistema
Sandino (antes Novoa). El trazado del pueblo lo hice en unas pocas
horas con Mario González. Ingenuamente, las casitas estaban
rodeadas de césped y sin cercas, formando unas supermanzanas
con placitas para estar y dos cruces peatonales en el sentido más
corto. En poco tiempo todas se fueron cercando de manera improvisada
y con materiales de desecho.
Por esa misma
época proyecté un conjunto de treinta viviendas uniplantas
pareadas frente a la Escuela de Artes Plásticas de Cubanacán,
con el fondo hacia el aeropuerto de Ciudad Libertad, recientemente
desactivado. Era una tira a lo largo de la calle, pero algunas casas
estaban retranqueadas para formar unas pequeñas plazas de
estar al frente. Cuando ahora paso frente a esas casitas me cuesta
mucho reconocerlas. Son muy pocas las que se han mantenido igual
a como las proyecté, y algunas han crecido y se han subdividido
hasta convertirse casi en pequeños edificios de apartamentos.
Inicialmente las casas eran para erradicar moradores del cercano
barrio insalubre, que supuestamente eran pobres de solemnidad. Parece
que algunos encontraron la manera de aumentar creativamente sus
ingresos, y aplicarlos con entusiasmo a desfigurar una arquitectura
sin pretensiones pero correcta. Otra vez el medio empuja hacia abajo.
Una experiencia
muy interesante de la década de los años setenta fue
la reanimación urbanística, un programa de
acciones rápidas concentradas en nodos urbanos importantes
pero decaídos,
que empezamos en la antigua dirección provincial de
Arquitectura y Urbanismo de La Habana en 1974. Se hicieron varios
proyectos antológicos, como el Bulevar de San Rafael, los
Cuatro Caminos y 12 y 23, en El Vedado. Lamentablemente, se abandonó
esa práctica; y todavía esperamos por la primera calle-parque
o woonerf, proyectada para la calle Aramburu en Centro Habana.

RS:
En estos años iniciales, con los cambios radicales acontecidos
en la profesión y en la enseñanza, se llevaron a cabo
diversos proyectos teóricos y utópicos, asociados
al proyecto de construcción de una nueva sociedad. ¿Tú
participaste en algunos de ellos?
Coyula:
Disfruté
mucho otros proyectos urbanos que hice en la Escuela de Arquitectura
fuera de currículum, aunque se distorsionaron notablemente
durante la ejecución como el pueblo nuevo de Ceiba
del Agua y el pueblo de Valle del Perú o nunca llegaron
a hacerse. Uno fue el proyecto (más bien un manifiesto) para
Banao, elaborado en 1967 con dos arquitectos importantes, el español
Joaquín Rallo y el italiano Roberto Gottardi. Banao proponía
criterios muy adelantados, buscando borrar diferencias entre
la ciudad y el campo, imaginando nuevas formas muy radicales
de vida en correspondencia a los cambios sociales que estaban sucediendo
en Cuba. Planteaba el reciclaje y otros asuntos referentes al equilibrio
ecológico: y hasta se adelantaba en la donación de
órganos.
Ceiba del Agua
seguía la geometría de los vecinos sembrados de cítricos
como trama básica para el trazado del pueblo. Usamos proyectos
típicos de viviendas biplantas a los que solamente se les
hacía un cambio: colocar la escalera al exterior. Eso despejaba
el interior de la vivienda y daba un ritmo interesante a la calle,
ahora diría que similar (salvando las distancias) a las hileras
de brownstones en Manhattan. Pero se nos prohibió
sacar la escalera porque se apartaba del proyecto típico
aprobado para todo el país.
Algo parecido
sucedió con el pueblo de Valle del Perú: en respuesta
a la obligación de montar con grúas los edificios
de grandes paneles de hormigón que estábamos obligados
a usar, optamos por llevar esa restricción al extremo y hacer
un pueblo lineal, a lo largo de un malecón frente
a un embalse represado. Los edificios se ubicaban en tiras paralelas
y se escalonaban en altura subiendo hacia atrás y descendiendo
hacia los extremos, usando los techos para bajar al malecón.
En vez de rechazar
a la vía, como era usual en todos los proyectos de nuevas
comunidades rurales, planteamos que ella era precisamente una de
las pocas fuentes de animación en un sitio aislado, por lo
que debía incorporarse al pueblo. La seguridad se garantizaba
con un par de puentes peatonales para llegar al borde del agua por
encima de la vía. También este proyecto quedó
desfigurado: los constructores plantearon que el cimiento típico
se desperdiciaba al no hacer todos los edificios de cinco pisos,
la cantidad de viviendas se redujo drásticamente de 1050
a 150, no se hizo el malecón y se perdió el concepto
de pueblo lineal compacto.
En 1966, con
la participación de Joaquín Rallo y Roberto Gottardi,
elaboré el proyecto de remodelación de la antigua
Funeraria Caballero en La Rampa para convertirla en una Casa de
Cultura. Fue una experiencia muy interesante. Rallo se acercaba
al diseño con una rigurosa visión científica,
implacablemente perfecta, que a veces llegaba a parecerme deshumanizada.
Roberto luchaba por controlar su creatividad desbordada, muy personal,
con un sólido andamiaje teórico gramsciano transferido
de la filosofía a la arquitectura. Fue un estudio muy serio
de interiores, con énfasis en el color. Su tratamiento
fue muy trasgresor; un homenaje a la estética de Los Paraguas
de Cherburgo, con una fiesta de magentas, turquesas y verde
manzana.
Trabajábamos
in situ de forma voluntaria, fuera del horario normal de
trabajo. Pocas semanas después de su sonada inauguración,
se decidió cerrar la instalación debido a un incidente
ocurrido en su interior, con la lógica estrecha del cuento
del marido engañado y su venganza arrojando el sofá
por la ventana. El público indeseable que iba allí
simplemente cruzó la calle y se apostó en la esquina
de L y 23.
Integré
un equipo con Joaquín, Roberto y el venezolano Fruto Vivas
(una máquina de producir ideas) en un programa de construcción
de jardines de la infancia, una especie de mini-círculo
infantil, que generalmente se ubicaron en espacios verdes de la
ciudad. Fui afortunado en colaborar con esos arquitectos, siendo
yo joven y poco importante. Cuando pienso en cuanto influyó
Rallo en mi formación académica me parece imposible
que esa relación durase menos de cinco años. Joaquín
murió en 1969 a los 42 años, desterrado a Jagüey
Grande para que tomara contacto con la realidad. Había
nacido en Ceuta, adonde desterraban a los patriotas cubanos durante
las guerras de independencia del siglo XIX.
En un proyecto
posterior, para la adaptación del antiguo Palacio Presidencial
para Museo de la Revolución, planteé una gran estereocelosía
metálica (¿era roja?), que irrumpía desde la fachada
del fondo (donde se había producido el ataque revolucionario)
y atravesaba el edificio hasta salir por la fachada norte. Eso representaba
al Asalto y a los grandes cambios sucedidos en el edificio
y en el país. Al yate Granma lo situábamos delante
de esa fachada principal, en una gran grieta escultórica
en el piso para que apareciera a nivel del agua, identificada por
un espejo de acero inoxidable; y con el mar al fondo. El proyecto
no prosperó. El edificio de Palacio quedó intocado,
sin referencias visibles externas a los cambios por los que pasó;
y se embalsamó al Granma en una gigantesca urna de vidrio
sin relación con el agua.
Siempre me sentí
atraído por los proyectos de monumentos conmemorativos, porque
son una rara oportunidad de integrar la arquitectura con el paisajismo,
el diseño urbano, la escultura y si el resultado es
bueno la poesía. Emilio Escobar, Sonia Domínguez,
Armando Hernández y yo disfrutamos mucho proyectando por
las noches en 1965 y luego construyendo el Parque-Monumento de los
Mártires Universitarios, muy cerca de la Colina Universitaria
donde habíamos estudiado en los años 50. Fue
el primer monumento importante después de 1959 y seguimos
un concepto innovador: en vez de poner una escultura en el centro
de una plaza, formamos la plaza con el monumento, que es un muro
de hormigón que cambia de forma según el período
de la historia que alude.
El
muro lleva formas en bajorrelieve, hechas con sacos de yute y papel
de bolsas de cemento, tablas y sogas, clavados por dentro del encofrado.
Son representaciones muy abiertas que respetan al observador sin
tratar de imponerles un significado concreto. Ellas se vuelven cada
vez menos figurativas a medida en que la lucha se hacía más
colectiva, y al final se convierten en texturas que se funden con
la del hormigón. Para nosotros fue muy importante ganar ese
concurso nacional: éramos jóvenes alrededor
de treinta años amigos y compañeros de estudios
y en la lucha contra la dictadura de Batista, que todavía
estaba reciente; y le habíamos ganado a muchos arquitectos
y plásticos bien conocidos. El monumento en sí ha
envejecido bien a pesar de la falta de mantenimiento y de que nunca
se completó. Está allí, con una vida propia
que ya es independiente de sus creadores.

Igualmente disfruté
el proyecto del Mausoleo del 13 de Marzo en el cementerio de Colón,
también con Emilio Escobar y ganado en concurso a fines de
1981. Es más sencillo, una gran hilera de banderas en acero
inoxidable que funciona como un reloj solar, arrojando cada 13 de
Marzo la sombra a lo largo de una franja en el piso, donde se marcan
las horas. Cuando llega a las 3:15, hora del Asalto a Palacio, se
puede encender una llama en ese punto para empezar la celebración.
El piso de la plazuela está adoquinado para recordar la lucha
callejera, y tiene unos abombamientos que obligan a caminar mirando
al piso. Al bajar la cabeza para mirar donde se pisa, se rinde así
homenaje a las tumbas de los caídos. José Villa, un
gran escultor entonces muy joven, colaboró en la ejecución
de las banderas.
Otro proyecto
logrado que no se ejecutó fue el de la Fuente de la Juventud,
en Paseo y Malecón, presentado al concurso en 1978. Trabajé
con Luis Lápidus, Félix Beltrán, Orestes del
Castillo, Sergio Ferro y José Planas. Era una especie de
árbol abstracto de hormigón con bandas concéntricas
desplazadas que iban girando y ampliándose de abajo hacia
arriba, con la forma de la flor de cinco pétalos del Festival.
Cada anillo llevaba por fuera delgadas tiras verticales de aluminio
anodizado en los colores de la Flor, sujetas de manera que el aire
las hiciera vibrar. Al estar muy juntas, la luz reflectaría
el color, como sucede con la flor de la buganvilia o al menos,
eso esperábamos. El agua de la fuente debía subir
escalonadamente para después caer como un gran cilindro.
Así pensamos vencer la fuerza del viento en ese lugar, que
siempre dispersaría un chorro lanzado desde abajo. La estructura
serviría como pivote visual en la explanada al comienzo de
Paseo, tuviera o no tuviera agua
En 1983 dirigí
a dos estudiantes talentosos, Rosendo Mesías y Juan Luis
Morales, que con su proyecto de rehabilitación para el Hotel
Pasaje ganaron el premio en París de la Sección Española
de la UIA en la XI Confrontación Internacional de Proyectos
de Estudiantes de Arquitectura. El Pasaje se había desplomado
trágicamente poco antes, matando a varias personas. El proyecto
conservaba las fachadas neoclásicas, rehabilitadas por una
empresa estatal especializada que también asumió el
reforzamiento estructural y las instalaciones, hasta el nivel de
piso equipado.
El edificio,
que al momento el derrumbe ya se había convertido en una
cuartería, estaba muy bien situado; y se proponía
destinarlo a viviendas, con células mínimas. Ese trabajo
lo harían los propios usuarios, con proyecto y dirección
técnica apropiada que suministraría el Estado. El
diseño de las fachadas hacia los patios interiores quedaba
en manos de los propios usuarios. Emilio Escobar y Orestes del Castillo
colaboraron en la asesoría a los estudiantes. El proyecto
nunca se ejecutó, y en su lugar se decidió hacer una
sala deportiva polivalente, cuya cubierta metálica asoma
impúdicamente por encima de los frontones neoclásicos.
El
monumento a José Antonio Echeverría en su ciudad natal
de Cárdenas fue también llamado a concurso, pero solo
para estudiantes. Emilio Escobar fue el tutor del proyecto que ganó
el concurso, hecho por Oscar Guevara, Claudia Baroni, Ileana Pérez
Drago y el estudiante de escultura del Instituto Superior de Arte,
David Placeres. Yo colaboré con Emilio. En la plaza frente
a la casa natal de José Antonio, el monumento era un gran
bloque de mármol con su retrato cortado en lascas desplazadas,
de manera que la cara solo se podía ver desde un ángulo
preciso, poniéndose en línea con la casa y el trazado
de un camino en el piso, pues José Antonio salió de
allí, pasó y siguió para entrar en la Historia.
Lamentablemente nunca se ejecutó. La ironía es
que se realizaron muchos monumentos sin pasar por concursos o
incluso contra la recomendación de la Comisión de
Esculturas Monumentales (CODEMA), pero varios premiados legítimamente
en concurso quedaron en el papel.
RS:
¿Cuál fue tu integración en la intensa dinámica
de construcciones que se llevaron a cabo a lo largo de la década
de los años sesenta y en la preparación de la zafra
de los 10 millones, que implicó la construcción de
pueblos agrícolas e infraestructuras territoriales.
Coyula:
Yo comencé en enero de 1959 trabajando por un par de meses
en el proyecto de La Habana del Este, pero muy pronto pasé
al Cuerpo de Ingenieros del Ejército Rebelde, donde participé
en proyectos de nuevos pequeños asentamientos rurales. Después
de graduado mantuve esta actividad localizando nuevos poblados rurales
y obras agropecuarias en Viviendas Campesinas del Instituto Nacional
de la Reforma Agraria, dirigida por el Capitán José
Ricardo Rabel, quien desertó poco después espectacularmente
piloteando una frágil avioneta. En 1962 nos encargaron seguir
con el proyecto de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, mencionada
anteriormente. En 1963-64 estuve al frente de un Taller de proyectos
en el Ministerio de la Construcción, donde hicimos varios
proyectos de industrias, y después trabajé más
de un año como contraparte del equipo polaco que había
ganado el Primer Premio en el concurso internacional para el Monumento
a la Victoria de Playa Girón. Era un grupo muy joven excepto
el ingeniero estructural, Wieslaw Szymanski con Marek Budzynski,
Andrzej Mrowiec, Andrzej Domanski y Grazyna Boczewska. Aprendí
mucho con ellos. En esos años participamos en el concurso
de Vivienda por Medios Propios con cuatro proyectos muy interesantes,
cuyo primer premio lo obtuvieron Mario González y Julio Baladrón.
También estuve por un tiempo trabajando con Tony Cintas en
el proyecto de reacondicionamiento del Palacio de Justicia para
Palacio de la Revolución. Eso incluyó el proyecto
para adaptar el Palacio del Centro Asturiano como Tribunal Supremo.
Yo quería romper la monumentalidad fascistoide de
la gran fachada de Justicia con unos planos horizontales con vegetación
que funcionarían como quiebrasoles; pero la propuesta quedó
en el papel. El trabajo era gigantesco y después de estar
mucho tiempo pidiendo refuerzos este llegó como una intervención:
recuerdo todavía al prestigioso y poderoso Antonio Quintana
entrando al frente de un gran equipo "con todos los hierros",
como una operación militar
Ello coincidió
con la reacción anticultural que desató en la Escuela
de Arquitectura un decano disfrazado de revolucionario extremista,
que con el tiempo cambiaría su inmerecido uniforme verde
olivo por el hábito blanco de espiritista. Fueron eliminadas
las asignaturas de Plástica y Fundamentos del Diseño,
en las que trabajé con Rallo, Gottardi, Emilio Escobar y
Rodolfo Fofi Fernández, y a nosotros nos dispersaron.
De Palacio salí para la JUCEI de Marianao, donde trabajé
como único arquitecto en muchos proyectos sencillos de cafeterías,
microparques y conjuntos de viviendas. El sitio era muy alejado,
en La Coronela; y las condiciones de trabajo muy duras. Recuerdo
una especie de trabajo social que hicimos en Las Martinas lo
último de Pinar del Río, justo antes de empezar
la península de Guanahacabibes, donde solo se oía
la radio mexicana. Allí proyecté un pequeño
edificio de dos plantas que combinaba tienda, peluquería
y unas pocas habitaciones para hotel.
Desde 1964 simultaneaba
mi trabajo en la producción con la enseñanza. En 1969
fui escogido para viajar por un año a la Unión Soviética
y Polonia con siete docentes más de la entonces Escuela de
Arquitectura. Yo nunca había permanecido tanto tiempo en
el extranjero y hubo momentos en que sentí muy duro la mordida
de la nostalgia por el país y mi familia. Un día me
di cuenta de que también extrañaba el olor del
mar. Fue una experiencia interesante, tanto profesional como
humana. Descubrí que aunque en Polonia había muchos
buenos arquitectos, la arquitectura que se hacía era mala.
Entendí por qué.
Cuando regresé
en 1970, la Gran Zafra de los Diez Millones estaba en su apogeo.
Fue un choque terrible ver a La Habana paralizada, así que
me refugié en el campo, en el plan citrícola de Ceiba
del Agua donde estaban mis compañeros de la Administración
Regional de Marianao. Así la vida me pareció más
llevadera. En ese mismo año me nombraron subdirector de la
Escuela y poco después director. Traté de concretar
múltiples iniciativas sin dejar de impartir clases, lo que
en aquel entonces era raro para un director.
Hicimos experimentos
como la Unidad Lógica en Cuarto Año que organicé
con Roberto Segre y otros profesores, donde las asignaturas se imbricaban
tanto que después casi no se podían evaluar individualmente,
lo que afectaba a las rígidas estructuras burocráticas
vigentes. También dispersé grupos de alumnos y docentes
por medio país, haciendo proyectos reales que se construían.
Fueron años en que al irme a casa a las diez de la noche
me parecía que estaba haciendo algo indebido.
RS
La
Habana - Río de Janeiro, octubre/noviembre 2004.
En
el próximo número de café
de las ciudades se publicará la segunda y última
parte de esta entrevista a Mario Coyula, en donde se expondrá
la actuación de Coyula en La Habana a partir de los años
70, las visitas de Courajoud, Borja Huidobro y Kevin Lynch,
el proceso ideológico "anti-urbano" iniciado en
la década, los proyectos de nuevos pueblos rurales, el proyecto
de remodelación de Cayo Hueso, las tareas de recuperación
del Centro Histórico, los perjuicios ocasionados por intervenciones
recientes, los proyectos del grupo "Manifestos", la construcción
de la gigantesca maqueta de La Habana en escala 1:1000, las propuestas
del New Urbanism, las inversiones extranjeras en la ciudad,
los grupos de estudio sobre La Habana en Miami, los principales
problemas que tiene La Habana en la actualidad y que medios reales
existen para resolverlos, etc.
Roberto
Segre es arquitecto y crítico de arquitectura, graduado en
Buenos Aires, ejerció la docencia en La Habana y es actualmente
profesor de la Facultad
de Arquitectura y Urbanismo de la Universidade Federal do Rio de
Janeiro.

Roberto
Segre, Mario Coyula y Joseph Scarpaci
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Vol XVIX, # 2-3, pp 2-4, Centro para Estudios Cubanos, Nueva York,
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