Una
ficción metropolitana contemporánea (por entregas).
De
Carmelo Ricot, con Verónicka Ruiz
Entremés
- Solo por excepción (II)
/ Los trabajos y
los días

Durante la semana
se dedicó a recorrer hospitales en busca de médicos
confiables; encontró una obstetra que la hizo sentir muy
cómoda en el Hospital de Vicente López, y decidió
tomarla como su médica. Compartía esperas con mujeres
pobres, algunas en situaciones aun más difíciles que
la suya (situación ésta que, por otro lado, había
elegido en buena parte de sus condiciones). Otras le brindaron confianza
y buenos consejos de madres ya expertas. La médica le recomendó
ejercicios y una dieta, evitó en la medida de lo posible
los remedios, y le dio el dato de un laboratorio donde podía
hacerse los análisis por buenos precios. La dueña
de la pensión la trataba muy bien, influyendo en esto obviamente
el pago en dólares por adelantado. Por las noches veía
televisión con la dueña y sus hijas, luego hacía
los ejercicios en la habitación y al rato se dormía
plácidamente, la maternidad la adormecía.
En la siguiente
sesión del experimento Rochester, la médica le entregó
los resultados de los análisis de la semana anterior, "solo
como excepción" y recalcándole que habían
eliminado del informe los datos más directamente relacionados
con el objeto del experimento. Esta vez comió pollo con papas
hervidas y un yoghurt, los médicos la tuvieron un rato largo
con sus análisis y preguntas (era evidente que uno de ellos
era psicólogo, no entendió porque le ocultaba su condición).
Le hicieron firmar otros papeles y cuando entró a la habitación
(esta vez habían cambiado los colores y la cama estaba dispuesta
de modo diferente, perpendicular en vez de paralela al espejo; solo
se mantenía la intensidad, aunque no el diseño, de
las luminarias), su compañero ya estaba en ella, sentado
sobre la cama, se había cortado el pelo. Se desnudaron cada
uno por su cuenta, en la habitación sonaba una música
de jazz y quisieron apagarla, pero no encontraron el dispositivo.
Resignados, comenzaron a abrazarse y acariciarse como viejos amantes,
esta vez fue ella la que trepó arriba de él (comenzaba
a tener miedo del peso del muchacho sobre su bebé). El acabó
en pocos minutos y se quedaron un largo rato acostados, charlando
sobre sus respectivos tatuajes, las historias detrás de diseños
y lugares. En un momento advirtieron que la música que ahora
sonaba era de rock and roll, y acordaron poner cara de enojados
para forzar a los observadores a quitarla, en otro momento a ninguno
de los dos le disgustaría pero ahora había algo que
no les complacía, fue entonces que el le explicó que
el espejo era en realidad una ventana desde la cabina donde los
controlaban: saludaron irónicamente a sus observadores y
les mostraron sus culos, ella había pensado que solo los
miraban por cámaras. Al rato el se excitó y la penetró
nuevamente, el sexo de ella estaba muy seco y le dolía el
roce, especialmente del látex, pero luego le gustó
el beso que él le dio y que siguió por todo su cuerpo,
hasta terminar en su entrepierna. A los pocos minutos les golpearon
la puerta y se despidieron con un beso; siguió la misma rutina
que la semana anterior, pero además le dieron algunos remedios
que le recomendaron verificar con su obstetra, estaba de buen humor
y se demoró en la ducha. Cansada por el embarazo, el sexo
y la ducha, decidió volver a la pensión en taxi.
En el transcurso
de la semana, pasó por la casa de la compañera de
estudios que le había dado el dato del coordinador de Rochester.
Le devolvió los 10 pesos, le llevó un pequeño
regalo para el bebé, y le agradeció con visible sinceridad.
Valeria, tal era su nombre, recibió divertida y con ternura
los presentes de la muchacha, y la invitó a tomar unos mates.
Charlaron casi toda la tarde, mientras jugaban con el bebé,
ella le contó los detalles del experimento y los resultados
en lo económico, que le aseguraban pensión, comida,
cuidados y viáticos durante el resto del embarazo y los primeros
meses del bebé. Valeria le dio más consejos y le prometió
ropas y cosas útiles para luego del nacimiento.
Un par de día
después la llamó a la pensión y le pidió
ayuda, necesitaba hacer un trámite al día siguiente
y no tenía con quien dejar el bebé. Cuando llegó
a casa de Valeria, ésta le propuso que la acompañara,
fueron en auto (salvo el taxi aquella tarde, ella no se subía
a un auto desde hacía meses) y ella tuvo a Martín
todo el tiempo en sus brazos, al regresar tomaron unos mates y charlaron
durante un largo rato.
La dueña
de la pensión la estimaba por su pago adelantado, por su
discreción y por tratar bien a sus hijas (quedaba pendiente
la explicación del embarazo cuando fuera evidente, pero esto
no era tema que debiera importarle a la mujer, pensó). Al
día siguiente de ayudar a Valeria le tocaba otra sesión
del experimento, se levantó temprano y conversó con
la mujer antes de bañarse y salir.
Carne al horno
con puré, colposcopía y tests situacionales. Esta
vez ella entró primero y la decoración había
cambiado en forma notable, hacia un vago estilo escandinavo, neutro.
Habían dispuesto además algunos aparatos, y sonaba
música clásica. Su compañero entró con
decisión y con pocas palabras, la tomó de la cintura
y levantó su pollera. Le agradó hacer el amor casi
vestida, pensaba con agrado que solo le faltaban dos sesiones (se
sorprendió de disfrutar al mismo tiempo de las sesiones y
de su pronto final). Luego del coito charlaron animadamente, ella
se desnudó por comodidad, pero él siguió vestido.
Charlaron sobre sus actividades cotidianas, ella trató de
ocultar información por temor a transgredir las reglas del
experimento. El parecía empeñado especialmente en
procurarle placer, la chupó y la pajeó hasta el final
de la tarde, por primera vez ella se despidió con un beso
en la boca, pero al instante se arrepintió. Como habían
convenido, los organizadores le dieron los resultados de los exámenes
médicos de la semana anterior, y antes de irse le hicieron
otro test.
Dos días
después le dio a Valeria un sobre con 106 pesos y una carta
para su madre, le dio la dirección y le hizo decir que era
una amiga que volvía de Misiones, que ella estaba bien, trabajando
duro y contenta. A Valeria le divirtió la mise en scene
y luego pasaron toda la tarde en la plaza, al sol con Martín,
tomando mate y una torta hecha por ella, y sobre todo hablando de
su familia y como esta había impresionado a su amiga. Valeria
ensayó un discurso correcto, tratando de hacerle ver que
todos tenemos problemas con nuestras familias, pero sin intentar
forzarla a ningún cambio en su actitud (incluso le dio ideas
sobre la implementación del verosímil, que ella agradeció,
divertida). Al volver a la casa, conoció al marido de Valeria,
y se quedó a cenar, aunque se fue temprano para no interferir
en la privacidad de Valeria y su esposo, y para no preocupar a la
dueña de la pensión.

En cada visita
al hospital cambiaba la estación ferroviaria en la cual bajaba
del tren, de modo de realizar caminatas distintas y variadas, de
las cuales disfrutaba mucho. Charlaba distendida con las otras madres
y con las enfermeras, y se anotó en un programa de ayuda
a madres solteras, pero como colaboradora y no como beneficiaria.
Las organizadoras entendieron su postura, por un lado ella no necesitaba
tanta ayuda como otras madres, habitantes del mundo de la miseria
y el desamparo argentinos, y por otro lado su propia experiencia
la acercaba a las muchachas a quienes estaba destinado el programa.
Como compensación, si bien no recibía sueldo por esas
tareas, tenía acceso a información e insumos muy útiles
para su propio embarazo.
La anteúltima
sesión del experimento (bife deshuesado con ensalada mixta,
extracción de una muestra de sangre, planillas burocráticas,
decoración de hotel por horas) fue casi un fracaso (al menos
eso pensó ella). Su compañero no pudo hacer nada,
la sangre y el deseo no respondían a sus estímulos.
Charlaron luego de intentar un buen rato, sobre todo él parecía
con mucha necesidad de hablarle sobre su vida, ella le contó
sobre el programa de madres solteras pero sin hablarle de su propia
situación. Luego de un rato de silencio, el se dedicó
a besarla y chuparla, procurándole placer como si debiera
disculparse de su impotencia, ella disfrutó el suave y abnegado
trabajo del tipo sobre su entrepierna. Pasaron así varios
minutos, el tipo adquirió un ritmo muy bien ponderado, subiendo
y bajando por sus muslos, el sexo y ese espacio inmediatamente por
abajo del orificio del culo, un espasmo húmedo la recorrió
entera en una fracción de segundo y tomó la cabeza
de su compañero, a la vez con ternura y con firmeza para
mantenerla apretada contra su propio sexo. Cuando salió se
dio cuenta que era mucho más tarde que las veces anteriores,
pensó que la organización había querido dejarla
disfrutar, pero desestimó la idea rápidamente y atribuyó
la demora a cuestiones que trascendían su propio interés.
La primavera
había llegado con días soleados y lluvias repentinas,
ella disfrutaba de unos y otras. Caminaba tomándose el vientre,
que empezaba a crecer y evidenciarse, para llegar al centro de ayuda,
al hospital o a casa de Valeria, que necesitaba aclaraciones en
una materia que ella había ya cursado y aprobado. En la pensión,
se recostaba luego de hacer sus ejercicios y permanecía largos
ratos a oscuras, solo la luz de la calle que entraba por la ventana
alcanzaba a definir una escena donde dominaba su panza incipiente,
que ella acariciaba lentamente, con sensualidad y emoción.
A veces se quedaba dormida y al rato despertaba con frío,
se cubría con las frazadas y volvía a dormir, comenzaba
a experimentar la somnolencia del embarazo, y seguía en las
mañanas hasta bien entrado el día, cuando la despertaba
el ruido de los inquilinos y las hijas de la dueña. Lloraba
a veces de alegría, y el tren que debía partirla en
pedazos estaba tan lejos y tan cerca como le convenía; lejos,
para olvidar la angustia, cerca, para recordarle en todo momento
su propia fortaleza, nacida de haberse resignado a la muerte para
derrotarla en un instante terrible.

Fue tranquila
a la última sesión, dispuesta a disfrutar del último
sexo antes de quedar dedicada a pleno a su embarazo, asombrosamente
segura del manejo de sus tiempos síquicos y sociales. Su
compañero consiguió esta vez rápidamente la
erección, y luego de desnudarla comenzó a jugar entre
sus nalgas, en una propuesta tácita que ella aceptó
en una mezcla de lascivia, pudor de su vientre fecundado y gesto
de despedida. Se acomodó como una perra en la cama, él
le lubricó el trasero con la propia saliva y entró
en ella luego de superar la resistencia del esfínter, mientras
su mano derecha acariciaba el sexo de la muchacha. Se escuchaba
el sonido del aire desplazado en el interior del intestino con los
movimientos del falo, ella sintió un alivio al sentirlo acabar,
y él la acomodó delicadamente para volver a brindarle
aquellos besos que ella tanto había disfrutado la otra tarde,
aunque esta vez sintió algo de dolor cuando él chupó
sus pezones (que ya comenzaban a acumular leche), por lo cual lo
apartó suavemente y apuró el camino de los labios
generosos hacia su sexo, que ofreció abriendo por entero
sus piernas. Al rato, sintió el efecto del coito contra natura
y, por primera vez en todo el experimento, tuvo necesidad de ir
al baño, sin saber como anunciarlo. Lo dijo primero a su
compañero en voz baja, ambos se rieron y comenzaron a pedir
ayuda, primero cordialmente, y luego con fingido enojo y grosero
lenguaje. Cuando pensó que ya no aguantaba más, ella
dijo "¡elefante!" y la enfermera entró riéndose,
ella aclaró que luego de cumplir sus necesidades estaba dispuesta
a seguir y entonces fue su compañero quien se rió.
La enfermera le pidió que no apretara el botón del
inodoro, cagó bien y disfrutó del agua caliente del
bidé y de contemplarse desnuda y gorda en el espejo, amplio,
del baño.

Al regresar
al compartimento se abrazó a su compañero y comenzó
su propio juego de besos y mordiscos, para terminar chupando la
pija nuevamente dura del tipo. Lo hizo como siempre, dando su nuca
a la mirada del compañero, de modo de mantener los ojos abiertos
sin sentir vergüenza, mirando los pies del muchacho, encorvada
sobre su barriga.
Cuando les golpearon
la puerta, se abrazó fuerte a su compañero y le agradeció
los momentos pasados. Todavía le hicieron unos últimos
análisis y le tomaron la presión y el pulso. Recibió
el saldo de su paga y, luego del baño (donde se demoró
ex profeso para disfrutar de las comodidades del recinto,
incluido el espejo), la invitaron a cenar en el comedor del sitio
con uno de los organizadores. Aceptó, pensando en la rica
comida del lugar y en el ahorro, y pasó a la mesa, donde
esperó unos minutos comiendo algo de pan con manteca servido
para los dos últimos comensales del día, ella y su
anfitrión.
Que, para su
sorpresa, resultó ser su mismo compañero de experimento,
el muchacho con quien había retozado durante 5 tardes ante
una selecta y oculta platea de investigadores, médicos y
asistentes. Vestido de manera más formal que la que usaba
para sus encuentros (pantalón y saco sport, en lugar de los
jeans gastados y camisetas con que lo había conocido), se
sentó a la mesa, frente a ella, con una sonrisa de circunstancias,
fría y cordial a la vez. Ante todo, la tranquilizó,
no tenía intención de continuar su relación
fuera del experimento, y le pedía perdón por el engaño
de estos días, pero (contra lo que podría pensarse),
no era fácil conseguir voluntarios con tanta rapidez como
ellos querían, y mucho menos en situaciones como la que planteó
ella al aparecer imprevistamente. Tras algunos llamados infructuosos,
los organizadores habían decidido hacer uso de una de las
opciones del programa, la de utilizar en el experimento a un miembro
del equipo, y así lo acordaron tras una consulta a la Universidad,
que autorizó el procedimiento.
-Por otro lado
-continuó-, intervenir en forma activa en esta fase del experimento
me permite realizar una tipo de observaciones que me resultaría
difícil concretar en otras circunstancias. Tu caso era absolutamente
especial, y teníamos miedo de, que por demoras en conseguir
tu compañero, decidieras revisar tu propuesta y perdiéramos
tu participación.
CR
c/VR

Próxima
entrega: Entremés -
Solo por excepción (III y última) / El experimento
Rochester
Carmelo Ricot
es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación
de servicios administrativos a la producción del hábitat.
Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que
acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos
sobre estética, erotismo y política.
Verónicka
Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en
México, estudió geografía en Amsterdam y psicología
en Copenhague.
En entregas
anteriores:
1:
SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja
la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde. Y a pocas cuadras, un artista
del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2:
El "Manifesto"
Desde Siena, un extraño documento propone caminos y utopías
para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como
arte...?
3:
Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de una muchacha,
y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y
Javier.
4:
La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado
despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5:
El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes
en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
6:
Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas
que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara
(y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7:
Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar a
Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8:
Empresaria cultural
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo interior
ante un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
9:
La elección del artista
Bullshit, así, sin énfasis.
Cómo decir que no sin herir a los consultores.
La ilusión de una experiencia arquitectónica. Ventajas
de la diferencia horaria.
10:
Simulacro en Milán
La extraña corte de Mitzuoda.
Estrategias de simulación. Las afinidades selectivas. Una
oferta y una cena. La Pietà Rondanini. Juegos de seducción.
11:
Más que el viento, el amor
Al Tigre, desde el Sudeste. El sello
del Depredador. Jean Luc recuerda la rive gauche, Miranda espera
detalles. La isla y el recreo. Secretos de mujeres. El sentido de
la historia.
12:
El deseo los lleva
La mirada del Depredador. Amores
raros. Grupo de pertenencia. Coincidencias florales. Influida y
perfeccionada. Un mundo de sensaciones. Abusado por el sol.
13:
Acuerdan extrañarse
Despojado de sofisticación.
Las víboras enroscadas. Adaptación al medio. Discurso
de Miranda. Amanecer. Llamados y visitas. ¿Despedida final? Un verano
con Mónica.
14:
No podrías pagarlo
Refugio
para el amor. Viscosas motivaciones. Venustas, firmitas, utilitas.
Una obra esencialmente ambigua. La raíz de su deseo. Brindis
en busca del equilibrio.
15:
La carta infame
Estudios
de gestión, y una angustia prolongada. Demora inexplicable.
La franja entre el deseo y la moral. Lectura en diagonal a la plaza.
Sensiblería y procacidad.
Entrega
16: En la parrilla de Lalo
Paisaje periférico. Estudio de mercado. Sonrisa melancólica,
proporciones perfectas.
Un patrón apenas cortés. Elogio del elegante. Suite
Imperial. Desnudez y democracia.
Entrega
(17): La investigación
aplicada
Más
de lo que quisiera. Temas de conversación. La insidiosa duda.
Estrategia del celoso. Peligros. La casa del pecado. Suposiciones
y conjeturas.
Entremés
- Solo por excepción (I) / La drástica decisión.
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