Muros
de la vergüenza
Berlín,
barrios privados, Palestina
Por
Marcelo Corti

Leí,
días pasados, que el hombre que ordenó la edificación
de la casi infinita muralla china fue aquel primer Emperador,
Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemarán
todos los libros anteriores a él. Que las dos vastas
operaciones -las quinientas a seiscientas leguas de piedra
opuestas a los bárbaros, la rigurosa abolición
de la historia, es decir del pasado- procedieran de una persona
y fueran de algún modo sus atributos, inexplicablemente
me satisfizo y, a la vez, me inquietó.
Jorge
Luis Borges, La muralla y los libros (1950), en Otras
inquisiciones, Emecé, Buenos Aires.
De
entrada, se creería que hubiera sido más ventajoso
en todo sentido construir en forma continua o al menos continuadamente
dentro de los dos sectores principales, ya que la muralla,
como se sabe y se divulga, fue proyectada como defensa contra
los pueblos del Norte. Pero, ¿cómo puede defender una
muralla construida en forma discontinua? En efecto, una muralla
semejante no sólo no puede proteger, sino que la obra
misma está en constante peligro. Estos fragmentos de
muralla abandonada en regiones desoladas, pueden ser destruidos
con facilidad, una y otra vez, por los nómades, sobre
todo porque éstos, atemorizados por la construcción,
cambiaban de residencia con asombrosa rapidez, como langostas,
por lo que, probablemente, tenían mejor visión
de conjunto de los progresos de la obra que nosotros mismos,
sus constructores.
Franz
Kafka, De la construcción de la muralla china,
Alianza Editorial, Madrid.
Es inevitable
asociar la actual construcción de un muro que aísla
Palestina de Israel, a la experiencia del Muro de Berlín
y (al menos para un observador local) a los patchworks
generados por las urbanizaciones privadas en las ciudades
de América Latina, donde los muros divisorios separan
violentamente la marginalidad pobre de la marginalidad rica.
Esta obvia y previsible asociación tiene una lectura
posible desde el estudio de la ciudad y el territorio.
Tal reflexión
es, hasta cierto punto, independiente de los juicios de
valor ideológico y político, y no implica
plantear equivalencias absolutas entre estas situaciones.
Como aclaración previa: creo tener elementos de juicio
bastante amplios sobre los casos de Berlín y de los
barrios cerrados, y en cambio muy poca información
consistente sobre el cerco a Palestina. No obstante, no necesito
tener esa información para estar convencido de que
ese muro es un acto de barbarie, como en mayor o menor
medida son también los otros. Pero no es tanto
la evaluación política y moral de estos episodios
lo que aquí me interesa, como la reflexión sobre
las implicancias que estos tienen sobre la teoría y
la praxis de la ciudad y el territorio. El lector interesado
en los aspectos que esta nota elude voluntariamente abordar,
encontrará al final del texto algunos enlaces
a sitios donde sí se realizan esas consideraciones.
También es bueno aclarar que este texto no pretende
dar explicaciones generales que descubran un hilo conductor
uniendo todos los casos expuestos, sino comentar la propia
perplejidad del autor ante la persistencia de estas respuestas
territoriales en contextos tan distintos y en un tiempo en
que se supone que los muros son inservibles.
Lo
que nos dicen y lo que vemos
Se nos
dice a menudo que vivimos en una época de flujos, de
redes, de ambigüedades y continuidades. Si la Caída
del Muro (con mayúsculas, sobreentendiendo de que muro
se trata) confirma y ejemplifica esta proposición,
el muro de Sharon y cada paredón de barrio cerrado
se le interponen, literalmente. Ya no se trata de barreras
que encauzan y dirigen el movimiento, de bordes en la ruta
de los flujos, sino del regreso a una definición
primitiva y estanca del territorio: "de aquí para
allá, nosotros; ustedes, en cambio, del otro lado"
(poco después de escribir esta frase, me entero de
que Ilan Pappé, historiador israelí y profesor
de la Universidad de Haifa, Israel, sostiene: "el Partido
Laborista siempre ha pretendido una paz fundamentada sobre
la existencia de una línea divisoria. De hecho, ese
fue su eslogan en las elecciones generales de 1992: "Nosotros
estamos aquí; ellos, allí"). Otra contradicción
al espíritu de los tiempos: también se nos dice
que ya no es tan importante lo territorial, que las fronteras
ya no existen...

En el
siglo XIX, la modernidad burguesa europea comenzó a
derribar las ya inservibles murallas de las ciudades, generando
operaciones como el Ringstrasse de Viena en 1857: una avenida
de 60 metros de ancho que integró los edificios residenciales
y administrativos, el espacio público representativo,
el sistema de calles a ambos lados de la vieja muralla y las
nuevas estaciones ferroviarias en la periferia. Una modernidad
amable, con continuidades y diferenciaciones que a su vez
ritman, unen y jerarquizan el espacio. Estas cesuras ordenan
el continuo metropolitano, califican lugares en el territorio.
Los barrios y equipamientos a cada lado de la antigua muralla
pueden ser más o menos prestigiosos, elegantes, o logrados,
pero tienen un sentido en la continuidad urbana. Con una concepción
similar, en los ensanches que se construían por fuera
de las viejas murallas, o en los boulevards que desventraban
los centros congestionados, se construían palacios
donde las distintas estratificaciones sociales se daban por
piso. En un mismo terreno, en un mismo edificio, convivían
la representación burguesa del piano nobile
con las privaciones de la buhardilla.
Algo de
toda esta "amabilidad" tiene que ver con el carácter
profundo de esas construcciones. Las antiguas murallas europeas
eran definiciones físicas de lo urbano: lo que encerraban
era la ciudad completa, con sus ricos y sus pobres, desde
los poderosos hasta los siervos del campo en épocas
de conflicto, incluso con espacios para cultivar mientras
duraran los sitios. Y la separaban de otras situaciones colectivas:
otras ciudades, ejércitos, imperios. Esas murallas
definían ciudades, eran un atributo de urbanidad
semejante a la plaza o a las torres de los templos. Eran
en este sentido distintas a los muros de las ciudades prohibidas
de los palacios orientales, en Beijing, en Kioto, que separaban
al emperador y su corte del pueblo, lo alto y lo bajo (segregación
que era tan restrictiva para las gentes de pueblo como para
el propio emperador cuando pretendía salir de esos
límites...).
El placer
estético por las masas murarias puede ser un gusto
contemporáneo, pero lo cierto es que allí donde
sobreviven, las antiguas murallas expresan una identidad
urbana. Pueden ser motivo de pintoresquismos neogóticos
en Carcassone, o integrarse a una inteligente resolución
contemporánea en Girona: nadie dudará de su
raiz urbana, de su intencionalidad de forma. Un ejemplo magnífico
son los diseños para las fortificaciones florentinas
que realizó Miguel Angel: Bruno Zevi las considera
una ruptura del orden perspectívico renacentista y
dice que su calidad espacial las asemeja a dibujos hechos
con asistencias de computadoras.

Estudios
para las fortificaciones de Florencia, Miguel Angel
Buonarroti.
|
Pero,
¿qué es lo que pasa en cambio con nuestros muros
contemporáneos? Hay un antecedente muy claro en el
mismo siglo XIX, que incluso es posterior a la demolición
vienesa: el muro con el que los Estados Generales encerraron
París, en tiempos de Luis XVI, para combatir el contrabando.
Tenía 3,40 metros de altura y toda construcción
estaba prohibida a unos 90 metros de sus lados interno y externo.
Sus 50 puntos de entrada fueron diseñados por Claude
Ledoux, (algunos todavía persisten), quien fue despedido
poco antes de la Revolución de 1789 por denuncias de
sobreprecios. El muro generó mucho descontento entre
los parisinos, al punto que se decía "el muro
que amura a París hace murmurar a París".
No es de extrañar que algunas de sus puertas fueran
destruidas junto con La Bastilla.

"¿Esto
es Postdamer Platz?"
El Muro
de Berlín (un episodio tan traumático de la
historia mundial que de por si definió el apogeo, desarrollo
y final de la Guerra Fría) aparece pocos años
antes de su caída en la bella película de Wenders
Las Alas del Deseo, subtitulada justamente como El
cielo sobre Berlín. De nuevo, la contraposición
de la modernidad fluida (en este caso la Biblioteca proyectada
por Hans Scharoun, que también aparece en la película
de Wenders) con la oclusión del muro. Uno de los personajes,
el poeta Homer, se pregunta al encontrarse en un espacio desolado,
"¿Esto es Postdamer Platz?". El ángel Cassiel,
que se corporiza como humano por amor a una mujer, cae en
el medio del muro y al levantarse ve los primeros colores,
los de los grafittis del lado occidental.

Foto
de la caída del muro de Berlín, del diario
El Mundo. |
A
diferencia de las murallas, pero también de los barrios
cerrados y de Palestina, este Muro no impedía la
entrada sino la salida: los burócratas del este
no confiaban tanto en su versión del socialismo como
para darle a su gente la posibilidad de elegir. El Muro cayó
a mazazos de ciudadanos que reclamaban su libertad, pero al
poco tiempo fingimos creer que ese reclamo era por el librecomercio.
Algo de eso se evidencia en la posterior reconstrucción
de la ciudad, más cercana a la lógica de las
sedes corporativas y los shopping malls que al debate
entre deconstructores y reconstructores de los meses inmediatos
a julio del '89. Según Carlos García Vázquez,
en su contribución al libro sobre El espacio público
de Jordi Borja y Zaida Muxi "muchas son las cuestiones
que la experiencia berlinesa de Potsdamer Platz ha dejado
abiertas, y no sólo en lo referente al espacio público
contemporáneo, otras aluden al modelo de ciudad que
plantea: al procedimiento (¿por qué se ha dejado en
manos del capital privado la definición de la ciudad?),
al diseño (¿por qué enmascarar como evolución
lo que realmente es una enorme mutación?), o al concepto
(¿por qué suplantar, apelando a un concepto tan abstracto
como el de tradición, la verdadera memoria del lugar?).
Cuestiones que convergen en otra de carácter más
general: ¿es Potsdamer Platz un espacio para la reacción,
un cálido refugio europeo contra la radical inestabilidad
que caracteriza a las grandes ciudades contemporáneas?
En cualquier caso, una cosa parece clara, que el laboratorio
de Potsdamer Platz no ha conseguido elaborar ninguna receta
verdaderamente convincente; una evidencia más de las
dificultades que encuentra la actual cultura urbanística
europea para canalizar los fenómenos contemporáneos".
Hoy Homer, el poeta de Wenders, también se preguntaría
si esto es Postdamer Platz.
¿Eramos
tan democráticos?
Los muros
de los barrios cerrados son modestos en comparación
con los de Berlín o Palestina. Son delgadas piezas
de mampostería, en algunos casos con tratamientos decorativos
o "arquitectónicos". Las condiciones de consumo doméstico
ahora hacen innecesario el contacto y la mezcla del boulevard:
mucamas y jardineros llegan y se van en autos de alquiler
o en servicios de transfer, y hasta a veces son empleados
de una empresa que maneja su adiestramiento y asignación.
Pero es injusto reclamar que estos muros hayan destruido los
valores de la democracia urbana, o añorar una supuesta
época de oro donde esta se producía. Los trazados
de los ensanches tradicionales siempre aprovecharon líneas
ferroviarias, autopistas, accidentes naturales, grandes parcelamientos,
equipamientos y otros recursos para generar "barreras de honorabilidad"
entre los barrios de las distintas clases sociales. En un
estudio de mercado para una urbanización en Buenos
Aires, los encuestados de mayor nivel social elogian la ubicación
del proyecto por ser vecino a líneas ferroviarias y
cursos de agua que lo separarán de los barrios de "menor
categoría".

La contigüidad
física de las clases sociales en la ciudad moderna,
¿es entonces un rasgo de democracia e igualdad, o más
bien una necesidad de los modos de consumo (y en especial
del consumo doméstico)? ¿Esta contigüidad desaparece
porque la sociedad se hace más fragmentada, o porque
evolucionan esas prácticas de consumo? En Buenos Aires,
quienes hemos vivido en los barrios de clase media recordamos
con nostalgia las historias de los hijos del médico
que jugaban con los hijos del carnicero (y sería bueno
que investigáramos hasta donde es real este recuerdo),
pero ¿no convivía ese igualitarismo social con el autoritarismo
político que generó las dictaduras, los golpes,
la tortura y las desapariciones? Curiosamente, cuando la sociedad
recupera la democracia la ciudad se hace más jerárquica
y los barrios se segmentan por la posibilidad de acceso económico.
Las redes de la ciudad informacional saltan sobre los paredones
de la vergüenza. El cierre del territorio expresa una
forma primitiva de la lucha de clases: los ricos cercan
sus barrios, los desocupados se hacen piqueteros y cierran
las calles. Se me dirá que lo primero es legal
y lo segundo no, pero en realidad existen multitud de casos
donde el cerco de los barrios acomodados se realiza usurpando
espacio público (ver por ejemplo la nota "La ciudad
clandestina" en el número
8 de
café de las ciudades).
Los vínculos con la tierra
El de
Palestina e Israel es un conflicto territorial como casi ningún
otro. Cada tanto se producen encarnizadas batallas por el
control de una casa o de un edificio público. Vemos
en los diarios las infografías sobre el acoso a la
sede del gobierno palestino en Ramallah:
toda una operación militar sobre un edificio y un par
de manzanas a su alrededor. La cuestión de los asentamientos
de colonos posteriores a la Guerra de los 6 días, o
las discusiones sobre el status de Jerusalén como capital
de Israel, son centrales en los debates, que además
parten del reconocimiento o no del derecho palestino a tener
una patria.

Diagramas
del Muro de Palestina: de la edición del 17/06/02
de la revista Time, por Ed Gabel, Joe Lertola y Laura
Bradford |
Cierta
derecha israelí crítica el muro no por su barbarie
sino por avalar la idea de que de un lado está Israel
y del otro Palestina. Por el mismo motivo, hay palestinos
que están de acuerdo con su erección y solo
discuten su trazado: kilómetros más, kilómetros
menos. Se dice que el conflicto es milenario y que está
en la naturaleza de los pueblos, pero existen muy buenos ejemplos
de convivencia fraternal entre ambas colectividades (incluso
en el enfrentamiento conjunto a la barbarie nazi). Y aunque
este muro pueda parecerse más a una muralla que los
otros muros (y por ejemplo sirva para dejar los asentamientos
más cuestionados dentro de su perímetro), cerca
de un millón de palestinos viven en territorio israelí.
Gadi Algazy, Profesor de la Universidad
de Telaviv y responsable de la asociación Judeo-Arabe
Taayoush ("vivir juntos"), sostiene que "La creación
de un sistema de cercos y enclaves de semejante dimensión
sólo puede compararse con el proyecto de colonización
masiva de Cisjordania puesto en marcha en 1978 por el primer
gobierno Begin, bajo la dirección de Ariel Sharon.
La actual empresa prolonga la anterior, y lo mismo que ella
pone de manifiesto la visión política coherente
de este hombre que siempre prefirió los hechos a las
palabras y a los símbolos. Agricultor él mismo,
considera que el futuro del conflicto se decide in situ: lo
que cuenta son los hombres, la tierra y el agua. Y los
hechos que crea actualmente bien podrían llegar a ser
irreversibles. El muro funciona en un contexto agrícola:
negar el acceso de los palestinos a sus campos y a sus pozos
permite modificar de modo duradero las estructuras económicas
y romper sus vínculos con su tierra".
La contradicción de la modernidad
En su
libro La música del azar, Paul Auster pone a
sus personajes frente a dos millonarios siniestros que compran
un castillo en Europa, lo reducen a piedras, lo trasladan
a su finca de Pennsylvania y lo vuelven a ordenar con la forma
de un muro. Es la reducción de la cultura a sus elementos
primarios para aniquilarla mediante la abstracción.
Jim Nashe y Jack Pozzi, los protagonistas de la novela, pierden
su partida de póker contra los millonarios y deben
saldar su deuda terminando de construir ese muro absurdo.
Los recursos
de la modernidad pueden anular el territorio por anular las
distancias, las identidades, las peculiaridades locales, pero
el territorio permanece como dato objetivo de la experiencia
y puede ser tan "peligroso" que induzca a su anulación
más primitiva. Una anulación sin calidad:
los muros contemporáneos podrían ser una versión
del muro de Auster, podrían construirse con los restos
de las murallas clásicas y anular su racionalidad,
así como el azar de las partidas de póker se
contrapone a la racionalidad lógica de la modernidad.
Otra barbarie,
la de las Torres Gemelas de Nueva York, se caracterizó
por su voluntad figurativa: millones de personas en
el mundo tienen dando vueltas en sus cabezas la imagen del
impacto de los aviones y las torres en llamas. En cambio el
muro de Palestina no aparece en los medios, ni los muros de
los barrios cerrados aparecen en las propagandas. El Muro
de Berlín solo permanece como trofeo de la Guerra Fría
en fragmentos exhibidos en algunas sedes corporativas: nadie
pidió que se mantuviera su memoria (los grafittis que
lo insultaban fueron en cambio su involuntario aporte a la
estética contemporánea). Los muros y alambrados
que dividen la frontera entre Estados Unidos y México
tampoco son fotogénicos.
Los muros
contemporáneos no son conspicuos, no desean la visibilidad.
Los nuevos ricos argentinos se fotografían en sus mansiones
de los countries, pero nunca la revista "Caras" mostrará
la pared divisoria de la urbanización. No habrá
un Petrarca que pasee por las afueras del muro y se tienda
en la hierba a imaginar sonetos, no habrá una renovación
urbana que los integre a una visión contemporánea.
Esos muros desaparecerán un día o se harán
en cambio más gruesos, más altos, con cámaras
en circuito cerrado y alambrados de púa en su coronación.
Pero nadie se sacará una foto frente a ellos. Hasta
el lenguaje pretende ocultarlos: oficialmente, el Muro
de Palestina es apenas un "Cerco" o "Valla" entre ambos territorios.

Foto
del muro del barrio Saint Thomas en Canning, Buenos Aires,
por Marcelo Robutti. |
Estos
muros contemporáneos fragmentan el territorio y
se oponen a individuos, más que a colectivos. Lo
colectivo no es lo que queda de un lado del muro (del lado
del que lo construye), sino una intrincada madeja de individuos
a uno y otro lado, al que un día el muro puede proteger
de la misma forma que al otro lo excluye. Sería ridículo
pretender que los muros de la vergüenza fueran más
decorativos o que tuvieran un mejor tratamiento, pero lo que
perturba es su estética desnuda e inhumana, su implícita
voluntad de ocultamiento. La abstracción y la indiferenciación,
un ideal estético de la modernidad, se asocia en este
caso a la brutalidad. No es tanto la falta de intencionalidad
estética lo que abruma de estos muros de la vergüenza,
como su irreductible abstracción. No escandalizan
tanto por refutar la modernidad como por expresar sus contradicciones.
MC
Sobre
el muro de Berlín, ver El
muro que dividió Europa, una excelente producción
del diario español El Mundo.
Sobre
el urbanismo metropolitano berlinés tras la caída
del muro, ver el artículo de Max Welch Guerra en las
Actas del Seminario El desafío de las áreas
metropolitanas en un mundo globalizado, de junio del 2002
en Barcelona
Sobre
barrios
cerrados y segregación social urbana, ver el trabajo
de la socióloga Sonia Roitman.
Una visión neoliberal del tema (que al estilo de Luis
sandrini y Robin Williams, al mismo tiempo hace reir y llorar)
en el sitio del economista Juan
Carlos De Pablo.
Sobre
el Muro de Palestina, ver por ejemplo La
verdadera hoja de ruta de Ariel Sharon:
Un muro para encerrar a Palestina, articulo en Le Monde
Diplomatique, el sitio de la campaña "Stop
thh wall" y
El
muro en el corazón de Palestina, artículo
del historiador Ilan Pappé.
Otra
visión sobre las murallas, en la obra pictórica
de Juan Fontana (ver número
4-5 de café
de las ciudades).
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