Un
libro clásico
sobre las
ciudades, escrito a finales del siglo XX, se titula
como este artículo. Se debe a Peter Hall (1), geógrafo urbano
y uno de los mejores analistas de las ciudades actuales.
Se trata curiosamente, siendo un libro que propone pensar sobre
la ciudad futura, de un estudio histórico sobre
como se hizo la ciudad del siglo pasado. La
ciudad futura solo se puede imaginar a partir de la
ciudad presente, de sus tendencias y contradicciones,
de las resistencias al cambio y de las ideas y actores
emergentes. La ciudad de hoy nos anuncia la ciudad de
mañana.
En
este texto no vamos pues a exponer utopías urbanas,
positivas o negativas. No vamos a hacer jugar la imaginación
sobre la base de extrapolar alguna dimensión de la ciudad actual, como la
influencia de las tecnologías de comunicación (ver los
importantes trabajos de Manuel Castells, (2). O los nuevos
comportamientos urbanos que favorecen las operaciones
especulativas: los miedos y el afán de distinción y
de segregación que conducen a la disolución de la ciudad
en territorios de urbanización difusa y fragmentada.
La urbanización suburbana no es ciudad,
aunque pueda llegar a ser ciudad. Pero por ahora es
la otra cara de la ciudad, es su negación, como escribió
en los años `90 Françoise
Choay generalizando el discurso de Jane Jacobs.
(3).
Los
“modelos positivos” que se proponen sobre la ciudad informacional basada en el teletrabajo, la
comunicación informática universal mediante las redes
sociales y la dispersión de la población en núcleos
pequeños o medianos acaban pareciéndose mucho a los
“modelos negativos” que anuncian la desaparición de
la ciudad densa y diversa substituida por una urbanización
tribal que lleva al extremo la segregación social y
funcional. La realidad futura tendrá algo de todo esto
y algo más. Y como siempre, no será ni blanco ni negro,
sino resultado de muchas mezclas de colores, o más exactamente
de grises.
Expondremos
las dinámicas existentes que nos parecen más significativas
y duraderas, convencidos que no habrá un “modelo” de ciudad universal o más o menos dominante.
Más bien, una
combinación distinta, resultante en cada
caso de la confrontación entre las dinámicas existentes,
que pueden ser comunes en
muchas ciudades pero no con la misma intensidad
ni con las mismas combinaciones. Tampoco se pueden prever
todos los nuevos factores que pueden aparecer: tecnológicos
(por ejemplo que afecten a la movilidad), ambientales
(como crisis energética), políticos (como aparición
de nuevos tipos de liderazgo),
catastróficos (por ejemplo, explosión de centrales nucleares),
etc. La ciudad, como muchos productos humanos,
evoluciona entre el azar y la necesidad, lo cual
hace que no solo los elementos de cada
ciudad singular son relativamente distintos unos de
otros; también las necesidades que aparecen y los factores
imprevistos y a veces sorprendentes que inciden en su
evolución, dan lugar a realidades urbanas diferentes.

¿Revolución
o contrarrevolución urbana?
Vivimos
un período iniciado en el último cuarto de siglo XX
que puede considerarse una “nueva
revolución urbana” (4) Una revolución tecnológica
vinculada a la emergencia de la sociedad informacional y
de los impactos sobre
el territorio debidos a los nuevos medios de información
y comunicación. Una revolución económica producida por
la globalización y por el carácter dominante del capitalismo
financiero. Una revolución espacial por el tipo de desarrollo
urbano extensivo y fragmentado, que genera territorios
urbanizados de una escala muy superior a las conocidas
anteriormente. Una revolución socio-cultural por la
multiplicación de colectivos humanos muy heterogéneos
y por una individualización de los comportamientos.
Y una frustrada revolución política por la inadecuación entre los
territorios como espacios socio-económicos y los territorios
institucionales.
Los
nuevos territorios urbanos se analizan aún a partir
de los ámbitos institucionales existentes, principalmente
a partir de los tradicionales conceptos de ciudad (central)
y área metropolitana. Nuestra intención es exponer las
contradicciones de la revolución urbana en la ciudad
strictu sensu y la diversidad de entornos metropolitanos,
que existen a diversas escalas, lo cual en realidad
significa que el mismo concepto de área metropolitana pierde sentido específico.
Estas
realidades contradictorias cuestionan la crisis de la
ciudad como ámbito de ciudadanía.
Pues consideramos que hay una relación entre el medio
urbano y los derechos ciudadanos.
Por una parte, la revolución urbana dominada
por el mercado, especialmente financiero, se convierte
en contrarrevolución urbana, es decir, niega las promesas
de la revolución citada.
Es lo que se expone en la primera parte del trabajo.
Por otra parte la inexistencia o debilidad de las formas
de gobierno de escala “metropolitana” o regional dificulta
la eficacia de las políticas de “hacer
ciudad” y por lo tanto conviene
explicitar en que puede consistir el “derecho a la ciudad”.
Un concepto acuñado a finales de los 60 por Henri
Lefebvre (5), que se ha desarrollado en la
última década como veremos más adelante.
Este
breve diagnóstico
nos permite a continuación desarrollar las dinámicas
apuntadas en este punto. Las ciudades viven unos procesos
contradictorios, con fuertes elementos negativos para
los ciudadanos que cuestionan la misma existencia de las ciudades
según modelos de los siglos XIX y XX. Pero también hay
reacciones resistenciales y aparecen dinámicas de signo
contrario. El futuro no está escrito en ninguna parte.
A continuación exponemos dos lecturas distintas sobre la ciudad del mañana: una lectura crepuscular y una lectura
sobre
una nueva aurora urbana.

Sobre
el crepúsculo de la ciudad moderna (6)
1,
La revolución
urbana o
la disolución de la ciudad. El marco global de un
capitalismo financiero desregulado y de un entorno político
y económico que ha hecho de la urbanización especulativa
su forma principal de acumulación, ha estimulado dinámicas
disolutorias de la ciudad compacta creada
por la sociedad industrial. El resultado han sido grandes
regiones urbanizadas de geometría variable y límites confusos, espacios
lacónicos que no transmiten sentido alguno, barrios
cerrados o marginales, dispersión del hábitat, atomización
social, insostenibilidad ambiental. Es la urbanización
difusa: en las regiones metropolitanas de Madrid y Barcelona
el suelo urbanizado se ha duplicado en 10 años, es decir,
la urbanización reciente iguala a la realizada
a lo largo de toda la historia.
La ciudad se pierde y con ella la ciudadanía.
2,
La ciudad central
y los núcleos urbanos locales compactos con potencial
de centralidad tienden a especializarse como centros
de servicios de población residente menguante o substituida
por sectores acomodados (gentrification, término inglés usado internacionalmente). En sus márgenes
se encuentran áreas de actividad y zonas de residencia
popular. Sin embargo, la población urbana tiene a ser
minoritaria respecto a la suburbana. La “especialización”
social y funcional de las áreas centrales tiende
a la expulsión de sectores sociales enteros (pueden
ser ricos o pobres,
residentes o usuarios) y homogeneíza comercios y servicios.
La ciudad pierde pulso y vitalidad, la cualidad ciudadana
se degrada
rápidamente.
3.
Degeneración
de la arquitectura. A la vez que se ensalza a los
arquitectos sufrimos un proceso de degradación
de la arquitectura, en parte por su participación cómplice
en estos procesos y en parte por el éxito de la figura
del arquitecto de objetos singulares. En las áreas centrales
o zonas privilegiadas
por el poder político o el económico aparecen objetos
arquitectónicos ostentosos, aislados, que transmiten
la imagen del poder. Se trata de una arquitectura excluyente,
que los ciudadano
no puede hacer suya, como el castillo del señor o la
catedral del arzobispo. En las zonas periurbanas o suburbanas la arquitectura se homogeneiza,
caricaturiza los objetos aislados mediante torres que
generan espacios de nadie o, peor aún, cerrados, invisibles,
inaccesibles.
4.
El territorio
urbanizado es a la vez una expresión de la desigualdad
social y un factor de agravación de la misma. La
ciudad ha sido históricamente integradora, mezcladora
de poblaciones diferentes, reductora de desigualdades
mediante los servicios públicos de carácter universal.
Las regiones urbanizadas tienden a alejar a los sectores populares de las
áreas centrales: el efecto distancia respecto a equipamiento
y servicios así como la relativa invisibilidad de estas
poblaciones las hace más vulnerables, reduce su salario
indirecto (los bienes y servicios urbanos), son víctimas
de la exclusión
territorial.
5.
La crisis del capital fijo urbano y la dualización social.
La ciudad moderna se había desarrollado sobre
una base económica, la de la sociedad industrial, que
generó una gran diversidad de actividades productoras
de bienes y servicios. La globalización financiera y
de los mercados apoyada
en la revolución informacional ha impuesto la dominación
de capitales volantes y especulativos, la deslocalización
de las actividades productivas y el abandono o devaluación
de una parte importante del capital fijo (infraestructuras
e industrias) y del capital social (las habilidades
de la población trabajadora). Resultado: despilfarro
de “trabajo acumulado”,
precariedad y desocupación. Las ciudades centrales
concentran una parte de las nuevas actividades pero
solo promueven empleo para dos tipos de población: el
que se vincula a la
economía del conocimiento (además del que corresponde
a los servicios centrales) y el personal precario y
poco calificado destinado a sectores como la construcción, el servicio doméstico
o el turismo y ocio.
6.
Dependencia del
exterior y competencia urbana. Los actores privados
y los públicos dependen del financiamiento externo para
promover inversiones y para mantenerse y prestar servicios.
El financiamiento procedente del Estado no cubre el coste de las funciones y servicios de los gobiernos
locales, en especial si quieren responder a las demandas
sociales; deben endeudarse en el ámbito nacional e internacional.
El sector privado, sean “productores” o “consumidores”,
requieren aportaciones de capital y créditos externos.
El resultado es la atracción de capitales y actividades, para inversiones, créditos, subvenciones, etc.,
como sea. Se impone la
ideología de la atractividad a toda costa, de la competitividad
entre los territorios. En la práctica ha significado
la urbanización salvaje difusa ya citada, opciones políticas que pueden ser efímeras o precarias
como el turismo y abandono de actividades productivas
estables por las especulativas o las que podrían denominarse
de “dumping local” (como la permisividad ambiental o
respecto a las obligaciones sociales o fiscales).
7.
El gobierno del territorio en cuestión. En
los ámbitos locales y regionales se da la paradoja de
un exceso de instituciones y entidades y una debilidad
de gobierno. Pseudoconceptos como gobernabilidad o gobernanza
solo sirven a crear confusión y a legitimar la confusión
político-administrativa sobre
el territorio. La permisividad urbanística va unida
a la generación de ingresos públicos y privados, a la
opacidad política y a la hipertrofia institucional.
La conjunción entre complejidad oscura de las
instituciones y la fragmentación urbana y su corolario,
la atomización social, genera la asimetría de los conflictos:
las instituciones próximas no pueden dar respuesta y
las poblaciones atomizadas tienden más a expresar su malestar que a agregar
sus demandas en forma de reivindicaciones colectivas.
Los suburbanos, excepto los sectores más acomodados,
están desprotegidos, son colectivos sociales muy vulnerables.
8.
Multiculturalidad, inmigración y exclusiones. Las
ciudades siempre han sido receptores de poblaciones
ajenas y en un mundo globalizado es lógico que puedan
atraer poblaciones de todas las regiones del mundo.
Hoy son multiculturales, en ellas pueden convivir en
muchos casos un centenar de nacionalidades y decenas
de grupos lingüísticos. También ha distinguido históricamente
a las ciudades, desde la
Edad Media en el mundo
occidental, considerar a todos sus habitantes “ciudadanos
libres e
iguales”. En la práctica había pobres
y marginales, ejército de reserva de mano de obra
y lumpen, residentes en la ciudad formal y otros en
la informal, pero en teoría “todos ciudadanos”.
En la ciudad actual, como en la de la Edad Antigua,
hay habitantes no considerados ciudadanos,
trabajadores con escasos derechos sociales, residentes
de años a los que se les considera inmigrantes y no
se les permite reunir a su familia. Con lo cual se legitima
el racismo y la xenofobia y se crean las condiciones
para futuros “progroms” y reacciones violentas de la
segunda o tercera generación.
9.
Juventud sin futuro y sin ciudad. El
modelo económico vigente, denominado “neoliberal” (que
en la realidad concreta significa “capitalista especulativo”),
ha conseguido algo que hacía muchas generaciones que
no sucedía: los jóvenes, la mayoría, no tienen trabajo,
no pueden independizarse de los padres, no encuentran
como ejercer una actividad que corresponda a su formación,
no pueden esperar un futuro esperanzador, solo pueden
estar seguros de que vivirán peor que sus padres. De
poco les sirve haber tenido más acceso a los estudios
y haber viajado. Malviven en la ciudad, no pueden adquirir
o alquilar una vivienda y su presencia en el espacio
público es con frecuencia criminalizada
(véanse las lamentables ordenanzas de civismo de Barcelona).
Muchos viven en las periferias suburbanas, otros irán
a vivir allá para conseguir así vivienda. Es decir,
su presente y su futuro urbanos supone la expulsión
de la ciudad. Se pierde así gran parte de la savia innovadora.
10.
Ideología hipersecuritaria y la política del miedo.
La ciudad es una combinación
de miedos y de deseos, escribió Calvino
(7). Los deseos han envejecido en nuestras sociedades
pusilánimes. Los miedos se han multiplicado, a pesar
de que nunca hubo lugares más seguros en la historia
de la humanidad que las ciudades del mundo desarrollado.
Y los miedos son peligrosos, estimulan los peores instintos
de una humanidad sin ilusiones de futuro pero aferrada
a sus pequeños privilegios. La ideología securitaria,
alianza impía entre poderes políticos y mediáticos,
encuentra un amplio apoyo en una ciudadanía en la que se han distendido los lazos solidarios,
individualista y conservadora. Se crean las condiciones
para la represión de los que se rebelan contra el “desorden
establecido”. Los jóvenes son sus principales víctimas.
11.
La degradación
de los servicios públicos. Uno
de los componentes de la ciudadanía es el acceso universal a los servicios básicos
para ejercer de ciudadano:
transportes y comunicación, escuela y cultura, sanidad y empleo, programas sociales de acción positiva y renta básica, etc.
La costosa hiperburocratización de los Estados y la
insuficiencia de los ingresos fiscales que privilegian
a los más ricos ha dado lugar a un desmontaje
gradual del “welfare state” (estado del bienestar).
Se tiende a constituir una doble red: una para sectores
altos y medios acomodados, una red privada
con subvenciones públicas, y otra para sectores populares
totalmente pública pero de calidad que tiende a degradarse
rápidamente. Es decir, se crean dos clases de ciudadanos,
unos con derechos reales y otros con derechos disminuidos.
12.
La ciudadanía
en cuestión. El predominio de estas tendencias cuestiona la misma existencia de la
ciudad y también del ciudadano.
Si los derechos teóricos no corresponden a los reales,
si se consolidan ciudadanos con plenitud de derechos, otros con derechos
capitidisminuídos y otras prácticamente sin derechos,
la ciudadanía desaparece y con ella la democracia. El porvenir
de la democracia y los principios de libertad, igualdad
y solidaridad están vinculados a la ciudad, a sociedades
que integren por medio de derechos básicos compartidos,
a marcos conflictuales simétricos que permitan exigir
y conseguir que estos derechos sean reales para todos
y a un entorno físico que haga visible la existencia
de la ciudadanía
y la creación colectiva y cotidiana de la ciudad.

El
nuevo amanecer ciudadano
1.
Revalorización social de la ciudad. Subsiste
una literatura negativa sobre
la ciudad que amplifica el malestar urbano propio de
cada época.
En la medida que a partir de la revolución industrial
las ciudades han tendido a concentrar gran parte de
la población y de las actividades, también han concentrado
los problemas. El malestar urbano y la visión de la
ciudad “como el infierno (“the hell is the city” titulaba
hace unos años The Economist) no es sino la expresión
visible de diversas formas de crisis, económica, social,
cultural, etc. Estos factores causales se traducen en
el territorio y en la convivencia pero no son en general
consecuencia de la forma urbana, aunque ésta puede agravar
o reducir los problemas. Actualmente y pensando en el
mañana, el problema
no es “la ciudad” sino la disolución de la misma,
como se ha expuesto anteriormente. Y así lo han percibido
no solo los sectores intelectuales y profesionales,
también numerosos colectivos ciudadanos
que reclaman más ciudad, más espacio público, más acceso
a las centralidades, más mezcla de poblaciones y funciones,
más participación ciudadana.
Se han revalorizado las obras
que exaltan la ciudad compacta, heterogénea, que integra
la historia en el presente y en los proyectos de futuro.
Por ejemplo, la obra
de Jane Jacobs y de autores ya citados
como Henri Lefebvre o David Harvey a la vez que es numerosa la bibliografía reciente reivindicativa de la
ciudad (8). Una confirmación social de la
atracción de la ciudad y que indica una tendencia de
futuro es la resistencia que oponen sectores populares
y medios a proyectos urbanísticos que implican o temen
que signifiquen un desplazamiento a las periferias y
el retorno a la ciudad compacta de sectores adultos
relativamente jóvenes que habían elegido diez o más
años antes vivir en urbanizaciones periféricas. Otro
dato: las corrientes inmigratorias siempre que pueden tienden a concentrarse en
zonas centrales de la ciudad, pues por degradadas
que estén ofrecen un acceso mucho mayor a bienes y servicios.
Lo cual es positivo: favorece la mezcla socio-cultural
y la integración ciudadana y consolida la diversidad de las áreas centrales
amenazadas
por la homogeneización.
2.
El valor ciudadano
del espacio público. El espacio
público se ha convertido en un test de la calidad de la ciudad. Progresivamente,
el espacio de uso colectivo, la expresión más visual
de la ciudadanía, se ha ido empobreciendo
a lo largo del siglo XX, reducido en muchos casos al
espacio viario ocupado por el transporte mecánico. A
mediados del siglo pasado se inició la “reconquista
de la ciudad” como espacio público, pero si bien esta
tendencia empezó a dar frutos en la reconstrucción de
la ciudad europea a partir de los años `50 y `60, al
mismo tiempo proliferaban en las periferias las urbanizaciones
de torres y barras y crecía exponencialmente el uso
del automóvil privado en la ciudad. Barcelona y otras
ciudades españolas levantaron de nuevo la bandera del
espacio público a partir de los años `80 y las operaciones
urbanas en la ciudad compacta fueron exitosas. Pero
ha sido a inicios del siglo XXI cuando la cuestión del
espacio público ha pasado a ser central en el debate
ciudadano, se ha hecho una cuestión política. El malestar
ciudadano
hace públicos, es decir colectivos, espacios urbanos
que se habían empobrecido, ocupados por la circulación, o desocupados
por los miedos, o privatizados de facto. La lucha de
clases ha derivado hacia la lucha por las plazas. “La
calle es nuestra…de todos” ha sido el título de una
exposición creada
en Paris (2007) y
que ha recorrido grandes ciudades de Europa, América
y Asia. La vida de la ciudad, su calidad democrática
y su supervivencia incluso, se decidirá en el espacio
público. El espacio público como espacio colectivo,
accesible y polivalente, integrador y
conflictivo, generador de sentido y que marca simbólicamente
al territorio es el antídoto del laconismo de los territorios
y de la atomización de los habitantes. El
espacio público de hoy determinará la calidad del futuro
de la ciudad de mañana.(9)
3.
La ciudad compacta condición de la innovación y de la
convivencia. La forma de la ciudad, o en sentido amplio de la urbanización, obstaculiza
o fomenta la relación entre los ciudadanos.
La ciudad compacta, heterogénea de población y en la
que se entremezclan actividades y funciones diversas,
genera múltiples intercambios, socializa pautas de comportamiento
comunes o conocidas por la gran mayoría y multiplica
no solo los contactos previsibles, también los imprevistos.
La innovación nace muchas veces de estos intercambios.
Y la convivencia es más posible cuando las gentes diferentes
se encuentran, se frotan e intercambian algo que no
cuando viven atomizadas
o segregadas, lo cual consolida los estereotipos diferenciales
y los prejuicios negativos. El urbanismo actual, por
lo menos por parte de los profesionales e intelectuales
más reconocidos y los políticos y líderes sociales más
responsables opta, por lo menos en teoría, por la ciudad
compacta. Es un signo esperanzador, aun cuando las dinámicas
de los mercados y muchos gestores públicos promueven
un urbanismo difuso.
4.
Las resistencias sociales frente a la crisis financiera.
La crisis ha servido para revelar
ante la opinión pública la perversidad de unos modelos
económicos injustos, insostenibles y a la larga empobrecedores
y ha demostrado que el efímero y aparente enriquecimiento
ha contribuido muy poco a la felicidad de la gran mayoría
de ciudadanos. En especial los jóvenes, los protagonistas
de la ciudad del mañana, han reaccionado frente a los
procesos urbanizadores vinculados al despilfarro de
recursos, a la corrupción, a la segregación social,
al individualismo insolidario y la mala calidad de vida.
Parece poco probable que se pueda volver al boom inmobiliario,
al crédito fácil, a los proyectos faraónicos. Emerge
en nuestras sociedades una demanda de vida más sosegada,
de más convivencia y
comunicación, de garantizar los bienes y servicios básicos,
de más austeridad pública y de poder ejercer realmente
la condición de ciudadanos.
5.
Regiones metropolitanas y economía productiva. Los
procesos de urbanización difusa (en las regiones metropolitanas
especialmente) ha ido vinculada
a la substitución progresiva del capital productivo
local por el capital especulativo global. La transición del capitalismo industrial al
capitalismo financiero ha usado la
urbanización (infraestructuras de movilidad
y servicios básicos, boom inmobiliario y especulación
del suelo) en favor de unos procesos de acumulación y concentración de capital
cuyos beneficios (privados) se volatilizan mientras
que los costes (sociales) se multiplicaban. Uno de estos
costes ha sido el desmantelamiento de la economía productiva
local. La crisis financiera ha revalorizado social y
culturalmente esta economía, el capital fijo (físico)
a que va asociada
y el tejido de pequeñas y medianas empresas que generan
empleo y requieren un tejido urbano articulado y relativamente
compacto y una sociedad compleja como la ciudadana.
La sociedad industrial no desaparece, convive con la
postindustrial.
6.
Nueva economía y ciudad. La
difusión urbana y la atomización social, que parecía
un corolario inevitable de la revolución informacional,
ha demostrado muy pronto sus límites. La economía del
conocimiento, por muy vinculada que esté a las tecnologías
de la información, requiere también la proximidad y
el intercambio entre gentes muy diversas. Las ciudades
centrales tienden a concentrar gran parte de la llamada
“nueva economía” y las poblaciones vinculadas a ésta
a su vez expresan demandas variadas de servicios personales.
La concentración urbana, aunque sea en regiones policéntricas,
es decir no dependientes de un único centro, es hoy
una tendencia real de las sociedades postindustriales.
7.
La cuestión de la sostenibilidad en las grandes ciudades
y regiones metropolitanas. La
conciencia ambiental que se ha desarrollado lentamente
en las últimas décadas
se ha visto estimulada
por la crisis y además se ha ampliado a lo urbano. La
ciudad compacta es mucho más sostenible, ahorra suelo,
energía, agua. Hay conciencia creciente de que el automóvil
particular, primer factor contaminante, no es compatible
con la ciudad. Los grandes proyectos urbanos ostentosos
no son sostenibles, además de difícilmente viables económicamente,
como no lo son las hipertorres aisladas que además generan “tierras de nadie” en su entorno. Aunque solo fuera por
criterios de sostenibilidad, la urbanización difusa
periurbana, verdadera negación de la ciudad, es hoy
el gran pecado del urbanismo.
8.
Gobiernos locales, identidades sociales y participación
ciudadana. Los gobiernos locales,
por su historia, su adecuación a identidades colectivas
y su proximidad a los ciudadanos,
gozan de una relativa legitimidad. Pero la relación institución-ciudadanos es positiva en la medida que el gobierno local
promueve y gestiona políticas públicas que corresponden
no solo a sus competencias, también a las demandas y
expectativas de la ciudadanía. Lo cual ahora sufre serias limitaciones de
tres tipos. Primero: las demandas ciudadanas
requieren recursos en general muy superiores a los que
dispone el gobierno local. Lo cual produce un efecto
colateral: el gobierno local se endeuda y se hace cómplice
de los procesos especulativos para generar ingresos.
Segundo: como consecuencia de lo anterior en la gestión
local se actúa con opacidad, a veces mediante la corrupción,
en nombre
de la atractividad promueve proyectos aparatosos, prioriza
sus “clientelas”, etc. Lo cual genera una pérdida de
confianza por parte de la población. Tercero: el
ámbito del gobierno local no se adecua a la ciudad real
que muchas veces es plurimunicipal. Es la cuestión
clave pues impide casi siempre desarrollar políticas
públicas potentes, redistribuir ingresos, obtener beneficios
de aglomeración, etc. A pesar de estas limitaciones,
la adhesión ciudadana
a la institución política más próxima es muy fuerte
y es posible transferir esta adhesión a un nivel supramunicipal
si se articula la gestión descentralizada y la participación ciudadana
con la reestructuración de las instituciones locales.
En una época de cambio de modelos económicos y políticos,
como exige la respuesta a la crisis es urgente y posible
crear estructuras municipales renovadas,
más eficientes
y participativas y más adecuadas
al siglo XXI.
9.
Movilidad, centralidades y redes comunicacionales. Sea
cual sea la evolución de las ciudades actuales, una
cuestión clave será la gestión de la movilidad a partir
de dos criterios: la sostenibilidad y por lo tanto la
gestión de los recursos (tratada en un punto anterior)
y la accesibilidad entendida como derecho de todos los
habitantes a la movilidad en el ámbito de la ciudad
metropolitana o región urbana. La movilidad va estrechamente
vinculada a las centralidades o zonas más compactas
y diversificadas que ofrecen a la vez más empleos diversificados
y la máxima oferta de servicios. Por otra parte, las
posibilidades comunicaciones que ofrece la tecnología
informacional exigen superar las “fracturas digitales”.
La ciudad de hoy para mañana deberá ofrecer la posibilidad
de maximizar las redes comunicacionales para todos sus
habitantes. La
movilidad física y la virtual están estrechamente vinculadas:
el mayor acceso de una favorece el uso de la otra.
10.
Rechazo de la segregación y de la exclusión: contra
los espacios lacónicos. La actual segregación que emerge en las regiones urbanas actuales genera
una reacción social que tenderá a crecer. En Europa
son frecuentes las urbanizaciones aisladas, como ya
lo son los enclaves tipo parques tecnológicos o empresariales,
los grandes centros comerciales solo accesibles en automóvil,
etc. Esta tendencia
a crear productos “off city” es uno de los factores
clave de disolución de la ciudad. Especial importancia
merecen los barrios cerrados, puesto que llevan la segregación
al grado máximo. En Estados Unidos se ha producido una
progresiva crítica cultural a estos productos anticiudadanos,
como son los “edge cities” (“ciudades en los bordes”)
así como en América Latina. Algunas ciudades, como Rosario
(Argentina), a partir de un iniciativa popular han prohibido
estos barrios o “countries”. Por ahora continúan creciendo
en Europa, donde había más reticencias pero la difusión
de los miedos y el afán de distinción estimulan su creación.
Sin embargo, los costes económicos y de sostenibilidad
y la revalorización de la ciudad compacta hace previsible
que esta tendencia encuentren crecientes resistencias
sociales y políticas.
11.
Valoración de la especificidad de los paisajes físicos
y sociales y de las identidades de lugares y poblaciones.
La urbanización dominante en
las últimas décadas
del siglo XX y principios del siglo XXI ha creado paisajes
físicos lacónicos, banales, la “urbanalización” según
Francisco
Muñoz (10). Pero la reacción no se hizo esperar.
El urbanismo ha integrado el paisaje en el urbanismo,
primero mediante la relación del medio físico transformado
por la acción y la mirada
humana con el entorno urbano. Luego se ha incorporado
a la noción de paisaje el espacio público, la percepción
colectiva de lo construido, el patrimonio histórico
cultural (incluye el correspondiente a la sociedad industrial:
fábricas, puertos, estaciones, etc.), la memoria histórica
y el tejido social presentes en las tramas urbanas,
los elementos identitarios de los colectivos humanos.
Se trata de que cada
ciudad, sus barrios y sus arquitecturas, sus lugares
significativos, sus gentes, sean autóctonos o recién
llegados, marquen la diferencia. No nos referimos a una
identidad “esencial” que se mantiene incólume a lo largo
del tiempo. La identidad de cada
lugar se construye en el presente y cada
sociedad urbana es diferente. Se trata de que también
lo sea la imagen del territorio. Las ciudades, sus
políticos y sus profesionales más honestos inteligentes
y sus líderes ciudadanos
han entendido que desarrollar su identidad específica
es también fortalecer su cohesión y su atractividad.
12.
El derecho a la ciudad y las políticas urbanas. El
concepto de derecho a la ciudad es de uso reciente en
el debate actual sobre la ciudad y su futuro. El término, en su forma
actual o con palabras
similares, se había empleado a veces como “ampliación”
del derecho a la vivienda, a lo que se añadían los servicios
básicos vinculados a aquélla como la red de saneamiento,
electricidad, etc., y otros servicios de naturaleza
universal (necesarios para todos) como transporte, escuela,
puesto sanitario, etc. Actualmente, a inicios del siglo
XXI, el “derecho a la ciudad” no se limita a reivindicar
elementos básicos para sobrevivir
en el entorno urbano. Propone un concepto de ciudadanía
para la ciudad de hoy y de mañana. Entiende la ciudadanía
como igualdad de derechos sociales, políticos, económicos
y culturales y los concreta en su relación
con la ciudad como marco físico en el que se
ofrecen mediante las políticas públicas un conjunto
de bienes y servicios. El derecho a la ciudad incluye
un conjunto de derechos que podríamos llamar específicamente
“urbanos” como vivienda, espacio público y equipamientos
de igual calidad, centralidad, movilidad, visibilidad,
integración en el tejido urbano, a residir en el lugar
que se ha elegido y a mantenerse en él, calidad ambiental,
etc. Y también derechos de naturaleza cultural, socio-económicos
o políticos que condicionan o hacen reales los anteriores:
conocimiento de la lengua y cultura del lugar, mantenimiento
de la identidad cultural originaria, empleo, formación
continuada,
renta básico o salario ciudadano,
participación en la elaboración y ejecución de las políticas
públicas, igualdad político-jurídica de todos los residentes
en un mismo territorio, etc. El derecho a la ciudad
parte del principio que este conjunto de derechos forman
un todo, si no se tienen todos a la vez aquéllos que
se consiguieron dejan de ser derechos reales. La
vivienda sin movilidad, o sin empleo o sin conocimiento
de la lengua y la cultura del lugar, no permite ejercer
como ciudadano.
(11)

Conclusión
El
derecho a la ciudad nos proporciona la reflexión básica
sobre la
ciudad del mañana. Esta ciudad será según como se confronten
las dinámicas negativas y positivas que acabamos de
exponer. Pero el
factor principal que determinará el resultante de esta
confrontación corresponderá a los actores de las políticas
públicas y a la fuerza de las demandas ciudadanas.
El derecho a la ciudad nos sirve a la vez de concepto
analítico para evaluar la evolución de las ciudades
de hoy y la calidad democrática de las políticas públicas
y también como concepto movilizador para promover la
crítica y las propuestas alternativas en la medida que
las políticas públicas no creen las condiciones para
hacer realidad el derecho a la ciudad.
En
el siglo XXI las sociedades humanas serán urbanas, pero
no necesariamente la mayoría vivirá en ciudades. Actualmente,
y acepten la simplificación, un tercio de la población
vive aún en zonas rurales, otro en ciudades y otra en
áreas suburbanas. Las tendencias negativas tienden a
desarrollar la suburbanización, lo cual crea un déficit
de ciudadanía. Las tendencias positivas tienden por
el contrario a considerar el futuro como un mundo de ciudades y de ciudadanos. Es
decir a materializar la aspiración a una democracia
real.
JB
El
texto de esta nota fue escrito para la Biblioteca Ben
Rosch, Córdoba, julio 2011.
El
autor es geógrafo y urbanista. Actualmente dirige el
Master
en Gestión de la Ciudad en la UOC.
Entre 1983 y 1995 formó parte del Gobierno de la ciudad
de Barcelona como Teniente de Alcalde, responsable de
descentralización y participación, director ejecutivo
del área metropolitana, delegado de Relaciones Internacionales
y presidente de la ponencia redactora del proyecto de
ley especial para la ciudad. Es autor, además de los
libros Espacio público, ciudad y ciudadanía, La
ciudad conquistada y Luces y sombras del
urbanismo de Barcelona, cuya edición argentina está
preparando café
de las ciudades.
De
su autoría, ver también en café
de las ciudades:
Número
2 | Tendencias
Jordi
Borja: La Ciudad Conquistada |
"La ciudad es el desafío a los dioses, la torre
de Babel, la mezcla de lenguas y culturas, de oficios
y de ideas. Sin memoria y sin futuro la ciudad es decadencia".
| Jordi Borja |
Número
15 | Política
"Tendencia
no es destino" | Ciudadanía
global e innovación en La Ciudad Conquistada, de Jordi
Borja. | Marcelo Corti |
Número
21 | Política
Barcelona
y su urbanismo | Exitos pasados, desafíos
presentes, oportunidades futuras. | Jordi Borja
Número
31 | Tendencias
La
Revolución Urbana (I) |
Las ciudades ante la globalización: entre la
sumisión y la resistencia. | Por Jordi Borja
Número
32 | Tendencias
La
Revolución Urbana (II) | De un
urbanismo de oferta a un urbanismo de demanda: oportunidades,
peligros y abusos. | Jordi Borja
Número
38 | Política de las ciudades (I)
"El
circulo vicioso de la marginación" |
Jordi Borja y la violencia en el banlieue de París.
| Jordi Borja
Número
42 | Política de las ciudades (I)
Espacio
público, condición de la ciudad democrática | La creación de un lugar de intercambio. | Jordi
Borja
Número
64 | Política de las ciudades (I)
La
izquierda errante en busca de la ciudad futura
| Un lugar de encuentros múltiples entre
gentes diferentes | Jordi Borja
Número
81 | Cultura de las ciudades (I)
François
Ascher | Pensamiento crítico y
acción en la sociedad hipermoderna | Jordi Borja
Número
87 | Política de las Ciudades (I)
Siete
líneas para la reflexión y la acción
| Después de la “burbuja” inmobiliaria en Barcelona
| Jordi Borja
Número
104 | Política de las Ciudades (I)
Carta
desde Barcelona: elecciones y campamentos en las plazas
| Los Indignados y la construcción colectiva
de una acción política | Jordi Borja
Sobre
multiculturalidad, ver también en café
de las ciudades:
Número 1 | Tendencias
El
multiculturalismo, según Prestinenza Puglisi
| "Se trata de mucho más que poner a punto
técnicas de persuasión por imágenes como las de Las
Vegas o el Mall of America. Se trata de imaginar, también
en sentido físico, la sociedad diversa y multicultural".
| Luigi Prestinenza
Puglisi
Y
sobre la prohibición de barrios cerrados en Rosario:
Número 100 | Política de las ciudades (I)
Los
barrios cerrados en la agenda pública y política
| Contra la privatización de la ciudad
| Norberto Iglesias
Referencias
bibliográficas (textos citados en el artículo)
Nota.
Hemos optado por citar solamente textos escritos o traducidos
en castellano.
1. Peter Hall, Ciudades del mañana, Ed. del Serbal,
1996
(volver al texto)
2. Manuel Castells, La sociología urbana de Manuel
Castells, selección de textos a cargo de
Ida Susser, Alianza Editorial, 2001(volver
al texto)
3. Françoise Choay, El reino de lo urbano y la muerte
de la ciudad, Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona,
Ediciones Electa, 1994 (volver
al texto)
4. Ver
los textos de Jordi Borja, Revolución y contrarrevolución
en la ciudad global, Introducción a Capital
financiero, propiedad inmobiliaria y cultura,
de David Harvey y Neil Smith, Macba, 2005 y de François
Ascher, Nuevos principios del urbanismo, Alianza
Editorial 2004 (volver
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5. Henri Lefebvre, El derecho a la ciudad, Ediciones
Península, 1968 (volver
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6. Jordi Borja, La
ciudad conquistada, Alianza
Editorial, 2003, 2010 (volver
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7. Italo Calvino, Las ciudades invisibles, Edhasa,
1983 (volver
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8. Jane Jacobs, autora de un libro clásico, Vida
y muerte de las grandes ciudades norteamericanas, Ediciones
Península 1967, reeditado recientemente. El autor cita
una abundante bibliografía en la obra ya citada La
ciudad conquistada. Entre otras cita como
referencia las obras de Louis
Wirth y Richard Sennett entre los cientistas sociales
y de Oriol Bohigas y Josep Maria Montaner entre
los arquitectos. (volver
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9. El
autor ha dedicado varios trabajos al tema del espacio
público, en especial Espacio público: ciudad y ciudadanía,
Ediciones Electa 2003, en op.cit. La
Ciudad conquistada. Ver también un artículo
más reciente, Espacio público y derecho a la ciudad,
editado por DESC, Barcelona 2001. Una versión más reducida
la ha publicado Viento Sur, Madrid, 2011.
(volver
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10.
Francisco Muñoz, La urbanalización, Paisajes
comunes, lugares globales,
Editorial Gustavo Gili, Barcelona 2008. (volver
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11.
David Harvey, El derecho a la ciudad, New Left
Review, nº 53, 2008; Habitat
International Coalition, Ciudades para todos, edición
a cargo de Ana Sugranyes y Charlotte Mathivet, Santiago de Chile 2010. Del autor, además de las obras citadas
véase El derecho a la ciudad y los derechos ciudadanos,
Fundación Alternativas, doc 51, 2006. (volver
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