Medio siglo
de urbanismo habanero (II)
Entrevista
al arquitecto Mario Coyula.
Por
Roberto Segre
Viene
del número
anterior.
Esta
entrevista fue parcialmente publicada en la revista CyTET (Ciudad
y Territorio. Estudios Territoriales) N° 143, Ministerio de la Vivienda
de España, Madrid, invierno, 2005.

RS:
En los años setenta, transcurrida la primera década
del Gobierno Revolucionario, la experiencia cubana despertó
gran interés internacional. Fueron invitados prestigiosos
especialistas extranjeros a impartir cursos y conferencias en La
Habana: los franceses Courajoud, Borja Huidobro y el prestigioso
norteamericano Kevin Lynch. ¿Cuál fue tu relación
con ellos y cómo influyeron en tu desarrollo?
Coyula:
Lynch no fue invitado por la Facultad sino por el Instituto de Planificación
Física. Pero sentí inmediatamente mucha afinidad con
él. Era un hombre sencillo, muy humano. Iba directo a lo
esencial, sin adornos ni complicaciones innecesarias. Junto con
Jane Jacobs, fueron los dos primeros que en Estados Unidos cuestionaron
el urbanismo de urbanistas. Traté de estar lo más
posible cerca de él, y leer todos sus escritos disponibles.
Recuerdo que en una visita a nuestra Escuela el proyecto que más
le gustó fue el Diploma de dos estudiantes míos sobre
la Avenida 51 en Marianao, uno de los primeros en abordar el paisajismo
urbano en la Escuela, después de otro en que habíamos
propuesto la peatonalización de la Calle Obispo. La ironía
es que el tribunal de la Escuela que juzgó el trabajo de
Diploma sobre la Avenida 51 solo le había dado el aprobado
rasante de tres puntos…
Poco antes de
morir, Lynch respondió a unos estudiantes que le pedían
recomendaciones para hacer las cosas bien. Lo resumió en
cuatro puntos: mantenerlo todo lo más sencillo posible,
hacer todas las conexiones posibles –en el tiempo, en el espacio–;
crear soportes para lo que la gente quiere hacer… ¡y sembrar muchos
árboles! Si lo piensas bien, no hay más.
A Corajoud y
Borja los visité en su Atelier d’Architecture et d’Urbanisme
(AUA) en París, aprovechando mi asistencia a un congreso
en Versalles en 1971. Tenía noticias de su trabajo y les
pedí un curso de verano sobre metodología del diseño
y diseño urbano. Vinieron ese mismo año, junto con
Michel Allegret. La gente quedó encantada con las espectaculares
perspectivas de Grenoble-Echirolles dibujadas por el peruano Enrique
(ahora Henri) Ciriani, quien no vino al curso, y la fogosidad de
Michel. Comparado con ellos, algunos vieron a Lynch algo apagado;
y definitivamente desilusionó a quienes asistieron esperando
recetas.
Mirando atrás,
fue un duelo hermoso, aunque nunca compitieron en el mismo
salón ni al mismo tiempo. Para mí, Lynch era como
el viejo maestro en artes marciales que ya no necesita de la fuerza
física; Borja y Michel los jóvenes talentosos y (quizás
demasiado) apasionados. Cuando Lynch murió escribí
un texto en su homenaje. Desde MIT recibí una esquela y una
invitación de Gary Hack para sus honras fúnebres,
que todavía guardo. Nunca volví a ver a Michel Corajoud,
quien en 2003 obtuvo un importante premio nacional de urbanismo
en Francia
Esos cursos
de verano fueron promovidos por el entonces rector de la Universidad
de La Habana, José Chomí Miyar. De más
está decir que los profesores venían sin cobrar honorarios.
Otro de los que pude invitar en esa época fue Duccio Turín,
especialista en industrialización y normalización
y profesor de la Architectural Association de Londres, un
filósofo de la construcción que contrastaba
con tantos Neanderthales locales. Al poco tiempo de estar aquí
me dio su visión del país: "ustedes tienen microplanes,
extraplanes, planes especiales… ¡pero lo que no tienen es Plan!".
Pocos años después supe que falleció en un
accidente automovilístico. Todas fueron influencias importantes
para mí.
RS:
La década del setenta se caracterizó por la aplicación
de rígidas normas técnicas y económicas en
la construcción y el urbanismo, así como la primacía
de las obras realizadas en el interior del país. ¿Cómo
afectó a La Habana esta política estatal? Cuál
fue tu papel en este proceso ideológico "anti-urbano"?
Coyula:
Yo había trabajado en varios proyectos de nuevos pueblos
rurales y traté de romper con los estereotipos vigentes,
sobre todo buscando mezclar a la población para no
hacer nuevos bateyes, aquellos pequeños pueblos especializados
que surgían en medio del campo alrededor de los centrales
azucareros. Buscaba la diversidad que siempre falta en comunidades
pequeñas, y sobre todo en las planificadas.
Desde 1973 trabajé
como director de Arquitectura y Urbanismo de la Administración
Metropolitana de La Habana. Recuerdo mi toma de conciencia sobre
la necesidad de priorizar el mantenimiento del fondo de viviendas
en vez de ejecutar nuevas obras, pero a pesar de elaborar informes
muy detallados nunca fui escuchado. Hubo una comisión nacional
que comenzó con mucho apoyo, cuyo nombre inicial fue "Comisión
para el Mantenimiento y Construcción de Viviendas".
En la segunda reunión cambió el orden por Construcción
y Mantenimiento… y a partir de la tercera desapareció
el tema del Mantenimiento.

Asumí
con desconfianza el proyecto de remodelación de Cayo Hueso
a principios de los años ‘70s. Inicialmente no me resultó
negativo al analizar los planos. Hasta entonces no le había
dado mucha importancia al barrio de Centro Habana, quizás
por la herencia de mi formación Modernista. Pero cuando vi
las primeras torres y pantallas, y lo que se había demolido
para poder construirlas, comprendí lo equivocado de ese tipo
de intervención. Un día, durante una de las muchas
reuniones aburridas a las que debía asistir, me puse a hacer
algunos esquemas. Comparé una manzana de Cayo Hueso con dos
edificios de 20 plantas, un total de 236 apartamentos, y nada más;
con una manzana con edificios de 3, 4 y 5 pisos alineados tradicionalmente
respecto a la calle… y permitían más viviendas,
sin necesidad de ascensores ni de romper con el carácter
de la trama urbana y el modo de vida tradicional de la gente. Luché
mucho contra los edificios altos, preparé análisis,
informes; busqué partidarios para unirse a la cruzada. Cuando
se detuvo su construcción tuve la ingenuidad de pensar que
habían tenido éxito nuestras protestas, hasta que
percibí que sencillamente era porque no podían
continuarlas por el alto costo de las mismas.
Los enormes
recursos empleados en las "Microbrigadas" solamente comenzaron
a entrar en el área central de La Habana a fines de los ‘80s
como proyectos aislados de relleno, y muchas veces pobres en diseño
e incluso violando alineaciones, como el especulador más
brutal de la etapa capitalista. Alamar aloja ya casi 100 mil habitantes,
pero solo tienen el techo sobre su cabeza y algunos servicios básicos;
faltan todos los demás componentes que hacen ciudad.
La ciudad no se puede diseñar, ni siquiera por talentos fuera
de serie como Le Corbusier o Costa y Niemeyer. Hay que crear una
trama abierta con unas pocas regulaciones para asegurar la unidad;
y luego dejar que se vaya rellenando poco a poco y controladamente
con programas, estilos y gentes distintas, para dar variedad. Decían
los griegos que combinando la unidad con la variedad se lograba
la armonía…
RS:
Con la declaración de La Habana Patrimonio Cultural de
la Humanidad por la UNESCO en 1982, se produjo un cambio de política
respecto a la capital, acelerándose las tareas de recuperación
del Centro Histórico. Paralelamente tú actuaste sobre
la ciudad desde la Dirección de Arquitectura del Poder Popular.
¿Cuales fueron las iniciativas que se llevaron a cabo y cómo
lograste la formación de equipos de arquitectos jóvenes?
Coyula:
Yo actué desde la Dirección Provincial de Arquitectura
y Urbanismo, (DPAU), y también paralelamente desde la Comisión
Provincial de Monumentos (CPM) de la Ciudad de La Habana, que presidí
desde su creación en 1978 hasta 1989. Por un tiempo armé
en la DPAU un pequeño equipo de proyectos de restauración
de monumentos. Ese equipo pasó después a la Oficina
del Historiador de La Habana y fue el núcleo inicial del
poderoso aparato que pudo construir Eusebio Leal después
que demostró ser capaz de hacer mucho sin nada. Opino que
el golpe de efecto más importante, que dio un vuelco a la
recuperación del centro histórico de La Habana Vieja,
fue cuando Leal concentró esfuerzos en la cuadra de Obispo
entre Oficios y Mercaderes, y la rescató completa. Mucha
gente empezó a darse cuenta del valor de esta arquitectura
que antes estaba cubierta por la mugre o deformada por múltiples
añadiduras. Para la misma tarea llegaron a coexistir varias
instituciones: la Oficina del Historiador, el Centro Nacional de
Conservación y Restauración de Monumentos (CENCREM),
la Comisión Provincial de Monumentos, la Nacional, el Grupo
de Trabajo de La Habana Vieja, el gobierno de La Habana Vieja y
el de la Ciudad… Y eran las mismas caras en todas esas comisiones,
acumulando títulos nobiliarios sin señorío
ni fortuna material.

En la DPAU reuní
un equipo de proyecto con buenos arquitectos jóvenes, algunos
de ellos formados en mi taller de la Escuela: María Elena
Martín, la pionera; Víctor Marín, Rafael González
de las Peñas, Enrique Pupo, Rafael Fornés, Alfredo
Ros, Eduardo Luis Rodríguez, Emma Álvarez-Tabío,
Ana María González… Se hicieron muchos proyectos interesantes
de reanimación urbanística, algunos antológicos
como los Cuatro Caminos o 23 y 12; pero también aprovechamos
la corta explosión constructiva de los consultorios médicos
de barrio –médico de la familia– y viviendas de relleno en
la ciudad central a fines de los ‘80s para hacer algunos proyectos
renovadores y trabajar el tema de la inserción contemporánea
en contextos históricos valiosos.
La reanimación
urbanística, o paisajismo urbano, era una escala de trabajo
que no había sido cubierta hasta entonces; sin embargo, era
vital para ordenar y recalificar la ciudad con muy pocos recursos.
La ciudad se hace más por pequeños proyectos que
por grandes planes. Tuve la suerte de recibir respaldo de dos
alcaldes valientes y con luz larga, Luis Méndez y Oscar Fernández
Mell.
Diversos proyectos,
incluso mejores, quedaron inconclusos, como el de la Plaza Roja
en la Calzada del 10 de Octubre o la Esquina del Maravillas en la
Calzada del Cerro. La mayoría de estos profesionales jóvenes
se afilió incondicionalmente a un posmodernismo que les critiqué
por tardío y poco apropiado para modestos programas con una
pobre ejecución, pero les di libertad de acción, porque
no hay nada peor que no te permitan escarmentar en tu propia cabeza.
RS:
La
atención otorgada al centro histórico de La Habana
para rescatar los monumentos y su entorno no implicó una
atención similar a otros barrios de la ciudad. ¿Se hubiese
podido llevar a cabo una acción más equilibrada que
resolviese alguno de los graves problemas que aún persisten
en diferentes áreas urbanas?
Coyula:
Muchos otros barrios de la ciudad se habrían beneficiado
si se les hubiese concedido la misma autonomía financiera
y libertad de acción que al centro histórico de La
Habana Vieja, con todos los peligros que implica la libertad en
cuanto a caprichos inconsultos. Algunos ven un escollo para eso,
porque la personalidad de Eusebio Leal ha tenido un peso decisivo
en el éxito de esa empresa, donde pudo combinar el interés
cultural con el económico. Pero la única manera
de salvar otras zonas importantes de la capital es hacer que ellas
y sus vecinos puedan pagarse a sí mismos.
Esa independencia
también es necesaria para elevarse por encima de los pequeños
problemas y miserias que desgastan día a día a los
que deberían dedicarse a perseguir la excelencia. El eterno
problema es si las instituciones se hacen para una persona excepcional,
o si las personas adecuadas surgen cuando hacen falta, y hay un
contexto que espera por ellas. La lucha contra la dictadura batistiana
estuvo llena de figuras que surgieron como respuesta a demandas
heroicas, y que en otra situación hubieran quizás
vegetado en una vida corriente.
De todas maneras,
una parte de los recursos que durante bastante tiempo disfrutó
el país se podía haber dedicado a un trabajo sostenido
–y sobre todo, descentralizado– para consolidar el fondo construido,
y especialmente la infraestructura. El gran desarrollo de
La Habana en el primer cuarto del siglo XX se apoyó en una
infraestructura flamante. Pero enterrar dinero bajo las calles no
es muy gratificante para los que toman decisiones.
RS:
La
Habana es una ciudad con una fuerte personalidad urbana y arquitectónica,
poseyendo características específicas en cada uno
de sus barrios: Habana Centro es totalmente diferente de Vedado
o Miramar. Sin embargo, diversas construcciones recientes no tuvieron
en cuenta su relación con el contexto. ¿Consideras que se
produjeron perjuicios irreversibles y que estas arbitrariedades
pueden seguir ocurriendo?
Coyula:
Naturalmente, esas intervenciones perjudicaron, y no veo una posibilidad
cercana de permitirnos el lujo de eliminarlas. De todas maneras,
el daño está hecho, aunque quizás sembrar
árboles que las oculten ayudaría a reducir su impacto.
Lo importante es que se detenga el perjuicio, y que se hagan algunas
nuevas intervenciones buenas que sirvan para elevar el rasero. Ahora
la nueva construcción se hace casi toda con capital extranjero
y para extranjeros. Si se trata con inversionistas baratos, con
una clientela barata y contrapartes cubanas baratas, se termina
con edificios baratos. En esto también afecta el embargo
económico de los Estados Unidos, que reduce las opciones…
aunque quizás nos salve de una invasión imparable
de chatarra.
RS:
La
población, ante la carencia de viviendas, resolvió
sus apremiantes necesidades por sus propios medios, transgrediendo
en la mayoría de los casos, las normas de "decoro"
urbano. ¿Qué medidas se tomaron para controlar esta situación,
y cómo afectó este proceso en la calidad estética
de la ciudad tradicional?
Coyula:
Más grave aún que el daño visible producido
por estas obras, es que ayudan a conformar una mentalidad brutalmente
egoísta, en el sentido de que todo vale si resuelve mi
problema; y hablo tanto de la población como de los organismos
estatales. Eso refleja una crisis de valores cívicos, y quizás
más profunda todavía, éticos. El problema es
que hay que darle valor a los valores.
Cuando se construye
poco, como ha sucedido desde el desplome del campo socialista europeo,
ese poco debe ser lo mejor posible. El culto a la inmediatez y la
improvisación, el dedicarse a cumplir metas y directivas
– o buscar buenas explicaciones para no hacerlo – todo ello se refleja
en la ciudad. Pero peor que unas pocas obras nuevas feas, resulta
la proliferación descontrolada de distorsiones de
todo tipo en la imagen urbana: cercados, casetas, kioscos, ranchones
de guano; portales tapiados, jardines pavimentados o incluso techados;
y esos añadidos que brotan como chichones...
Todas las regulaciones
están escritas, pero dejaron de imponerse. Lo que el violador
realmente teme no es a una multa, sino a que le demuelan lo que
hizo. Pero nadie quiere ser el villano de la película. No
pienso que sea posible darle marcha atrás, excepto en muy
pocos casos. Ha sido una especie de suicidio. Me cuesta trabajo
encontrar una cuadra en mi Vedado natal donde no haya al menos una
violación importante.
RS:
Tú
participaste en diferentes proyectos de intervención en diferentes
áreas de la ciudad, con equipos internacionales y la participación
de alumnos de la Facultad de Arquitectura. ¿Cuál fue el aporte
positivo de estos trabajos de proyecto urbano?
Coyula:
Lo
más importante es abrir la mente a la diversidad de enfoques,
incluso los aparentemente más utópicos. Pero ya mucha
gente aquí ni siquiera reacciona. Voy a referirme solo a
estos últimos años. En el CENCREM se expusieron los
proyectos del grupo "Manifestos", de arquitectos de la
vanguardia deconstructivista internacional: Wolf Prix, Eric Owen
Moss, Thom Mayne, Carme Pinos, entre otras luminarias. Ellos (y
yo) pensábamos que se produciría un ardiente debate.
No pasó nada. No hay costumbre de polemizar. Yo aprendí
mucho en algunas sesiones en 1995 cuando ese grupo vino la primera
vez, aunque a veces las discusiones eran tan sutiles que llegaron
a exasperarme. Parece que yo tampoco estaba acostumbrado… Por cierto,
Prix presentó una gran maqueta en blanco, una hermosísima
escultura que reflejaba su búsqueda de un vocabulario para
poder intervenir en una ciudad que no conocía, como La Habana;
pero también dijo que lo que más necesitaba La Habana
era una nueva infraestructura.

Trabajé
con mi amigo Lee Cott en cuatro estudios de diseño urbano
en la Escuela de Arquitectura de Harvard entre 2000 y 2002. Fueron
muy estimulantes, especialmente cuando estuve allá de profesor
visitante, en el semestre de primavera de 2002, actuando sobre el
Malecón habanero. Hicimos proyectos sobre la Fragua Martiana,
la margen derecha de la boca del río Almendares, y el último
fue en La Rampa. También otro amigo, Jan Wampler, trajo recientemente
dos veces a sus alumnos del MIT para trabajar sobre La Fragua. He
participado con otros grupos de Colonia, Darmstadt, Berlín,
París La Villette, París Malaquais…
Con Andrés
Duany se hicieron varios charrettes sobre La Habana: el desarrollo
de La Puntilla, y las regulaciones para El Vedado y para el Malecón.
Raoul Pastrana, profesor de la Escuela de La Villette de París,
dirigió varios talleres sobre El Cerro. Xabier Eizaguirre,
de la ETSAB, está desarrollando una investigación
interesante sobre la morfología urbana del Vedado. Es un
académico muy serio, y también un gran amigo. La empatía
es decisiva para trabajar en equipo; es como la mielina, que permita
las conexiones entre las neuronas.
Pero no aprendo
solo mirando a las estrellas, sino también de mis alumnos
cubanos. No es falsa modestia, ni demagogia para ganarme buenas
voluntades. Me sigue sorprendiendo ver alumnos que en sus primeros
proyectos salen con soluciones brillantes, a veces más creativas
que las que harán después en quinto año. Aún
revisando proyectos de alumnos malos uno se encuentra allí
una idea que ellos no han visto, ni podrán desarrollar aunque
se la señales. Es triste, al final el que aprende es uno,
y te pagan por ello.
RS:
La creación del Grupo de Desarrollo Integral de la Capital
y la construcción de la gigantesca maqueta de La Habana (en
escala 1:1000), se justificó en el objetivo de crear una
mayor conciencia del valor de la ciudad, estético y cultural,
tanto para la población como para los dirigentes políticos.
¿Se considera que esta iniciativa fue exitosa? ¿Cómo participaste
en ella?
Coyula:
El Grupo se creó en 1987 para guiar lo que se esperaba que
fuese un desarrollo impetuoso de la construcción en La Habana.
La crisis tras la desaparición de la Unión Soviética
cortó esos planes, que en realidad pienso que no tenían
un respaldo económico real. Era un equipo muy pequeño,
muy escogido, dirigido por Gina Rey, quien había estado al
frente del Instituto de Planificación Física de La
Habana por muchos años. Estaba también Mario González,
quien centró el primer plan director de La Habana después
de 1959; Mayda Pérez, con una buena experiencia en la vivienda,
y otros especialistas de distintas ramas que fueron llegando después;
pero siempre pocos, para poder interactuar y llegar a consenso.
Yo fui el subdirector desde el principio, y después director
de 1999 a 2001.
Desde el primer
momento pensamos que hacía falta buscar nuevas formas para
enfrentar las necesidades de la capital, como el planeamiento estratégico
y el comunitario; con enfoques sustentables, participativos y más
descentralizados, y el empleo de tecnologías blandas. Favorecimos
los intercambios de experiencias con especialistas cubanos y extranjeros,
y los proyectos de colaboración con ONGs para suplir la falta
de recursos. Se promovieron los Talleres de Transformación
Integral del Barrio como una forma de planeamiento de abajo hacia
arriba, y se realizaron talleres, seminarios y publicaciones, incluyendo
el modesto pero sistemático boletín Carta de La
Habana.
Esos enfoques
no eran coyunturales, solo motivados por la crisis económica;
sino conceptuales, de fondo. Muchos no lo entendieron así:
pensaban que las propuestas eran solo mecanismos de defensa para
resistir un mal momento, y que todo volvería atrás
cuando la situación mejorase. No comprendían la esencia
de la sustentabilidad, que la crisis era en realidad el resultado
de una vulnerabilidad congénita por no tener un modelo
de desarrollo integralmente sustentable y viable. Comprendo que
es muy difícil pensar en el futuro cuando se está
abrumado por problemas enormes sin solución, pero alguien
tiene que mirar más allá. Los vietnamitas enviaron
jóvenes en plena guerra a prepararse para la reconstrucción
del país, y lo están logrando, a pesar de que fueron
literalmente arrasados por la mayor potencia militar de la historia.

La maqueta sirvió
pare ensayar sobre ella los nuevos proyectos. Así pudieron
detenerse algunas intervenciones fatales, como la enorme torre de
42 pisos en la Plaza de la Revolución, que se tragaba
al obelisco de José Martí y desbalanceaba la plaza.
La alternativa que les propusimos fue descomponer el programa en
varios edificios más bajos de 12 o 13 plantas. Eso redistribuía
el impacto, ayudaba a mejorar la definición espacial de una
plaza que siempre pareció un potrero, y hubiera permitido
ir explotando los edificios a medida que se iban construyendo. También
daría tiempo para decidir si realmente el programa estaba
bien fundamentado. Con la desaparición del campo socialista,
la plantilla del ministerio que promovía el edificio se desinfló
de 5 mil empleados a menos de 300. Otro éxito apoyado en
la maqueta fue cuando se consiguió detener un programa para
construir torres en terrenos vacíos a lo largo de Paseo.
Mi argumento era: ¿por qué quieren Paseo? Porque es una calle
muy bonita. ¿Y por qué es bonita? Porque casi no hay edificios
altos. Pero es más fácil usar la maqueta para
combatir un proyecto obviamente chocante y malo, que para promover
uno bueno, pequeño y contextual, que no se hace notar.
La maqueta debía
servir también para crear conciencia en los visitantes cubanos
sobre los valores de su ciudad. Pero está ubicada en Miramar,
un barrio poco accesible para el habanero promedio. Se trató
de usar los locales para seminarios y conferencias, talleres con
niños de escuelas cercanas… Una iniciativa que ha prendido
son las charlas que titulé La Habana que Va Conmigo.
Cada primer viernes de mes llevo a una personalidad invitada para
hablar de su Habana, la que lo marcó y acompaña.
Ya hay más de setenta, y salió el primer libro que
recoge trece intervenciones. Es la historia no escrita de La Habana,
una historia menor que crece por la visión del testimonio
del invitado.
La maqueta es
enorme, impactante. La primera reacción de quien la ve es:
¡esta ciudad no se puede dejar perder! Le falta un sistema
de iluminación más teatral, más dramático,
que es muy costoso. Y sobre todo, que se hubiese localizado en un
lugar céntrico, como La Rampa.
RS:
Tú combinaste persistentemente la acción proyectual
con la docencia, tanto a escala nacional como internacional. ¿Cómo
estas experiencias transformaron la teoría urbanística
de estos últimos años en Cuba? ¿Cuales son las actuales
referencias externas que se consideran válidas?
Coyula:
La combinación de docencia y práctica me sirvió
de mucho, fue una interacción constante. Y conocer enfoques
extranjeros mientras trabajaba en problemas nuestros también
fue una manera de interactuar. Pienso que entre las primeras manifestaciones
de esa interacción estuvieron los nuevos principios para
poblados rurales más diversos y vivos, aunque no se aplicaran;
la crítica al modelo de vivienda social en altura,
planteando que hay soluciones de baja altura con alta densidad (hubo
que esperar casi veinte años a que la Villa Panamericana
las aplicara…), y la crítica a la remodelación
urbana traumática, como se había empezado en Cayo
Hueso.
La línea
de reanimación urbanística entronca en parte con el
townscaping de Gordon Cullen y la obra de Lawrence Halprin.
Las teorías de Kevin Lynch me marcaron, me hicieron ver la
ciudad de otra manera, más humilde, pensando más en
la gente que la usa.
Cuando conocí
a Peter Calthorpe y Andrés Duany simpaticé de inicio
con las propuestas del New Urbanism. Pienso que la idea central
de Duany es el papel conformador de ciudad que tienen las regulaciones,
y lo comparto. Pero sigo pensando que las ciudades no se pueden
diseñar ni construir de una vez: hay que dejar un margen
para la diversidad (natural, no buscada), y eso lo pone el tiempo
y la gente. Nuestro provincianismo nos lleva a rechazar con sospechas
lo que viene de afuera, o todo lo contrario, aceptarlo sin cuestionamiento.
Sigue siendo válida la frase de Máximo Gómez
cuando definió a los cubanos: siempre se pasan o se quedan
cortos. Pero si el New Urbanism en los Estados Unidos
busca reinventar la pequeña ciudad perdida, nosotros solo
tenemos que conservarla.

RS:
En los años 90 se permitieron inversiones extranjeras
en la ciudad para construir hoteles, oficinas, viviendas. ¿Qué
consecuencias, positivas o negativas tuvieron las nuevas obras para
la ciudad?
Coyula:
Me parece que ya lo contesté antes. Para mí lo más
triste fue ver la actitud lacayuna en algunos arquitectos,
aceptando las ridiculeces que les pedía el inversionista
extranjero, malas reproducciones de le peor arquitectura comercial
de Miami. Un caso límite fue la respuesta encontrada por
un arquitecto cubano al requerimiento de un importante promotor
inmobiliario que pidió una arquitectura para sus edificios
que fuera neoclásica, mediterránea y colonial cubana.
La solución fue como una ensalada de helados con tres sabores:
los primeros piso neoclásicos (¿?), los del medio "mediterráneos"…
y los últimos coloniales, con arcos y vitrales de colores
(¡!). He oído decir que ese arquitecto recientemente se fue
de Cuba: me imagino que buscando beber directamente en su fuente
de inspiración.
RS:
En Miami existen grupos de estudios sobre La Habana, intentando
prever y definir las consecuencias de futuras transformaciones económicas,
funcionales y morfológicas de la ciudad. ¿Existe una vinculación
y un diálogo entre los especialistas de ambas ciudades preocupados
por los problemas presentes y futuros?
Coyula:
Pienso
que hay que diferenciar la actitud de Duany y su equipo, abiertos
al diálogo, a transmitirnos sus experiencias sin querer imponerlas;
y compararla con la de otros, que cierran de inicio toda posibilidad
de colaboración con Cuba, excepto con individuos sin vínculos
institucionales. No sé cómo lo conseguirán,
en un país donde la casi totalidad de los arquitectos y urbanistas
trabajan para el Estado... Dudo de su capacidad de pensar sobre
una ciudad que no han pisado en 45 años. Cuando se ve a los
que patrocinan algunas de esas iniciativas, te das cuenta que no
es un interés cultural ni patriótico, sino especulativo,
poniéndose delante en la fila para cuando llegue el reparto.
Me llama la
atención que algunos que allá expresan escrúpulos
por involucrarse con una dictadura, sin embargo, colaboraron alegremente
con la de Batista, cuando los cadáveres de jóvenes
asesinados eran arrojados como escarmiento a la calle. Veo una especie
de fanatismo parecido a los autos de fe y los expedientes de limpieza
de sangre, cuando había que demostrar que no se tenía
antepasados judíos o moros. Para ese tipo de exilio fundamentalista,
los únicos limpios serían los batistianos.
Comprendo el resentimiento, y lo ha habido de ambas partes; pero
así no se llega a nada estable, bueno para todos.
Pero también
hay otros en Miami que se preocupan honradamente porque no se repitan
aquí los errores que se cometieron allá y en otras
ciudades de los Estados Unidos y otras partes del mundo. Lamentablemente,
hay importantes ciudades asiáticas donde el desarrollo
se identifica con copiar lo peor de Occidente; o lo que ya no
quieren más allá donde lo inventaron; y lo confunden
con progreso. Se repite el engaño de los Conquistadores,
cambiando a los aborígenes espejitos por pepitas de oro.
No es solo en Miami donde se piensa en el futuro de Cuba. Hay muchos
urbanistas estadounidenses, europeos y latinoamericanos preocupados
por la macdonaldización
de nuestro patrimonio.

Uno de ellos,
Jeff Horowitz, hizo un montaje digitalizado sobre el Malecón,
lleno de anuncios, Pizza Huts, Burger Kings, GAPs y por el estilo.
Siniestro. Las nuevas restricciones a las relaciones académicas
e incluso familiares que la Administración Bush aprobó
este año han paralizado esa iniciativa de Urbanists International.
Igual sucede con los talleres de diseño que veníamos
realizando sobre La Habana con universidades de los EEUU, y los
viajes de académicos cubanos a dar conferencias o cursos
allá. Ahora todos recibimos un modelo impreso diciendo que
nuestra visa iría en detrimento de los intereses de los
Estados Unidos. Que alguien – aunque sea un burócrata
– me considere peligroso a los 69 años es casi un halago,
pero hubiera preferido que fuese una linda mujer.
RS:
¿Cuál es tu visión de los principales problemas
que tiene La Habana en la actualidad y que medios reales existen
para resolverlos?
Coyula:
Es difícil pensar en problemas principales, porque son muchos
y están entrelazados. En esencia, todos dependen de la economía
y de los mecanismos de gestión. Ya había dicho que
hay que fortalecer la economía a todos los niveles. No se
puede pensar en mejorar la economía macro si no mejora a
la vez la de las ciudades, los barrios y las personas. Y el problema
de la economía doble, en pesos y en dólares, no parece
tener solución a corto plazo. La reciente sustitución
del dólar de Estados Unidos por el peso convertible cubano,
a los efectos internos solo cambia el color del billete. Esa dualidad
está generando desigualdades marcadas que no existían,
y a su vez se refleja en formas de vida y hasta tendencias estéticas
mutantes que cambian la imagen de la ciudad.
Indirectamente,
influye también en un aumento de la segregación racial.
Parece que menos negros están llegando a los estudios superiores.
Aunque la matrícula sea gratuita, estudiar una carrera –sobre
todo Arquitectura– requiere cada vez más apoyo económico
de la familia; y los muy pobres no pueden afrontarlo. Claro que
hay un sistema de becas y ayudas, pero la realidad es que para un
joven negro que vive en un tugurio, todo resulta más difícil.
Paradójicamente, la Ley de Reforma Urbana de 1960 arraigó
a cada cual donde vivía, y la única movilidad
posible es por permutas, ya que la construcción de nuevas
viviendas para la población está de hecho paralizada.
El que tuvo la desgracia de nacer en un barrio pobre y habitar en
una vivienda infraestándar, es muy posible que arrastre ese
problema toda la vida. El gobierno se ha preocupado por darle estudio
y empleo a jóvenes que no estaban trabajando ni estudiando,
y garantiza el sueldo a los obreros de los centrales azucareros
que se han cerrado –la mitad del total– pero eso es una carga más
sobre una economía colapsada.
La indisciplina
ciudadana crece y puede implicar también en el futuro otro
problema peor de seguridad pública. Ya había mencionado
antes cómo esa indisciplina empobrece la imagen de la ciudad
y anula esfuerzos por mejorarla. Es necesario lograr una participación
efectiva de la población desde etapas tempranas en la toma
de decisiones, no después que las decisiones se han tomado.
Todavía aquí hay que avanzar mucho, y usar mejor la
capacidad de movilizar a la población; pero eso tiene que
ser alrededor de tareas que sientan como suyas.
La alimentación
adecuada sigue siendo un problema serio, especialmente para los
jubilados y los de más bajos ingresos, lo que a menudo coincide
con quienes no reciben moneda extranjera. Sucede que la mayoría
de los que se fueron definitivamente al exterior eran blancos, y
envían (o enviaban) dinero a sus familiares en Cuba, también
blancos. La agricultura urbana ha tenido mucho desarrollo, crea
empleos y evita transportaciones lejanas. Pero hay que evitar que
se use agua del acueducto para regar, y proteger a las siembras
–sobre todo a los vegetales de hoja – de los residuos tóxicos
de los escapes de vehículos que les pasan cerca.
La infraestructura
de la capital está destrozada. El acueducto necesita
una reconstrucción para evitar la pérdida de casi
la mitad del agua antes de que llegue a las casas, pero eso también
sucede en Washington DC. Además, es necesario mejorar la
calidad del agua potable. El alcantarillado de La Habana data de
1913, diseñado para 600 mil habitantes (el doble de la población
entonces), y la ciudad tiene ahora 2,18 millones. Los efluentes
se arrojan crudos a la Corriente del Golfo. Las calles son casi
intransitables, excepto las vías por donde circulan ómnibus.
Eso, unido al calor, la falta de piezas, los accidentes y al aumento
de vehículos en las calles, ha hecho retroceder el uso masivo
de la bicicleta, que tuvo un crecimiento espectacular a mediados
de los ‘90s.
Un problema
muy serio es la energía eléctrica. Cuba depende exclusivamente
de generación termoeléctrica usando petróleo,
que venía casi todo de la URSS. Un logro importante de la
Industria Básica fue aumentar la producción nacional
en más de cinco veces, hasta 4 millones de toneladas de petróleo
y equivalente en gas acompañante. La electricidad se genera
totalmente con crudo cubano, pero es un petróleo muy pesado
y al parecer agresivo con las turbinas. Es posible que el cierre
de la mitad de los centrales azucareros haya influido también,
porque muchos se autoabastecían energéticamente quemando
el bagazo de la caña, y servían a la población
alrededor. A mediados de 2004 se produjo una crisis muy seria que
terminó en la destitución del ministro del correspondiente
ramo.
El transporte
público descansa en ómnibus Diesel y el invento criollo
del "camello", enorme transporte de perfil jorobado
donde se compactan 220 personas. Existe un círculo vicioso:
como el transporte público es tan deficiente, hay muchos
más ómnibus propios de organismos estatales que los
de servicio para toda la población. La paradoja es que estamos
en la situación ideal para desarrollar un buen transporte
público masivo que disuada el empleo de autos individuales;
pero la realidad es que cada año crece el número de
automóviles. Se ven menos autos americanos de los ‘50s, casi
todo convertidos en taxis con motores Diesel muy contaminantes,
los llamados "almendrones"; y también menos
autos soviéticos que los habían empezado a sustituir.
Ahora, sobre todo en la zona privilegiada del oeste, donde se concentran
las empresas extranjeras o mixtas que operan en divisas, se ven
cada vez más autos japoneses, sudcoreanos y franceses, cruzándose
con el Lada resplandeciente de vidrios empapelados en negro y música
disco ensordecedora de los "macetas" (nuevos ricos).
La vivienda
es un viejo problema. El Estado ha hecho esfuerzos por atenderla,
pero descansando siempre en la construcción masiva de nuevos
conjuntos de edificios multifamiliares en altura. Las "Microbrigadas"
fueron una experiencia interesante de esfuerzo propio con fuerte
ayuda estatal, pero con el inconveniente de que los constructores
no sabían construir, y para cuando aprendían ya habían
terminado su edificio. De hecho, las "Microbrigadas" se
paralizaron con el período especial tras la desaparición
de la URSS. A pesar de los infinitos debates, no se pudo implantar
el concepto de vivienda en crecimiento, porque depende de
que el interesado pueda comprar fácilmente los materiales
para crecer en el momento en que pueda y quiera.
El mantenimiento
del fondo existente siempre fue subvalorado por la prioridad dada
a la nueva construcción. Otros programas de construcción
de obras sociales –hospitales, escuelas; y en un tiempo industrias
– tuvieron mayor atención que la vivienda. Queda flotando
el fantasma de cómo resistirá La Habana el paso de
un gran huracán como el Iván de septiembre
pasado (2004), con vientos de más de 300 kilómetros
por hora. La paradoja es que la vida en esta isla depende en gran
parte del agua que dejan los ciclones; y la vivienda ideal para
todo el año, con grandes aleros y abierta a la brisa por
todas partes, es la que peor se comporta ante un gran huracán.
Nunca se puede tener todo.
RS
La
Habana - Río de Janeiro, octubre/noviembre 2004.
La
primera
parte de esta entrevista
a Mario Coyula se publicó en el número 32 de café
de las ciudades.
Roberto
Segre es arquitecto y crítico de arquitectura, graduado en
Buenos Aires, ejerció la docencia en La Habana y es actualmente
profesor de la Facultad
de Arquitectura y Urbanismo de la Universidade Federal do Rio de
Janeiro.

Ver
otras experiencias de ciudades socialistas (Luanda y Togliatti)
en la nota Nuevas
ciudades para nuevos habitantes, de Clovis Ultramari,
Sylvia Leitão y Zulma Schussel, en el número 30 de
café
de las ciudades.
Sobre
la macdonaldización de las ciudades, ver la nota Buenos
Aires en los `90 y otras consecuencias de la ciudad global,
entrevista a Zaida Muxí, en el número 24 de café
de las ciudades.
Ver
la Bibliografía
de Mario
Coyula en la primera parte de esta nota.
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