El
texto que reproducimos es la primera parte del relato "El
anfión, falso Mesías o historias y aventuras
del Barón d´Ormesan", incluido en el libro "El Heresiarca
y Cía.", publicado en 1910.

Les
Boulevards. Jean Béraud. 1890
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Hacía
fácilmente quince años que no veía a
d´Ormesan, uno de mis camaradas de estudio. Solo sabía
de el que, después de haber redondeado una considerable
fortuna que pronto disipó, servía de guía
a los turistas en París. Le encontré un día
, ante uno de los más grandes hoteles de los bulevares,
mordiendo un cigarro a la espera de algún cliente.
Fue el quien me conoció primero. Me salió al
paso y, viendo que su semblante no parecía serme familiar,
escarbó en sus bolsillos en busca de una tarjeta que
me tendió en enseguida, y donde se leía: Barón
Ignace Ormesan.
Le di
un abrazo, y , sin asombrarme mucho de su sin duda reciente
ennoblecimiento, le pregunté que tal marchaba el negocio
y si los extranjeros producían bien ese año.
- ¿Me
toma usted por guía? - exclamó indignado- ¿Por
un guía, un simple guía?
- Eso
creía -farfullé-. Me habían dicho...
- ¡Ta,
ta, ta! Los que tal cosa dijeron, bromeaban. Usted me da la
impresión de un hombre que preguntara a un pintor conocido
si su obra anda bien. ¡Soy un artista, querido amigo, más
aún: he inventado un arte exclusivo que soy el único
en practicar!
- ¿Un
arte nuevo? ¡Caramba!
- ¡No!
¡No se burle usted! -agregó en un tono severo- Se lo
digo en serio.
Le presenté
mis excusas y él continuó con cierta modestia:
- Adoctrinado
en todas las artes, hubiera podido destacarme; pero todas
las profesiones artísticas están plagadas de
dificultades. Convencido de no podría lograr renombre
como pintor, quemé todos mis cuadros. Renunciando a
los lauros poéticos, rompí cerca de ciento cincuenta
mil versos. Con ello establecí mi libertad en la estética
e inventé un nuevo arte fundado en el peripatetismo
de Aristóteles, arte al que bauticé con el nombre
de anfionía, en recuerdo del extraño poder que
poseía Anfión sobre las piedrecillas y los diversos
materiales que componen las ciudades. Por otra parte, aquellos
que practiquen la anfionía, serán llamados anfiones.
Como a
todo nuevo arte corresponde una nueva Musa, y como era yo
su creador, fui, en consecuencia, su musa; así es que
simplemente agregué al grupo de las Nueve Hermanas
mi personificación femenina, con el nombre de baronesa
d´Orseman. Debo agregar que soy soltero y que por lo tanto
tuve menos escrúpulos en aumentar a diez el número
de Musas, con lo que vengo a estar en armonía con las
leyes de mi país relativas al sistema decimal.
"Ahora
que están claramente expuestos -así lo creo-
los orígenes históricos y los datos mitológicos
de la anfionía, voy a explicarle en que consiste.
"El instrumento
y la materia de este arte es la ciudad, a la que se trata
de recorrer en parte, de manera que se exciten en el alma
del anfión o del diletante, los sentimientos que surgen
ante lo bello y lo sublime, como es la música, la poesía,
etcétera.
"Para
conservar los trozos compuestos por el anfión y poder
ejecutarlos nuevamente, se anotan en el plano de una ciudad,
indicando exactamente el trazado del camino a seguir. Esos
trozos, esos poemas, esas sinfonías anfiónicas,
se llaman antiopías, en memoria de Antíope,
madre de Anfión.
"Por mi
parte, yo practico la anfionía en París. Aquí
tiene usted una antiopía que compuse esta mañana.
La he titulado: "Pro Patria", y está destinada, como
su título lo indica, a exaltar el entusiasmo y los
sentimientos patrióticos.
"El punto
de partida es la Plaza Saint-Agustin, donde se halla un cuartel
y la estatua de Juana de Arco. Se sigue por la calle de la
Pépinière, la de Saint-Lazare, la de Châtealun
hasta la de Laffitte, donde se puede ver el palacio de Rothschild.
El regreso se hace por los bulevares hasta la Madeleine. Los
grandes sentimientos se exaltan frente al edificio de la Cámara
de Diputados.
"El Ministerio
de Marina, ante el cual se pasa, brinda una idea elevada de
la defensa nacional, y en seguida subimos por la Avenida de
los Champs-Elysées. La emoción llega al punto
culminante al ver levantarse la mole del Arco del Triunfo;
los ojos se llenan de lágrimas ante la cúpula
de los Inválidos. Se vuelve rápidamente a la
avenida Marigny para conservar esta emoción que llega
a su máximo delante del palacio del Eliseo.
"No le
oculto que esta antiopía sería mucho más
lírica, tendría mayor grandeza si se la pudiera
terminar ante el palacio de un rey; pero, ¿qué quiere
usted? Hay que tomar las cosas y las ciudades tal como son.
- Pero
-dije riendo-; yo hago anfionía todos los días.
No se trata más que de un paseo...
- ¡Señor
Jourdain...! -exclamó el barón d´Ormesan-. Dice
usted bien; usted practica la anfionía, pero sin saberlo.
* * *
En
ese momento salió del hotel un grupo de extranjeros.
El barón se precipitó hacia ellos y les hablo
en su idioma; luego me llamó:
- Como
usted puede ver, soy políglota. Venga con nosotros.
Voy a ejecutar para estos turistas una antiopía resumida,
algo así como un soneto anfiónico. Es unos de
los trozos que más me producen y se titula Lutecia.
Gracias a ciertas licencias no poéticas pero sí
anfiónicas, me permite mostrar todo París en
una media hora.
Los turistas,
el barón y yo subimos al imperial de un autobús
que hace el recorrido entre la Madeleine y la Bastilla. Al
pasar por delante de la Opera, el barón d´Ormesan lo
anunció en voz alta, agregando mientras indicaba la
sucursal del Banco de Descuentos:
- El Palacio
de Luxemburgo, el Senado.
Frente
al Napolitano, dijo con énfasis:
- La Academia
Francesa.
Ante el
edificio del Crédito Lionés, anunció
el Eliseo, y continuando de esta manera, mostró, en
el trayecto hasta la Bastilla, los principales museos, Notre
Dame, el Panteón, la Madeleine, las grandes casas de
comercio, los ministerios, las residencias de todos nuestros
hombres ilustres muertos o vivos y, en fin, todo cuanto un
extranjero debe ver en París. Descendimos del autobús.
Los turistas retribuyeron con largueza al barón d´Ormesan.
Yo estaba sorprendido y se lo dije, pero él me agradeció
modestamente el cumplido y nos separamos.
* * *

Le
boulevard Montmartre. 1906 |
Algún
tiempo después recibí una carta del barón
d'Ormesan, fechada en la prisión de Fresnes.
"Querido
amigo -me escribía este artista-: había compuesto
una antiopía titulada: El Vellocino de oro y
la ejecuté el miércoles a la noche. Salí
de Grenelle, donde vivo, en un vaporcillo; cosa que como usted
podrá apreciarlo, era una sabia evocación de
la leyenda de los Argonautas. Hacia medianoche, rompí
algunos escaparates de joyerías en la rue de la Paix.
Se me detuvo con bastante brutalidad, encarcelándome
bajo el pretexto de haber robado diversos objetos de oro que
constituían el Vellocino, objeto de mi antiopía.
El juez de instrucción no entiende nada de anfionía
y si usted no interviene seré condenado. Usted sabe
que soy un gran artista. Proclámelo y sálveme".
Como nada
podía hacer por el barón d'Ormesan y, además,
no me gusta tener que ver con la justicia, no me tomé
el trabajo de contestarle.
GA
Traducción:
Alberto Laurent.

Giration
des Grands Boulevards. |
Agradecemos
a Edicomunicación
s.a.
(Barcelona) la autorización para reproducir este texto,
extraído de la edición de 1997 de El Heresiarca
y Cía., incluido en la Colección Fontana.
En
la continuidad de este relato, el barón d'Ormesan inventa
el genero cinematográfico snuff, hace fortunas
en un pueblo minero del Canadá e inventa una máquina
de tacto a distancia que le permite corporizarse como supuesto
Mesías en varios lugares del mundo. Es probable que
algunos relatos de Borges y Bioy Casares estén influenciados
por la prosa desprejuiciada y socarrona de Apollinaire. Pero
el máximo esplendor de este escritor (nacido en 1880
en Roma, hijo de padre desconocido y de una noble polaca adicta
al juego, muerto en París en 1918 como consecuencia
de heridas recibidas en la guerra) está en su obra
poética, en particular las colecciones Alcoholes
y Caligramas.
Sobre
la deriva, otra forma de estetización del paseo urbano,
ver la nota sobre los situacionistas en el número
7 de
Café de las ciudades.
Las
reconstrucciones naturales e históricas, las ciudades
temáticas y las vacaciones siguiendo un estilo de vida
en su "auténtico" entorno, son parte de una
industria cultural en auge, que situa la producción
cultural en el mismo centro de la vida económica. A
lo largo y ancho del mundo se crean nuevos espacios turísticos
para que la gente los visite. "Estas atracciones turísticas"
dice Daniel J. Boorstin "ofecen una experiencia mediata
y preconcebida, un producto artificial para consumir allí
donde lo auténtico es gratis como el aire". Dean
MacCannell añade que estos nuevos espacios artificiales
permiten a los turistas hacer excursiones sin tener que relacionarse
directamente con extranjeros. Son oasis seguros donde uno
puede presencia la acción como en una pantalla de televisión,
cómodamente y desde la distancia.
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Una parte cada vez mayor de la esfera cultural mundial -sus
maravillas naturales, catedrales, museos, palacios, parques,
rituales, festivales- está siendo desviada al mercado,
donde se transforma en variadas producciones culturales para
el entretenimiento y edificación de los más
ricos. Lo que antaño era la histórica magnificencia
de estas culturas, se convierte ahora en mero escenario o
telón de fondo para la representación de experiencias
culturales de pago.
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La cuestión de la propiedad y el uso contra el acceso
y disfrute está enfrentando a la gente y a las empresas
a lo largo y ancho del mundo. La industria del turismo se
verá cada vez más involucrada en el debate político
entre la producción industrial y la producción
cultural, a medida que la economía mundial cambie de
prioridades en las próximas décadas.
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En la actualidad, el empleo de más de 230 millones
de personas en todo el mundo depende del turismo -esto es,
el 10% de la mano de obra mundial-. En Australia, Canadá,
Francia, Alemania, Italia, Japón, Estados Unidos, Reino
Unido y Brasil, el turismo es la primera industria por volumen
de empleo.
Hace 20 años, alrededor de 287 millones de personas
viajaban al extranjero. En 1996 lo hicieron más de
595 millones de personas. La Organización Mundial del
Comercio prevé que, para el año 2020, lo hagan
más de 1.600 millones de personas.
Fragmentos de La era del acceso - La revolución de
la nueva economía, por Jeremy
Rifkin, Paidós, 2000, Buenos Aires.
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